El fogonero

 

 

Francisco Mosquera

21 autores en busca de un personaje

 

 

Índice

 

I - Introducción Ramiro Rojas

II - Prólogo Ramiro Rojas

III - Unámonos en la defensa de la nación Ramiro Rojas

IV - El triunfo será de Pacho y nadie más Francisco Mosquera Gómez

V - Libro póstumo de Francisco Mosquera Juan Leonel Giraldo

VI - Enfrentemos al imperialismo en apoyo al pueblo serbio Ramiro Rojas

VII - Soneto a Myriam Francisco Mosquera

VIII - Quienes lo conocieron nunca lo olvidarán Alberto Zalamea

IX - Hombre de luz y de batalla Jaime Piedrahita Cardona

X - Una alianza de varios años Consuelo de Montejo

XI - Cuánta falta hace hoy un líder como Pacho José Fernando Isaza

XII - Entre cañaduzales nos relata el origen del MOEC Oscar Rivera

XIII - No hay otro camino Hernán Taborda

XIV- Para resaltar: su calor humano Eliécer Benavides

XV - Los pies descalzos, tarea de gigantes Pedro Contreras

XVI - Recuerdos de un descalzo Jaime Obregón

XVII - Evocación de Pacho Mosquera Alba Lucía Orozco

XVIII - Lo que más me marcó: su claridad Fernando Wills

XIX - Al conocerlo entendí por qué lo seguían Herman Redondo Gómez

XX - El amigo, quien me ayudó a caminar la vida José María Gómez

XXI - La burguesía reconocerá que él tuvo la razón Orlando Ambrad

XXII - Una aventura intelectual permanente Ricardo Camacho

XXIII - Su verbo y sus ideas me cautivaron Esteban Navajas

XXIV - Perenne ejemplo de un revolucionario y un pensador universal Orlando Acosta

XXV - Acerca del estilo de Francisco Mosquera Gabriel Mejía

XXVI - Un Lenin de América Juan Leonel Giraldo

XXVII - Resistencia Civil: paradigma de su existencia Alberto Zalamea

 

 

 

I

INTRODUCCIÓN

 

El 1º de agosto de 1999 salió a la luz pública la edición No. 3 de El Fogonero, en conmemoración del quinto aniversario de la muerte de Francisco Mosquera. Allí aparecieron algunas semblanzas escritas por Alberto Zalamea, Jaime Piedrahíta Cardona, Juan Leonel Giraldo y por el padre de Pacho, don Francisco Mosquera Gómez. Asimismo, se incluyó el poema a Myriam, dedicado por Mosquera a quien fuera su compañera durante los últimos años de su vida.
El Comité por la Defensa del Pensamiento Francisco Mosquera y el Instituto Francisco Mosquera, en su afán por divulgar las ideas de este preclaro marxista colombiano, creyó conveniente no sólo recoger estos valiosos materiales en un libro sino ampliar el número de los autores. Obviamente no aparecen en este volumen todas aquellas personas que pueden o quieren decir algo sobre Mosquera. También sabemos que alguno se sentirá motivado, tal vez desde otro punto de vista, a expresar sus conceptos sobre nuestro maestro, y a alguien más lo impulsará el deseo de refutar o aclarar lo aquí dicho. De todas maneras, sea bienvenido el debate y todo cuanto se publique al respecto, pues estamos convencidos de que las ideas y los planteamientos de Mosquera continúan dando respuesta al cúmulo de inquietudes que hoy día abruman al pueblo colombiano y que su difusión sólo bienes reportará a nuestra patria y a su pueblo.
Excepto el Secretario General del Comité y el Director del Instituto, ninguno de los autores pertenece a alguno de los grupos en los cuales se escindió el MOIR. Son personalidades de reconocida presencia en los diferentes ámbitos de la vida pública de Colombia, políticos, empresarios, escritores, científicos, artistas, que muy amablemente respondieron a nuestra solicitud de rendirle un homenaje a Mosquera. Todos lo conocieron y por lo manifestado en estos opúsculos, valoran de forma apreciable al hombre, al pensador y al político.
El libro, pues, se inicia con la reproducción del texto completo de El Fogonero, donde, además de la remembranza escrita por el padre de Pacho, figuran las de quienes fueron sus grandes aliados: Alberto Zalamea y Jaime Piedrahíta Cardona. Se completa este aspecto fundamental en la vida de Mosquera, con la presencia de Consuelo de Montejo y con la apreciación de José Fernando Isaza, hombre de empresa, quien sin ser militante, alcanzó a vislumbrar la importancia del fundador y jefe máximo del MOIR.
Dado el carácter de los artículos, donde cada autor recorre varias facetas de Mosquera, ha sido imposible dar una secuencia estricta tanto temática como cronológica. Sin embargo, se trató de agrupar, hasta donde fue posible, el material alrededor de estos esquemas. Hemos puesto a continuación, por lo tanto, el relato de Oscar Rivera que evoca los orígenes del MOEC, movimiento del cual surge el Partido de Mosquera y los recuerdos de dos obreros, Hernán de Jesús Taborda y Eliécer Benavides, quienes jugaron un papel preponderante en la gesta de su construcción.
A renglón seguido vienen los materiales de Pedro Contreras Rivera y Jaime Obregón, quienes nos descubren la hazaña de “los pies descalzos”.
Continuamos con quienes lo acompañaron durante algún tramo importante de su vida y nos muestran a un Pacho ya humano ya político, estiman sus enseñanzas y valoran la vigencia de su pensamiento: Alba Lucía Orozco, Fernando Wills, Herman Redondo, Pepe Gómez y Orlando Ambrad.
De la misma manera se recogen los comentarios de dos conocidas figuras del teatro, Ricardo Camacho y Esteban Navajas, quienes nos aproximan a la concepción de Mosquera sobre el arte, mientras que el científico Orlando Acosta lo hace sobre las inquietudes filosóficas y Gabriel Mejía explora el terreno del estilo.
Para terminar hemos dejado a los dos autores que repiten: Juan Leonel Giraldo y Alberto Zalamea, y que creemos rematan lujosamente esta labor que da un paso más en el conocimiento de Francisco Mosquera, el revolucionario del cual hay todavía mucho que decir y mucho que aprender.
Valga la oportunidad para agradecer a todos aquellos que han aportado ya económicamente o ya en la consecución y corrección de los materiales, labores sin las cuales hubiera sido imposible sacar adelante esta tarea.
No queremos terminar sin antes reconocer que nos hubiera gustado sobremanera contar aquí con los recuerdos del campesino y pescador de Canaletal en el Sur de Bolívar, de Emilio Troncoso, el hombre que le guardó fidelidad al pensamiento de Mosquera hasta que la muerte se lo llevó un día del mes de marzo del presente año.
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II

PRÓLOGO

 

Al presentar este libro sobre Francisco Mosquera es necesario referimos a la situación que vive nuestro país, pues precisamente toda su energía, su capacidad intelectual y su extenso conocimiento los puso al servicio de su patria y de su pueblo. Desde muy joven se empeñó en allanar el camino que deben seguir los oprimidos para librarse del yugo que por más de un siglo ha impuesto el imperialismo y la gran oligarquía vendepatria. Comprende que para lograr su objetivo debe profundizar en el marxismo, la concepción del mundo sin la cual no es posible que el proletariado alcance su máximo anhelo: acabar con la explotación de unas clases por otras, punto de partida para desterrar la miseria y cuantos males agobian a las naciones atrasadas del orbe.
En los años recientes, al hablar sobre Colombia, se ha vuelto un lugar común definirla como una de las naciones más violentas y más corruptas del planeta, al mismo tiempo que se encuentra atravesando la más profunda crisis económica, política y social de toda su historia. Mosquera, más que nadie, indagó sobre las causas y los efectos de todas estas calamidades, tratando de encontrar las soluciones apropiadas. Desde que en 1961 anunció la firme voluntad de consagrar su vida a la revolución colombiana hasta el momento de su muerte, en 1994, todos sus empeños se dirigieron a realizar esta magna tarea. Hoy contamos con un extenso legado que es preciso ponerlo al servicio de las masas pero, en especial, debemos insistir en hacer realidad las dos herramientas fundamentales sin las cuales es imposible alcanzar la redención de nuestra patria: el partido del proletariado y el frente único que aglutine a la inmensa mayoría de la población contra los causantes de los males que padecemos.
Después de regresar de Cuba, e imbuido de las teorías de Marx, Lenin y Mao, aclara que para conducir correctamente al pueblo en su proceso revolucionario es indispensable la existencia de un partido que represente los intereses de los que nada poseen y que a la vez se diferencie radicalmente tanto de la extrema izquierda como de la corriente mamerta, caracterizada esta última por sus continuas traiciones al proletariado y su invariable tendencia a cerrar filas con los liberales. Rompe, pues, con el foquismo predominante debido a la interpretación mecánica del triunfo de Castro en Cuba y da a conocer, el 1 de octubre de 1965, el documento Hagamos del MOEC un verdadero partido marxista leninista. Se radica en Medellín y acompañado de un reducido número de compañeros inicia la construcción de la organización partidista en el seno de las huestes obreras, meta que logra culminar en el pleno de Cachipay, cinco años más tarde, en la misma fecha del 1 de octubre, con la aprobación del programa y los estatutos del Partido del Trabajo de Colombia.

Tras una amplia y profunda investigación que interpreta cabalmente la realidad política y económica del país y de sus clases sociales, Mosquera, con el apoyo y la colaboración de los militantes, elabora el programa, el cual comprende la estrategia que se ha de seguir a través de la larga etapa de la revolución de nueva democracia. Allí quedan consignados los objetivos por alcanzar, los cuales, si bien en un principio no corresponden a reivindicaciones estrictamente socialistas, puesto que así lo determina el atraso de las fuerzas productivas y la presencia subyugante del imperialismo en los destinos de Colombia, sí crea las bases sobre las cuales se puede levantar una nación democrática y próspera que ofrezca mejores oportunidades a las clases mayoritarias, en su indeclinable marcha hacia el socialismo.
Superadas las dificultades que representó la ruptura definitiva con el militarismo en boga y con las posiciones de extrema izquierda, y una vez consolidada la concepción proletaria, Mosquera vuelca el Partido al campo con la política de pies descalzos. Decenas de cuadros calificados se riegan por el territorio nacional para hacer realidad la alianza entre las dos principales fuerzas antiimperialistas y revolucionarias, los obreros y los campesinos, base fundamental en la formación del frente único, el cual abarca a las demás clases y capas oprimidas de la población, a la pequeña burguesía, a los intelectuales y a los artistas, e inclusive a la burguesía nacional, a sectores democráticos del clero y del ejército y, en fin, a todos aquellos que quieran comprometerse con la salvación de Colombia.
Asimismo, lanza al MOIR a la conquista de las masas utilizando correctamente las elecciones como el medio para divulgar ampliamente el mensaje revolucionario de nuestro programa. Y nadie más indicado para abrirle las puertas y llevar de la mano a los inexpertos militantes en este nuevo quehacer, que el reconocido dirigente de izquierda y defensor de los trabajadores y de los desposeídos, Alberto Zalamea, jefe máximo del Frente Popular. Poco después impulsa, dentro de la Unión Nacional de Oposición, UNO, el gran frente electoral de izquierda y la conformación de una central obrera unificada.
De esta manera inicia ese proceso de enriquecer la senda de las alianzas con las fuerzas democráticas y patrióticas más significativas del mundo político nacional y que incluyeron al Movimiento Amplio Colombiano, MAC, de Gilberto Zapata Isaza, Jorge Regueros Peralta y Margoth Uribe de Camargo, alianza que poco después se consolida con la Anapo dirigida por José Jaramillo Giraldo y Jaime Piedrahíta Cardona alrededor del Frente por la Unidad del Pueblo, Fup, y con el cual se recorre una fructífera etapa de la historia revolucionaria del país. Luego viene el Movimiento Independiente Liberal de Consuelo de Montejo y, más tarde, aglutina a vertientes liberales de oposición al régimen de turno y que levantaron banderas por la salvación nacional y a favor de los intereses populares como William Jaramillo Gómez, Carlos Holmes Trujillo, Alfonso López Caballero y Juan Martín Caicedo Ferrer, proceso que alcanza su máxima expresión en 1990 cuando el MOIR decide apoyar la candidatura presidencial de Hemando Durán Dussán. Pese a que para esta época se presenta un cambio estratégico en la situación mundial ante la desaparición del socialimperialismo soviético, para los pueblos del Tercer Mundo “el horizonte continúa encapotado”, dice Mosquera, y aprovecha la ocasión para profundizar en los principios que ha venido trazando como puntos sobre los cuales debe estructurarse la lucha por la soberanía de la república, la autodeterminación, el progreso, la democracia y la unidad.
También Mosquera atrajo a numerosos artistas e intelectuales, entre los cuales vale destacar a la pintora Clemencia Lucena, a los escritores Jairo Aníbal Niño y Esteban Navajas, al conjunto El Son del Pueblo y al elenco del Teatro Libre con su director Ricardo Camacho al frente. Otros muchos profesionales, hombres de empresa y políticos, en uno u otro momento, se acercaron a Mosquera. A muchos los conoce el país político, otros descuellan en sus respectivos campos de acción, pero de la inmensa mayoría de ellos se puede afirmar que reconocieron la inquebrantable convicción democrática que lo animaba. Algunos de los testimonios que recogemos en estas páginas así lo confirman.
Se constituyeron pues, éstos, en los primeros pasos, tanto en la elaboración teórica como en la realización práctica, de ese largo proceso de conformación del frente único que ha de aglutinar a más del 90 por ciento de los colombianos y cuyo objetivo final es empeñarse en la construcción de un país cuyo destino se determine soberanamente y siente las bases materiales que garanticen el desarrollo y la prosperidad mientras se logra el máximo anhelo del pueblo, el socialismo. Cuando esto suceda, los problemas fundamentales de las masas comenzarán a resolverse. Entre tanto, el desempleo, la carencia de vivienda, la imposibilidad de acceder a los servicios de la salud, la falta de educación y de recreación, continuarán agobiando a las familias colombianas.
A mediados del decenio de los ochentas, Mosquera insiste en la urgencia de buscar la unión como único camino para salvar a Colombia de la debacle que se cernía, poniendo a consideración de todas las colectividades democráticas cuatro puntos que compendian todo un programa de redención y avance del país. Los temas propuestos, enriquecidos con el desarrollo de los acontecimientos económicos y políticos, hoy más que nunca tienen aplicación a la cruda realidad que vivimos. No podemos, pues, pasar por alto su enunciación en estos momentos y en este libro que trata de recordar a quien puede considerarse sin lugar a dudas el gran impulsador de la unión de todos los colombianos para defender los intereses patrios.

El primer punto tiene que ver con la obtención de la soberanía. Atribuir al imperialismo norteamericano todos los males que sufre Colombia no es una simple frase. Desde el momento en que empieza a consolidarse el capital financiero, a fines del siglo XIX, el sometimiento de los mercados de los países atrasados al capital y a las mercancías de los poderosos trusts se constituye en el yugo supremo. Nuestra historia está plagada de sucesos que así lo confirman, desde la separación de Panamá, pasando por el saqueo del petróleo, el oro, el carbón y demás recursos naturales, hasta culminar con la imposición de la apertura. Las leyes económicas que rigen las relaciones entre las naciones están determinadas por el poder de los conglomerados y por lo tanto la presencia en la legislación financiera, la injerencia en las instituciones y hasta en las cartas constitucionales son el pan de cada día, y eso sin descartar la utilización de hechos violentos y de las intervenciones armadas en territorios ajenos cuando ello se hace indispensable. De todo lo anterior se concluye que la obtención de ese máximo objetivo de la soberanía, no es posible si antes no se soluciona el problema de la dependencia económica sobre la cual se funda la explotación del capital imperialista.
El segundo enunciado, por lo tanto, se refiere al llamado a luchar por impulsar una producción independiente que consolide la base material y responda a la arremetida que sufren los empresarios del país por parte de los monopolios extranjeros.

La integración económica, es decir, la eliminación de cualquier obstáculo a la libre circulación de las mercancías y del capital, ese viejo anhelo de Estados Unidos de conformar un solo mercado desde Alaska hasta la Tierra del Fuego y que desde la década de los años cincuentas venía impulsando por diferentes modalidades, llámese Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, Alalc, o ya por medio de las integraciones subregionales, como el Pacto Andino, lo logra ahora por el más simple de los expedientes: la apertura. Impuesta esta nueva recolonización económica, el incremento del desempleo a niveles verdaderamente aterradores, el deterioro de los salarios y la pérdida de las prestaciones y demás conquistas laborales en el resto del continente eran inevitables. Mientras este atentado contra la nación y los trabajadores se terminaba de fraguar durante el cuatrienio de Samper, las directivas de las centrales obreras y algunos sectores de "izquierda" se empecinaban en diferenciar tan nefasto mandato del de Gaviria, brindándole el mayor respaldo que régimen alguno haya recibido de quienes se dicen representar al proletariado. Con esta actitud lograron desorientar a las masas, desprestigiar los paros y las movilizaciones como mecanismos para defender los intereses del pueblo y terminaron consolidando la política neo liberal del imperio.
Las consecuencias que previó Mosquera se han cumplido. Una profunda recesión se apoderó del país, la agricultura y la ganadería, la industria e inclusive el comercio y las finanzas se derrumbaron; alrededor del cincuenta por ciento de la población económicamente activa se debate entre el desempleo y el rebusque; miles de familias acosadas por las tasas usurarias del UPAC perdieron sus viviendas, y los servicios de salud se hacen inalcanzables para el grueso de la población. Ni siquiera los grandes conglomerados económicos del país, Grupo Empresarial Antioqueño, Santo Domingo, Sarmiento Angulo y Ardila Lulle, salieron ilesos. El capital extranjero les ha ido arrebatando las grandes cadenas de almacenes, los bancos y las compañías de seguros. Se feria el patrimonio estatal y la prestación de aquellos servicios altamente rentables se le concede al capital privado con el argumento de terminar con las prácticas monopolistas, mejorar la eficiencia y democratizar el patrimonio. Pero ocurre todo lo contrario. Basta para ilustrar esto el caso de la telefonía celular, ejemplo que se extiende a todos los demás sectores. El capitalismo impone su ley, se marchita Telecom y quedan abiertas las puertas de par en par para que la Bell South monopolice el mercado.
El derrumbe de las barreras proteccionistas sólo favorece a los grandes monopolios internacionales, los cuales logran grandes economías de escala al evitar el montaje de pequeñas fábricas en cada uno de los países. La tan promocionada competencia no deja de ser una ilusión para los empresarios criollos, no sólo desconocedores del mercado mundial, sino, y lo más importante, sin recursos suficientes de capital y carentes por completo de los adelantos de la tecnología. La industria, la agricultura, el comercio y demás actividades quedaron expuestas a la voracidad de los pulpos foráneos y sólo pelechan quienes se someten a servir de simples maquiladores o meros intermediarios de las finanzas internacionales, alejando mucho más la tan ansiada soberanía económica.
La gran tragedia del desempleo que aqueja a las familias colombianas y que al presente rebasa las expectativas más pesimistas, superando por un año largo el indicador del 20 por ciento, no encontrará la solución en mesas de concertación ni con decretos o pidiéndole a los patronos que amplíen los cupos laborales indefinidamente hasta absorber el paro a costa de sus ingresos. Al respecto, Mosquera nos recordaba que el marxismo enseña que el desempleo, en una neocolonia atrasada y exprimida como la nuestra, corresponde a un mal crónico, el cual no podrá remediarse ni paliarse sin el rescate de la soberanía económica y la supresión del semifeudalismo y el capitalismo.
La miseria, pues, aumenta y la pretendida recuperación no dejará de ser una quimera. El mal está hecho y pese a que los índices de las actividades productivas puedan en un momento determinado mostrar tendencias positivas, el abismo en que cayeron fue de tal magnitud, que volver siquiera a los niveles de hace diez años requerirá algo más que tiempo. En realidad, la completa recuperación no será posible mientras el Estado no vuelva por sus fueros y tome el control y la dirección de los sectores claves de la economía, defienda la agricultura y la industria nacionales, garantice unas relaciones exteriores basadas en el respeto y el beneficio mutuo y vele porque la inversión extranjera cumpla con el objetivo de aportar positivamente a la productividad y al desarrollo tecnológico del país.

