Editorial
PREPARÉMONOS PARA UNA ARDUA JORNADA
En los comicios realizados en junio pasado resultó
elegido el señor Andrés Pastrana como presidente de la República
para el período 1998-2002. Esta campaña, al igual que las
correspondientes para Senado y Cámara, se adelantaron en medio de
la más grande crisis de los últimos cincuenta años
y mientras tres grandes calamidades asientan sus reales sobre nuestra patria:
la quiebra de la economía nacional con todas sus secuelas de desempleo,
hambre y miseria, fruto de la política imperialista de la apertura;
una violencia que dispara desde todos los extremos cubriendo el territorio
colombiano de sangre y terror, y la corrupción y el cinismo apoltronados
en las más altas esferas oficiales. Sin embargo, el resultado final
del proceso electoral, al mismo tiempo que despeja algunas incógnitas
sobre los partidos y fuerzas políticas, abre caminos nuevos a las
luchas de las masas desposeídas de Colombia.
Si bien la catastrófica situación que vive el país
le sirvió al samperismo para aparentar un falso nacionalismo y hacer
demagogia achacándole los desastres a regímenes anteriores
que actuaban "sin corazón", al actual gobierno, neoliberal
sin tapujo alguno, le cae de perlas para cumplir con los mandatos del imperio.
Así, con el pretexto de que se debe corregir el descalabro económico,
buscar la paz y acabar con la corrupción y el caos institucional,
ha logrado, en lo fundamental, el apoyo de los liberales para impulsar sus
tres principales programas de gobierno: la reforma tributaria y fiscal,
que en carta blanca sólo consiste en aplicar las recetas del Fondo
Monetario Internacional y que siempre termina endosándole al pueblo
la solución de la crisis; la reforma política, con la cual,
además de adelantar las correcciones que requiere la Constitución
de 1991 a fin de hacerla más expedita a los deseos de Washington,
se busca fortalecer el bipartidismo y restringir, de paso, a los pequeños
partidos y grupos independientes o cualquier manifestación contraria
a la gran alianza, y, en tercer lugar, la búsqueda de la paz, embeleco
que, como todo parece indicar, terminará por satisfacer uno de los
más caros intereses imperialistas, como es el de desintegrar de una
u otra forma al país.
En lo que concierne a la izquierda, aunque pareciera que el rumbo se ha
perdido, afortunadamente cuenta con las enseñanzas y el inmenso material
teórico dejado por Francisco Mosquera, los cuales siguen teniendo
plena vigencia para el análisis y comprensión de la situación
nacional y se constituyen en guía cierta para la brega política
del proletariado en su larga y difícil tarea de liberar a Colombia
de sus opresores y construir un país soberano en marcha hacia el
socialismo.
Defendamos la producción nacional
Cada vez se hace más necesaria la resistencia civil de los colombianos
para defender la soberanía económica. La ruina de la producción
nacional y el caos que reina tanto en el terreno político como social
en este último tramo del siglo, provienen en gran parte de una causa
tan poderosa que obliga a toda la nación a unirse si quiere estirparla
de raíz.
Al iniciarse el presente decenio, César Gaviria instituyó
la apertura, que no es algo distinto que el plan imperialista de
sometimiento que, como lo advirtiera oportunamente Francisco Mosquera, consiste
en la más grande ofensiva por la colonización económica
de Colombia, puesto que no se limita a otorgar una absoluta libertad a las
transacciones mercantiles y cambiarias, sino que, además, determina
la suerte de la industria y la agricultura; pone en venta los bienes y riquezas
nacionales; permite la entrada sin restricción alguna del capital
extranjero; entroniza el agio y fomenta el capital especulativo; privatiza
la atención de la salud, los servicios públicos y la educación;
tiene que ver con la enmienda regresiva y despótica del régimen
jurídico, y llega hasta propiciar el desmembramiento o federación
de la República. La apertura, pues, consiste, en una política
global del imperialismo, especialmente de los Estados Unidos, que abarca
problemas y envuelve intereses demasiado claves en la lucha por la hegemonía
mundial y en el camino del progreso de las naciones. Por lo tanto, no se
reduce a una serie de formulaciones o conceptos doctrinarios que se puedan
acoger o no en un momento determinado del desarrollo de un país,
ni se puede tratar el problema con explicaciones atenuantes o encubridoras,
como por ejemplo, que la apertura es indiscriminada y se hizo hacia
adentro y no hacia afuera, o que sus nefastas consecuencias simplemente
son el resultado del "neoliberalismo" o de los desmanes propios
del "capitalismo salvaje", y mucho menos es aceptable la tesis
en boga, puesta a circular por algunos altos directivos de las centrales
sindicales, de que ya es un hecho, es irreversible y solo queda forcejar
con el gobierno para volverla más "selectiva".
