El fogonero

Resistencia civil:

paradigma de su existencia

Alberto Zalamea


*Secretario General de El Tiempo, 1958. Director de Semana, 1958 - 1960. Fundador y director del diario y semanario La Nueva Prensa, 1960 - 1966. Director de la revista Cromos, 1992 - 1996. Autor de la biografía de Gaitán. Embajador en Costa de Marfil, Venezuela e Italia y representante ante la FAO. Representante a la Cámara por el Frente Popular, Concejal de Bogotá.
Actual comentarista en Radio Santa Fé y propietario del periódico electrónico de Alberto Zalamea. Director del Diplomado prensa y cultura de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Conocí a Pacho Mosquera hacia finales de los años sesentas. Años terribles en el mundo entero y especialmente en nuestra Colombia. Años de confusión, presididos por la anarquía intelectual y la voracidad materialista que dominaban el escenario histórico de aquellos momentos. Me lo presentó un amigo de entonces, devorado luego por la pasión y hoy alejado de toda preocupación ideológica.
Transcurridos más de treinta años de los acontecimientos de aquellos días, tengo fresca en la memoria el aura que lo rodeaba, la presencia física de un líder. El que estábamos necesitando los diversos grupos que en Colombia se dividían a la búsqueda de la verdad perdida, una especie de Santo Grial de la juventud, intuido a raíz de los levantamientos de mayo del 68 impulsados por las universidades de Nantes, París y Berkeley. Los que no vivieron la ebullición intelectual de aquellas jornadas no pueden imaginar el entusiasmo vital que embargaba a los jóvenes de la época.
Nuestro común amigo de entonces, hoy desaparecido en los pequeños vericuetos de la historia, me amenazó: -Voy a traerte un tipo fenomenal. El jefe de la línea Mao.
El anuncio me dejó de una pieza: ¡Qué vamos a hacer con otro violento! Ni Camilo ni los de la Nacional han querido entender que no estamos en Vietnam y que el camino no es el de la violencia. . .
-No, éste es otra cosa.
Convinimos una pronta entrevista. El MOIR quería abrirse y el Frente Popular podía ser un instrumento viable para esa apertura. Ya los grupos inconformes habían sido estigmatizados por los voceros del establecimiento y condenados al silencio. El silencio, esa muerte ideológica, esa desaparición civil que obligaba al suicidio en el monte, constituía el arma más efectiva contra el inconformismo nacional. El MOIR no quería aceptar esa agonía. Luchaba entonces por una política de alianzas. La primera con el Frente Popular. La capacidad de agitación de nuestro grupo, pequeño pero entusiasta, había impresionado en alguna forma a Mosquera. De ahí su solicitud de hablar, dialogar y seguir conversando. Era un dialéctico de primera magnitud, equiparable a Alzate y a Gaitán por la capacidad oratoria, convencía por el conocimiento de los temas, así fueran económicos, políticos, históricos o científicos, y lo que aquellos dos conductores populares, de derecha o izquierda, no alcanzaban a transmitir en los recintos universitarios, lo lograba Mosquera con la chispa de su inteligencia siempre alerta. Cuando pidió a los universitarios del MOIR abandonar las aulas para consagrarse por entero a la prédica revolucionaria, la réplica estudiantil fue inmediata. ¿Cuál otro habría encontrado semejante respuesta?
Hombre a carta cabal, sus seguidores creían en él no sólo por sus tesis sino por su honestidad intelectual a toda prueba.
Teórico, hombre de ideas, sus análisis del pasado y sus proyecciones sobre el futuro, lo mantienen en la actualidad diaria. Aunque algunas de sus concepciones no tengan hoy vigencia total, toda su acción y muchas de sus intuiciones políticas llevan indefectiblemente a la definición de un movimiento y luego de un partido capaces de desarrollar una teoría nacional aplicable al futuro de la revolución colombiana. Para ello, Mosquera diseña un programa dedicado a fortalecer todo esfuerzo capaz de llevar a la definitiva organización política del sindicalismo.
Para Mosquera es claro que" la vía electoral no conduce al poder" y que "quienes dominan la maquinaria del Estado dominan los escrutinios", Hay que intervenir, sin embargo, en esa lucha con dos tareas principales: construir la Central Obrera Unificada y el Frente Electoral de Izquierda. Sobre estas bases se configura la alianza con el Frente Popular.
Ante la violencia y el terrorismo que proliferan por aquellos tiempos, Mosquera se levanta con palabras ejemplares "contra esa política que consiste en combinar las acciones terroristas, el chantaje, la extorsión y el secuestro con el reformismo, el cretinismo parlamentario y la conciliación con los gobiernos de turno..." Esa política purificadora y emblemática convierte al MOIR en blanco principal de una serie de ataques físicos. Mosquera no se deja arredrar y sigue en su visionaria y clarividente línea de combate ideológico. Al desaparecer en 1994, Mosquera tiene listo un nuevo libro. Su título reitera lo que ha sido su paradigmática existencia: Resistencia civil.

 

 

 
 
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