El tercer punto trata uno de los problemas más agudos de los que padece Colombia. Tiene que ver con la democracia, con el respeto a las normas y a los procedimientos, en fin, con las garantías que debe tener cualquier ciudadano u organización para poder desarrollar las actividades políticas, económicas o sindicales. Las clases dominantes siempre se han servido de la confusión normativa para afianzar su dictadura, pero la situación ahora para el pueblo es mucho más grave, puesto que además de no contar con casi ninguna garantía democrática, tiene que padecer la escalada de la violencia, con la que tanto la extrema derecha como la extrema izquierda pretenden imponer sus convicciones, convirtiéndose al mismo tiempo en el mayor obstáculo al ascenso de la lucha por la liberación nacional.
A los colombianos no sólo los han ido acostumbrando a que la "norma sea la falta de normas", sino que también les han ido cambiando los valores históricos, en una campaña orquestada precisamente a sembrar la anarquía, a desprestigiar las leyes e inclusive la Carta fundamental de la República para imponer la autoridad de la fuerza. Ejemplos a porrillo en la historia del país, como el cierre del congreso y el recurso del "legislador primario" para armar la constituyente de 1991, escalón imprescindible en los cambios que exigía el montaje de la apertura. Artimaña que pretende repetir Pastrana con su referendo, y que también nos recuerda el plebiscito invocado por Bolívar en 1828 para asumir la dictadura y desconocer la Constitución de 1821.
Tal vez una de las cosas que más requiere el país en estos momentos son reglas de juego definidas, normas que garanticen derechos y deberes iguales para todos. Así como los capitalistas nacionales o extranjeros exigen estabilidad y consistencia en los códigos que regulan sus inversiones y los tributos que deben pagar, para el proletariado tampoco es ajeno el imperio de la ley, pues sólo lejos de la anarquía puede desempeñar sus tareas en esta difícil etapa de nueva democracia y sus avances dependen en gran medida del respeto a sus derechos y a los pocos logros conquistados tras arduas batallas.
Valga la pena agregar una corta disquisición alrededor de Santander y Bolívar, tanto por lo que significa este punto de las normas y los procedimientos claros como por haber sido terna de las mayores inquietudes de Mosquera. En Colombia viene haciendo carrera una posición completamente antihistórica, que convierte a Bolívar en el adalid de las luchas antiimperialistas mientras hace jugar a Santander un papel vil, enrostrándole precisamente todo lo contrario de lo que significó para la república. El Bolívar posterior a la campaña libertadora, el del Congreso Anfictiónico de Panamá, el que aparece en las memorias de Bucaramanga mientras se realiza el Congreso de Ocaña, encarna la dictadura, la monarquía, todo lo opuesto a las ideas burguesas revolucionarias y progresistas de la época y que están compendiadas en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo dieciocho. De ninguna manera pueden enarbolarse sus expresiones contra esa gran nación en ese preciso momento histórico, revistiéndolas de antiimperialistas, pasando olímpicamente por alto la realidad y el hecho concreto de que el imperialismo solamente aparecería medio siglo después.
A Santander le correspondió construir nuestra nacionalidad, organizar la hacienda pública de un país pobre y atrasado con ingentes deudas contraídas durante el proceso libertador y para sostener la campaña de Bolívar y sus ejércitos en Ecuador, Perú y Bolivia; le dio ordenamiento jurídico, institucional y legal a la república y la dotó de una moderna y amplia red educativa con las concepciones más avanzadas de la época, ganándose por lo tanto las iras y los odios de los sectores más retardatarios de la sociedad y de la iglesia. Se enfrentó inclusive a Bolívar en Ocaña para darle una Constitución democrática burguesa a Colombia, ideas que en esa época sí representaban lo más revolucionario y avanzado de la humanidad. Contra este prohombre, han confabulado las más disímiles fuerzas para convertirlo en la representación de todo lo completamente opuesto, el paradigma del leguleyo, del tinterillo ventajoso y tramposo violador de las normas. Bolívar, después de haber maniobrado para disolver la Convención de Ocaña, donde se encontraban refundidas sus ambiciones, proclamó cínicamente el sofisma de que “el pueblo de Bogotá, viéndose en el conflicto de perder su libertad o sus leyes quiso más bien perder sus leyes que su libertad (..) este pueblo generoso ha querido que un pobre ciudadano se encargue del peso más abrumador (..) Un hombre que se pone sobre los demás, que debe juzgar de sus conciencias, de sus acciones, de sus bienes, de sus vidas...”. He aquí un sublime canto a la anarquía para impetrar la dictadura.
Pero volvamos a la Colombia de hoy. La violencia desatada en todo el territorio colombiano termina por agravar la precaria situación del pueblo. Hablar de 12.921 homicidios y más de 2.500 secuestrados, 166 de los cuales han muerto en manos de sus captores, la guerrilla y las autodefensas, produce verdaderamente escalofrío. La extorsión, el secuestro, los atentados contra pequeñas y aisladas poblaciones, donde la mayor parte de las víctimas son mujeres, ancianos y niños indefensos, o la voladura de torres de energía y oleoductos, la quema de tractomulas y otros bienes productivos, no pueden recibir el calificativo de actos de guerra ni dárseles la connotación de luchas del pueblo por su emancipación. Mucho menos cae dentro de la categoría de revolucionarios, hechos deplorables como el tener que contemplar, por televisión, a unas madres implorando inútilmente para que les den razón de sus pequeños hijos, o utilizar el dolor y los sentimientos humanos y naturales, de los familiares de un secuestrado gravemente enfermo, para presionar ventajas políticas. Más que logros de estrategia militar, toda esa barbarie viene creando un clima completamente adverso a los ideales proletarios.
Mosquera nos enseñó a detestar estas prácticas criminales. Repitamos la afirmación, en carta que le enviara a Hernando Santos Castillo, director de El Tiempo, el 26 de septiembre de 1990, con motivo del plagio de Francisco Santos Calderón. Decía en forma tajante: “Por configurar una de las fechorías más abominables, el secuestro, podíamos decir, ha sido repudiado en todas las latitudes. No hay causa, noble o vil, que lo justifique.”(1) Al igual que la violencia, las incongruencias en los intentos por lograr un clima de tranquilidad no han cambiado absolutamente en nada a lo vivido al finalizar el decenio de los ochentas. No me resisto a copiar el pensamiento de Mosquera al respecto, por su actualidad y por su profundo contenido aleccionador: “La «paz» pasó a ocupar el centro de las preocupaciones nacionales, una obsesión colectiva ante la cual se justificaba cualquier sacrificio, el que fuese, pero cuyo advenimiento se hizo depender de la transformación social. De ese modo se llegó al absurdo de supeditar una cuestión eminentemente política, de trámites expeditos, a los cambios económicos o estructurales que de por sí suponen definiciones a largo plazo. Cuando menos lo esperaba, Colombia cayó en la encerrona de tener que hacer la revolución o padecer la guerra civil; y a la revolución colombiana se la obligó a aceptar como métodos suyos los «delitos atroces» o sea el atentado personal, el secuestro y la extorsión”(2).
Terminemos este escabroso apartado señalando cuán necesario resulta recalcar que un auténtico revolucionario no puede echar en saco roto las sencillas enseñanzas de Mao Tsetung, de que debe vincularse a las masas sólo para servirles, que si bien el pueblo requiere grandes cambios no se le puede obligar a realizarlos contra su voluntad y mientras no sea consciente de su necesidad, que la arrogancia sólo produce el más profundo rechazo, en otras palabras, que la revolución sólo se podrá hacer cuando las multitudes así lo quieran.

El cuarto punto conlleva el compromiso de trabajar por el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo. Mucho más en estos tiempos, cuando la bancarrota de la economía, resultado indiscutible de la apertura, ha arrojado a los colombianos a niveles extremos de pobreza. La tragedia de las familias se multiplica: desempleo, pérdida de la vivienda, imposibilidad de acceder a los servicios de salud y a la educación, males que agrava la escalada de los impuestos y de las tarifas de los servicios públicos. Se requiere, pues, impedir la privatización de la educación y de las empresas de servicios públicos, insistir en que el Estado reasuma las responsabilidades de la seguridad social y, en general que vele por el bienestar de todos los colombianos.
Asimismo, se debe apoyar decididamente a la clase trabajadora en defensa de sus intereses. Quienes aún cuentan con un empleo, sufren la merma de sus salarios y cada vez les recortan más sus exiguas conquistas alcanzadas. La legislación laboral de los últimos tres gobiernos, especialmente la contenida en las leyes 50 de 1990, 60 y 100 de 1993 y 200 de 1995, y sus posteriores reglamentaciones, ha terminado por reducir a su mínima expresión las garantías de los asalariados, sin olvidar el atentado que se cierne con la pretendida reforma que impulsa un régimen corrupto y esquilmador, acosado por las imposiciones del Fondo Monetario Internacional.

El destino de Colombia depende en gran parte de qué objetivos se fijen y de cómo se orienten las batallas que se aproximan, ya en las contiendas electorales ya en las movilizaciones de las masas para exigir sus derechos. Ir en pos de la soberanía, de la defensa de la producción nacional, de mejores condiciones de vida, de derechos y deberes iguales para todos los ciudadanos y partidos políticos y en contra de los métodos violentos, son mojones en la tarea de unir a todos los colombianos por la salvación de la patria.
Para avanzar en ese gran objetivo, es necesario señalar a quienes detentan el poder en Colombia y sirven de puntales a la dominación imperialista. Cada vez esa tarea se va haciendo más fácil. Demostrar la vocación de lacayo del gobierno de Pastrana no exige grandes esfuerzos. Después del viaje del presidente de la Dirección Nacional Liberal y de su jefe Horacio Serpa a los Estados Unidos, donde se comprometieron a sacar adelante los principales programas del mandato pastranista, incluyendo el Plan Colombia, se esfuma cualquier esperanza que en un momento pudieron abrigar algunos sectores de “izquierda”, de que ese partido se constituiría en el “contradictor antagónico” del gobierno de Pastrana.
Quedan pues aquí expuestos, en forma rápida y apretada, los puntos propuestos por Mosquera a todos los colombianos que abriguen un verdadero sentimiento antiimperialista y quieran salvar la nación. Nuestra labor, por ahora, consiste en difundidos ampliamente.

Ramiro Rojas
Secretario General
Comité por la Defensa del Pensamiento Francisco Mosquera

1. Mosquera, Francisco. Resistencia civil, “No hay causa noble o vil que justifique el secuestro”. Pág. 253.
2. Mosquera, Francisco. Ibid. “La nación se salva si corrige sus errores”. Pág. 381.

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III

UNÁMONOS EN LA DEFENSA DE LA NACIÓN

PERSISTIENDO EN LA TAREA DE CONSTRUIR PARTIDO

 

Ramiro Rojas

Hace ya cinco años que nos dejó Francisco Mosquera Sánchez, el más grande marxista que ha dado el continente americano. Fundó y dirigió el partido del proletariado que luego, bajo el nombre de Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR, llenó las páginas de la historia revolucionaria de Colombia por muchos años. Sus aportes para desentrañar el carácter de la revolución en un país como Colombia, atrasado y sometido a la explotación del capital imperialista, de la gran burguesía criolla y de los grandes terratenientes, adquieren cada vez más vigencia en esta convulsionada época de fin de siglo. Desde muy joven le dedicó a la causa de los desposeídos su vida y su inmensa capacidad intelectual, sin ahorrar esfuerzo ni sacrificio alguno. Su valioso legado, producto de la fiel aplicación del marxismo a la realidad, y, en particular, al proceso de liberación de nuestra patria, le servirá al proletariado como fundamento para culminar su mayor anhelo: derrocar a sus opresores y construir a la postre una nación soberana y en marcha al socialismo.
Vivimos una época en la cual Estados Unidos consolida su hegemonía económica, política y militar, mientras una gran crisis se extiende por todo el planeta, afectando no sólo a los países del Tercer Mundo, sino inclusive a algunos de los altamente industrializados, como Rusia y Japón. En Colombia la catástrofe adquiere proporciones inmensas, pues, además del saqueo de las riquezas y trabajo nacionales por parte de los monopolios extranjeros, nos encontramos en medio de una profunda recesión, se presenta una escalada sin precedentes de la violencia y terminamos en las garras del Fondo Monetario Internacional. El incremento del desempleo y la caída de las actividades agrícolas e industriales, cuyos índices a la baja superan los peores niveles en casi todo lo que va corrido de la presente centuria, han agudizado aún más la pobreza. Y como si fueran pocos estos males, el oportunismo infiltrado en el movimiento sindical y la falta de un partido revolucionario que realmente guíe en estos caóticos tiempos, entorpece las luchas de las masas.
Empero, para Mosquera no era suficiente el sólo análisis de los hechos. Convencido de que el triunfo de la revolución colombiana en esta etapa depende de la alianza de todas las clases, sectores y partidos antiimperialistas, insistía en llamar a la inmensa mayoría que aún se interesa por la suerte de la patria y tiene que ver con su historia, para unirse en defensa de la nación. De ahí que recurriendo a sus invaluables enseñanzas, a medida que forjamos el partido del proletariado, estamos dispuestos a propiciar la conformación del más amplio frente que luche por la recuperación de esta martirizada república. No obsta, sin embargo, dejar sentados nuestros criterios acerca de los temas cruciales que caracterizan la época que se vive, tanto en Colombia como en el mundo, lo cual debe servir para determinar aquellos puntos vitales de lo que sería un programa mínimo que indique con claridad el objetivo que se busca y asegure alcanzar la meta deseada.
La situación política para el régimen pastranista no podía ser más favorable en su intento de hacer recaer todo el peso de la crisis sobre los hombros del pueblo. Escudado en su programa por la paz, no solo recibe el total apoyo de los Estados Unidos y de los alzados en armas, sino que también cuenta con el beneplácito del liberalismo oficialista dirigido por Horacio Serpa, así éste unas veces manifieste su respaldo de forma expresa y otras tácitamente, reduciendo su oposición a algunos escarceos demagógicos. Aprovechando tal coyuntura, Pastrana, desde el inicio de su mandato, aplica a pie juntillas las «recomendaciones» del Fondo Monetario Internacional. Saca a realización los pocos bienes que todavía le quedan al Estado, sube las tarifas de los servicios públicos, aumenta los impuestos, llena las carreteras de peajes y despide a miles de trabajadores a la vez que decreta una serie de medidas, esas sí favorables al gran capital, como son, entre otras, la amplísima concesión que otorga a los pulpos foráneos para explotar el petróleo, y las enormes sumas puestas a disposición de los grupos financieros, los mismos que cobrando intereses usurarios terminaron por arruinar a las familias y por llevar a la bancarrota a los empresarios. La fulminante liquidación de la Caja Agraria y el envío a la calle de sus ocho mil empleados, anuncia la intención del régimen de culminar la tarea que desde hace diez años fijó la apertura en el campo laboral, postrar las organizaciones sindicales, reducir los salarios a su mínimo y acabar con todas las prestaciones que tras muchas batallas conquistaran las masas trabajadoras.
El país, sin embargo, sigue despeñadero abajo. Después de tres años de retroceso, en el período enero a marzo de 1999 se acentuó la crisis y el producto bruto interno cayó 5.85%, resultado de la parálisis de los pilares fundamentales de la economía: la agricultura no reacciona, la industria disminuyó la producción un 18.25% y la construcción cayó el 10.89%. Aún más, aquellos sectores que debido al carácter de sus actividades se vieron en un principio favorecidos por la apertura, ya vendiendo los artículos importados o bien transportándolos, también sufren los efectos de la recesión. Los primeros bajaron las ventas en 10.15% y el segundo redujo sus ingresos en 6.32%. Sin embargo, la adversidad no se circunscribe solamente a los ítems mencionados. El desempleo, sin tener en cuenta el rebusque y otras informalidades, afecta a la quinta parte de la población trabajadora y los salarios apenas si alcanzan para cubrir el 80% de lo que compraban en 1996. Inclusive el descalabro se extendió al privilegiado club de los financistas: la cartera se vuelve incobrable, a sus manos van a parar infinidad de máquinas, edificios y otros bienes que se vuelven improductivos y los balances registran cuantiosas pérdidas.
Por los lados de la hacienda pública tampoco se vislumbra nada bueno. El desequilibrio presupuestal superó los siete billones de pesos en 1998. Ni la venta de bancos y electrificadoras ni la drástica reducción en los gastos de inversión y la entrega de carreteras, aeropuertos y demás obras públicas al sector privado, sirvieron para cubrir el faltante dejado por la tronera de la corrupción. El Fondo Monetario, en visita relámpago durante el mes de julio, y tras concluir que el salvamento de la banca pública y privada vale mucho más dejos 6,3 billones de pesos estimados por el ministro de Hacienda y que el déficit fiscal para 1999 no será de cinco billones de pesos sino de 7,5 billones, exigió el total sometimiento a su política de ajuste, es decir, mayores exacciones, venta de los restos en manos de la nación, disminución drástica de los salarios y de la nómina estatal y el abandono por parte del Estado de sus obligaciones en la prestación de los servicios de salud y educación, en fin, más hambre y miseria.
He aquí un apretado resumen de las calamidades que padece el pueblo colombiano y que reclama acciones prontas de todas las personas y contingentes patrióticos si todavía deseamos salvarnos. La causa suprema de estos males, el sometimiento de la nación al imperialismo y sus lacayos, así como el ropaje que reviste esta nueva forma de dominio que desde hace diez años y bajo el nombre de apertura nos lleva al abismo, muy acertadamente fue dilucidada por Francisco Mosquera a través de su extensa producción política. Él, más que nadie, supo definir con gran precisión la orden lanzada desde el Norte bajo este rótulo y desentrañó el hondo significado que tenía como la vía más expedita para recolonizar económicamente a estos países. El mandato, pues, no se limitaba únicamente a exigir la libertad para la circulación de mercancías, sino que obligaba a cambiar todo el ordenamiento económico, laboral, jurídico y constitucional para poner a los pueblos, su trabajo y sus riquezas bajo el yugo del poderoso capital monopolista.

Los anhelos de paz del pueblo tuvieron eco en el pensamiento de Francisco Mosquera, pues entendía que el cese del conflicto armado permitiría adelantar las luchas democráticas en condiciones más favorables. Sin embargo, no participó en las comisiones de paz y señaló los intentos de los pacifistas de adecuar la guerra al derecho internacional humanitario como una aberración en la medida en que no se proponían la terminación de la reyerta vandálica, sino su humanización. De ahí que ante la actual escalada de violencia, precisamente como consecuencia de los inicios de las nuevas conversaciones de paz, señalamos que no se puede olvidar la trágica experiencia vivida durante el nefasto régimen belisarista. Pero el Estado abandona la llamada zona de distensión, cediendo las funciones propias, inclusive las de la justicia, a las fuerzas insurgentes. Mientras tanto, se consolida la presencia de Estados Unidos. El 22 de julio se divulgó una carta de Clinton al mandatario colombiano donde fija claramente su posición, en el sentido de que la salida al conflicto armado debe ser negociada. Asimismo, tenemos la visita del presidente de la Bolsa de Nueva York, Richard Grasso, y dos de los vicepresidentes al reducto de las FARC, hecho que deja el interrogante sobre qué pudo motivar ese viaje a la selva para materializar un reconocimiento al más elevado nivel de las finanzas en el mundo. Digamos por ahora que, al fin y al cabo, la voracidad del imperio no tiene límites, y para los gringos, como para nadie en el mundo, business are business.
Lo cierto es que los actos violentos se convirtieron en el método preferido para adelantar las actividades políticas, mientras el forcejeo en la mesa de negociaciones se dilata con el beneplácito de los dos bandos. Durante el primer semestre del año, ya sea por parte de la guerrilla o por parte de las autodefensas, 847 colombianos perecieron en masacres y 900 fueron secuestrados. Ante cifras tan escalofriantes reiteramos nuestra convicción de que ninguna ventaja ni logro político puede cimentarse en el asesinato, el secuestro, la extorsión o el chantaje, y que absolutamente ninguna consideración social, cultural, política o económica justifican tan repudiables procedimientos.

El otro gran aspecto que debemos considerar se refiere al imperialismo norteamericano, señalado como la causa principal de los males que aquejan nuestra nación, y que es combatido por el partido de Mosquera desde 1965. En el afán por imponer la apertura, suprimir barreras y acabar con el concepto de soberanía, dándole vía libre a la expansión de sus monopolios, no desperdicia ocasión ni motivo alguno para entrometerse en los destinos de los demás. En esta dirección se puso a la cabeza de la arremetida bélica contra Serbia, a la cual sometió durante ochenta días a un constante bombardeo utilizando las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, OTAN. Las otras muchas presencias militares en Africa y Asia por medio de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, y la propuesta hecha en junio último, durante la XXIX Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, OEA, de crear una instancia multinacional para intervenir en aquellos países del continente «donde la democracia esté en peligro», así como también el fortalecimiento de la economía norteamericana, en contraste con la recesión que golpea a casi todo el orbe, ponen en evidencia la característica más protuberante de la época presente: la hegemonía de Estados Unidos.
Por el contrario, desde la época de la muerte de Mao Tsetung, los países del Tercer Mundo carecen de un faro hacia dónde dirigir sus miradas. Sin embargo, la misma Serbia, pese a los retrocesos, va abriendo la senda con su ejemplo, diciéndonos que se debe enfrentar al coloso porque tarde o temprano la chispa se regará por todo el planeta y el movimiento de los pueblos contra el imperialismo será incontenible. Y todo parece indicar que el comienzo de su fin se avecina, pues las leyes económicas siguen su curso y como bien lo anunciara Mosquera, la apertura tampoco impedirá que se presente la crisis imperialista, derrumbe que por demás será bastante estruendoso.
En realidad, el modo de producción capitalista se caracteriza por la superproducción y la miseria de las masas, siendo causa y efecto una de la otra y viceversa. Asimismo, la acumulación y la concentración de capitales se presenta con más agudeza durante el imperialismo. Las multimillonarias fusiones que nos traen las páginas internacionales de la prensa en estos últimos meses, como la dada entre las petroleras Exxon y Mobil por un valor de 76.000 millones de dólares o la unión de las empresas Comcast y MediaOne Group, en un acuerdo valorado en 49.000 millones de dólares hacen parte de ese torbellino.
La avalancha de artículos extranjeros que inundan los mercados gracias a la apertura y al hecho de ser ofrecidos muchos de ellos con precios de «dumping», es decir, por debajo del costo, mecanismo al que recurren los monopolios para quebrar a sus competidores y a la vez poder salir de las enormes cantidades de mercancías que permanecen en sus inventarios, hicieron que en Colombia, así como en la mayoría de los países tercermundistas, la balanza comercial cerrara con persistentes déficits en los últimos tiempos. Así, mientras rebosan las arcas de los conglomerados gringos, de lo cual es reflejo el vertiginoso ascenso del Dow Jones, el índice que mide la tendencia de la bolsa de Nueva York, la producción nacional de estos países se arruina y quedan sin empleo cientos de miles de obreros, no quedando más alternativa que la furiosa protesta de las masas, tal como ocurre ahora en el Ecuador. La pobreza de la población, la poca demanda de unos industriales en quiebra y de comerciantes que no encuentran a quien venderle sus mercancías le dan vuelta a las cosas. En Colombia, las importaciones tanto de bienes de capital como de consumo, que venían creciendo aceleradamente año tras año durante toda esta década, en los primeros cuatro meses del presente período se redujeron en casi un 50%, tendencia negativa que se da asimismo en Chile, Perú, Venezuela, Brasil y demás naciones donde la crisis deja sentir sus terribles consecuencias, lo cual, inevitablemente, conducirá a la profunda recesión de la gran potencia del Norte.

Como resultado de todo esto, y ante la apremiante necesidad de preservar y poner el pensamiento de Francisco Mosquera al servicio de las masas y sus luchas, debemos persistir en la tarea de construir el partido del proletariado al mismo tiempo que renovamos los esfuerzos por unir el 90 o más por ciento de la población colombiana alrededor de un frente, el cual debe comprometerse a combatir el imperialismo y cualquier intento de dividir el país; defender la producción nacional; oponerse a la enajenación de los bienes del Estado; luchar contra todas las medidas que recorten las conquistas laborales; pugnar por normas y procedimientos que garanticen derechos y deberes iguales para los ciudadanos y partidos; repudiar el terrorismo como método para dirimir las controversias que se presenten en el terreno político, ideológico o sindical, y propiciar mejores condiciones de vida para el pueblo.
Todo lo anterior, de una u otra manera, ya se encuentra consignado en la formidable obra de Francisco Mosquera. Por ello, hoy podemos reiterar que su grandeza se cimienta en los valiosos aportes que permiten ir desbrozando el camino que ha de conducir al pueblo a conquistar su más preciado tesoro: liberarse del yugo de los explotadores imperialistas y sus lacayos, primer paso hacia la construcción de una patria próspera que nos sirva a todos. En ese constante devenir, alguna batalla pudo perderse, pero algo sí queda completamente diáfano en las mentes de los desposeídos: la victoria le corresponde.