La agudización de la crisis, por efecto de la apertura,
se refleja en cifras incontrovertibles, como son, entre otras, las innumerables
empresas liquidadas o en concordato, los un millón doscientos mil
desempleados, el incremento de la pobreza, el cuantioso déficit fiscal
de más de seis billones de pesos, la disminución de las reservas
internacionales gracias al exceso incontrolable de las importaciones, la
duplicación del endeudamiento externo durante sólo el anterior
cuatrienio, y muchos más índices que confirman el grave deterioro
de la economía.
Los incontestables signos negativos de la producción y de las ventas
de la industria no corresponden a un mal pasajero. Después de cuatro
años de constante declinar de las actividades productivas, el anterior
gobierno salió a pregonar que si bien se presentaban algunos signos
de receso, la recuperación de las actividades económicas era
cosa de unos pocos días. Para sustentar la pretendida mejoría,
Planeación Nacional esgrimió los incrementos del comercio
exterior, de la inversión extranjera y del endeudamiento externo,
así como las fabulosas utilidades de los conglomerados financieros,
en otras palabras, precisamente los datos que reportan las jugosas ganancias
de la entrega del país a las potencias imperialistas.
Pero como la realidad es tozuda, todo siguió cuesta abajo. Al bordear
el desempleo la preocupante cifra del 16%, y eso que el Dane no incluye
en sus cálculos a los miles de desplazados por la violencia ni a
los cientos de miles que viven del "rebusque" o de quienes ya
ni siquiera se atreven a salir a buscar trabajo, apenas si puede uno recordar
el cinismo gubernamental, que sin ningún rubor afirmaba que el aumento
del número de desocupados eran signos irrefutables del despegue de
la economía. Pero causa más estupor que argucias montadas
sobre supuestas "conspiraciones externas", "capitalismo salvaje",
"cambio social" o "aperturas con corazón", fueran
acogidas por ciertos dirigentes obreros y por algunos partidos de izquierda,
adobándolas incluso con consignas por la defensa de la soberanía
nacional.
El daño causado durante estos ocho años de apertura a la industria,
al sector agropecuario y al comercio, no podrá resarcirse fácilmente.
La recesión, al contrario de lo que se pregona, no se combate con
las promocionadas "reconversiones" industriales, y mucho menos
con ajustes monetaristas o con buenas intenciones por muy cordiales que
estas sean. Pero mucho menos la solución consiste en agobiar aún
más al pueblo con toda clase de exacciones como lo pretende el actual
régimen.
La apertura, al facilitar mano de obra barata y al derribar las
fronteras para que circulen libremente por todo el planeta las mercancías
y los capitales, sólo le puede servir a los grandes monopolios. Ninguna
empresa autóctona del Tercer Mundo puede competir con los conglomerados
ni en volumen ni en precios ni en calidad. La competitividad es una falacia
cuando la brecha tecnológica y la disponibilidad de recursos de capital
crece constantemente y éstos se encuentran en manos de los monopolios.
El desarrollo que nos ofrecen se limita a servir de meros ensambladores
de mercancías por medio de las maquilas, "progreso" que
se fundamenta en bases muy débiles. Una idea clara de lo que le espera
a los países tercermundistas ante la arremetida de los omnipotentes
trusts, nos la dio México y Venezuela hace apenas unos años,
nos la ofrece ahora los llamados "tigres asiáticos" y los
otrora poderosos Rusia y Japón, mientras se encuentran en capilla
Brasil, Argentina y Colombia. Pues como lo afirma Mosquera, “la
prosperidad de las potencias imperialistas en última instancia se
erige sobre la extorsión de las naciones débiles. (...) Esta
ley, tan cierta y tan interesadamente ignorada cual lo fuera en su época
el principio heliocéntrico descubierto por Copérnico, se pone
en evidencia en los períodos críticos del sistema.”
