Luego de ser fundada en 1964, la Organización
para la Liberación de Palestina, OLP, tuvo que esperar diez
años antes de que los mismos árabes la reconocieran.
En 1969, Yasser Arafat fue elegido presidente como jefe del grupo
más numeroso, al Fatah, que significa victoria.
A raíz de la invasión israelita al Líbano en
Junio de 1982, sus fuerzas se replegaron a diferentes destinos;
Túnez, Yemen del Sur, Argelia, Jordania, Irak, Grecia, Chipre
y la lejana Sudán. De Jordania ya habían sido expulsados
en 1971, luego de una cruenta guerra civil. Antes, desde 1948, habían
comenzado a deambular por el mundo, incluida la familia de Arafat.
Era la diáspora del pueblo palestino.
En la agresión al Líbano, el jefe palestino queda
aprisionado en la parte occidental de Beirut, cuartel general de
la OLP y sitio de los mayores campos de refugiados. Los israelitas
atacan con 1.600 tanques, centenares de obuses, aviones de combate
y fuerza naval. Arafat llega con un ejército a Beirut, pero
sale sin él. Al final, las pérdidas de su armamento
son enormes: 516 cañones, 144 blindados, 4.000 toneladas
de municiones, 359 equipos de telecomunicación militar y
decenas de depósitos de armas.
Semanas de arduas negociaciones transcurren en medio del humo de
la contienda. Los contactos se pierden con los ataques israelitas.
A cada proclama de paz de la OLP, del gobierno libanés e
incluso a las propuestas de Estados Unidos, Israel responde con
un bombardeo. El ejército de Jerusalén sitia la zona,
corta la electricidad, impide la entrada de alimentos, medicinas,
combustibles. Una repulsa mundial se levanta contra la carnicería.
Por primera vez en tiempos de guerra se muestra el agrietamiento
interno en el mando israelita; renuncian altos jerarcas militares
porque no se hacen cargo del asalto de Beirut occidental. En Tel
Aviv se lleva a cabo la más grande manifestación contra
la guerra, con la concurrencia de 80 mil personas el 25 de julio
de 1983.
Frente a la invasión, Estados Unidos adoptan un tono neutral
mientras que Francia, Italia y la misma Inglaterra coadyuvan a la
salida de las tropas de Arafat; sólo la Unión Soviética
y Siria se oponen a la retirada. Esta última mantenía
en Líbano una fuerza de ocupación desde 1976 y, aunque
abogaba por el desalojo de los judíos, se abstenía
de ejecutar el suyo.
Arafat, antiguo presidente de la Unión de Estudiantes Palestinos,
quien renunciara públicamente al terrorismo, denuncia entonces
a la Unión Soviética y, en una clara maniobra para
dividirla, la prosoviética Siria da refugio al segundo hombre
de la OLP. La ruptura con la URSS no se hizo esperar. El régimen
de Moscú precisaba de cipayos. Pero era Arafat quien levantaba
la bandera de la dignidad y la independencia nacionales, como su
más preciada conquista.
con las negociaciones tendientes a desarrollar la conciliación
en cada uno de los aspectos previstos. Por primera vez la Jerusalén
judía reconoció a la QLP como representante del pueblo
palestino. Arafat ya había admitido públicamente ante
la ONU, en 1988, el derecho de Israel a existir.
El resultado más tangible del pacto consiste en la aceptación
de unas autonomías palestinas en la franja de Gaza, sobre el
Mediterráneo, y en el área de Jericó, sobre la
margen occidental del río Jordán, a partir del próximo
13 de enero. Para su cumplimiento se estipula como plazo máximo
el 13 de julio; con el objeto de efectuar elecciones en estos perímetros
en procura de conformar un Consejo Palestino. Especie de administración
proyectada para un período transitorio de cinco años,
y tras la mira de propiciar la independencia de los territorios sometidos.
Dicho organismo tendrá a su cargo lo relacionado con educación,
salud, impuestos directos, turismo, asuntos sociales y policivos. Un
arreglo complementario especificará los alcances del Consejo
respecto a su autoridad ejecutiva, legislativa y judicial, pero no podrá
atender las relaciones internacionales ni instituir un ejército;
y los destacamentos israelíes continuarán protegiendo
los asentamientos judíos en Gaza. Paralelamente se establecerá
un Comité de Vinculación Palestino-Israelí y otro
de Cooperación Económica para estudiar el montaje de redes
de aguas, electricidad, energía, finanzas, transporte, comunicaciones
y comercio. El último se encargará también del
fomento de las regiones con asistencia internacional. Para el 13 de
abril de 1994 se contempla el retiro de las tropas invasoras de las
localidades materia del convenio.
Hay que recordar que Israel se apoderó de estas zonas en la Guerra
de los Seis Días de 1967. Si se concreta el acuerdo, Palestina
volverá por lo menos a registrarse en el mapa mundial. En 1947
sus habitantes, expulsados por las autoridades del Estado Judío
en cierne -su fundación data del 14 de mayo de 1948-, fueron
convertidos en refugiados en las naciones vecinas, y sus aldeas arrasadas.
El país desapareció. Aunque las extensiones actualmente
asignadas resultan muy reducidas para albergar a los cinco millones
de desterrados, la fórmula les permitirá un reagrupamiento
inicial. Pero la cuestión candente de la creación de un
Estado, lo cual representa el anhelo más sentido del pueblo palestino,
quedó postergada.