COMITE POR LA DEFENSA DEL PENSAMIENTO FRANCISCO MOSQUERA

Ramiro Rojas, Secretario General

Agosto 10 de 1999

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IV

EL TRIUNFO SERÁ DE PACHO Y DE NADIE MÁS*

 

Francisco Mosquera Gómez


*Carta enviada el 25 de mayo de 1999, por Don Francisco Mosquera Gómez, a Gabriel Mejía, con motivo de la publicación del libro El pensamiento de Francisco Mosquera, una aproximación.

Cuando Francisco Mosquera Sánchez nace en el municipio santandereano de Piedecuesta, el pueblo colombiano ya hacía muchos años que tenía conciencia de nuestro propio valor de raza y había adquirido la idoneidad para gobernarnos y poder subsistir como hombres libres. Es decir, nuestro prohombre llega en una cualquiera de las muchas noches comprendidas entre el arranque de un colombianismo auténtico y sus continuas y prolongadas decadencias, hasta desembocar en la tremenda crisis moral de la década de los años cuarentas.
Pero para ser exactos, nuestro gran hombre nace en las primeras horas de la noche del 25 de mayo de 1941. En ese momento, la naturaleza circundante se encontraba apacible, muy tranquila, sin ruidos, tan solo se escuchaban en el dormitorio el latido fuerte de los corazones de sus padres: Lola Sánchez Martínez y Francisco Mosquera Gómez. ¡Había llegado para ellos su primogénito! A quien sus verdaderos amigos llamarían más tarde Pacho Mosquera.
Cuando la partera depositó en mis brazos al recién nacido, mi primer hijo, sentí un estremecimiento por todo el cuerpo como le sucede a cualquier padre primerizo. Y al contemplar sus ojos vivarachos empeñados en mirarlo todo, en pretender investigar su nuevo medio, asombrado, recibí la tremenda sensación de que aquel niño estaba predestinado para algo muy grande. Intuía en él una inteligencia prodigiosa dedicada al servicio de los desposeídos y una constancia férrea en busca del saber, como único medio de prepararse para ser útil a su patria. Un ser humano que a los breves instantes de haber llegado a la vida y que parecía escaparse de los brazos de su padre para indagarlo todo, era indudablemente augurio de haber nacido un hombre importante, un gran líder, una persona interesante y necesaria para todos nosotros. Bienvenido Francisco, le dije, y deposité un beso en su frente.
De este hecho importante a hoy, se han arrancado muchas hojas de los almanaques, han pasado más de cincuenta años, algo así de un poco más de medio siglo, e infortunadamente usted y yo ya tuvimos que llorar no ha mucho la muerte de nuestro grande hombre. Vivió poco pero hizo mucho. De esto se tendrán que convencer todos los colombianos, quiéranlo o no, cuando comience a salir a la luz pública todo cuanto se está escribiendo acerca de este ilustre colombiano, como estadista, como orador y escritor, como líder y como visionario, lo mismo cuando se difunde su pensamiento para ejercer decente y sinceramente la política nacional o universal, sin demagogia y sin ventajas para nadie, teniendo en cuenta únicamente la equidad y el concepto claro de la supervivencia y la felicidad humanas.
Usted, mi caro escritor, tradujo con acierto y elegancia literaria gran parte del pensamiento de Pacho Mosquera para plasmarlo luego en un afortunado libro titulado El pensamiento de Francisco Mosquera. Lo felicito por su buen trabajo, y en nombre de toda la familia, y en el mío propio, le expreso nuestra gratitud por ese afecto y esa lealtad que fluye de sus líneas hacia nuestro común ídolo. Cada vez que leo su obra, admiro más ese cuidado y esa delicadeza en el manejo de los pensamientos de Pacho Mosquera, su sagrado legado a la humanidad, los que ya forman parte del patrimonio de Colombia.
Estoy seguro de que su libro comenzará a despertar entre sus lectores un colombianismo sano alrededor del pensamiento de Pacho Mosquera, frente a lo que fue su pelea contra el dogmatismo, su pasión por lo concreto, y su enorme preocupación permanente por no equivocarse en lo definitivo.
Usted y yo sabemos que Pacho Mosquera no sólo poseía una privilegiada inteligencia sino que también enriquecían su fascinante personalidad valiosos atributos: su amor al prójimo, su incansable capacidad de servicio, su querer inquebrantable de construir para las clases más necesitadas de Colombia una patria más amena y placentera, lejos de las manos sucias del imperialismo y pletórica de libertades responsables, donde aflorara la tranquilidad y la felicidad ciudadanas.
Con los poderosos documentos históricos que nos dejó Pacho Mosquera, donde abundan sus frases de sabiduría, sus ideas de oro y sus pensamientos claros, apuntando toda esta riqueza, siempre, a salvar a Colombia de las mezquinas presiones de todo tipo, de adentro y fuera de sus fronteras, y de las malditas fuerzas ocultas de la corrupción, se podría levantar con ellos en la plaza de Bolívar de Bogotá un inmenso monumento, muy alto, a la sensatez y a la reflexión, a fin de ver muy pronto el progreso de nuestros campesinos y de nuestros obreros, como lo quiso Francisco Mosquera Sánchez. Esta su ardua tarea de cuarenta años comenzada desde su infancia, la que nunca se vio opacada por una sola derrota, y ahora, en este momento histórico en que vivimos y con la tremenda solidez que le imprimió a sus objetivos revolucionarios, el triunfo final está asegurado, esté en las manos que estuviere. El triunfo será de él y de nadie más...
Le reitero mis felicitaciones por su libro, y me es muy grato suscribirme de usted como su obsecuente servidor.

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V

LIBRO PÓSTUMO DE FRANCISCO MOSQUERA

 

Juan Leonel Giraldo


Publicado en "Lecturas Dominicales" de El Tiempo, Marzo 12 de 1995.

A los seis meses de su intempestiva muerte, ha comenzado a circular el libro póstumo de Francisco Mosquera, Resistencia civil, que recopila casi todos los escritos de sus últimos años de batallar político. Fueron pocos los detalles de la edición de este libro que no alcanzaron a ser previstos por el autor, en su perenne afán porque su pensamiento quedara consignado de la mejor manera posible. "La verdad más bella de la humanidad, impresa en un papel sucio, no existe", solía decir. Mosquera escogió el formato del libro, la fotografía de la cubierta, integró las comisiones de los correctores de estilo y de pruebas, eligió al diseñador gráfico y él mismo recogió entre sus seguidores y amigos, dentro y fuera de su partido, hasta el último peso para sufragar el costo de la edición. Nadie más que él integró y orientó la comisión encargada de manejar los asuntos del libro, sustrayéndola de cualquier injerencia distinta a la suya.
Se trataba, al fin y al cabo, de consignar sus ideas políticas, que tuvo que sacar avante la mayoría de las veces contra la voluntad de desembozados y encubiertos contradictores. A lo largo de más de treinta años, Mosquera prefirió enfilar la proa de sus naves de velas rojas hacia las tempestades que hacia los mares de calma chicha. Privilegiaba la polémica al beneplácito y nunca temió estar en minoría. Sabía que las ideas nuevas y correctas son siempre en su germen la bandera de unos pocos. Aceptaba el combate cuando comprometía la voluntad de los miles y no de los pocos y se garantizaban las condiciones para obtener la victoria. Por ello, y a pesar de haber realizado en su juventud el consabido peregrinar para recibir aleccionamiento guerrillerista en Cuba, polemizó en el MOEC contra el aventurerismo armado y fundó un partido del mismo estilo del que Lenin formó con sus bolcheviques. Mosquera fue sagaz e ingenioso en el arte de la conversación y, por sobre todas las cosas, se revistió de una soberana paciencia, santa virtud necesaria para poder triunfar en política. Vivía de tal manera para el futuro que ningún revés era capaz de abochornarle el presente. "Los obreros van de derrota en derrota hasta la victoria final", dijo alguna vez.
Le gustaba escribir y lo hacía con pasión. Pensaba que nadie podía ser dirigente político si no empuñaba con destreza la pluma para imponer sus ideas. Los jefes de los pueblos deben ser semejantes a Néstor, el sabio rey de Pylos, hábiles en la palabra y la espada. Mosquera parecía escribir con la ayuda de una brújula y de una balanza. Conocía el peso de las acepciones y matices de cada palabra que utilizaba, y si los ignoraba no descansaba hasta saberlo.
Le preocupaban el efecto y hasta las menores consecuencias de lo que escribía. Entendía que la carga de calificativos debilitaba cualquier argumento. Jamás leía ni escribía sin considerado una misión para aprender o enseñar algo y sin tener a mano un buen diccionario, aunque permanentemente renegaba de sus definiciones acartonadas. Creía que escribir era una ciencia y asiduamente consultaba gramáticas y sintaxis, discutía sus reglas y las acataba o impugnaba. Releía a Shakespeare, Balzac, Walter Scott, Marx, Barba Jacob y Guillermo Valencia, de quien solía repetir la sentencia "sacrificar un mundo para pulir un verso". Comulgaba con firmeza en lo dicho por Buffon, "el estilo es el hombre", y en que la única propiedad individual es la forma. Y para quienes no lo conocieron, ahí está este su libro final para afirmarlo.

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VI

ENFRENTEMOS AL IMPERIALISMO EN APOYO AL PUEBLO SERBIO*

 

Los criminales bombardeos sobre Serbia que desde hace más de un mes llevan a cabo los países de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, OTAN, son sólo un reflejo de la situación que vive el mundo hoy en día. Las naciones altamente industrializadas, con Estados Unidos a la cabeza, arrasan a los países atrasados, pretextando cualquier motivo, no importa cuan débil sea. El inmenso poder bélico que esgrimen se convierte en el más contundente y definitivo argumento.
A principios del presente decenio Estados Unidos y las potencias europeas, utilizando todos los medios de comunicación a su alcance, la emprendieron contra los serbios, propagando una serie de infundios y comparando al presidente, Slodoban Milosevic, con Hitler, y señalándolo como uno de los hombres más “siniestros del mundo” y como un “exterminador de pueblos”. A raíz de la guerra de Bosnia, en 1992, dice Peter Handke en su libro Un viaje de invierno por los ríos Danubio, Save, Moravia y Drina o justicia para Serbia, en forma por demás valerosa y como única voz que se alzaba en favor de la nación vilipendiada por la prensa europea: “... el pueblo de los serbios, casi nunca un pueblo de autores de crímenes, o fuera el primero en cometerlos, había contraído gravísimas culpas, se había convertido en algo así como un pueblo de Caín.” Y más adelante: “Del mismo modo que entiendo también –aunque no tan bien– que tantas revistas internacionales, desde el Time hasta el Nouvel Observateur, para vender la guerra a sus clientes, pongan a los serbios, sin perder ocasión, en letras gruesas como los malos de la película y a los musulmanes como, en líneas generales, los buenos”. Con semejantes patrañas sobre la defensa de los derechos humanitarios, las potencias imperialistas de Occidente pretenden justificar las intervenciones militares en la estratégica región de los Balcanes. Así, entre 1992 y 1993 Serbia es expulsada de la Organización de las Naciones Unidas, del Fondo Monetario Internacional, de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo General del Comercio, Gatt, al mismo tiempo que las fuerzas de la ONU invadían a Croacia. Ahora, con las armas de la OTAN, atropellan la soberanía de un Estado independiente, pasando por alto las normas de la misma Alianza, que sólo contempla la posibilidad de intervenir cuando uno de sus miembros ha sido invadido, algo que nada tiene que ver con el presente caso, pues Yugoslavia, y por lo tanto mucho menos la provincia kosovar, hacen parte de la OTAN. Asimismo, le brindan su apoyo al Ejército de Liberación de Kosovo, un pequeño grupo guerrillero extraño a la población y que es aupado por el gobierno de Albania.
El presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, ha afirmado que los ataques a Yugoslavia solamente terminarán cuando los serbios acepten incondicionalmente el acuerdo de Rambouillet, es decir, conceder autonomía a Kosovo y permitir la presencia de tropas extranjeras en su territorio. Mientras tanto, la acometida aérea arrecia, destruyendo trenes, puentes, edificios y fábricas, incursiones que han causado numerosas víctimas civiles. Inclusive han masacrado columnas de desplazados albano-kosovares, precisamente a quienes pretenden “salvar” de los yugoslavos.
La época actual se caracteriza por la imposición hegemónica del sistema imperialista, tanto en el campo económico como en el político y en el militar. Las ganancias empresariales en los Estados Unidos crecen desaforadamente y se ha vuelto noticia de todos los días las fusiones que se dan entre los grandes monopolios. Pero mientras las arcas de los conglomerados trasnacionales se hinchan sin cesar y la economía norteamericana muestra una fortaleza inigualable en sus dos siglos largos de existencia, los países del Tercer Mundo sufren severas crisis. El fraude de los llamados “tigres asiáticos” quedó al descubierto y se derrumbó lo que tanto se promocionaba como la vía más indicada para salir del atraso. Pero no sólo se han visto afectados los subdesarrollados, sino que inclusive naciones industrializadas como Japón y Rusia caen postradas ante la acometida de la apertura o internacionalización de la economía. La afirmación del presidente del Banco Mundial, el 23 de abril último, es bastante elocuente: “los países pobres del mundo se están empobreciendo aún más (...) El número de personas que viven con menos de un dólar por día ha aumentado en términos reales”.
El 23 de abril, mientras se conmemoraba los cincuenta años de la OTAN, y treinta días después de haberse iniciado los ataques aéreos sobre Yugoslavia, Clinton, tras considerar “la batalla de Kosovo” como una cuestión de honor y como algo “decisivo para Europa” termina por desenmascararse y revelar su más íntimo deseo, enviar tropas terrestres a Yugoslavia.
Pero el imperialismo ha subestimado a un pueblo que desde el medioevo viene enfrentando aguerridamente innumerables agresiones externas. La historia de los eslavos, donde se revela un profundo sentimiento de libertad, está llena de ejemplos de sacrificios y actos heroicos, lo cual les ha permitido, durante más de cinco siglos enfrentar y derrotar tras prolongadas luchas a los imperios turco y austro-húngaro, epopeya bellamente narrada por Ivo Andric en su obra Un puente sobre el Drina. Serbia y Montenegro, después de vencer, a mediados del siglo XIX a Turquía, se constituyeron, en 1978, como estados independientes.
En 1914, para oponerse a la unidad de las naciones balcánicas, el mayor anhelo de los sectores eslavos patrióticos y progresistas, Alemania y el imperio Austro-Húngaro utilizaron como excusa el atentado contra el archiduque Francisco Fernando, en Sarajevo, para invadir a Serbia, acto que diera inicio a la Primera Guerra Mundial. Años más tarde, durante la Segunda Guerra, los serbios, bajo la dirección de Josip Broz, Tito, contribuyeron a derrotar el poderío nazi, y, por fin, en enero de 1946, se pudo proclamar la República Federal de Yugoslavia, compuesta por Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia, Herzegovina, Macedonia y Montenegro.
Hoy, con la desaparición del llamado bloque socialista, la arrogancia del imperio se hace sentir en todos los rincones del planeta. La suerte de Yugoslavia no es ajena a la de Colombia y demás países. La crisis que atraviesa nuestra patria, una de las peores de su historia y que ha llevado a la ruina a los productores nacionales y hundido en la miseria al grueso de la población, se nutre en las mismas raíces: la arremetida del gigante del Norte que busca imponer sus capitales y mercancías en los mercados extranjeros mediante la política de la apertura, entre cuyas estrategias se contempla derribar fronteras y desmembrar Estados. Por estas razones, la lucha de los serbios encarna la lucha de todos los países del mundo amenazados por el imperialismo. Al apoyar la resistencia de Yugoslavia contra la alevosa intervención de Estados Unidos y sus aliados, estamos combatiendo por nuestra propia patria, por nuestra propia soberanía nacional, la cual cada vez se ve más amenazada por la voracidad yanqui. Convencidos de que la unidad del proletariado de todas las latitudes, tan imprescindible para el buen suceso de la revolución mundial, sólo se logra sobre la base de la plena vigencia de la autodeterminación de las naciones, rechazamos los atropellos contra la soberanía y los derechos inalienables de Serbia o de cualquiera otro país. La resistencia de los pueblos del mundo terminará más temprano que tarde derribando al colosal agresor.

Ramiro Rojas Secretario General

Comité por la Defensa del Pensamiento Francisco Mosquera


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VII

SONETO A MYRIAM

 

Mosquera, como casi todo colombiano, cometió versos en su juventud. Quizás se había hecho la promesa de no volver a escribirlos. Sin embargo, en su madurez, volvió a intentarlo. Hubo dos motivos muy especiales. Villa de Leyva, una región que lo sedujo con su rico pasado. Pocos lugares del mundo reúnen los hitos históricos de Villa de Leyva, decía Mosquera. Y sobre aquella villa comenzó a trabajar un soneto que, desafortunadamente, no alcanzó a terminar. Su otra fuente de inspiración fue Myriam Rodríguez, su último amor y su última compañera.
Probada militante del MOIR, Myriam hizo parte de las brigadas de “pies descalzos” que se lanzaron a conquistar a los campesinos para la revolución. Tan vital y alegre como discreta, Myriam fue también camarada y cómplice para Mosquera. Y desde su muerte, es una de las personas que más han luchado porque se honre y mantenga viva la llama de sus ideales.


A MYRlAM

No deseo que pasen las mañanas,
ni los dejos del son del mediodía;
que la tarde no pierda su ambrosía
ni la noche sus lámparas lejanas.

No quiero que se vaya el tiempo, el día,
sin repasar tus páginas lozanas.
Coger y amar tus cosas más livianas
hasta oírte, “¡no más!”, ... y todavía.

Hallé tu alacridad en el sendero
en que puse la huella de mi zarpa
sin saber que ganábame un lucero.

Tendí siempre mi plectro entre tu arpa.
Todo lo quise en el azul postrero.
Y erigí en la montaña nuestra carpa.

Bogotá, Octubre 20 de 1992

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VIII

"PACHO" MOSQUERA:

QUIENES LO CONOCIERON NUNCA LO OLVIDARÁN

 

Alberto Zalamea

Dos libros recientes sobre Francisco Mosquera resucitan el pensamiento político del fundador, orientador y jefe del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR.
Fallecido hace cinco años, Mosquera no alcanzó -como tantos precursores o adalides de ideas- a ver reconocidas sus intuiciones y a llevar adelante aquel ideario de pacífica resistencia civil que hoy casi toda la sociedad colombiana comprende y comparte después de tantos años de absurda violencia fratricida.
Ser jefe de un movimiento que se proclamaba revolucionario no significó nunca para Mosquera propiciar la violencia y la barbarie. Por el contrario, en toda su estrategia, en todos sus manifiestos, en todas sus consignas de lucha, en todos sus lemas de propaganda, acentuó siempre la necesidad de abrirle a nuestro proceso histórico un cauce pacífico. Revisar sus escritos resulta hoy patético. Tenía razón las más de las veces. Escribía y actuaba para un porvenir mejor que él sabía ineluctable.
Tenía apenas 53 años -joven como Gaitán, como Galán, como Camilo, los conocidos; y como Eduardo Rolón y Raúl Ramírez los ignorados- y ya su cuerpo doctrinario entusiasmaba a las nuevas generaciones. Jamás conocí a un líder de mayor carisma entre los jóvenes. Su impacto sobre los universitarios especialmente, era asombroso. En algún momento de su devenir -epopeya o locura- lanzó a toda una generación a la aventura de abandonar la Universidad para fraternizar con las masas.
Su valor físico y moral, lo condujo a ser el primer líder político en rechazar el secuestro sobre el que dijo “no hay causa, noble o vil, que lo justifique”. Por ello Mosquera, como se comprueba en los dos volúmenes citados ("Francisco Mosquera, Resistencia civil" y "El pensamiento de Francisco Mosquera" de Gabriel Mejía) insistió en colocar entre los grandes objetivos nacionales “la civilización de la contienda política”, de tal forma que quienes recurran a cualquiera de las manifestaciones del vandalismo queden aislados y reciban ejemplar sanción. Todavía hoy Colombia no ha acabado de entender aquellas palabras y aún se sigue combatiendo con esas armas prohibidas. Desde entonces no ha sido posible que la Nación haga respetar la soberanía, democratice la justicia y prevenga el delito.
Para Mosquera, en párrafo sintético de Mejía, no puede haber política sin el análisis concreto de las condiciones concretas, y del contexto de las relaciones dependen la variedad y el movimiento de las cosas. Un pensamiento profundo pero claro y sencillo, que buena falta hace en las actuales mesas redondas. “La vida no tiene disyuntiva a aceptar los retos que le imponen a cada paso las múltiples relaciones con el mundo exterior, por pasajeras que ellas sean o parezcan; lo necesario termina siendo modificado por la necesidad. La casualidad acaba con la causalidad. La excepción con la regla. El azar con la ley. He ahí la clave de todo”.
Se llevó de calle, como suele decirse en las competencias deportivas, a toda su generación. Con modestia injustificada levantó, ladrillo a ladrillo, la fábrica ideal de sus ensueños.
En su famosa carta en defensa de Germán Arciniegas -solo contra todos los llamados intelectuales “de izquierda”- Mosquera subraya que sin teoría no hay explicación de los problemas y recuerda que “la historia americana es un desfile infinito de audacias, complejidades e incongruencias que mantienen en lo sustancial una ilación permanente y suscitan el más maravilloso desafío al pensamiento en todos los campos”.
En tres temas que mantienen violenta actualidad, Mosquera se mantuvo siempre a la vanguardia, con realismo y paciencia (Alberto Lleras decía “sin prisa y sin pausa”):
l. La Revolución Cultural precede a la Revolución Política. 2. El problema agrario se condensa en pocas palabras: “tierras ociosas sin hombres y hombres laboriosos sin tierras”. 3. La federalización, “otro solecismo parecido al del “revolcón” y que dividirá a Colombia en territorios autónomos después de 170 años de existencia de la república unitaria, significa entregar desmembrado el país al águila imperial”.
Sus llamamientos por una auténtica concordia y su negativa a concurrir a la primera “Comisión de Paz” de Belisario Betancur, así como su rechazo a cualquier tipo de “disparate terrorista”, leídos en estos días dan muestra de la clarividencia que les faltó a tantos otros movimientos y partidos embrollados en la madeja de la paz.
Coherencia y lucidez caracterizan sus textos. Muchos de ellos acogidos hoy, naturalmente en su marco histórico, por serios observadores de la crisis nacional. Páginas proféticas algunas y decididamente desconcertantes otras, pero escritas siempre con responsabilidad y pasión de auténtico dirigente. Creo que por eso quienes lo conocieron, de acuerdo o no con todas sus ideas, nunca lo olvidarán.