Bien vale la pena insistir en el significado de la política trazada
desde el Norte, pues aunque los diferentes gremios de la producción,
tanto del campo como de la ciudad, en mayor o menor grado culpan a la apertura
de sus descalabros, no faltan algunos que terminan conciliando con ella
al considerarla un mal necesario e irreversible y, guardando una remota
esperanza, piensan que si se gradúa y controla, bien pueden entrar
a participar del reparto y conseguir unas pocas migajas en las pingües
transacciones mercantiles. En el mismo plan se colocan las directivas de
las tres grandes centrales de los trabajadores, CUT, CGTD y CTC. En documento
publicado en agosto de este año, insisten en atacar al "neoliberalismo"
al mismo tiempo que propenden por un “modelo de desarrollo”
en el cual, para decirlo con sus propias palabras, “la cuestión
fundamental” consiste en “apertura total versus apertura
con protección selectiva”. Pretenden de esta forma menguar
la arremetida de los pulpos extranjeros, a la vez que confían poder
proteger los magros ingresos de los trabajadores presionando un aceptable
arreglo en la mesa de negociaciones. Asimismo, se lanzan contra la posible
venta de algunas empresas estatales como Telecom, Ecopetrol y el Sena, las
mismas que curiosamente Samper prometió no vender y tanto Pastrana
como Serpa juraron durante la campaña que de ninguna manera privatizarían.
Pero poco dicen acerca de la entrega a manos particulares de los jugosos
negocios de la telefonía celular, la televisión, las comunicaciones
satelitales, la larga distancia nacional e internacional, el “trunking”,
las frecuencias de FM y el sector eléctrico, como tampoco se pronuncian
sobre la venta de los aeropuertos, de los terminales marítimos, de
las carreteras y hasta de los parques públicos. Satisfechos, pues,
se deben sentir tanto el gobierno como los amos del Norte al notar que los
aspectos vitales de su política quedan incólumes. No entra
en los cálculos de empresarios ni de las camarillas sindicales la
cruel realidad de que el imperio es insaciable, que viene por todo, por
el santo y la limosna, y que terminará engulléndose todas
nuestras riquezas.
Algo sobre la guerra y la paz
En los últimos días se ha desencadenado una gran euforia alrededor
de uno de los tres grandes programas del presente mandato: las negociaciones
de paz. Los encuentros realizados por un grupo de personas que se dicen
representar a “la sociedad civil”, primero con el ELN en Maguncia,
Alemania, y luego con el sector de las “Autodefensas Unidas de Colombia”,
en el Nudo de Paramillo, han servido de abrebocas a la reunión de
Pastrana con Manuel Marulanda “en algún lugar de las montañas
de Colombia”. Pero como el sector samperista no podía quedarse
sin protagonismo, sus tres senadores estrellas también terminaron
en la jungla conversando con la plana mayor de la guerrilla. Si a lo anterior
se le adiciona el “especial interés” mostrado por los
Estados Unidos, así como por las potencias europeas, todo pareciera
indicar en un principio que los colombianos, por fin, pueden abrigar esperanzas
sobre un arreglo entre los involucrados en el conflicto armado. La historia
reciente, sin embargo, desde Belisario hasta Samper, otra cosa nos enseña
y lo que se mueve tras bambalinas apunta hacia objetivos más nefastos.
Vivimos una de las épocas más obscuras y difíciles
de nuestra historia, prácticamente desde cuando se impuso la hegemonía
del Partido Conservador, como el representante de los intereses de los terratenientes,
y durante la cual ocurriera el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán
en 1948. La muerte del caudillo popular hizo patente que la vía burguesa
para sacar al país del atraso semifeudal y de su condición
de neocolonia ya se había agotado. Para concluir el tenebroso período
de La Violencia, se selló el pacto entre el Partido Liberal y el
Partido Conservador que formalizó la alianza burgués terrateniente,
puntal de la dominación imperialista. Desde entonces, y adoptando
diferentes fórmulas, por ejemplo como Frente Nacional o ya como la
actual Gran Alianza por el Cambio, los dos partidos detentan el poder y
entran a saco el erario público de manera mancomunada.
