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Crisis oligárquica y dominación imperialista
Por Ramiro Rojas
La crisis política generada con motivo
de la difusión de los narcocasetes por parte del derrotado candidato
Andrés Pastrana y de las confesiones de Santiago Medina, ex tesorero
de la Asociación Colombia Moderna, donde se denuncian las irregularidades
en la financiación de la campaña electoral que llevó
a la presidencia a Ernesto Samper, ha sacado a flote dos verdades de vieja
data y que nunca se habían mostrado con tanta claridad: el carácter
corrupto y apátrida de las clases gobernantes y el alto grado de injerencia
de los Estados Unidos en nuestros asuntos internos. A quienes llevamos varios
lustros organizando al pueblo colombiano y señalando estos aspectos
como causas del estancamiento del desarrollo nacional, nos corresponde persistir
en la lucha contra el imperialismo y contra la coalición liberal conservadora
que hace posible ejercer esa dominación, “causa principal de
las adversidades 'modernas' de Colombia”.
La corrupción es y ha sido una herramienta de uso corriente de los
monopolios y de los gobiernos de las grandes potencias para llevar a cabo
sus actividades expoliadoras. Los ejemplos abundan. Basta mencionar de pasada
los tejemanejes practicados durante un buen trecho de principios de siglo
para apropiarse del petróleo, cuando los halagos, las comisiones y
los sobornos terminaron por involucrar a varios de los ocupantes del solio
de Bolívar, así como el robo de Panamá, en 1903, que
incluyó, además de las “mordidas”, la intimidante
presencia militar. De la misma manera las últimas agresiones norteamericanas,
desde el asalto a Granada en 1983, la ocupación de Panamá en
1989, la invasión a Irak en enero de 1991, el posterior desembarco
en Haití, el instigamiento contra los serbios para desmembrar a Yugoslavia,
suministran pruebas elocuentes de hasta dónde están dispuestos
a llegar para asegurar a América Latina en el redil y para imponer
su hegemonía a nivel mundial.
La actual coyuntura nos revela cómo Washington sabe también
sacar provecho de la descomposición de las castas oligárquicas
e incluso utiliza las instituciones encargadas de la investigación
de los delitos, como ocurre con la Fiscalía, para inmiscuirse en los
diversos estamentos de la vida nacional.
En Colombia, el encargado de sacar adelante
los aspectos centrales de la política imperial es el propio Samper,
quien ha mostrado ser un convencido de los esquemas neoliberales que compendia
la apertura económica. Desde el cuatrienio anterior, como miembro del
gabinete ministerial, contribuyó activamente a que el régimen
de Gaviria alienara a la nación bajo el modelo aperturista, impuesto
por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Ahora, como primer
mandatario le corresponde consolidar esta política de despojo que se
materializa en el desempleo; en disminuir los salarios, las prestaciones y
la seguridad social; en privatizar el patrimonio del Estado; en entregar e1
mercado interno a los poderosos consorcios foráneos; en subordinar
o aplastar las industrias nativas; en agostar la agricultura, y en incrementar
el saqueo de los recursos naturales, es decir, la ruina del país.
El afianzamiento de la internacionalización de la economía se
oculta bajo la engañifa del Pacto social, que no es otra cosa que envilecer
la remuneración de la fuerza de trabajo colombiana. Es en este terreno
de los salarios baratos donde los países del Tercer Mundo pueden competir
con mayor empeño por atraer las maquilas o volver las transacciones
más rentables ante los ojos de los monopolios. Al gobierno de Samper,
pues, le ha correspondido consolidar el modelo aperturista. Así en
materia laboral, aplica las lesivas medidas contempladas en las leyes 50 de
1990 y 100 de 1993, las cuales complementa con el régimen arbitrario
y represivo contra los servidores públicos contenido en la ley 200
de 1995 o Código Disciplinario Unico. Asimismo, deja que se marchiten
las labores agropecuarias e insiste en arrasar con la Caja Agraria, soporte
de la producción campesina, y de contera, lanzó recientemente
un programa de privatizaciones más profundo que el de Gaviria, poniendo
en venta, además de las instituciones no enajenadas durante el período
anterior, a las empresas de energía eléctrica, los aeropuertos
y hasta las carreteras del país. A la herencia recibida del revolcón,
le añade el tinte demagógico con la Red de Solidaridad Social,
exigido por los organismos internacionales desde finales de 1993 con la pretensión
de contener el descontento popular que pueda derivarse del acentuamiento de
la explotación y la miseria. Escudándose en la necesidad de
cumplir este plan, endeudará mucho más al país, e incrementará
el IVA, el más regresivo de los tributos que pesan sobre las clases
trabajadoras colombianas.
En estas circunstancias, un eventual cambio del inquilino de turno de la Casa
de Nariño no puede atribuirse a presuntas debilidades o a que siga
imaginarios “caminos sinuosos” y populistas en el cumplimiento
de las órdenes impartidas por la Casa Blanca. Sencillamente ocurre
que el cúmulo de anomalías presente en la financiación
de la campaña rebosan la misma normalidad en que se mueven las transacciones
de los burgueses. Recordemos, entre otras, la doble contabilidad y la inexactitud
en la relación de las cuentas ante las autoridades, en medio de las
cuales se encuentra enredado Juan Manuel Avella, precisamente el encargado
de adelantar la privatización del Banco Popular y de despedazar la
Caja Agraria; la desaparición de aportes realizados por grandes grupos
empresariales de Colombia; el señalamiento a una efímera asociación
regida por la actual Primera Dama, creada aparentemente con el fin de adornar
algunos parques y que terminó desviando recursos a la campaña,
y quién sabe qué más artilugios nada santos. Las contribuciones
de los jefes de los carteles de la droga y de las transnacionales que saquean
al país, dejan a las claras los compromisos contrapuestos adquiridos
por el actual ejecutivo, y cómo éstos lo han llevado a una situación
de desgaste político tal, que puede poner en peligro el manejo adecuado
de los asuntos de las clases opresoras y dejar de ser prenda de garantía
para el feliz suceso de los negocios de Wall Street.
El desprestigio de la casta gobernante y la abierta intromisión extranjera;
la cada vez más intolerable situación económica del pueblo,
agobiado por toda clase de gravámenes y la falta de oportunidades para
trabajar; los innumerables problemas que pesan sobre más de trescientas
mil familias caficultoras; la bancarrota de los productores de sorgo, soya,
algodón, arroz y banano; la quiebra inminente de numerosas empresas
de sectores tradicionales de la economía colombiana como confecciones,
tabaco, textiles, cuero, madera, etc., entre muchas más calamidades
que se vienen agudizando, fruto de la implantación de la apertura,
deben servir al proletariado para impulsar las luchas por conquistar la soberanía
económica y derrumbar la oligarquía liberal conservadora que
encarna la sojuzgación. Hoy más que nunca se requiere que insistamos
en la conformación de un amplio frente por la resistencia civil que,
sobre la base de la alianza obrero-campesina aglutine a la pequeña
burguesía y a la burguesía nacional, sin dejar por fuera a los
integrantes del clero y de las fuerzas armadas que deslinden campos con el
imperialismo y los agentes de la recolonización, encabezados por Samper.
Solo así se podrá adelantar la batalla por la independencia
nacional, punto de partida para la construcción de una república
democrática, soberana y próspera, camino al socialismo. A estas
tareas debemos dedicar todos los esfuerzos, “ahora que la marea está
alta”.