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IX

MOSQUERA HOMBRE DE LUZ Y DE BATALLA

 

Palabras pronunciadas por el Dr. Jaime Piedrahíta Cardona, en la imposición de la Orden del Congreso de la República de Colombia en el grado Gran Cruz de Oro, realizada el9 de febrero de 1998 en el recinto de la Alcaldía de Medellín.

Señor Doctor
Amilkar Acosta
Presidente del Congreso de Colombia

Señoras y Señores:
Con palabra breve, vengo a agradecer el más claro homenaje que yo haya recibido en mi vida de combatiente, en la honrosa compañía del ilustre médico y maestro de juventudes Hernando Echeverry Mejía y de Gilberto Zapata Isaza, periodista, escritor, dedicado a servir en las luchas populares por una patria mejor.
Al calor de este acto vuelvo a sentir la emoción de aquella batalla que fue lo mejor de mi vida, lo que me permitió realizarme y sentirme justificado ante mí mismo. Desde los días de la universidad miraba yo con admiración hacia los protagonistas de la vida colectiva, envidiaba su liderazgo y soñaba con emular en medio de ellos, para contribuir a mejorar la suerte del país y sus gentes más agobiadas, aquellos a quienes les están vedados los grandes proyectos, los grandes sueños y las grandes esperanzas y cuyo destino se consume en la agonía del minuto que pasa.
Apenas salido de las aulas, me vinculé de lleno y ya sin descanso a la actividad pública y no tuve otra ocupación que el ir y venir por pueblos y veredas, conversar con los humildes, atender a sus jefes naturales, participar en las actividades del Congreso y compartir con mis compañeros de Dirección las faenas del Partido.
Yo no vacilé en definir desde un principio mi orientación ideológica. Al calor de las grandes devociones intelectuales de mi primera juventud, lo que me hacía vibrar era cuanto tenía que ver con la causa popular. Me formé en un ritmo de lecturas apasionadas, en las que alternaba la historia con el arte y la literatura; con el poeta Carlos Castro Saavedra, con el pintor Fernando Botero, con el poeta, escritor, abogado, Ex-Procurador General de la Nación Carlos Jiménez Gómez y el entonces ensayista y novelista en ciernes y después pequeño filósofo Gonzalo Arango, compartí horas y emociones determinantes de mi futura inspiración política. Leyendo a Pablo Neruda, a César Vallejo, leyendo a marxistas y existencialistas y hojeando maravillado las obras de los muralistas mejicanos, abracé para siempre la causa de los humildes, de los que gimen, de los que sufren, de los que no tienen techo ni lumbre ni esperanza. Mi época formativa estuvo signada por las corrientes del nuevo humanismo colombiano, el que se levantó con nuevo signo democrático desde los fines de nuestras guerras civiles hasta el estallido de la gran violencia de mediados de siglo.
Con este bagaje me enrumbé en la política, entrando a formar parte en el Gabinete Departamental de Antioquia, de lo que se llamaría más tarde la Alianza Nacional Popular - Anapo, que fundó y dirigió el extinto General Gustavo Rojas Pinilla, a cuya memoria, tan injustamente tratada por los voceros de todos los oficialismos, rindo hoy un cálido tributo de admiración. El General tiene méritos innegables que la historia rescatará y prolongará cuando se apaguen las pequeñas pasiones y los odios mezquinos de sus contemporáneos. A su lado milité sin desmayo, apoyando vigorosamente la línea de izquierda, que luchaba por impedir que el movimiento cayera en manos del bipartidismo, declinara sus banderas revolucionarias y se plegara a los dictados de la derecha tradicional. En la adopción definitiva de esta dirección democrática tengo algún crédito, que constituye timbre de legítimo orgullo para mi vida de combatiente. Por ello tuve discrepancias definitivas con viejos compañeros, que sobrellevé con comprensión mientras veía a otros irse de su mando a las filas del establecimiento, a medida que se entibiaba y extinguía el fuego del sacrificio. Y así como en un principio no vacilé en marchar en las filas del anapismo revolucionario, disuelto este importante capital político del país apoyé al Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario - MOIR, que sigue siendo el de mis convicciones y que me llevó en el año de 1978 a ser su candidato presidencial bajo las banderas del que allí se formó con el nombre de Frente por la Unidad del Pueblo - FUP. Desde aquí rindo mi más caluroso tributo de afecto, de agradecimiento y de admiración a todos los hombres y mujeres que me acompañaron, me estimularon, me enseñaron y de quienes aprendí a no retroceder en estas lides tremendas en que desfallece tanto corazón que se creía invencible en el encuentro con la vida. Suya es la presea que hoy me entrega el Congreso, y yo se la dedico a ellos con toda el alma. Entre ellos, hay uno, el primero, grande por su honestidad intelectual, por su saber político, por su generoso espíritu revolucionario, desaparecido tempranamente, cuando el país aún no había asimilado los grandes frutos que podría recibir de su vida fecunda: me refiero al inolvidable Francisco Mosquera.
Ninguno como él alcanza sus dimensiones de apóstol y místico, de adelantado de una causa, hombre de luz y de batalla; su jornada de conductor polémico no solamente lo residencia en la egregia categoría de los fundadores de partido, sino que lo proyecta armoniosamente sobre la vida universal, de la lucha y del pensamiento. Qué jornada tan inmarcesible, qué poder de adivinación, qué espíritu procero, qué cálido corazón envuelto en llamas. Y qué esplendorosas sus dos facetas de fortaleza y de dulzura. Nuestro fascinante Rubén Darío dijo una vez sobre Antonio Machado esto que yo repito sobre Francisco Mosquera: "... Fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez, conduciría tempestades o traería un panal de miel..." Así lo he concebido siempre, en ese armonioso choque espiritual.

Una gran satisfacción siento en esta hora: haber luchado por lo que amé, haberlo hecho siempre sin desmayo, no haber traicionado nunca mis convicciones y sentimientos, haber mantenido una sola línea de pensamiento y de acción, a toda costa, desafiando la discriminación, el prejuicio, el halago, la retaliación. Hoy, al final de esta jornada llena de incidencias y de encrucijadas, puedo proclamar que siempre fui fiel a mis primeras emociones, a mis primeros sueños, a mis primeros ídolos, a esos valores sagrados que enarbolé y proclamé en las ebriedades intelectuales de la primera juventud, al lado de los grandes amigos, como Hernando Olano Cruz, del gran maestro Antonio García, de José Jaramillo Giraldo y de Mario Montoya Hernández, y al lado de los grandes talentos que el destino puso en mi primera senda y en compañía de los cuales encendí los primeros fuegos de mi vocación. Esta fidelidad, esta coherencia, esta consecuencia entre mis principios y mis actos es el mensaje que yo quiero rescatar con la venia de ustedes como síntesis de mi trayectoria política y de mi vida.
Ahora, cuando se habla de paz, vuelvo a proclamarlo. No creo en otra que la que nace de la justicia; creo que mientras la injusticia no haya sido extirpada no será posible una paz sincera y duradera. Esa ha sido y será mi bandera, consecuente con lo que siempre creí y proclamé a los cuatro vientos.
Agradezco nuevamente, Señor Presidente, la señalada distinción que me otorga el Congreso de la República por su eminente conducto.

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X

UNA ALIANZA DE VARIOS AÑOS

 

Consuelo de Montejo*


*Directora del canal de televisión Teletigre. Directora de El Periódico y
El Bogotano. Concejal de Bogotá. Fundadora del Movimiento Independiente Liberal, MIL.

Conocí a Francisco Mosquera en una de las tantas campañas políticas que libraban los sectores independientes, de diferentes matices, en contra de un sistema que, como la roya, empezaba lentamente a comerse el país. Pacho, como le decían sus amigos, era la cabeza del MOIR, que seguía las orientaciones de Mao, en China. La plana mayor la conformaban Marcelo Torres, Carlos Valverde, Héctor Valencia y Enrique Daza, entre otros.
En sus primeras salidas políticas se unieron con varios sectores de la izquierda, entre ellos con el Partido Comunista y formaron la Unión Nacional de Oposición, UNO, para presentar candidatos a las corporaciones públicas. A esta coalición se sumó el MOIR y Carlos Bula llegó al Concejo de Bogotá. Pero como siempre, cuando las alianzas se forman con fines electorales, siempre se disuelven, y por razones que desconozco, entre el MOIR y el Partido Comunista nunca existió mayor entendimiento.
La diferencia más destacada entre el MOIR y el PC estaba que el primero, bajo la dirección de Mosquera, había formado un grupo de voluntarios, en su mayoría universitarios y profesionales, que se regaron por el país, como misioneros, con el fin de ayudar a sectores marginados y pregonar su filosofía. Lo que le importaba a Pacho era el servicio humano que podían prestar, basados en la convivencia pacífica. En cambio, los del PC consideraban que la forma de llegar al poder era la lucha guerrillera, la vía de las Farc.
A pesar de que sus más inmediatos colaboradores no eran partidarios de nuevas alianzas, Pacho insistió en que era importante abrir el compás y buscar sectores liberales independientes, exanapistas y algunos miembros de la Anuc, Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, creada por Carlos Lleras, pero que ya se encontraba dividida en las líneas Sincelejo y Armenia, con los cuales se pudiera formar un frente. Y así, por intermedio de Carlos Bula, mi colega en el Concejo de Bogotá, tuvimos la primera reunión con Pacho.
Mi primera impresión fue la de un hombre tímido, que no le gustaba figurar y que había logrado crear un movimiento al estilo de Mao en China. Si bien el MOIR y Pacho no tuvieron problema con sus activistas con relación a las coaliciones, a mi entender entre las directivas siempre existieron posiciones disímiles típicas de quienes buscan el poder dentro de los movimientos políticos. Pero como Pacho no aspiraba a nada, a nivel personal, al final no tenían con quién pelear.
El Movimiento Independiente Liberal tenía fuerza en Bogotá, pero no contaba con una organización nacional. Le advertí a Pacho que nosotros no éramos de tendencia comunista, y que era importante que ambos sectores se respetaran en sus ideas y que no cayéramos en los dogmatismos típicos de las extremas de derecha e izquierda, donde cada cual se considera el único depositario de la verdad. Lo importante era ponernos de acuerdo en lo que no disentíamos y esto era trabajar por el país señalando la corrupción de la clase dirigente.
Pacho como buen contemporizador aceptó, a pesar de que a algunos de sus colaboradores no les gustaba que en los actos públicos, además de la Internacional, se tocara también el himno colombiano, ni que mis ideas liberales radicales no tuvieran que pasar por el escrutinio de los más aferrados a una filosofía marxista, que con el tiempo variaría, según fueran las relaciones de los grandes poderes internacionales.
Así, lentamente, basados en el respeto mutuo, fuimos gestando una alianza que duró varios años. Pacho organizó una gira nacional para que me conocieran los militantes en el país, y empezamos a trabajar. Pacho sostenía que en política lo importante es sumar y no restar y conversar con la gente de todos los sectores para así entendemos más. Pero como en todo movimiento político no faltan los que se acercan para buscar posiciones personales, el MOIR no fue la excepción. Pacho, en su generosidad, les daba la bienvenida y lentamente ascendían escalones que luego negociaban con el Galanismo o con el Partido Comunista.
Pacho aunque le dolían estas traiciones, nunca hizo un comentario desobligante para quienes creyendo alcanzar más rápido el poder político, se bajaban del barco para convertirse en cola de león. El tenía una meta: crear conciencia en el pueblo colombiano, de que había que formar país, que el pueblo tuviera conciencia de su ser y de su independencia, ¡que no se dejara explotar!
Los movimientos de oposición tienen que entender que Roma no se hizo en un día, que su objetivo no debe ser destruir un país y que ninguna revolución en el mundo ha triunfado con secuestros y masacres de civiles indefensos. Lo mismo tienen que aceptarlo quienes circunstancialmente ocupan el poder, que lo importante es crear país y no destruirlo con monopolios administrativos e industriales que desarrollan la corrupción y fomentan la violencia, eliminando por medio de crímenes a quienes consideran que puedan poner en peligro su posición de privilegio.
Cuando me detuvieron en el año 1980, bajo el gobierno de Turbay y su ministro Camacho Leyva, quien veía fantasmas de oposición en todas partes, por una infracción intrascendente, el MOIR y Pacho jugaron un papel importante en mi pronta liberación. Por todo el país, los sindicatos de la Caja Agraria, Telecom, Teléfonos de Bogotá y otras entidades oficiales, regaron afiches en cuanta oficina pública existía, pidiendo mi libertad, lo cual constituía una burla al sistema, que por un lado me condenaba mientras sus trabajadores me respaldaban.
El MOIR no escapaba de los asesinatos de algunos de sus copartidarios, muertes que nunca fueron esclarecidas. También existían amenazas a la cúpula del MOIR.
Pacho era un visionario: miraba hacia el futuro, hacia el horizonte, aunque algunos de sus copartidarios y asociados miraban las prebendas del presente. Así empezaron los resquemores cuando para la elección presidencial de 1982 me escogieron como su candidata. Todos sabíamos que no era para ganar, sino para tener la oportunidad de expresar ideas en todos los municipios del país e ir creando conciencia de que todo colombiano es un ser y no un esclavo. En dichas giras nos tocó enfrentamos a los cuatro vientos: por un lado a la maquinaria del gobierno de Turbay, que con su ministro Jorge Mario Eastman hacía que muchos de los alcaldes de los municipios que visitábamos negaran el permiso de las reuniones; por el otro con los militares quienes, fuertemente armados rodeaban toda manifestación. También estaban algunos grupos armados, como en Urabá y el Llano donde masacraron a unos campesinos después de haber asistido a una reunión política; y como si lo anterior fuera poco, internamente a Pacho le tocó enfrentar las aspiraciones al Congreso de algunos asociados. Llegó un momento en que la situación se puso insostenible y así se lo comuniqué a Pacho y me retiré de la alianza, sintiéndolo por él y por los misioneros del MOIR con su programa “pies descalzos” en el campo.
Después de haber logrado en las elecciones de mitaca casi 100 mil votos, en las presidenciales no le fue bien al MOIR y Pacho se fue para Medellín. El movimiento más tarde se dividió en varias fracciones. Solamente volví a saber de Pacho cuando se realizaron sus exequias en Bogotá...
Como para asistir a los entierros no se necesita invitación, allí se encontraban tanto sus amigos como sus detractores... pensé que en Colombia hay muchas formas de asesinar al hombre, y una es matarle el alma... forma que no genera investigación judicial.

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XI

CUÁNTA FALTA HACE HOY UN LÍDER COMO PACHO

 

José Fernando Isaza*
*Magister en matemáticas puras en la Universidad Strasbourg en Francia. Grado Summa Cum Laude en Ingeniería en la Universidad Nacional. Presidente de Ecopetrol. Ministro de Obras Públicas y Transporte 1982 - 1983. Gerente del IFI. Presidente Ejecutivo de la Compañía Colombiana Automotriz.

Las casi siempre agitadas relaciones entre Ecopetrol y su sindicato la USO, de cuando en cuando desembocaban en una huelga abierta y prolongada. En una de ellas, en los turbulentos años 60, la cafetería de la Universidad Nacional abrió sus puertas para recaudar fondos entre los estudiantes, muestra de un gran sentido de lo utópico, y así apoyar financieramente al sindicato. La presencia del MOIR y su dirigente Francisco Mosquera era destacada y se perfilaba como un líder que ampliaría en el futuro su campo de acción a otros sindicatos oficiales. En esas circunstancias conocí a Pacho. Tenía desde entonces la clara convicción de que a medida que el sindicalismo en las empresas del sector privado se iría debilitando, por efectos de la competencia y por una abundante mano de obra estimulada por la acelerada urbanización, el sindicalismo en las empresas oficiales, proveedoras de bienes y servicios estratégicos y que contaban adicionalmente con monopolios naturales o legales, iría en ascenso. Acertó en su análisis.
Muchos años después, cuando me desempeñaba como Presidente de Ecopetrol, el MOIR bajo la dirección de Mosquera mantenía una posición destacada en la USO, que se caracterizaba por una férrea y consistente oposición a lo que denominaban "privatización", la cual afirmaban se realizaba mediante los contratos de asociación, otra de sus banderas era una defensa a ultranza de los beneficios laborales obtenidos en las pasadas luchas sindicales. Pero a la vez, a diferencia de otros sectores, que si bien se identificaban con esas prioridades, pero recurriendo a métodos violentos, la posición de Francisco era de un profundo respeto a las personas, debatiendo sus diferentes ideas, un rechazo al anarquismo y a los métodos terroristas o intimidatorios como método para obtener los fines propuestos.
En medio de difíciles negociaciones no exentas de brotes de intolerancia que llevaban a la agresión física, Pacho, en un convenio implícito impuso lo que hoy se llamaría "La confrontación dentro del Derecho Humanitario". El respeto a las personas y a la confrontación de las ideas.
Cuánta falta hacen hoy líderes que como Pacho defiendan, con la fortaleza que una leona lo hace con sus crías, sus ideas sobre la sociedad y el Estado, pero definiendo como prioritario la lucha por el respeto a la vida y por la dignidad de sus contradictores.
Su concepto de la política fue siempre convencer, trabajar arduo, escribir mucho y bien, y en ningún momento se dejó contagiar del mal que cuestiona ante la sociedad -la corrupción-.

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XII

ENTRE CAÑADUZALES NOS RELATA EL ORIGEN DEL MOEC

 

Oscar Rivera *


*Ingeniero Agrónomo Universidad Nacional de Palmira.
Fue Concejal de Palmira y escribió un libro sobre el proletariado azucarero. Actualmente asesor de la Alcaldía de la ciudad.


Recorría el campo admirando las grandes concentraciones de corteros de caña, las multitudes de proletarios agrícolas surcando, abonando, regando los cultivos, requisando en las cosechas de soya, fríjol, maíz y el importante desarrollo de la producción y la tecnología que comparaba con el atraso de otros municipios y regiones de Colombia.
Pacho había venido al Valle del Cauca deseoso de tomarse un descanso, analizar la reciente participación del MOIR en las elecciones y gestar la política de "unidad y combate". Un día cualquiera empezó a relatar la historia del MOEC.
"El 31 de diciembre de 1958 y la madrugada de año nuevo de 1959 la insurgencia revolucionaria de Cuba dirigida por Fidel, El Che, Camilo Cienfuegos y los adalides de la Sierra Maestra arribaron victoriosos a la Habana, etapa final de la liberación de Cuba. En pocos meses habían sorteado y derrotado la política de exterminio implantada por Batista, recibieron adhesiones del ejército regular y el multitudinario apoyo del pueblo. Ascendieron a la Sierra Maestra reducidos a siete hombres y doce fusiles, totalmente diezmados después del desembarco del Gramma y cuando llegaron a la montaña empezaron a cosechar los frutos de las semillas que habían sembrado durante más de veinte años de lucha y actividad revolucionaria. Era el respaldo incondicional del pueblo cubano hastiado de ver su territorio mancillado y expoliado y la bella capital convertida en una especie de casino internacional.
Esta gesta heroica de los dirigentes cubanos despertó una ola de entusiasmo revolucionario entre la juventud estudiantil y universitaria en toda América Latina. Con el triunfo de la revolución cubana surgieron como por encanto movimientos antiimperialistas que enarbolaron las banderas de la soberanía nacional y la lucha contra las oligarquías corruptas, vendepatrias del continente y los ideales de un mundo mejor. Lo hicieron creyendo repetir la hazaña de los siete hombres armados de sólo doce fusiles, sin entender las condiciones políticas y el estado de ánimo de las masas en sus propios países. Estaban empeñados en actos de heroísmo sin par, como la fuga de Fidel de la isla prisión de Pinos y su regreso a la Habana nadando 15 kilómetros, en un mar infestado de tiburones, tras el fallido asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. La popularidad de Fidel aumentó considerablemente luego de la atroz represión contra el Movimiento 26 de julio y la descomposición del régimen fantoche de Batista".
Y después continuó su relato: "Así nació el MOEC, como producto de una huelga urbana de obreros, estudiantes y campesinos inspirada en las hazañas de la Sierra Maestra, pero sin entender las condiciones políticas de Colombia. Era un movimiento antiimperialista conformado por jóvenes universitarios de nobles ideales, pero despreciando en cierta forma las grandes acciones de las masas populares, al pensar que un puñado de valientes podía reemplazar a millones de personas y desafiar con éxito a las oligarquías vendepatrias en el terreno militar. Así surgieron, vivieron, lucharon: el movimiento revolucionario Frente de Liberación Nacional dirigido por Fabricio Ojeda en Venezuela cuyas acciones repercutieron en todo el territorio, los Montoneros argentinos cruelmente reprimidos por la dictadura militar, los Tupamaros uruguayos que realizaban espectaculares asaltos bancarios, el Movimiento Revolucionario del insigne Carlos Marighella en Brasil, los hermanos Peredo en Bolivia, Turcios Lima en Guatemala. Todos ellos heroicos combatientes en la lucha anti-imperialista latinoamericana.
"El MOEC es nuestra experiencia. Cayó en el pecado del foquismo. Desarrolló planes fantásticos como la operación Aurora y la operación péndulo. Basaba toda su actividad en la ayuda internacional y estaba alejado de las masas, completamente ajeno a la realidad nacional. A mediados de 1965 planteé la lucha interna en el seno del MOEC con la consigna «Hagamos del MOEC un auténtico partido marxista leninista» y fue interpretado como un desafío, desde las vertientes de la «izquierda» y derecha del movimiento antiimperialista colombiano. Ellos pretendían eliminamos en la cuna, pero nos vinculamos a la clase obrera entre 1967 y 1969 en la USO. «La niña de mis ojos», en los bloques sindicales independientes y planteamos la creación del MOIR el 12, 13 y 14 de septiembre de 1969 en abierta contraposición a las tesis deformadas sobre la experiencia cubana.
"Se desgañotaban caracterizando a Colombia como un país capitalista cuando en la realidad aún estamos sumidos en el atraso y en los pañales del capitalismo. Pero en verdad decía Pacho, lo importante era derrotar los conceptos infantiles en boga. Trazar una estrategia basada en el análisis de las clases sociales y la caracterización de la sociedad colombiana y una táctica interpretando el estado de ánimo de la población y la correlación de fuerzas sociales y políticas. Por eso fuimos a elecciones, porque la gente cree en las elecciones, no para embellecer los establos parlamentarios, sino para denunciar el engaño y la corruptela de estas armatostes pretendidamente "democráticas" donde se cocinan toda clase de felonías contra el pueblo, se negocian los recursos naturales y se deciden las entregas del patrimonio nacional a los inversionistas extranjeros".