Poco después, a finales de los años cincuentas, el triunfo
de Fidel Castro en Cuba contra la dictadura de Fulgencio Batista, y tras
una interpretación mecanicista del fenómeno, propició
un gran auge de la guerrilla en Latinoamérica como el camino para
lograr la independencia del imperialismo. Gracias al invaluable legado revolucionario
que nos dejara Francisco Mosquera, sabemos que la liberación es una
tarea exclusiva del frente único, conformado por más del 90
por ciento de la población colombiana, bajo la dirección del
Partido del proletariado. Desde 1965, con su documento Hagamos del MOEC
un verdadero partido marxista-leninista, inicia su lucha contra el foquismo
guerrillero por representar una concepción equivocada del proceso
de liberación y porque dichas prácticas nunca crearán
las condiciones propicias para el estallido revolucionario. El acceso del
proletariado al poder no se deberá a la voluntad de unos pocos, por
muy heroicos que sean sus actos, sino gracias al levantamiento de los millones
de desposeídos contra sus opresores y cuando se den las condiciones
objetivas y subjetivas que nos enseña el marxismo, como son, entre
otras, una correlación de fuerzas favorable, que los oprimidos hayan
alcanzado un determinado grado de conciencia y organización, que
quienes detentan el poder se encuentren, gracias a sus disensiones internas,
en tal grado de incapacidad que no puedan defenderse adecuadamente, que
los revolucionarios hallen la solidaridad proletaria de otras naciones,
pueblos y partidos hermanos, etc.
Mosquera siempre se opuso al secuestro, a la extorsión y al asesinato,
viniera de donde viniera, por considerarlos métodos equivocados para
adelantar la tarea de salvación nacional. Asimismo, consideraba que
la destrucción de fábricas y demás bienes de producción
no aporta absolutamente nada a la conciencia proletaria, sino más
bien ayudan a deteriorar las condiciones de vida de los trabajadores. Actos
como el secuestro de concejales, alcaldes o el del senador Facio Lince;
las masacres, como las llevadas a cabo por las autodefensas en Barrancabermeja
o las ejecutadas en Chocó y Urabá por ambos bandos; la “toma”
de Mitú, el bárbaro atentado en Machuca contra un pueblo indefenso
y el asesinato del dirigente sindical Jorge Ortega, sólo para mencionar
los más recientes hechos sangrientos que enlutan al país,
merecen el repudio generalizado de las masas.
El proceso de conversaciones, de acuerdo a lo manifestado por ambas partes
del conflicto, será complicado y durará varios años.
A las muchas pretensiones de los alzados en armas se le debe agregar la
presencia activa de las autodefensas, también armadas y con aspiraciones
políticas y que enfrentan violentamente a la guerrilla por porciones
de territorio. Pero sobre todo debe considerarse los intereses de las naciones
imperialistas. Una de las directrices contempladas en la apertura
se refiere precisamente a la atomización de las repúblicas
del Tercer Mundo para facilitar las negociaciones y actividades del gran
capital. Los recientes desmembramientos de Checoslovaquia y Yugoslavia,
utilizando inclusive las fuerzas de la ONU, son un claro ejemplo de las
intenciones que abrigan los Estados Unidos y demás potencias mundiales.
El pueblo y en especial los trabajadores del campo y de la ciudad, víctimas
de la violencia, y que son los verdaderos forjadores de la riqueza y el
progreso, han sido dejados por fuera de las grandes decisiones que toman,
ya sea una camarilla corrupta en el poder que reparte y vende a su antojo
el patrimonio nacional, o bien unos grupos de extrema derecha o de izquierda
que con las armas, el terrorismo, el secuestro y la extorsión deciden
quiénes pueden ser elegidos y quiénes pueden votar e, inclusive,
quiénes tienen derecho a vivir.