Suscribieron el acuerdo Mahmud Abbas, jefe de Relaciones Internacionales
de la OLP, y Shimon Peres, canciller israelí, después
de casi dos años de estire y encoge en busca de una solución.
Varios expresidentes norteamericanos avalaron con su presencia los compromisos,
amén de un sinnúmero de delegados de distintas naciones,
incluida Rusia. Todo armisticio se realiza entre adversarios y se sobreentiende
que ha de favorecer a los bandos involucrados. En este caso, los Estados
Unidos e Israel, de un lado y, del otro, los árabes y el pueblo
palestino.
Antes de culminar las negociaciones, Arafat fue cuidadoso en visitar
a la mayoría de gobernantes de los Estados árabes, con
la finalidad de obtener su consentimiento a los ajustes con que habrían
de limarse las asperezas. Lo firmado representa tres logros para el
pueblo palestino. Primero, la posibilidad de crear un Estado propio
en un futuro no muy lejano. Segundo, el reconocimiento de la OLP por
parte de Israel, cuyos cabecillas se vieron obligados a concederle la
autonomía en las porciones de Gaza y Jericó; además
el tratado les otorga a los habitantes de Jerusalén oriental
la prerrogativa de elegir y ser elegidos en las mencionadas juntas administrativas.
Tercero, la forma como se condujo el conflicto ha permitido estrechar
los nexos entre los pueblos árabes, en especial entre los que
sufren en la actualidad los embates piráticos de los sionistas.
Israel tiene, en efecto, asuntos pendientes con Jordania, Líbano,
Siria, Irak y otros Estados árabes, a los cuales lesiona de diversa
manera, desde contraer sus espacios vitales obstaculizar sus salidas
al mar, hasta sustraerles el agua. Ammán, por ejemplo, lleva
22 meses discutiendo estos asuntos con los mandatarios de Jerusalén.
Con la firma del convenio Washington procura sofocar las llamas de la
rebeldía de los hijos de Alá, que amenazan no sólo
la estabilidad, sino los intereses pecuniarios de su sojuzgación.
Por ellos desató la Guerra del Golfo, tras haberse transformado
de nuevo en la única superpotencia; y venía presionando
a Israel para llegar a una salida negociada y mejorar las relaciones
con el mundo árabe.
En cuanto a los judíos, el compromiso contribuye a atenuar las
tensiones. El primer ministro Yitzhak Rabin, que había propuesto
la paz en su programa durante las elecciones del año pasado,
se impuso a su contrincante Yitzhak Shamir, del Likud. Vale la pena
anotar que la ocupación de la superpoblada franja de Gaza se
había convertido en un dolor de cabeza para el gobierno hebreo.
Así, retrocede un poco con el fin de avanzar algo.
Arafat no perdió de vista el complicado rompecabezas del Medio
Oriente. Recorrió varios de sus Estados y puntualizó que
la paz debería ser global o no sería nada. Estos países
se encuentran interesados en resolver no sólo las controversias
sobre los refugiados, sino en desarrollar planes de electrificación,
red de transporte, canalización de aguas, telefonía...,
todo lo cual integraría la región. Tales proyectos requerirán
de la asistencia internacional, sin excluir lo que le corresponda a
Israel. El acercamiento palestino-israelí puede contribuir a
desbrozar estas dificultades.
El jefe de la OLP sostuvo dos cruciales reuniones con sus efectivos,
antes de llegar a Washington. Una, en pos de convencer a su organización,
Al Fatah, para que firmara el acuerdo, lo cual consiguió el 4
de septiembre. Luego deliberó con el Comité Ejecutivo
de la OLP, en donde sus contradictores lo señalaron como un dirigente
impulsivo que llevaba a cabo tratos secretos. De entrada, se salieron
cuatro miembros de los dieciocho que conformaban el Comité y
dos no participaron. Al final, la sesión aprobó la propuesta
con nueve votos a favor y tres en contra. Nada expedita se mostró
la senda. Las conversaciones de Oslo habían levantado ampollas
en las toldas israelíes y palestinas, pues no trascendían
públicamente. Se trataba nada menos que de la redacción
definitiva de las cláusulas de la transacción que incluirían
el mutuo reconocimiento.
Entre las dos reuniones arriba referidas, Abu Amar -nombre de combate
de Arafat- visitó al gobernante de Omán, el sultán
Qaboos, con el fin de recoger las corrientes moderadas de los árabes
y darle dimensión al diálogo político que había
iniciado con Israel. Dicho encuentro, después del desembarco
estadinense en la península arábiga, fue el primero de
un líder del Golfo Pérsico con Arafat quien, de forma
valiente, casi solitario, había secundado a Irak en la "madre
de todas las batallas". Sobrevino una avalancha de apoyo. Omán,
Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Bahrein y los Emiratos Arabes Unidos
respaldaron las decisiones de la OLP e Israel. Egipto, Argelia, Jordania
y Túnez también las vieron con buenos ojos. Siria se abstuvo,
en tanto que Irak, Libia y Sudán, al igual que Irán, se
opusieron.
La comunidad palestina necesitará ahora de una amplia ayuda financiera
externa para evolucionar en el terreno conquistado merced a la aplicación
de los puntos convenidos. Como producto del colonialismo israelí,
de más de dos décadas, los territorios ocupados se encuentran
en precarias condiciones y carecen de la infraestructura y servicios
básicos que les permitan un razonable beneficio económico.
He ahí la síntesis de las actuaciones y de los deseos,
explícitos e implícitos, de los firmantes; pero a lo mejor,
únicamente han propiciado otras condiciones para la continuación
de la guerra.