Prosiguió relatando su experiencia en Cuba
"Siempre recuerdo cuando fui a Cuba invitado a un curso de entrenamiento militar. El hermoso paisaje de la Isla, romerías de corteros trabajando en la zafra y abonando los cañales como en el Valle del Cauca. La prueba para graduarse, era tomarse por asalto una casa que estaba sobre una colina controlada por un destacamento armado.
"Todos los grupos de cursillistas fueron desarrollando sus diferentes tácticas de acercamiento y asalto pero finalmente eran capturados cerca de la casa. Yo entendí que era una táctica fallida y utilicé la paciencia. Esperamos durante seis horas sin movernos del sitio, sin salir a campo abierto, hasta que los tipos salieron, les echamos mano y ganamos la posición. La verdad es que cada hora trae su angustia. Ya fuimos a elecciones y comprobamos lo acertado de la participación electoral porque nos extendimos a todas las regiones de Colombia. Ahora nos preparamos para la política de unidad y combate. Luchemos por la conformación de un frente unido con todas las clases sociales y sectores explotados de la sociedad colombiana. Es un objetivo que aparece muy distante. Como el ascenso a la cúspide de una montaña, es necesario hacer zig zag, rodeos, avanzar y retroceder. En la táctica todo es válido, menos perder el rumbo y caer en prácticas como el secuestro, el terrorismo o la extorsión.
"Siempre admiré los revolucionarios de principios del siglo como Emiliano Zapata adalid de las luchas agrarias en México, fue un valiente, interpretó las aspiraciones del pueblo mexicano, luchó por la revolución agraria, pero jamás se desvió de los linderos de la lucha revolucionaria.
"Si queremos contribuir a modificar la historia de Colombia, debemos ser gente de principios y valientes. Porque el valor es el hálito vital de las empresas desbrozadoras del progreso del hombre".
Salvar a Colombia de la postración en que se encuentra es una tarea larga, compleja y difícil que necesita grandes sacrificios desinteresados y obsecuentes.

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XIII

NO HAY OTRO CAMINO

 

Hernán de Jesús Taborda Muriel*


*Presidente del Sindicato de Trabajadores de Industrial Hullera. Fallecido en 1998. Entrevista realizada en 1997 por Myriam Rodríguez, quien estuvo acompañada por Blanca Helena Torres y Luz María Correal.

Quiero hablarles un poquito de lo que ocurrió en Amagá en el año 68, cuando el compañero Francisco Mosquera, quien era funcionario del sindicato de Empresas Públicas de Medellín, hizo presencia en esta región y se da a conocer a los mineros. Eso fue a comienzos del año y, ya para mediados, como se preparaba la negociación de un pliego de peticiones y como él había colaborado en su elaboración, la asamblea general lo nombró como asesor.
Comenzamos a trabajar fuertemente con Pacho. Visitamos varias minas, fuimos a Fredonia, Titiribí y también viajamos a El Bagre. Al principio nos tocó muy duro. Hacíamos mítines en todos los turnos, comenzando desde las dos de la mañana. Dormíamos sobre costales después de vaciarlos del carbón y hacíamos fogatas y jugábamos a las cartas. Preparábamos sancochos con huesos, plátanos y yuca que nos regalaba la gente. Una familia de aquí cerca, al darse cuenta de la clase de hombre que era Mosquera, le ofreció de todo. Le dieron pieza, cama y comida. Conocido, pues, por estos lados, empezó a ganarse el cariño, el afecto y el respeto de los trabajadores y de los campesinos, pero a ganarse también el rechazo de la burguesía y de las autoridades y es así como siempre que citábamos asambleas, que eran muy frecuentes, los policías vivían pendientes, pues tenían orden de capturarlo. De todas maneras, él tomaba la palabra y hacía planteamientos de lucha y nos decía que era indispensable prepararnos revolucionariamente para combatir al enemigo de clase en todos los aspectos. Se echaba unos discursos muy vivos, los trabajadores lo aplaudíamos, lo apoyábamos en todo y por dos o tres ocasiones trataron de detenerlo a la salida del teatro, pero nosotros nos oponíamos y no lo podían detener.
Recuerdo, entonces, que un día, en vez de esperarlo a la salida quisieron cogerlo a la entrada. Avisado Mosquera, llegó de Medellín con otros tres compañeros. El carro frenó al frente del teatro y, disfrazado de cura, entró, mientras la policía nos acosaba con preguntas, y nosotros les decíamos que él no iba a venir. Una vez adentro, Mosquera se quitó la sotana, tomó la palabra y nos explicó que había hecho eso porque tenía que estar en la asamblea para mostrarles a los trabajadores los objetivos de la huelga.
La verdad es que fueron unas épocas bonitas e inolvidables. Como también lo fueron aquellas. en que nos tocaba con el compañero trajinar caminos a pie, con agua o sin agua, para ir a la carpa de la huelga y otras veces a los lugares donde realizábamos reuniones clandestinas para preparar otras clases de lucha pero de todas maneras a favor de la huelga. Sin embargo, en una ocasión, después de una asamblea, la mayoría de los trabajadores marchó a sus casas y otro pequeño grupo salió con Mosquera, en un recorrido de unos 40 minutos a pie hasta las carpas. Agentes del F2 lo esperaban en el camino y lo detuvieron. Los compañeros que iban con Mosquera sacaron sus machetes y trataron de oponerse, pero él los tranquilizó, diciéndoles que no era necesario, que él aceptaba la detención y que muy pronto lo tendrían de nuevo en las carpas. Al enterarnos del hecho, nos reunimos más de 200 trabajadores, incluyendo a todos los directivos sindicales, nos trasladamos a la cabecera municipal, a pedir información en la alcaldía sobre Mosquera. El alcalde nos contestó que nada sabía sobre eso. Ofuscados los trabajadores exigieron, amenazando con quemar ese cucarachero de cárcel, revisar uno por uno todos los calabozos. Al no encontrado, nos pusimos en la tarea de realizar mítines en cada una de las esquinas del pueblo y pintar murales exigiendo la liberación del compañero. La detención ocurrió el sábado y gracias a la presión de todos los trabajadores fue puesto en libertad el martes siguiente. Al regresar a las carpas lo recibimos con grande aplauso y continuamos aprendiendo de él todo lo que quería enseñamos para salir adelante, no solamente en este conflicto huelguístico, sino en todas las luchas que se avecinaban para el futuro de la humanidad.
La huelga fue algo que hizo historia no sólo en Amagá sino nacionalmente. En la región existía otra empresa que se llamaba Carbones San Fernando, que por esa misma época se encontraba también negociando un pliego de peticiones. Una vez que estábamos realizando una asamblea, coincidió con que ellos también efectuaban la suya, en un local que se llamaba La Casa Campesina situada en todo el marco de la plaza. Terminada la asamblea nuestra, Mosquera nos dijo que nos trasladáramos a la de ellos, pues era necesario tomarnos ese sindicato y esa negociación. Nos permitieron entrar. Mosquera, después de oír el informe, pidió la palabra e hizo un breve planteamiento de los objetivos de la huelga y qué significaba la presencia de él y de quienes lo acompañaban. Pidió a los trabajadores de Carbones San Fernando renunciar a la Utran, reconocida organización sindical al servicio de los patrones, y que se afiliaran al Bloque Sindical Independiente. Los trabajadores aceptaron por unanimidad. Inmediatamente se eligió junta directiva y acto seguido Mosquera pidió declarar la huelga con el argumento de que si se paralizaba la producción en las dos empresas, sería más efectiva la protesta de los trabajadores pues se golpeaba a la gran industria textil, como Coltejer, Fabricato, Tejicóndor y a otras compañías como Cementos El Cairo. Así se consiguió que entrara en la huelga Carbones San Fernando. Cuando ya llevaba 30 días la huelga de Industrial Hullera y 15 la de Carbones San Fernando un sábado en la tarde compareció en las carpas una comisión conformada por funcionarios del Ministerio del Trabajo, representantes de la empresa y una numerosa tropa de carabineros con una resolución que declaraba ilegal la huelga y afirmando amenazadoramente que la levantarían por las buenas o por las malas, que venían dispuestos a cualquier cosa. Muchos trabajadores corrieron a sus casas y regresaron armados de escopetas, garrotes y machetes y le aseguraron a Mosquera que ellos también estaban dispuestos a todo. Mosquera llevó a los compañeros fuera de las carpas y allí nos explicó el significado de las huelgas y lo que implicaba de declararlas ilegales, que si ofrecíamos resistencia nos matarían, que dadas esas circunstancias se hacía necesario levantar la huelga, aceptar la derrota porque en esos momentos valía mucho más estar vivos que muertos. Esto, inicialmente, nos produjo a los trabajadores mucha confusión, y dio mucho de qué hablar, pero de todas maneras todo quedó superado y la gente entendió y fue consciente de lo planteado por Mosquera. Ocho días después, la empresa nos acusó falsamente de haber tapado criminalmente la mina y consiguió que el gobierno nos persiguiera, logrando meter en la cárcel a siete directivos del sindicato. Afortunadamente Mosquera logró escapar.
Salimos libres después de estar seis meses y medio en la cárcel y continuamos luchando bajo la orientación de Mosquera, ya no en el Bloque Sindical Independiente, sino en el MOIR. La lucha fue larga y difícil, pero siempre estuvimos al pie de ella. A mí me tocó hasta 1983 cuando salgo jubilado y por suerte vivo después de afrontar once detenciones en la cárcel, de haber sido acusado de guerrillero y terrorista, todo por el simple hecho de haber sido el presidente del sindicato, por no haberme dejado dominar por los empresarios ni por el sistema.
Bueno, entonces, qué hablar de mi camarada Mosquera. Es algo que lo satisface a uno, lo hace a uno mucho más capaz, porque de verdad, Pacho Mosquera fue un gran líder. Llegó a esta región donde nadie lo conocía, nadie se imaginaba cuáles eran sus propósitos, pero cuando lo fuimos conociendo y pudimos vivir con él, todo el mundo empezó a brindarle afecto, a brindarle cariño y a tenerle respeto por lo que él se proponía que era enseñarle al movimiento obrero a luchar y enseñarle a los campesinos a armarse política e ideológicamente para enfrentar las batallas que se aproximaban. Le aprendimos mucho, fue un gran maestro, le aprendimos a amar la lucha y también a amar la vida y le aprendimos a distinguir el enemigo de clase y que el proletariado y los campesinos teníamos que fortalecer el cuerpo para enfrentar las batallas y la guerra cuando fuera necesario. Desafortunadamente se nos ha ido. A mí personalmente me ha destrozado el alma, pero de todas maneras conservo la bandera del proletariado, la bandera de todas esas luchas no la he abandonado y no la abandonaré. Me queda decirle al proletariado y a los campesinos y a todos aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo, de estar con él, de vivir con él, de combatir con él, que no podemos dejar morir, dejar atrás ese pensamiento y esos deseos que mantuvo nuestro compañero Mosquera por hacer la revolución en nuestro pueblo colombiano. Siempre lo he dicho, estoy y estaré esperando que haya condiciones para salir a la fila.
Es mucho lo que se puede decir de Mosquera. Pacho merecía tanto respeto y había tanto que aprenderle. Yo personalmente me siento satisfecho y orgulloso de haber podido aprenderle a Mosquera todo lo que sé y creo que para mí es mucho. Yo fui un hombre tan campesino, tan escaso de conocimientos que nadie me los hubiera podido enseñar y a nadie hubiera podido escuchar. Pero cuando tuve la oportunidad de encontrarme frente a frente con Mosquera, a este hombre le admiré tanto su modo de ser, de actuar, de enseñar, su modo de ir a las masas, con el respeto que ello merecía, era para admirarlo y como decían muchos trabajadores, era como mirar la providencia. Así se respetaba a Pacho. El más ignorante, el más atrasado política e ideológicamente lo escuchaba, lo entendía y lo respetaba. Me parece que lo veo y lo oigo cuando nos decía: “camaradas no podemos perder la cabeza, no podemos equivocamos y quien se equivoque en política pierde la cabeza”.
Tenemos un reto: hacer la revolución en Colombia. Ese era el sueño de Pacho. Son 30 años de lucha que no podemos echarlos al olvido. Pobres aquellos que se devolvieron del camino o los que pretenden que el camino es otro. No tienen perdón. No hay otro camino que el que propuso el camarada Francisco Mosquera.

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XIV

PARA RESALTAR: SU CALOR HUMANO

 

Eliécer Benavides*


*Presidente de la USO en los períodos 1964 - 1969 y entre 1972 - 1974.

¿Cómo recuerda la vez que conoció a Mosquera?
Lo conocí por allá a mediados de los años del 60, siendo yo muy joven y él lo era aún más porque le llevo como unos 10 años. Alguien que pese a su juventud venía completamente convencido de que había que cambiar las costumbres políticas, de que la forma como se estaba jalonando y creando conciencia en la gente no era la correcta, no se llegaba a las masas. Él hablaba de que los cambios en Colombia sólo se darían con la unidad y preparando a las bases obreras para que éstas le enseñaran a la sociedad a entender las benevolencias del marxismo. Lo mismo ocurría con el trabajo que se realizaba a nivel sindical. Tenía el convencimiento de que los sindicatos debían servir para educar a los trabajadores, que los compañeros no fueran únicamente unos bonzos sindicales, tenían que prepararse para retomar los cambios que resultarían como consecuencia de la misma lucha. Por ejemplo, en una ocasión me dijo que no entendía por qué los obreros no conocían sobre economía, ni siquiera lo relacionado con su propio sector, sobre lo que ellos mismos estaban produciendo, algo que desgraciadamente todavía se mantiene. Es el caso concreto de los sindicatos de aquí que no saben cómo se maneja Ecopetrol. No saben qué conversaciones hace la junta directiva con las multinacionales, cuánto petróleo tenemos y cuáles son las reservas, ignoran cuánto se le podrá dar a las multinacionales, porque hay que pagarles, pues se tiene entendido que por inteligentes que sean las personas que se tomen el poder, solos no van a sacar el petróleo. Uno va a necesitar de la tecnología de otra parte, yo lo veo así.
Pacho insistía mucho en que se estuviera muy cerca a las organizaciones sindicales, en que se aplicaran políticas de convencimiento democrático. Él no era muy amigo de que el dirigente se alejara de las bases. Decía que esos dirigentes que se pasan hablando por allá en Europa, que no están cerca de la producción, así sea un mes al año, se olvidan del compañero y terminan adquiriendo los vicios de la burguesía. Eso lo he visto en la USO, están alternando con parlamentarios y cosas de esas, mucha vitrina en televisión.

¿Qué lo sorprendió más de Pacho en esa época?
Bueno, hay una cosa que yo pienso que se debe destacar mucho en el libro y que no se da ahora: su calor humano, lo que él despertaba en uno. Porque hay líderes que parece que se untaran “baygon”, o que pretenden ser líderes pero se mantienen por allá alejados, no tienen lo que él tenía, esa cuestión innata en él, porque era una persona a seguir y lo hacía de una manera tan agradable, que a uno le encantaban las enseñanzas del hombre. Eso me impresionaba bastante, algo que no se da ahora mucho. Hacía muy atractivo lo que decía, hacía el rato agradable a la vez que le estaba enseñando a uno. Después de una charla que podía durar horas, uno no sentía que ese tiempo había pasado, porque lo digo, tenía esa facilidad para hacerlo reír a uno dentro de la charla. Además, pues llegaba mucho con los temas sobre la explotación, sobre el manejo incluso de la hacienda pública, y una serie de cosas... no sé, ese hombre era una de las personas más bien dotadas en el aspecto de hacerse comprender.

Usted, además de haber conversado mucho con él, ¿también lo leía?
Sí, pienso que era la persona más informada acerca de cómo explotan a estos países, de la inventiva de los grandes núcleos financieros para llevarse el dinero. Realmente muy pocas personas tan capaces como Pacho. Por ejemplo, esa apertura la previó con mucha anticipación.

¿En qué luchas lo acompañó usted dentro de la clase obrera, cómo fue la pelea contra las centrales?
Estuve en Ibagué con él fundando el MOIR.
Aquí en Barranca, Rodrigo Plata Coronel y mi persona disentíamos de cómo los comunistas de esa época manejaban los sindicatos, se inventaban paros para tener canonjías o reconocimientos del gobierno allá en Bogotá, y no nos tenían en cuenta a nosotros. Una vez nos convocaron a un paro sin tener sus bases preparadas, mientras nosotros sí las teníamos, y comprendimos que querían sacrificamos. Eso fue por ahí en el 68 y en el 69, pero ya nosotros teníamos amigos universitarios y especialmente estaba Pacho de por medio, asomándose, y yo había hecho buena amistad con él, y preguntamos y de verdad que nos asesoramos. Decidimos apoyar el paro pero con la condición de que nosotros sacábamos a los compañeros acá en Barranca, 5 o 10 minutos después de que ellos sacaran a los sindicatos que decían tener. Pero los compañeros nuestros en las ciudades, en Barranquilla, en Bogotá, en Medellín, nos comunicaron que los mamertos no habían hecho nada. Eso fue el florero de Llorente para desafiliar a la USO de la CSTC, algo que nunca nos perdonaron y por lo cual nos persiguieron mucho tiempo.

O sea que Pacho jugó ahí un papel importante.
Sí, porque él era quien nos asesoraba. Y no sólo esa vez. La solidaridad de Pacho fue muy efectiva en las huelgas que nos tocó hacer para defender a Ecopetrol, el hombre era muy efectivo y sus órdenes eran muy claras y tenaces. Muchas veces en plena huelga nos visitaba para orientamos o nosotros lo visitábamos. Un buen trabajo que nos permitió crecer y preparar la gente para llegar a la dirección. Cuando se dan las huelgas del 77 nosotros las tuvimos ganadas, pero algunos que se llamaban trotskistas, que los hay anárquicos, nos impidieron llegar a un acuerdo para salvar a una serie de cuadros. Ecopetrol hizo una poda y nos botaron 228 compañeros, casi todos bien preparados para la lucha, causándole un gran daño a la USO.
Quiero terminar diciendo que siempre me encontré con el amigo, un amigo muy leal, que no lo traicionaba a uno así se tuviera discrepancias. Si uno era su amigo y lo buscaba él tenía una respuesta y eso me acercó mucho a él. Parece que la lealtad no existe ahora, lo vi el día del quinto aniversario de su muerte, un hombre de esos quilates y que legó tanta enseñanza a los movimientos de cambio, que ni siquiera ese día pudiéramos ir juntos todos a rendirle un homenaje merecido. Eso me dolió muchísimo.

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XV

LOS PIES DESCALZOS, TAREA DE GIGANTES

 

Pedro Contreras*


*Médico de la Universidad de Antioquia. Presidente de Asmedas Nacional. Presidente de la Confederación Médica Latino-centroamericana y del Caribe y presidente de Unámonos.


¿Cuáles son sus principales recuerdos de Francisco Mosquera? Conocí a Francisco Mosquera, jefe y maestro del proletariado colombiano, en la ciudad de Medellín, cuando ingresé a la Universidad de Antioquia a estudiar medicina y él era uno de los dirigentes más destacados del Bloque Sindical Independiente, y tenía su sede habitual en el sindicato de Vicuña. Pero vengo a conocerlo un poco más a profundidad cuando nos explica por qué era permisible y obligatorio para las fuerzas revolucionarias la participación en la campaña electoral de 1972. Asistí al lanzamiento del Frente Popular-MOIR en Bogotá y allí apreciamos la profundidad de las tesis de Mosquera, especialmente el planteamiento de nueva democracia. Tesis que se desarrolla con la posterior constitución de la Unión Nacional de Oposición, UNO.
Habiéndose clarificado la posición del Partido, tuve la oportunidad de conocer la capacidad de la táctica y la estrategia de Mosquera, al analizar los resultados del paro que realizó el movimiento médico colombiano, en 1976, en defensa de los derechos de los trabajadores del Seguro Social. Estábamos convencidos de que este paro, que había marcado un récord mundial de 56 días de lucha, tumbaría al presidente de la República. Fue mucha la decepción cuando no se lograron los objetivos concretos. Mosquera, entonces, nos enseñó cómo era la situación de la táctica y la clave de la correlación de fuerzas y que no se puede perder de vista los objetivos fundamentales. Esto fue muy importante para mi vida política, porque, además, se comenzó a discutir la visión del Partido en cuanto a la salud del país, y cuál sería el papel de los profesionales y de los trabajadores de la salud, y cuál la posición programática del Partido.
A lo anterior se agrega el señalamiento de una tarea gigantesca conocida como la de los pies descalzos, la necesidad de que los profesionales que estábamos en las universidades y en las grandes ciudades, vinculados a las actividades de los barrios o de los sindicatos, miráramos la necesidad de irnos al campo, a las zonas apartadas de las capitales. Ahí conocimos, por ejemplo, la capacidad de convencimiento de Mosquera al lograr que Álvaro Velásquez Ospina, un gran científico y técnico de la medicina se decidiera a desarrollar esta política en El Banco, Magdalena.
En la discusión con Mosquera precisamos la importancia de que con la práctica y la experiencia propia pudiéramos conocer las necesidades, el carácter de clase y los objetivos que debe tener el trabajo en el movimiento campesino colombiano. Él escogió tres zonas claves del país para el trabajo y la vinculación de
los cuadros, entre ellas estaba el Sur de Bolívar y del Magdalena, la Serranía de San Lucas en concreto. Por esa razón, nosotros nos ubicamos en El Banco, Magdalena, para respaldar el trabajo que unos cuadros calificados habían iniciado. Los pies descalzos ya tenían varias actividades con el fin de organizar a los campesinos, y nuestra presencia logró fortalecer esa labor.
Cuando el trabajo estuvo maduro, en 1981, Mosquera toma la decisión, como jefe del Partido, de ir a evaluar, a verificar lo hecho y sobre todo a vincularse estrechamente a las necesidades de los campesinos de la zona. Como el trabajo médico, la asistencia y la orientación y asesoría en estas zonas de colonización era clave, Mosquera solicitó que a través de nuestras brigadas, él pudiera ingresar como un personaje más, a fin de que los pobladores de la región no lo miraran como algo extraño, sino como parte de la organización y del Partido. Así se hizo. Vinculamos a Mosquera en una comitiva desde Bucaramanga y lo llevamos a la región, tuvimos reuniones en varios corregimientos y veredas, en donde deleitó a los campesinos con su capacidad de apreciación de los fenómenos económicos y sociales del país, materializados en esa zona. Lo acompañamos durante unos cinco días hasta que otra comisión, del Sur de Bolívar, lo recibió en La Garita para llevarlo por los lados del río Cauca, hasta la zona de Magangué y de la Mojana. Fue una experiencia valiosa ver cómo el jefe, sin estar ahí presente, conocía y materializaba muy bien nuestro trabajo y nuestras orientaciones en la labor de organizar a los campesinos pobres de este país.
Posterior a esa gira tuvimos un encuentro en cercanías de Cartagena donde se discutió, con todos los cuadros que trabajaban en la zona, la política a seguir frente a un proceso de organización, lo mismo que para orientar al campesinado que se encontraba infiltrado por los cultivos de la marihuana y en los inicios de los de la coca. Discutimos tesis profundas como la necesidad de, por un lado, educar a los campesinos para que no se quedaran en el cultivo de la marihuana o de la coca, porque eso sería su bancarrota. Deberíamos educarlos en la necesidad de la diversificación, que no abandonaran el cultivo de pancoger para el mantenimiento de sus familias. Realmente esta campaña fue exitosa. Los campesinos que no nos escucharon, que no nos comprendieron o que no fuimos capaces de persuadir, fueron engañados y robados, ante el gran fracaso de la economía de la marihuana. Los más cercanos al Partido, los campesinos que nos hicieron caso, salieron avante porque mantuvieron las cosechas de fríjol, de maíz, yuca, etc., y lograron resistir el engaño y el robo de su trabajo. Esto nos facilitó dar el paso siguiente, las cooperativas.
Para mejorar los ingresos de la zona montamos cooperativas que buscaban, por una parte, resolver el problema del mercadeo y la consecución de insumos para aumentar la productividad y, por la otra, lograr romper con la cadena de intermediarios y llevar los productos a los centros de acopio. Otra extraordinaria experiencia que logramos vivir en ese entonces, en el trabajo campesino, con la dirigencia y la orientación de Francisco Mosquera.