Por estas razones a nosotros únicamente nos corresponde esperar,
como lo aclara el pensamiento de Mosquera, que de todo este proceso salgan
favorecidos una táctica y unos métodos correctos para avanzar
en el proceso revolucionario, y que las diferencias partidistas, ideológicas
o sindicales dejen de resolverse por la fuerza de las armas. Debemos insistir
en que sólo bajo normas y procedimientos claramente definidos y estables
los ciudadanos y los partidos pueden desarrollar sus múltiples actividades.
Pero lo que la nación colombiana entera si no puede aceptar de ninguna
manera es que en aras de una supuesta paz, se sacrifique la unidad territorial
o que el Estado ceda a cualquier título o en cualquier grado parte
del territorio o de sus funciones, ya correspondan estas últimas
al manejo político, administrativo o presupuestal.
El cuatrienio que se nos viene
Los dos recientes viajes de Pastrana a la metrópoli corroboran la
disposición del primer mandatario para efectuar su vasallaje directamente
y sin rodeos. Los amos del Norte, pues, cuentan con el mejor aliado que
podían conseguir. Entre las principales funciones, por lo tanto,
se encuentra la de continuar aplicando las "recomendaciones" trazadas
por el Fondo Monetario Internacional y que se centran en disminuir el empleo
estatal, bajar los salarios, desatender la educación y los servicios
de salud, elevar las tarifas de los servicios públicos, aumentar
los impuestos y contribuciones, incrementar la deuda externa y cubrir los
faltantes del presupuesto feriando el patrimonio de la nación.
Sobre la gestión de Pastrana ya tendremos, en los próximos
cuatro años, suficientes oportunidades para hablar, sin embargo,
bien vale la pena comentar algunos planteamientos enunciados durante la
campaña presidencial, así como lo ejecutado hasta el momento.
Empecemos por destacar lo poco que se diferenciaban los programas propuestos
por Serpa y Pastrana acerca de los principales problemas del país.
Ambos prometieron que adelantarían conversaciones de paz; afirmaron
comulgar con la "apertura con corazón", tal como la defendiera
Samper y como obviamente la exige el Fondo Monetario Internacional; privatizadores
convencidos, no tuvieron empacho alguno para asegurar, también como
lo hiciera Samper, que no privatizarían ni el Sena ni Telecom ni
Ecopetrol, mientras las actividades petroleras y de las telecomunicaciones
pasan a manos de los grandes conglomerados.
La declaración de la Emergencia Económica, a mediados de este
mes de noviembre, viene a confirmar el carácter absolutamente antipopular
del actual mandato. En efecto, la más importante de las medidas tomadas
consiste en crear un gravamen del dos por mil sobre las transacciones bancarias
y con el cual se espera recoger en el transcurso de los próximos
trece meses la cantidad de dos billones de pesos. Dicha suma servirá
para salvar a los grupos financieros, los mismos que durante la última
década obtuvieron fabulosas ganancias, y a quienes en condiciones
bastante favorables se les entregara las instituciones que pertenecían
al Estado con el argumento de la mayor eficiencia del sector privado. Así,
pues, durante los años de bonanza, la oligarquía, gracias
a intereses usurarios acumuló inmensos capitales, pero en el momento
de la crisis le corresponde al “vilipendiado” Estado entrar
al rescate, descargando sobre los hombros de toda la comunidad las pérdidas
de unos pocos banqueros.
Aunque parte del éxito de la actividad proselitista de Pastrana consistió
en mostrarse como el hombre que acabaría con la corrupción,
le otorgó el permiso a Samper para cerrar su período vendiendo
tramposamente a Corelca mientras recibía del saliente mandatario
el programa para negociar los pocos bienes estatales que restan, especialmente
los activos de las dos grandes instituciones del sector eléctrico,
ISA e Isagen. Recordemos que las privatizaciones hacen parte esencial de
la apertura y con ellas no sólo se viene entregando lo más
jugoso de la rama estatal de la economía al capital foráneo
sino que al mismo tiempo se ha convertido en caldo de corrupción
y suculento fondo para el enriquecimiento de los altos funcionarios oficiales.