¿Además de Álvaro Velásquez y Ud. quiénes conformaron este grupo de médicos descalzos?
En ese entonces en Antioquia y en Bucaramanga había un grupo de gente joven que acepta la orientación de pies descalzos. En Medellín fuera de Álvaro Velásquez hicieron trabajo con esta generación de descalzos, Roberto Giraldo, quien se ubicó en Magangué, Jaime Restrepo Cuartas que reforzó el trabajo los fines de semana por los lados de Puerto Berrío, Bodega Grande y Bodega Pequeña, zonas de colonización donde los cuadros del Partido tenían una labor de organización adelantada.

¿Cuál fue la experiencia de estos militantes de pies descalzos en el campo de la salud?
Nosotros, por ejemplo, en la zona de trabajo en el Sur de Bolívar, en la Serranía de San Lucas, percibimos que construir un sistema de salud para la población es una tarea de gigantes. Como lo señaló Mosquera, nos dedicamos a dos aspectos fundamentales: la promoción y la prevención. Ubicamos como tareas concretas, enseñar y educar a los campesinos y a sus familias a utilizar adecuadamente el agua, por lo tanto hicimos la campaña de hervir el agua que se fuera a consumir. Además, promovimos la construcción de letrinas. Tareas realmente enormes, porque la gente no se persuade fácilmente. Por ejemplo, culturalmente diferencian muy bien lo que es un agua hervida de la que no se hierve. En cuanto a la construcción de letrinas, es un poco más lento, pues los campesinos no son dados a mantenerse aglutinados en su sitio de dormir, la pasan más bien a campo abierto, siendo muy poca la posibilidad de que ellos utilicen sistemas de eliminación de excretas. La otra tarea, bastante compleja, trataba sobre la alimentación, que supieran manejar adecuadamente los productos que ellos mismos cosechaban y comprar solamente lo que se requería para una buena nutrición. Se hicieron jornadas educativas con dietistas y nutricionistas que explicaron el aprovechamiento de los alimentos. La realidad fue muy superior, porque no comprendíamos la diferencia de los alimentos para una población campesina que trabaja todo el día, que hace un esfuerzo físico importante, a lo requerido por los intelectuales o los operarios en una determinada actividad. Sin embargo, con esas acciones nosotros construimos los cimientos de un modelo de salud para la población, sin olvidar que nuestro punto de partida era la atención directa a las personas y, por lo tanto, en Magangué se ubicó, en cabeza de Roberto Giraldo, un centro de diagnóstico de las enfermedades y, en El Banco, en cabeza nuestra, se creó la Clínica Primero de Mayo, que atendía los aspectos hospitalarios y quirúrgicos que necesitaba la población.

¿Qué determinó que los médicos salieran de estas áreas campesinas?
Fundamentalmente el problema de violencia. El Partido dio la orientación de fundirnos con las ligas campesinas, con las organizaciones propias de los campesinos, y logramos formar y educar a la gente. Pero como producto del cercamiento y la persecución desatada por el estatuto de seguridad de Turbay y la presencia de los grupos alzados en armas en la Serranía de San Lucas, como un centro importante de sus operaciones, y que asimismo nos liquidaran físicamente a los mejores cuadros, se determinó el hacer un repliegue y posteriormente abandonar este trabajo por seguridad.
Salimos, pues, de la zona y volvimos nuevamente a Medellín, donde tuvimos algunos contactos esporádicos con Mosquera. Nos encontramos al darse el estudio sobre la situación económica y política del país, en lo referente a las reformas que el neoliberalismo impulsaba en esa época, especialmente en cuanto a lo que se refería a la salud y a la seguridad social. Tuvimos una discusión profunda bajo la orientación de Mosquera. Él evalúa y rectifica nuestra labor y nos ubica en la perspectiva de la necesidad de luchar por la salud pública para los colombianos y la defensa de la seguridad social para los trabajadores, señalando claramente que esa lucha es y debe ser un punto fundamental para el trabajo sindical, pero con la idea clara de que la financiación y el costo de la salud de toda la población no podía el gobierno descargarla sobre los trabajadores. Al contrario, que reivindiquen que sus cotizaciones, que sus aportes son para mejorar el nivel de vida de los obreros y que eso sirva como ejemplo para que las comunidades y los pobladores tengan una meta a donde llegar: conseguir la misma protección que la clase obrera ha construido con su esfuerzo.
Con esta orientación nos metemos en el terreno de la lucha en el campo de la seguridad social y de la salud. Pero aquí se inician unas discusiones internas en el Partido, porque yo aprendí de Mosquera y de muchos otros maestros que uno debe saber en qué momento puede aspirar política y decididamente a orientar el país y los sectores concretos. Después de un debate de tres años sobre la seguridad social le digo al Partido que considero que estoy maduro para llevar las banderas en la lucha electoral. Quizás la historia pueda dar la razón pero esto dio motivo para que nos fuéramos separando de la organización y ya no tuve la oportunidad de dialogar directamente con Mosquera, quizás porque a él le estaban llevando informaciones distintas del quehacer nuestro en este frente. Lo cierto es que no fue posible, al final de la vida de Mosquera, tener un encuentro para evaluar las tareas y mirar las cosas, sino que nos sorprendió el problema de su enfermedad y el fallecimiento en unas circunstancias que no nos permitieron poder confrontar las aspiraciones nuestras con las del Partido y ahí quedamos sueltos, aunque hoy volvemos a encontrarnos con mucha gente en la labor política que adelantamos.

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XVI

RECUERDOS DE UN DESCALZO

 

Jaime Obregón*


* Ingeniero, Universidad Nacional y Master en Ingeniería Mecánica en la Universidad de Pardue, Indiana, E.U. Profesor Universidad Nacional. Analista de Sistemas en los Estados Unidos, donde vive actualmente.


Si hay algo por lo que recuerdo al camarada Mosquera es por su gesta para civilizar la lucha política. Esta se materializó en jamás condonar el militarismo extremo-izquierdista y en la crítica a quienes, a nombre de la revolución, utilizan el atentado personal, el secuestro, la intimidación y el asesinato. Pero también su esfuerzo por civilizar la actividad política que se tradujo en la formación de cuadros mediante conferencias, cursillos, ateneos, pero principalmente mediante un programa que llamó "la política de los pies descalzos". Esta fue inspirada en la de los "médicos descalzos" de China, mas no copiada mecánicamente y consistió en enviar intelectuales a vincularse a las masas obreras y campesinas para hacer política y aprender.
Para aquellos de nosotros de extracción burguesa, pequeña, pero burguesa después de todo, que nos unimos a esta tarea de descalzamos, resultó una experiencia inolvidable, un postgrado en la escuela de la vida y la vivencia más imperecedera que hayamos tenido. Para el país representó la única fuerza de izquierda, el único partido político civil y desarmado de Colombia: el MOIR. Sus cuadros y descalzos sembramos semillas en todos los frentes: obrero, campesino, femenino, de intelectuales, burguesía nacional, que un día germinarán y harán que seamos algo más que una constancia histórica.
El camarada Mosquera fue muy claro en dos directrices: una sobre lo que se debe hacer y otra sobre lo que no se debe hacer. Lo primero es reconocer y aprender a detectar los líderes naturales de las comunidades a las cuales nos vinculábamos, a quienes debíamos acercar y ojalá ganar, no sólo para poder avanzar políticamente sino para obtener una relativa seguridad. Lo segundo, es ser conscientes de no tocar temas que son secundarios pero que su discusión puede levantar ampollas y herir susceptibilidades; por ejemplo, decía Pacho, jamás se les ocurra discutir la religión en un medio campesino.
Mi última experiencia como descalzo fue en las sabanas y ciénagas de Córdoba donde encontré maravillosos campesinos con quienes aprendí a sembrar tomate, a pilar arroz, a pescar en la ciénaga, a echar canalete en las cañadas, a reparar motobombas, a irrigar el suelo, a recuperar tierras. Organizamos una cooperativa de subsistencia y una liga campesina cuya última actividad fue un cursillo de historia universal y de Colombia. El conferencista, el compañero Marcelo Torres, fue hasta una escuela abandonada de una vereda de Ciénaga de Oro donde nos reunimos un centenar de campesinos y una docena de descalzos. El cursillo culminó con una presentación de la obra del Teatro Libre: La agonía del difunto.
No fue el éxito organizativo, ni el avance electoral, ni la elevación del nivel cultural y político de campesinos y descalzos, indicativo del buen trabajo que se estaba realizando; lo fue la reacción de nuestros contradictores políticos en el campo de la revolución: el tercer partido tradicional de Colombia: el Partido Comunista y las FARC. El camarada Mosquera, con un olfato político agudo que siempre lo caracterizó, detectó el peligro que esa reacción representaba y propuso una política de prudencia y seguridad. Así, sacó a los descalzos del campo donde se venía una arremetida a punta de fusil para desalojar al MOIR de allí, donde se estaba consolidando fuerza campesina. Desafortunadamente para muchos compañeros como Aydée, Rolón y mi carísimo compañero Raúl, pudo más la palabra de la fuerza que la fuerza de la palabra y fueron ejecutados sumariamente por cuadrillas de las FARC.
Así pues la política del camarada Mosquera de descalzamos vinculándonos a las masas, me permitió una vivencia formativa e inolvidable y, su táctica de retirarnos cuando fue prudente, me salvó la vida. Si un homenaje he de hacerle al camarada Francisco Mosquera es insistir hoy más que nunca, en civilizar la lucha política.

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XVII

EVOCACIÓN DE PACHO MOSQUERA

 

Alba Lucía Orozco*


* Directora de la Administración de Impuestos Nacionales. Presidente de la Comisión Nacional de Valores.
Actualmente consultora tributaria de Orozco Pardo & Asociados.

Conocí a Francisco Mosquera a principios de los años 70, cuando la juventud de aquella época se debatía entre el “hippismo” y las aventuras revolucionarias del Ché Guevara.
En Colombia, Camilo Torres, acompañado de una serie de estudiantes, se había “ido al monte”, para demostrar que la igualdad y la justicia social solamente se podían conseguir empuñando el fusil, para derrotar al establecimiento, en una lucha armada, que los bravíos estudiantes estaban seguros de ganar, atrincherados en una serie de ideales que se habían forjado en las gestas heroicas de la Cuba Revolucionaria de Fidel Castro, y en las lecturas épicas de Lenin, Mao Tsetung y todos aquellos héroes, que habían realizado transformaciones sustanciales en países tan o más atrasados que el nuestro.
Pacho Mosquera veía las cosas de otro modo. Cuando la abstención era la consigna generalizada, y “votar” era un pecado contrarrevolucionario, Mosquera convenció a todos aquellos jóvenes rebeldes, que se debía participar en la vida política del país. Este rompimiento con la ortodoxia revolucionaria inició el aprendizaje político de aquellos jóvenes soñadores que rehusaban cualquier contacto con el sistema.
Pacho Mosquera nos enseñó algo más: debíamos salir de nuestros cubículos intelectuales y enfrentar la realidad; vincularnos al pueblo; conocer su forma de pensar y de actuar. “Nadar entre el pueblo como pez en el agua”, parodiando la célebre frase de Mao Tsetung.
De estas enseñanzas salieron los cuadros que se vincularon a los barrios populares, y los que se desplazaron al campo y a los lugares alejados, en un esfuerzo por penetrar a través de la educación y el convencimiento en los sectores populares de entonces.
Pacho Mosquera marcó un hito en el pensamiento revolucionario de aquella época. Encontró una vía diferente, y con una visión de largo plazo se distanció de las corrientes imperantes, para crear un camino que permitió acoger en su seno la intelectualidad democrática de aquella época, que no compartía el guerrerismo a ultranza inspirado en el ejemplo del Che Guevara, ni el anquilosado pensamiento del Partido Comunista, que en nada se diferenciaba de los partidos tradicionales.
La muerte prematura de este colombiano sagaz, persistente y creador, deja un vacío en el pensamiento político de Colombia.
Recoger su pensamiento es un valioso aporte a la comprensión de la historia política de nuestro país, que tuvo en Mosquera a uno de sus más valiosos exponentes.

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XVIII

LO QUE MÁS ME MARCÓ: SU CLARIDAD

 

Fernando Wills*


*Ingeniero Químico de la Universidad de Texas. Vicepresidente editorial y de mercadeo de Planeta. Actualmente Gerente de contenido de la Casa Editorial de El Tiempo.


Cuéntenos el origen de su vinculación al partido de Mosquera y qué lo impulsó a participar en él.
Por la época de los sesentas me encontraba en Estados Unidos, en tiempos de la guerra de Vietnam, donde mataron a varios compañeros míos. Además, veíamos todas las noches en los noticieros, como ahora aquí, las escenas de guerra, las matanzas y uno no veía la razón de que Estados Unidos estuviera invadiendo a Vietnam y se va creando una cierta conciencia política. Regresé a Colombia, seguramente uno de los primeros hippies en estas tierras, pero luego empecé a trabajar en una fábrica. La situación de los trabajadores me politizó aún más y hasta llegamos a meter un compañero con la gente del MOIR para que empezara a construir un sindicato, pero nos pillaron. De ahí en adelante al ver las diferencias entre la Unión Soviética y China, uno se acerca más a China. Luego de decantar las cosas, de comprender que definitivamente no es por el lado del foquismo o la guerrilla del ELN, como tampoco el partido comunista, queda la alternativa dentro del maoísmo del EPL o el MOIR, y es en ese último, el partido que asimila la solución a la realidad nacional, donde encuentras la respuesta. En efecto, Mosquera ha logrado vincular los principios revolucionarios y el pensamiento Mao Tsetung, esas verdades universales, con la realidad nacional. Enfoque que nadie tiene en Colombia.

¿Cómo conoció a Mosquera y qué impresión le causó? Como simpatizante, asistí con un par de amigos a un acto político en el teatro Jorge Eliécer Gaitán. Allí hablaron varios dirigentes de izquierda, entre ellos los del Bloque Socialista, pero el discurso del secretario del MOIR, el de Mosquera, me pareció muy claro, absolutamente brillante y me permitió entender lo que estaba sucediendo en el país. Desde ese momento sentí una gran afinidad y un gran deseo de acercarme al MOIR y de conocer lo que pregonaba Mosquera dentro de la izquierda colombiana.

¿Cómo fue su relación con Mosquera y qué efecto tuvo sobre usted?
Mi relación con él, digamos personal, no fue muy grande, pero de las cosas que me impactaron mucho, recuerdo una vez en un grupo de estudio. Yo estaba recién separado de mi mujer. Me imagino que me veía muy mal, y Mosquera, no sé si lo sabía o no, se me acercó y me dijo: "hombre no se preocupe, las cosas se arreglan solas. Eso pasa rápido y es mucho más importante todo esto en lo cual estamos trabajando". Otra, la vez que estuvo en mi casa toda una tarde y parte de la noche hablando sobre política y la situación de Colombia, de la Unión Soviética, del imperialismo norteamericano, y me impresionó profundamente la claridad de sus planteamientos. Eso hizo que desde ese momento en Cedetrabajo o en los grupos de estudio a los cuales pertenecí, esperara ansiosamente la llegada de Mosquera para oír su charla respecto a la situación nacional. La relación intelectual se llevó a cabo a través de Tribuna Roja. Cuando salía el periódico la expectativa era inmensa por los editoriales de Mosquera, que por lo demás, siempre sorprendían. Estaba uno confundido, no sabía qué estaba pasando y cómo explicárselo y el editorial lo aclaraba todo. En fin, lo que más me marcó de Mosquera fue su claridad. Es lo que más añoro y lo que más añoran los compañeros con los cuales me veo, y con los cuales hablamos con nostalgia de esos años del MOIR, porque vale la pena señalar que para mí fueron muy importantes y formativos. La influencia que tuvo Mosquera fue muy grande. Creo que en estos momentos de tanta confusión su ausencia es determinante, muy grave. Hoy cuando nos enfrentamos al fenómeno de la intervención norteamericana y al terrorismo de las guerrillas, cómo hace de falta el consejo de Mosquera.

¿Hasta dónde influye Mosquera en esa generación de intelectuales a la cual usted pertenece?
Es impresionante la cantidad de gente que nos acercábamos al MOIR porque realmente allí estaban las respuestas a todas nuestras inquietudes intelectuales. Nosotros comprendíamos que no era la extrema izquierda, no era irse para el monte. Por el contrario, Mosquera daba las soluciones, fijaba un rumbo, como en el caso de los pies descalzos. Realmente, si uno se pone a ver, muchos intelectuales de esa época, hoy en día personas influyentes, pasaron por el MOIR. Pero en realidad nos vinculamos y colaboramos por él, por sus ideas, porque uno puede decir que el MOIR era Francisco Mosquera. Es muy curioso, como una cosa anecdótica, que los editores de las principales empresas del país, como son Planeta, Alianza, El Ancora, Intermedio, Tercer Mundo, trabajaron muy cercanamente a Pacho en Tribuna Roja. Inclusive nosotros todavía nos reunimos periódicamente y hablamos de la "célula de los editores", porque seguimos siendo amigos dentro del marco profesional. Debido a nuestro oficio nos impresionábamos mucho más por la calidad literaria de Mosquera, no sólo el fondo sino la forma de los escritos, por su preciosismo.

¿Qué destacaría usted de Mosquera?
En los grupos de trabajo le hacíamos muchas preguntas y siempre, siendo muy repetitivo, me impresionó la claridad con que respondía, iba directo al punto y uno muchas veces quedaba sorprendido, y se decía, "miércoles, dentro de mis ejercicios intelectuales nunca miré esta opción". Recuerdo que durante el entierro, fuera del sentimiento de dolor tan profundo, había un sentimiento de rabia por la desaparición de Mosquera, porque ya se vislumbraba la falta que iba a hacer en este maremágnum, dentro de esta confusión tan terrible en que estamos.

¿Quiere agregar algo?
En este momento de un gran vacío uno se pregunta, ¿bueno, para dónde cogemos? Realmente no hay, no se ve ninguna alternativa, no hay nadie que explique con claridad lo que está pasando, muestre la ruta, diga hacia dónde seguir. Creo, para finalizar, que dentro de este desierto de ideologías, vale la pena señalar que uno siempre confunde el MOIR con Mosquera, que realmente el MOIR era Mosquera. Sé que esto no le va a gustar a muchos, pero el MOIR murió con Mosquera.

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XIX

AL CONOCERLO ENTENDÍ POR QUÉ LO SEGUÍAN

 

Herman Redondo Gómez*


*Médico cirujano de La Universidad Industrial de Santander. Especialista en ginecología y obstetricia, Universidad Nacional. Postgrado en Seguridad Social, Universidad Jorge Tadeo Lozano. Representante de los profesionales de la salud en el Consejo Nacional de Seguridad Social en Salud. Presidente de Asmedas Cundinamarca. Autor del libro: La reforma de la Salud y la Seguridad Social en Colombia. El desastre de un modelo económico.
Candidato al Concejo de Bogotá, 2001 - 2003 por el Movimiento Unámonos.

Desde siempre, desde que tuve uso de razón quise ser médico. Esa ilusión empezó a ser realidad en febrero de 1968, cuando ingresé a la UIS, como era costumbre en aquella época al "año básico", donde compartían todas las carreras técnicas o humanísticas. En los primeros años de estudio tuve la oportunidad de conocer, de oír más bien, personajes que trascendieron la vida nacional: Jaime Arenas, el más elocuente de los oradores que mis oídos hayan escuchado; el "cura" Camilo Torres, quien me rompió de un tajo el falso paradigma que había formado hasta entonces de los sacerdotes y, a Francisco Mosquera.
A finales de la época del sesenta, el movimiento estudiantil era, no sólo beligerante, sino que contenía un alto conocimiento político. A través de personas como Si1via Casabianca y Gildardo Jiménez ingresé a la JUPA movimiento de juventudes del MOIR.
Siempre tuve deseos de conocer a Mosquera, porque me impresionaba la admiración y respeto, rayano en el culto a la personalidad, que le profesaban aquellos rebeldes estructurados que me orientaban filosóficamente en la JUPA. ¿Cómo podían estas personas tan combativas, tan incrédulas de todo el mundo que les rodeaba, creer con tal veneración a un ser vivo sobre la tierra? Tendría que ser un personaje digno de ser conocido.
No fue fácil conocerlo, estrechar su mano y dialogar con él breves minutos, no más de 10 o 15, tal vez. La jerarquía del MOIR era muy rígida, con una disciplina casi castrense. Tuve que pasar muchas pruebas, sin darme cuenta que estaba sometido a ellas, antes de que me consideraran del "partido" y no un simple "simpatizante". Nadie me graduó, pero el trato cambió, ahora me exigían mucho más y me delegaban mayores responsabilidades. Pero tuvo su gran compensación: conocí a "Pacho" Mosquera.
No todos los miembros de la JUPA se daban el lujo de conocer personalmente a Mosquera. Nunca supe si influyó el hecho de mi insistencia o, que a la fecha realizaba Internado Rotatorio en el Hospital Ramón González Valencia y era el Presidente de ANIR Santander (Asociación Nacional de Internos y Residentes) y había organizado el primer paro del recién estrenado hospital, inaugurado 11 veces (una por cada piso) y había organizado una marcha de blusas blancas en la que participaron todos los estamentos del hospital: médicos, internos, enfermeras, bacteriólogas, terapistas, etc. Todos muy Orondos con sus respectivos uniformes y, algo que se comentó mucho y salió en primera página de Vanguardia Liberal: el desfile, como se le llamó lo presidía un ataúd en el cual descansaba una pancarta que decía: "aquí yace el González Valencia por falta de presupuesto".

El día que conocí a Francisco Mosquera fue una tarde lluviosa de abril de 1974; no sé dónde vivía pero sí sé que sus estadías en Bucaramanga eran efímeras. Gildardo Jiménez, después de asegurarse de que yo no era un pequeño burgués con sarampión revolucionario, me presentó escuetamente, diciendo: "Pacho, uno de los médicos nuestros del González Valencia, recién ingresado al partido". El líder me saludó cálidamente, me preguntó por mi familia y qué opinión tenía de los problemas de la salud, de lo cual di una respuesta que a mí mismo me dejó satisfecho. El me escuchó con paciencia de predicador y concluyó aclarándome la dependencia de los problemas de la salud con la falta de soberanía nacional. Fue claro, corto y conciso; su voz irradiaba una gran convicción. Es la forma de expresarse del que conoce la verdad y tiene el camino trazado. Esa brevísima entrevista colmó mis expectativas y me motivó a continuar en las filas de su partido. Entendí por qué aquellos hombres y mujeres batalladores e inconformes lo seguían con tal admiración.
Por eso, a pesar del año rural, de la férrea disciplina del partido a la que no pude adaptarme y de que, mi proyecto de vida y el ejercicio de mi profesión me alejaron del MOIR, siempre ha sido una fuente intelectual que miro con simpatía. Así como lamenté su muerte cuando asistí con Pedro Contreras a la Funeraria Gaviria aquel fatídico 1 de agosto de 1994, porque sabía que el país había perdido a uno de los grandes ideólogos de la izquierda democrática, igualmente, lamento hoy que después de su desaparición, el MOIR, la razón de ser de su existencia, se haya dividido, más por apetencias de liderazgo de sus seguidores que por verdadero afán de defender su pensamiento y sus ideas revolucionarias.
¡Cuánta falta hace al país su mentalidad preclara, en momentos cuando se han sumado todos los factores de inestabilidad política! ¡Los sectores democráticos y las masas populares necesitan de un hilo conductor del que hoy carecemos!
Francisco Mosquera es hoy peregrino de la eternidad, se ha ido físicamente, pero sus ideas se mantienen en sus seguidores y en sus escritos como: MOIR Unidad y combate, Resistencia civil y, el hermoso testimonio de admiración escrito por Gabriel Mejía en El pensamiento de Francisco Mosquera, una aproximación.

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XX

EL AMIGO, QUIEN ME AYUDÓ A CAMINAR LA VIDA

 

José María Gómez*


*Fundador y Presidente de la Asociación de Amistad Colombo China. Embajador de Colombia en China durante el gobierno de Virgilio Barco. Docente de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.


Empiezo diciendo que considero a Pacho como el amigo no como el político, no como el dirigente. Para mí la primera memoria es el amigo, y cuando uno usa ese término quiere resaltar que conociendo amigos se entiende el concepto de amistad. Y la amistad trae una serie de maletas que uno se cuelga en las espaldas, unas llenas de positivismo, otras repletas de dificultades, y la sumatoria es que uno se queda con muy pocos amigos, aquellos que lo han ayudado a caminar la vida. Para destacar la definición de amistad yo arrancaría con la palabra lealtad, ese concepto de "ser llave" de los gamines. Otras frases son "saberle cuidar la espalda", "saber qué decir y qué no decir". Uno es producto de su pasado y cuando ese pasado ha tenido ingredientes como haber participado en la vida de alguien que le ha llenado a uno mucho, entonces es sumamente positivo. Por todo esto nos encontramos aquí, en el Starbucks Coffee de la Lexington Ave. con la 78th, en Nueva York, hablando de Pacho.

¿En qué circunstancias conoció a Pacho y qué lo impresionó? Yo le temía mucho al MOIR, pues pertenezco a la alta burguesía colombiana o por lo menos eso me hicieron sentir mis familiares al crecer. Yo no podía tener contacto con la izquierda y menos con la "extrema", que era todo aquello relacionado con China, pero a la vez mi sensibilidad social me hizo querer entender qué diablos era todo eso. Mi esposa, Eugenia Escobar, muy cercana a todos los conceptos de izquierda, me acercó al MOIR, y por medio de ella conozco a Pacho. En alguna ocasión lo invitó a la finca en Funza, Cundinamarca, donde vivíamos y descubrí que no era un bicho raro con tres ojos y siete manos, sino una persona absolutamente tranquila y querida, sensible a los sauces llorones y a los espejos de aguas sobre los lagos y nada parecido a todo lo que el mundo americano le hacía pensar a uno de los comunistas. El se encargó de tranquilizarme y yo de entender que allí había alguien maravilloso que valía la pena profundizar. Poco a poco nos fuimos acercando, él valorando lo que yo hacía, ordeñar vacas, y yo valorando lo que él hacía, política, sin que lo uno fuera más importante que lo otro. El me hacía sentir de igual a igual, y creo que por ese aprecio, empezó a aparecer un pasaje de las enseñanzas de Mao sobre los burgueses buenos y los burgueses malos, y la burguesía nacional, aquellos que invertían su capital haciendo producir la tierra, generando empleo, y que trabajaban en contra de todo el aparato económico de ese gigante del norte para tratar de generar una Colombia mejor. Él me exaltaba el hecho de que yo era un burgués nacional, y siempre me enfatizaba "usted no tiene por qué ser comunista ni ser activista del MOIR, usted tiene que seguir haciendo lo que está haciendo, esa es su función en la vida, lo que usted sabe hacer, y de esa manera usted contribuye a construir un mejor país. Siga estudiando sobre vacas, déjenos a nosotros la política".
Una vez el Teatro Libre organizó una serie de obras, entre ellas El fantoche de Lusitania que tiene que ver con los problemas civiles y raciales en Angola contra los portugueses, y había que fabricar un muñeco metálico. Yo, que previamente a conocer a Pacho me había estado reuniendo con la gente del Teatro, ofrecí que lo soldáramos en la finca. Ahí cometo mi primer error, el cual molesta mucho a Pacho, y es que me siento menos ordeñador y más político, y me da por ayudar al Teatro Libre a hacer el montaje de la obra en Sopó. La policía impide la presentación y junto a otros dos compañeros nos meten a la cárcel, y como encuentran que estoy armado, obviamente se enreda la situación muchísimo más. Son errores de liberalismo y acabo en los calabozos del DAS, de donde Pacho, con la colaboración de Ricardo Samper, logra nuestra libertad a las 24 horas. Al salir me voy para San Ramón, donde me encuentro con Pacho, me llama la atención, e insiste en que mi función es la de producir y no la política.
Recuerdo también un viaje con Pacho a Manizales. Estuvimos en la finca que era del abuelo de Eugenia, don Carlos Angel. Allí, con mi tío político, Juan Manuel Peña, un hombre de derecha y muy inteligente, solía discutir a fondo pero nunca se acaloraban. Ahí viene otra cualidad de Pacho. Aunque sus convicciones políticas las tenía absolutamente definidas, su mentalidad era abierta para oír y discutir otras posiciones. Y eso le enseñó al MOIR, cómo también ser revolucionario pero no terrorista, opuesto a destruir la propiedad nacional. Yo rara vez tuve diferencias con Pacho, porque él entendía mi punto de vista y buscaba que yo entendiera el de él, sin forzarme, y si yo no entendía lo dejaba de ese tamaño.
Pacho solía pedirme ciertos favores; por ejemplo, en una de las elecciones, cuando salió elegido como representante Ricardo Samper, me denominó su conductor, pues sabía que andando en un Mercedes Benz, corríamos menos riesgos. Me obligaba a quedarme en el carro para no involucrarme en los procesos del MOIR. Él se bajaba discretamente, iba y visitaba los puestos de votación, regresaba y continuábamos nuestro recorrido por toda la capital. También fuimos durante esa campaña, junto con Mauricio Jaramillo, a algunos pueblos de Cundinamarca y Boyacá.
Luego la relación va creciendo a través de los grupos de estudio, las reuniones de la gente que tiene que ver con el Teatro Libre y el arte, de quienes tratan temas sociales, económicos, agrícolas, o sobre la realidad nacional, sobre qué procedimientos y procesos se deben llevar a cabo para el cambio. En todo esto, Eugenia asiste no sólo como política, sino también como artista. No olvidemos que es hermana de Clemencia Escobar (después Clemencia Lucena) una firme colaboradora del MOIR. En todo caso yo participo de esos grupos de estudio, y ahí vemos un poco más a Pacho, y empiezan a ocurrir muchas cosas. Se me viene a la cabeza las elecciones entre Pastrana y Rojas Pinilla por el mismo tiempo de la convocatoria al Paro Nacional Patriótico. Recuerdo mucho este momento, porque Pacho se queda en nuestro apartamento mientras nosotros, por seguridad, seguíamos en la finca. Ahí vivió varios meses en compañía de Ricardo Samper y de otros miembros del Partido de los cuales ni traté de indagar. La relación de Pacho con Ricardo Samper era de grandes roces y grandes amores, no hay que olvidar que ambos poseían un excelente humor y a veces eran muy divertidos, como también que siendo Samper un tipo de la alta burguesía, generaba muchas contradicciones que producían explosiones inesperadas. Pero fundamentalmente trabajaban muy bien juntos y creo que Ricardo jugó un papel importante, aportando un ingrediente más universal de las cosas.
No recuerdo discusiones ni garroteras ni cosas de ese estilo con Pacho, tal vez por el interés de protegerme, de que yo no traspasara ciertos límites para los cuales él no consideraba que eran mis fueros, y tenía razón, yo no estaba para esos trotes. Esto me ayudó a definirme y a respetar lo que yo mismo hacía. No quería ser lechero, pensaba que mi función en la vida era ser sociólogo y trabajar en el campo de la antropología con los indígenas, cosa que después hice. Pero esto de las fincas lo rechazaba, tenía como cierto repudio a mi clase social, me consideraba un privilegiado y que debía tratar de que otra gente pudiera también tener acceso al capital, pero en esa diarrea mental no entendía muy bien cómo se hacían todas esas cosas y, en mi confusión, Pacho me ayudaba a entender que mi camino estaba en seguir haciendo lo que hacía, y que no me angustiara. En eso me enseñó mucho de la vida.

Pero un día, por allá en 1977, se aparece y me dice "le tengo un trabajo, usted es la persona precisa para hacerlo". La tarea consistía en crear la Asociación de Amistad Colombo China. El acababa de regresar de su primer viaje a China, donde lo acompañaron Ricardo Samper, Angela María Upegui, Carlos Naranjo y Olga Quiceno entre otros, en el cual tuvo una serie de intercambios con un viceprimer ministro, y llegaron a la idea de que el MOIR podía crear esa institución. Le contesto que listo, que precisamente por mi amistad con él y los vínculos con Samper había viajado a China y hecho una serie de encuentros de tipo político. Me explica qué y cómo, que le esté informando de los progresos, pero que mantenga al MOIR totalmente aislado, que la institución cuente con la representación de todos los estamentos sociales, desde los trotskistas hasta la extrema derecha, me esboza los parámetros generales, y me deja solo. Viajo a China y también a Cuba para entrevistarme con el embajador chino en la Isla, busco la colaboración de muchas personas, claro que me quedó fácil los de extrema derecha y muy difícil los de extrema izquierda, pero logré meterlos. En la primera reunión se sentaron en la misma mesa Daniel Samper, Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Luis Villar Borda, miembros de alto rango del ejército colombiano como Valentín Jiménez, gente del Ejército de Liberación Nacional y muchos más. La institución coge tal fuerza que en cosa de dos años visitamos a todos los expresidentes, Pastrana, López, Carlos Lleras, Turbay Ayala y los convencemos de dar su visto bueno a las relaciones con China y desbancar a Taiwan, que era nuestra tarea. De ahí se le ocurre a Pacho que lo acompañe en su segundo viaje a China. Pasamos delicioso, pues yo había estado varias veces allá, y por mi vinculación con la Asociación, nos acercamos más a los chinos y fijamos nuevas tareas.
Ya hacia 1982 me divorcio de Eugenia, y dejo de trabajar tan intensamente con esas causas. Me voy a vivir mi vida de sociólogo con minorías nacionales, con indígenas en el Vichada por unos ocho años, alejado de la Asociación y más del MOIR, hasta que un buen día el presidente Barco me llama a Gaviotas y me ofrece la embajada de China, la cual acepto. La Asociación me da un banquete de despedida, y pronuncian un discurso muy bonito sobre lo que había hecho por las relaciones colombo chinas. Tal vez debido al calor de los aguardientes, respondo que de cierta manera es una culminación de una carrera no planificada como una meta de mi vida, algo que me ha llegado porque a otros se les ocurrió que ese era mi destino. Que tuve la fe de creer en ello y que por primera vez en la historia, ese día, divulgaría cómo llegué hasta allí. Entonces cuento todo cómo se organizó la Asociación, que quien sembró esa semilla fue Pacho, que todo era gestión, creatividad, imaginación, ideas de Pacho y a mí me correspondió su ejecución, y que me parecía que ese era el sitio y la ocasión para contar lo que había sido un secreto.
No faltaron minutos después de terminar la comida para que alguien le contara todo eso a Mosquera, y media hora después sonó el teléfono de mi carro. Era Pacho. Pensé que me iba a regañar, a reclamarme por haber roto nuestro silencio, pero no, era que estaba absolutamente conmovido.

Ver una película o un partido de fútbol con Pacho, ¿le dejaba lecciones a uno?
Una pregunta muy divertida. Pues sí. Varias veces estuve en cine con él. Se salía cinco minutos antes de terminar la película para no llamar la atención, para evitar el "mire ahí va Mosquera", o simplemente por seguridad. Cualquiera que fuera la razón, tuvo muy presente en su vida no exaltar su figura. En cuanto al fútbol, todavía existen trabajadores que recuerdan el partido que se jugó, en la finca de San Ramón, con la selección nacional de fútbol de China y los dos goles que él hizo, e inclusive conservan las camisetas de los chinos.

¿Qué recuerda de la visita de Mosquera a los Estados Unidos? Para ese viaje él se apoyó mucho en mí, le dije que le garantizaba que toda su estadía en este país iba a ser perfecta. Lo esperé en el aeropuerto Kennedy el día que llegó de Hong Kong con Felipe Mora y asear Parra, le entregué mi carro, en fin, le facilité lo que pude para que pasara feliz acá en este monstruo de país y en especial en esta ciudad, y sé que así ocurrió, y disfrutó al máximo tanto su estadía en Nueva York, como en una casa de campo que tenía cerca a Washington. Después viajó a Miami.

¿Qué puede usted decir sobre la manera como Mosquera manejaba las alianzas?
Sobre alianzas como sobre la cosa política poco puedo decir. Más bien recuerdo que era buena muela y nos gustaba hacer alianzas sobre lo que íbamos a pedir en la mesa. En China una vez pedí grillos, y en otro sitio unas ranas y luego unos gusanos de mar, pero yo tenía que probarlos primero, y en fin, lograba que él comiera toda esa serie de exquisiteces del Oriente y la verdad es que la pasaba muy rico.

y sobre lecturas, música...
Él me recomendó leer Estrella roja sobre China, un libro muy famoso de Edgar Snow que me abrió los ojos sobre ese país. Oíamos mucha música, recuerdo ahorita en particular, que allá en San Ramón poníamos los conciertos de Bach.

¿Cómo lo convenció de su posición política?
Precisamente porque no intentó convencerme, me convencí. Creo que es una gran forma de convencer, no hacerlo frontalmente sino que los hechos lo demuestren.

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XXI

LA BURGUESÍA RECONOCERÁ QUE TUVO LA RAZÓN


Orlando Ambrad*


*Médico de la Universidad Nacional de Bogotá. Médico de la Clínica de Tumores en Cartagena. Se especializó en Hematología y Oncología en la Universidad de la Sapiencia en Roma. Actualmente es médico de la FAO y de la Embajada de Colombia en Roma.

¿Cómo conoció a Pacho y cuál fue su primera impresión?
En 1971 yo hacía política en el municipio del Guamo, Bolívar, con el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL. Unos amigos de mi infancia que militaban en la Juventud Patriótica me hablaron de Mosquera y del MOIR. Me gustó mucho el planteamiento sobre reforma agraria y quise conocer más profundamente ese partido. Ya había conocido a la gente de Mosquera, los del MOEC, por allá en 1965, cuando estudiaba medicina en la Universidad Nacional, y aunque enemigos políticos, tenía con ellos una gran amistad pues eran los más inteligentes del curso. Nos identificábamos en que no nos gustaban los comandos camilistas ni las juventudes comunistas, y nos diferenciábamos en que ellos eran abstencionistas y concebían el foquismo como la forma principal de lucha. Por eso, cuando a finales de 1971 el MOIR da un viraje y decide ir a elecciones, considero que es el momento oportuno para unirme a Mosquera. En cuanto a mi experiencia con el marxismo se remonta al movimiento estudiantil de 1968, cuando un amigo me vincula a un círculo de estudio donde duramos tres meses leyendo a Marx. Nunca intentamos construir nada, por eso yo veía el marxismo como una cosa teórica, y no como una cosa real. En esas circunstancias, pues, me presentaron a Mosquera. La primera impresión fue muy grata porque encontré un hombre de la misma edad pero que parecía haber vivido cinco veces más que yo. Sabía marxismo, conocía la realidad nacional y poseía una gran experiencia, y, afortunadamente, con muchas cosas en común. Cuando lo conocí, me dije, esta es una persona que entiende el marxismo, que lo aplica y que lo va a poner en práctica.
A principios de 1972 contactamos un grupo obrero que militaba con el ML que era abstencionista. Con ellos hicimos la campaña electoral en Bolívar, donde no había un solo hombre del MOIR, logrando sacar casi 600 votos, sin recursos económicos y con muy poca gente. Pasadas las elecciones, el regional de Bolívar quedó con un concejal y militancia en Magangué, en Carmen de Bolívar y otros municipios. Cartagena se volvió un fortín obrero, nos ganamos el sindicato de Telecom con Agustín González, el de la Administración Postal y el de Coltabaco. Eran antiguos militantes del ML que creyeron en el programa, que quisieron hacer elecciones. Salí elegido concejal en el Guamo y, lógicamente, Mosquera quedó muy impresionado y me quiso conocer más profundamente, lo que dio inicio a una amistad no sólo política sino también personal. Pero quiero aclarar que ese triunfo sólo se debió a que el MOIR tenía la energía, la convicción y el programa. Y lo demostró al surgir sin ninguna posibilidad material económica para competir en una cuestión en que todo depende del dinero. Todos sabemos cómo se hacen las elecciones en Colombia. El carisma nuestro era la convicción, la energía y un programa sumamente convincente a pesar de ser marxista. Si uno lo interpretaba bien podía explicar con facilidad al campesino la lucha por la tierra, al obrero por qué la independencia nacional, y al pueblo en general el por qué la necesidad del desarrollo de las fuerzas productivas basado en la producción nacional, es decir, todo esto era claro para la clase obrera y la clase obrera sí cree en un programa de nueva democracia.

¿Qué fue lo que más le impactó de Mosquera?
Fueron muchas las cosas de Pacho que me impactaron hasta tal punto que me hicieron cambiar mis propias convicciones políticas. Por ejemplo, su obsesión por la revolución. Mientras para mí la política es un arte, y no una misión revolucionaria, para él su pasión era la revolución, era su vida, y esto me dejó tan impresionado que a cada rato me preguntaba, ¿si hacemos la revolución qué nos va a suceder a todos nosotros? Porque llegaron momentos en que el país tenía condiciones favorables para hacerla, y yo le temía a la revolución. Pacho no le temía, esa era la gran diferencia entre los dos. Sin embargo, el me decía, "esperemos que la revolución se haga mientras yo esté dirigiendo el MOIR, porque si hacen la revolución otras personas, tú vas al paredón. El único que te puede salvar soy yo". Estas cosas, que se decían riendo, en broma, tenían mucho de verdad. En el MOIR militaban muchas personalidades democráticas de extracción burguesa, a las cuales Pacho protegía, en el sentido en que no dejaba que nos tocaran nuestras debilidades, nuestras deficiencias de marxistas o proletarias, porque inquisidores existen en todos los grupos políticos. Él le dio garantías a todos los militantes fueran de extracción proletaria, pequeñoburguesa o burguesa.
Hay una anécdota de esa época. Pedro Giraldo, un hombre bastante entrado en años, uno de los fundadores del ML, el que más resistencia opuso a la participación en las elecciones del 71. No tuvo una buena relación con Mosquera porque a éste le gustaba que el contrario tuviera posiciones claras y Pedro Giraldo era una persona que como todo ML nunca explicó por qué no iba a elecciones o cómo entendía la estrategia de nueva democracia, era muy obrerista, renunciaba a hacer alianza con la burguesía nacional porque para él no existía. Conociendo la amistad que me unía a Pacho, me buscaba dizque para discutir conmigo pero queriendo hacerlo con Pacho y así estuvimos durante cinco años. Participaba en las reuniones del MOIR porque era amigo íntimo de todos estos obreros, de Agustín González, de Puerta, de Paternina, él era como el padre espiritual de ellos, los había llevado al ML, y como el MOIR se los quitó, no queriendo perderlos se vino detrás de ellos. Asistía a las reuniones, pero no compartía nada nuestro. De un momento a otro empezó a venir más frecuentemente a mi consultorio, hasta que un día me dijo, "bueno, esta vez sí voy a ir "a elecciones". La gran satisfacción de mi vida me la dio cuando enfermo, antes de morir, pidió que las palabras en su funeral las dijera yo.