Hasta ahora poco se sabe de las denuncias que hiciera el anterior Contralor
General de la República, antes de ir a parar él mismo a la
cárcel, de los enormes negociados que se dieron con las privatizaciones
que realizara el pasado gobierno. Las reformas políticas y fiscal
que debate el Congreso en estos días ha servido también para
desenmascarar esta otra cara. Las asignaciones presupuestales y ofertas
de cargos para asegurarse el voto favorable de los parlamentarios volvió
a ser el discurso más convincente.
Pese a sus promesas de rebajar el IVA, el ajuste fiscal que lleva Pastrana
al Congreso se basa en mayores tributos, llámese como se llame el
gravamen, bono de paz, alza de las tarifas de los servicios públicos,
eliminación de subsidios, anticipos, tarifas diferenciadas del IVA,
“contribuciones parafiscales”, tasa a la gasolina, impuesto
predial, peaje o valorización.
Nada, pues, cambiará durante el presente cuatrienio. El incremento
de las enfermedades endémicas unido al deterioro en la prestación
de los servicios de salud; los problemas de vivienda y educación;
la falta de trabajo; el aumento de las exacciones al pueblo y una mayor
miseria seguirán su marcha a fin de hacer atractivos al capital privado
las empresas de servicios públicos, los hospitales, los aeropuertos,
las carreteras, las universidades y cuanta institución sea factible
de enajenar. La lucha por impedir la entrega del patrimonio de los colombianos
debe hacerse por lo tanto frontal, conjunta, contra la política en
sí, y no reducirla a lograr acuerdos aislados de defensa de una institución,
pues se termina haciéndole el juego al gobierno, tal como ocurre
con las comunicaciones y los recursos minerales y energéticos, los
cuales son entregados a los capitales privados, mientras se conservan unas
empresas con equipos obsoletos, ineficientes e incapaces de competir con
los consorcios extranjeros.
Las fuerzas de izquierda
El otro hecho de bulto, que se diera como resultado de las elecciones, corresponde
a la pérdida total de escaños en el parlamento por parte de
los partidos de izquierda. Se debe entender este fracaso, especialmente
de los candidatos del MOIR y del Partido Comunista, a la poca credibilidad
que despertaban entre las masas, dadas sus posturas pro samperistas y a
la confusión que crearon con consignas embrolladas que pretendían
atacar los mandatos del imperio, a la vez que salían a defender al
inquilino de la Casa de Nariño, el consecuente ejecutor de la política
expoliadora trazada desde el Norte. La campaña de exterminio declarada
contra los militantes del Partido Comunista, así como la necesidad
de apoyar las negociaciones de paz, marcaron la posición de ese partido
durante las elecciones para el Congreso, relegando a un segundo plano la
defensa de los intereses primordiales de la nación.
Sobre el MOIR, es necesario extendernos un poco más, pues sigue en
juego la defensa del valioso legado que dejara Mosquera al proletariado
colombiano. La unidad del Partido que con tanto énfasis se pregonó
en la conferencia obrera de marzo de 1995, resultó ser una unidad
de conveniencia sostenida gracias a los gajes y las prebendas que confiere
la investidura de Senador de la República.
Pero no fue sólo eso. Muchas de sus salidas pusieron de manifiesto
la verdadera catadura de la nueva dirección. De muestra, sirvan los
manejos en el campo sindical. De Sindess expulsaron a varios compañeros
por criticar las orientaciones políticas de la camarilla antimosquerista.
En ACEB, al verse derrotados en la última Asamblea, no pararon mientes
en echar mano de las ventajas que le proporcionaba la alianza con el régimen
samperista y, desde el ministerio del Trabajo, trataron por todos los medios
de tomarse el sindicato. Al no lograr sus propósitos, se empeñaron
en destruir la Asociación, desafiliando a sus adeptos y entregándoselos
a la organización rival, la UNEB.
Por esos motivos, desde el 1 de mayo de 1996, convencidos de la imposibilidad
de aceptar las orientaciones de un Comité Ejecutivo que cada vez
se inclinaba más al liberalismo y ante la actitud antidemocrática
mostrada en el tratamiento a sus contradictores, decidimos continuar la
lucha revolucionaria por nuestro lado, preservando el pensamiento de Francisco
Mosquera. Las apreciaciones sobre la tendencia hacia la liberalización
del Partido se han confirmando. Pruebas tenemos a porrillo. Mencionemos
algunas: la desviación de la lucha contra la oligarquía vendepatria
encarnada en Samper, las posiciones frente al llamado "narcomico",
así como el querer poner por encima de la lucha del proletariado
los problemas derivados del proceso 8.000. Lo anterior los llevó
a tomar partido por el gobierno, tras una supuesta defensa de la soberanía
nacional. De esa manera promovieron una serie de actos contra la injerencia
del "Virrey Frechette", así como de ciertos paros que,
sospechosamente, terminaban ayudándole a Samper en los momentos más
cruciales de su período. Por otra parte, embebidos en el cretinismo
parlamentario, los dos bandos principales, convencidos de que contaban con
los votos suficientes para coronar sus aspiraciones, lanzaron sus propias
listas para Senado. Los resultados adversos determinaron el enfrentamiento
en que se hallan.
Nuestro rechazo al ejecutivo del MOIR nunca tuvo como base el ataque a una
persona determinada. Denunciamos una posición antimosquerista que
a ojos vista se robustecía dentro del Partido y que ahora, cuatro
años después ha quedado completamente al descubierto. Su posición
conciliadora con Samper antes de que éste aceptara abiertamente las
imposiciones de los gringos en lo que se refiere al control del narcotráfico,
les impidieron orientar correctamente las luchas de las masas contra la
apertura como la principal arma que esgrime el imperialismo para
colonizar económicamente a los países latinoamericanos.
Desde la aparición en diciembre de 1972 del editorial de Tribuna
Roja titulado Unidad y combate, para los militantes del MOIR no quedaban
dudas sobre la necesidad de propugnar por la unidad del mayor número
de fuerzas políticas para enfrentar a los enemigos fundamentales
del pueblo colombiano. Pero una cosa completamente distinta es renunciar
a los principios en aras de sumar efectivos. Y más aún cuando
la nueva dirección termina a la cola de un régimen que pasará
a la historia, fuera de lacayo y antipopular, como el que llevó a
su máxima expresión la corrupción y el abuso del poder
para sus conveniencias personales, incluyendo, claro está, la absolución
obtenida en la Cámara.
Es triste tener que decirlo, pero el MOIR termina despedazándose
por ambiciones electorales. Eso es lo menos que se puede concluir al mirar
los dos comunicados aparecidos recientemente, uno firmado por el Secretario
General y otro difundido por tres de los miembros del Comité Ejecutivo.
Ambos parten del mismo análisis erróneo de la situación
nacional y al indicar que la táctica primordial de la política
norteamericana gira alrededor de la droga, terminan considerando a Horacio
Serpa, aunque con diferente énfasis, como una posibilidad nacionalista
ante la candidatura de Pastrana.
El camino por recorrer es largo y tortuoso. Mosquera afirmaba que si el
Partido no se capacitaba y estudiaba durante los períodos de calma
que se presentan en el proceso histórico, tampoco sabría pasar
al frente de la batalla en los momentos de auge revolucionario. La lucha
que nos espera es bastante ardua y únicamente avanzaremos en la brega
por el bien de nuestra patria y de su pueblo con dedicación, grandes
sacrificios y espíritu proletario. Como acertadamente lo decía
Mosquera en su editorial Somos los fogoneros de la revolución: “El
nacimiento de la nueva sociedad será un alumbramiento doloroso y
sus primeros vagidos convulsionarán a la América entera. Como
bomberos del proceso actuarán el imperialismo, la reacción
y el oportunismo. A nosotros nos corresponde el deber de fogoneros de la
revolución. La consigna de la hora es prepararnos para tan excepcional
oportunidad histórica”.
Sólo la conjunción de todas las fuerzas políticas y
sociales distintas al imperialismo y sus lacayos, es decir, un frente conformado
por obreros, campesinos, productores nacionales, profesionales, estudiantes
y demás sectores democráticos, mediante una decidida resistencia
civil, impedirá la consolidación de la nefasta política
de la apertura y todo lo que ella significa, explotación
y miseria para el pueblo, desmembramiento y saqueo de la República.
COMITE POR LA DEFENSA DEL PENSAMIENTO FRANCISCO MOSQUERA
Noviembre 14 de 1998