¿Le hizo Mosquera recomendaciones, le insistió en normas políticas, en tácticas, en lecturas?
Pacho tenía una gran curiosidad por saber qué pensaba yo sobre la construcción del frente único, y me preguntaba insistentemente cómo podría construirlo en Bolívar. En realidad, yo nunca abandoné mi modo de vida, o sea, milité en el MOIR pero mantuve mis amistades, conservé todo lo que en el pasado tenía, no rompí con estas cosas como muchos compañeros lo hicieron, pensando tal vez que si rompían con la familia y con los amigos burgueses, iban a ser más revolucionarios. Yo por el contrario consideraba a la familia y a los amigos como parte de la revolución, no como nuestros enemigos ni enemigos del país, no podía de ninguna manera ofenderlos, tratarlos de reaccionarios, sino que por el contrario debía de ganarlos a la causa. Pacho me defendió en esto. El le decía a los militantes que una de las cosas que más le impresionaba, era que yo mantenía las relaciones con la clase burguesa de donde provenía y que por eso me quedaba muy fácil entender la construcción del frente único, el por qué la burguesía tenía que ser revolucionaria en Colombia. Pacho insistía en que a esta clase había que enseñarle, moverla y defenderla. Hoy en día está a punto de desaparecer, les impusieron la apertura, el neoliberalismo. No entendieron que tenían que jugar un papel revolucionario. Confiaron en que la gran burguesía y los partidos tradicionales defenderían sus intereses, cosa que a la larga nunca hacen. Algunos creen que la revolución es un asunto completamente obrero o de gente que se vincula con amor y pasión a las luchas proletarias, pero no, como Pacho decía, las revoluciones las hace el 90 por ciento de la población y ese 90 por ciento tiene que convencerse de la necesidad de hacerla. Ahí fue donde yo aprendí en qué consiste ser democrático. Lo es quien sabe vincularse con todas las clases que deben participar en el proceso revolucionario y esa fue la gran enseñanza que Pacho le dejó al país.
Mosquera demostró su capacidad democrática al tener amigos personales como Pepe Gómez y Lía de Ganitsky. No eran marxistas, no eran de extracción proletaria sino burguesa, con grandes intereses económicos, pero los convenció de que tenían que participar en una revolución democrática y no solamente los convenció sino que esta gente lo apoyó de corazón y lo ayudó personalmente a hacer su política. Pacho te daba seguridad y eso mismo le dio a Consuelo, a Piedrahíta, y a todos los aliados que tuvo. Les daba seguridad a los que tenían una extracción no proletaria de que esa revolución no era contra ellos, que era por el país, una revolución del 90 por ciento. Lo enseñó y lo practicó.
En 1983, ante tantas dificultades que se presentaban para la revolución, Mosquera habla de aliarse con la burguesía y piensa en Turbay Ayala, así me lo da a entender en Roma, "sé que tú vas a estar de acuerdo", y lo estuve de la alianza con Hernando Durán Dussán, indudablemente una personalidad patriótica, y porque representaba las fuerzas que movían a la burguesía nacional, algo en lo que siempre insistí y porque Durán Dussán quería volver el liberalismo una fuerza nacional independiente, plantear unos principios democrático burgueses que en un momento determinado podían salvar a Colombia. Era la única esperanza que quedaba pues el galanismo defendía la política neoliberal. El ascenso a la presidencia de Gaviria consolidó la apertura.
Mosquera dejó una herencia importantísima, demostró que sí hay posibilidades de aliarse con un sector liberal que defiende la nación, hay que ser mosquerista en el hecho de que no todo se da como se presenta. Si bien se ve un liberalismo unido en torno a la política neoliberal, en el fondo existen sectores inconformes. Esa inconformidad se debe agudizar, eso hacía Mosquera en política, buscaba cuáles eran las contradicciones y las agudizaba. Vi tan clara la alianza con Durán Dussán, que regresé al país a hacerle campaña. Mosquera me decía: "Sé que tú nunca me vas a abandonar, tú nunca te irás con la burguesía, tú eres mosquerista y no estás aquí por interés, pero muchos de los que tengo aquí se me van a ir con la burguesía". En esa alianza la militancia aprendió a tratar a la burguesía, claro que muchos se quedaron, por desgracia, con la burguesía, y aparecieron moiristas en altos cargos públicos y otros militantes de menor importancia comenzaron a trabajar descaradamente por candidatos liberales.
En cuanto a lecturas, Mosquera me insistía en que leyera a autores como Kissinger. A él le impresionaba mucho los planteamientos de Kissinger, cómo se movía Estados Unidos a nivel internacional para conseguir aliados, la forma de llevar la lucha contra Rusia. Estas cosas gustan, porque te dan la información diaria de lo que sucede en el mundo. Era muy sabroso leer estrategas de la burguesía, que te enseñan a hacer alianzas, cómo se mueve el mundo. Cuando te reunías con Mosquera no ibas a oír hablar de marxismo leninismo pensamiento Mao Tsetung, sino el comentario último de lo que sucedía a nivel internacional, de cómo recibir esta información y dónde encontrarla.
Mucha gente admiró a Pacho por su capacidad de analizar las contradicciones. Yo no he visto una persona más capaz para entender cuál era la contradicción principal y cuáles las secundarias. Él, en un momento determinado de la vida política mundial o nacional, te decía "la contradicción principal es ésta", y no se perdía. Cuando las contradicciones secundarias se volvían la principal, él lo entendía mientras nosotros nos quedábamos atrás. Por ejemplo, después de muchos años vine a comprender por qué rompe con los mamertos. Él daba el viraje, mientras nosotros estábamos todavía pensando en otra cosa. Cuando se puso al lado de Reagan contra la Unión Soviética y cuando afirmaba que el escudo espacial era la salvación del mundo, entendió que en ese momento significaba defender la revolución mundial, sin embargo, nadie en la izquierda le comprendió esta gran verdad.
Si en Colombia la izquierda quiere progresar tiene que aplicar los principios de nueva democracia, del frente que Pacho nos enseñó. Y es fácil: cómo tratar a las clases sociales, cómo defender a las clases que van a participar en este proceso, cómo hacernos amigos de ellas y cómo tratar a nuestros enemigos. Le veo dificultades a la izquierda, al MOIR dividido, débil y sin una persona que con su espíritu revolucionario impulse la revolución o la defensa nacional. Se requiere el estratega que mueva a la gente y le inculque ese sentimiento revolucionario que le inculcaba Mosquera a sus militantes. Pacho era un desconocido para la gente, no figuraba ni como candidato ni como jefe, las figuras públicas éramos nosotros. Pero nosotros sólo éramos sus representantes y la gente no lo supo. A mí las condiciones económicas no me obligaban a ser revolucionario, me impulsa a hacer la revolución el espíritu de Pacho. Él hablaba con una persona y esa persona se levantaba de la mesa convencida de que había que hacer la revolución en Colombia.

Usted siguió muy de cerca el proceso de los descalzos y de Magangué. Cuéntenos lo que recuerde de todo eso.
La primera discusión que tuve con Pacho, que no fue de enfrentamiento sino de dudas, se presentó con motivo de los pies descalzos. En gran parte se debió a mi comodidad pues me daba pereza trasladarme de Cartagena al sur de Bolívar, además de considerarlo inútil. Cuando Mosquera vino a Cartagena le planteé mis dudas, la imposibilidad de realizar la política de pies descalzos por las condiciones económicas en que estábamos, pues había que sostener a cuadros en sitios donde ni siquiera había militancia. En un principio fui un escéptico, lo digo con sinceridad. Sin embargo, de mala gana lo empecé a aplicar y nos inventamos algo que dio mucho resultado, lo de los médicos descalzos, logrando que un profesional del prestigio y la importancia de Roberto Giraldo se trasladara de Medellín a Magangué, a aguantar mosquitos, en condiciones higiénicas deplorables y con muchas dificultades para ejercer la medicina. Eso fue un heroísmo que me hizo cambiar mi posición. Si Giraldo lo hizo lo iba a hacer mucha gente. La práctica me enseñó esto, indudablemente fue una política exitosa, hasta cuando la guerrilla de las FARC nos sacó, causándole uno de los golpes más duros al MOIR, pues las condiciones eran favorables para llegar a hacer un frente verdaderamente amplio si hubiéramos podido seguir con los pies descalzos. Porque con esa política, Pacho llevó al campo la experiencia que tuvo en la clase obrera al vincularse a los sindicatos y logra que el campesino vea en el MOIR una fuerza sana, revolucionaria, honesta, que no lo va a utilizar y por el contrario le ayudará a resolver sus problemas. Ahí está el éxito de Mosquera, él consideraba que sin esa política no se podía hacer la revolución y sabiendo que eso era lo principal y lo justo, lo impulsa contra viento y marea, pese a todas las dificultades.

¿Qué recuerda del paso de Pacho por Roma? ¿Cuál era su apreciación de Europa?
En 1981 salí para Roma con la convicción de que en Colombia existían dificultades muy grandes para trabajar políticamente, porque las FARC empezaron su arremetida contra el MOIR en el sur de Bolívar, dejándonos completamente bloqueados. Hablé con Pacho y le dije que estábamos muy cansados y es en la única ocasión en que me da la razón, inclusive me pregunta si quiero irme para Europa. Yo quería ir a estudiar la genética en Roma. Mosquera estuvo de acuerdo y me dijo "yo iré a visitarte", cosa que no le creí. En 1983 él va a China y de regreso a Colombia pasa por Roma con Héctor Valencia y Carlos Valverde. Tengo la satisfacción de recibirlo en mi casa y estar ocho días con él. Pacho considera que antes de caer el muro de Berlín ya el Partido Comunista de China estaba dando un viraje reaccionario, que abandona la lucha del proletariado internacional para dedicarse exclusivamente a sus problemas internos. Eso determina que las condiciones no sean favorables para una revolución socialista mundial. Esto lo golpeó mucho.
En esos ocho días hablamos muy poco de política, porque él, cuando veía que las condiciones eran difíciles y no tenía clara la situación evitaba hablar de política. En ese momento estaba dedicado a leer sobre cosmología, lo mismo que sobre ciencia biológica. Se interesó mucho por saber lo que estaba haciendo yo en medicina sobre la genética y el cáncer y nos dedicamos esa semana a hablar sobre ciencia y astronomía. Mi mujer, que odia la política, nunca había conocido ese aspecto de Pacho quedando muy impresionada con él, e inclusive pudimos hablar de arte. Pacho en esta cuestión era muy conservador, consideraba el arte al servicio de la revolución y del pueblo. Yo le decía: "tú tienes un concepto reaccionario del arte". Cuando fuimos a la Sixtina me dijo, "este arte sirve al pueblo, en ese momento el pueblo necesitaba de la religión, de la filosofía, y Miguel Ángel defendía la concepción religiosa que era la imperante en ese momento, es decir, se puso al servicio de la política". Las grandes discusiones con Pacho giraban sobre qué es lo que determina, qué es lo principal y qué lo secundario. Para él el arte siempre tiene una misión: la de enseñar en un momento determinado lo que quiere la clase dominante. Duramos, pues, ocho días muy deliciosos hablando de política, de arte y de ciencia.

¿Qué opinaba Pacho sobre la medicina?
Pacho era un convencido de que la medicina era tecnología y desarrollo y consideraba atrasada a la medicina china. No le daba importancia a la tradición de esa medicina milenaria, pues consideraba que la ciencia está por encima de esas posibilidades. Era mejor un analgésico que la acupuntura, el antibiótico que el tratamiento con yerbas. Yo al respecto mantengo una posición intermedia. Creo que esa medicina tiene importancia por su historia, porque sirvió en ciertos momentos de la vida, aunque la medicina occidental ha hecho grandes avances tecnológicos e investigaciones muy serias y muy profundas, pero los resultados de algunas cosas de la medicina china son importantes, y eso era lo que yo quería decirle a Pacho. Llegamos a una conclusión: que esa medicina podría servirle al pueblo chino, pero no a Occidente, porque se aplicaba a un país educado para recibirla. En cambio la medicina occidental sí se podía exportar a Asia, y eso lo demostró la historia. Mao defendió e impulsó la medicina occidental, importó médicos e hizo amistades con centros clínicos del mundo. Hoy en China es más importante la medicina occidental que la tradicional.

Usted hablaba mucho con Pacho sobre las luchas internas, ¿qué recuerda de ello?
A nivel nacional no trascendían las luchas internas porque Pacho no tenía rivales dentro del MOIR; no porque no quisieran hacerle oposición sino porque en realidad no tenían la fuerza ni la convicción para hacer progresar políticamente una corriente antimosquerista en el Partido. No existía una persona que se le enfrentara. Sin embargo, y esto Mosquera lo sabía, esas tendencias de oposición que no daban la pelea a nivel nacional, entorpecían las actividades a nivel regional, era allí donde se veían las posiciones antimosqueristas.

Ustedes pasaron juntos vacaciones en Cartagena, jugaron fútbol, ¿cómo más se divertían?
Pacho era un admirador de la buena vida, de la buena mesa, era una persona de mucha sensibilidad, buen tomador de vino, buen tomador de trago. Pero no le gustaban los chistes, especialmente rechazaba los chistes vulgares. No era una persona que pudiera pasar la noche bailando. Él consumía el doble de la energía. Por ejemplo, si estaba comiéndose una carne él tenía que saber de dónde provenía, dónde se crió la res, y si tomaba vino, quién lo produjo y cuánto costó la producción. Con Pacho mantuvimos una amistad no sólo política sino personal. Mucha gente consideraba muy difícil el trato personal con Pacho, sin embargo nuestra relación fue diferente, algo que se dio por simpatía mutua. Él venía a Cartagena a descansar, a tener una vida normal sin pensar en política, ni en la tragedia de la revolución. Nos divertíamos con cosas como el fútbol. Le parecía una cosa estupenda podernos reunir con la gente desconocida de las playas y jugar un partido de fútbol. La primera tarea era convencer a los que estaban allí para que jugaran con nosotros. Formábamos el equipo y teníamos que ganar, porque Pacho no podía perder. Él veía quiénes eran los mejores y al siguiente partido los escogía para su equipo. Después de esto nos divertíamos en las cosas más simples, dando una vuelta por la bahía, yendo a buenos restaurantes, y algunas veces organizábamos viajes a las Islas del Rosario, donde nos quedábamos dos o tres días hablando de muchas cosas que no eran importantes: Nunca lo vi en una actitud de desafió, lo digo, porque la pasión de Mosquera era desafiar, discutir. Creo que conmigo mantuvo una relación dé amistad sin desafió, confiaba en mí y yo confiaba en él.

¿Qué otras cosas destacaría usted de Mosquera?
Otra de las cosas que legó Mosquera fue su lealtad con la gente, cuando era amigo era amigo, y lo demostraba a veces en las discusiones políticas, te protegía, te defendía a pesar de que estuvieras equivocado. Yo le agradezco siempre el hecho de que nunca me dejó de defender a pesar de que era la figura más fácil de atacar en el MOIR. Aún más, yo era el blanco cuando querían atacar a Mosquera, decían: "mira lo que tiene allá en Cartagena, a ese burgués".
Además, era un estratega para el convencimiento, él mantenía las relaciones siempre. Nunca en la discusión política partía de "tú no tienes la razón, la tengo yo", sino que te llevaba por muchos caminos a convencerte de que él la tenía.
El éxito de Mosquera es la lucha contra el foquismo y luego contra el abstencionismo. Mosquera fue el antiterrorista número uno del mundo, creo que una de las cosas que más me identificaba con Pacho era el odio al terrorismo. Lo odiaba por principio, como la cosa más nefasta para las revoluciones mundiales, y lo mismo que al secuestro, lo condenaba tajantemente. Nunca aceptó siquiera la posibilidad de una alianza con algún sector terrorista y recalcaba constantemente que de ninguna manera se puede utilizar el terrorismo como forma de lucha.
Creo que Mosquera dejó un legado que será imborrable en la historia de Colombia y en la historia de la izquierda colombiana: cómo hacer política. Primero, el ir a elecciones, en un momento en que se consideraban el abstencionismo y el terrorismo como las principales formas de lucha. En segundo lugar, la conformación del frente único. Empezó la enseñanza al aliarse con el Partido Comunista, prosoviético y procubano, y Mosquera consigue que el frente impulse una política nacional, que no se alinee alrededor de la Unión Soviética ni que considere a Cuba como el faro de la revolución colombiana. Luego viene la alianza con la burguesía y el liberalismo. Algún día la burguesía colombiana tendrá que reconocer que Mosquera tuvo la razón al plantear una política de nueva democracia y de autonomía nacional. Ahora, si la dirección, si los herederos de Mosquera no saben cómo aplicar esto, si el legado que dejó se pierde... En política es una verdadera tragedia que se olviden los legados, que las enseñanzas no se apliquen. Se pudo tener divergencias con Mosquera sobre los pies descalzos, con la ruptura del frente único, o tener problemas con la táctica, pero en la estrategia de la revolución colombiana no puede haber un solo moirista que esté contra Mosquera y no puede haber división en cuanto a lo que planteó, cómo hacer la revolución en Colombia y cuál es la estrategia.

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XXII

UNA AVENTURA INTELECTUAL PERMANENTE

 

Ricardo Camacho*


* Fundador y Director Artístico del Teatro Libre de Bogotá. Profesor de la Escuela de Formación de Actores del Teatro Libre y del Departamento de Humanidades de la Universidad de los Andes.

¿Cuál fue su impresión primera de Mosquera? ¿Cómo lo conoció?
A finales de la década del 60 yo militaba en un grupo estudiantil que tenía el inverosímil nombre de Sol Rojo y Fusil. A través de él supimos que había un núcleo de dirigentes revolucionarios maoístas que querían unificar a los grupos que de alguna manera teníamos esa tendencia. Nuestro grupo lo había fundado Ricardo Samper con Mauricio Jaramillo y estaba compuesto por estudiantes de las universidades Nacional y de los Andes. Vale destacar que fue la primera vez que en la Universidad de los Andes surgió un movimiento de revolucionarios. Como quiera que sea, en vísperas de las elecciones de 1970 en las cuales se eligió a Misael Pastrana, conocimos a Francisco Mosquera, pues nosotros, la base de Sol Rojo y Fusil, prestamos tareas de apoyo al Paro Nacional Patriótico, que fue de alguna manera como el bautizo público del MOIR en la vida política y sindical. En esa época habíamos tenido algunas reuniones con Francisco Mosquera pero era más lo que sabíamos de él y no tanto una relación directa. Por ese mismo tiempo yo presenté una obra de teatro que se llamaba El canto del fantoche lusitano, y él fue a verla al Teatro Colón. Me felicitó muy cálidamente y a mí me causó una gran impresión porque, aparte de Ricardo Samper, no había conocido a ningún revolucionario profesional. Después del Paro Nacional Patriótico empezamos a tener una relación más directa con esa organización que todavía se llamaba MOEC, y específicamente con Mosquera. Él nos reunió a cada uno por separado y en conjunto y nos pidió que dejáramos esos grupitos, que nos uniéramos para hacer un partido de clase, un partido marxista leninista.
La primera impresión que tuve de Mosquera fue la de un ser volcánico, una persona que tenía como una especie de energía interior y un aura muy poderosa, un tipo con una mirada muy profunda. En el Rey Lear de Shakespeare, en la escena en donde uno de sus súbditos disfrazado se le presenta a pedirle que lo deje servir, el rey Lear le pregunta: ¿por qué te asomas, qué es lo que ves en mí para pedirme que me deje servir? Entonces el tipo le contesta: autoridad. Es un poco lo que yo veía en Mosquera, alguien que tenía carisma. Y yo, que hacía teatro, ya sabía qué era eso. Era tremendamente seductor, con una gran facilidad de palabra, y aunque cuando hablaba maltrataba muchísimo el idioma, cuando escribía sí era totalmente escrupuloso, consultaba todos los diccionarios. Negarle a Mosquera algo era muy difícil, muy complicado. Esa es la primera impresión. No creo haber conocido una persona que haya tenido esa presencia, ese carisma y ese poder de seducción tan grandes.

De mucho humor, me imagino...
A mí me parecía una de las virtudes más seductoras. Muy rápidamente se adivinaba que era un iconoclasta: que, aparte de los dirigentes históricos del comunismo, Mosquera vivía socavando permanentemente todos los mitos que uno se forjaba, desde los políticos locales hasta mitos que tenían que ver con figuras del deporte, del pensamiento, de todo, hasta del marxismo. Me acuerdo, por ejemplo, que se burlaba del Quijote. Definitivamente era un iconoclasta con una gran dosis de humor, de un humor negro, un humor que provenía de la entraña popular. Yo todavía repito muchos de ese manojo inacabable de dichos de Mosquera, uno para cada caso, lo cual revelaba ese sesgo totalmente popular que había en él, de persona que se enorgullecía de estar batallando al lado del pueblo, de la gente humilde, y de la que evidentemente sacaba todos esos dichos. Por ejemplo, “cuando yo le diga burro negro no le busque pelo blanco”.
Al relacionarse con un comunista profesional, uno se formaba una imagen académica, lecciones de marxismo leninismo, o de conspiración, pero uno no espera encontrar un tipo que hablara con esa desfachatez y ese sentido que llaman los españoles donoso, es decir, jugoso de la vida, que nunca se enredaba en las discusiones interminables en que los grupúsculos, como en el que yo militaba, nos enredábamos.

Al mismo tiempo que era un iconoclasta era muy clásico en cultura y en arte.
Por supuesto. Claro, le tenía horror, y en eso discrepábamos, a muchos elementos de la vanguardia. Todo ese movimiento del modernismo, de las vanguardias, le inspiraba una profunda desconfianza, como Picasso, para dar un ejemplo, y sus gustos eran encaminados básicamente a lo clásico.

Por eso celebró tanto los montajes que hizo el Teatro Libre de Shakespeare.
Sí. Una cosa que me llamaba mucho la atención es que tenía un oído tremendo para la poesía. Creo que "debió cometer" mucho poema en la juventud.

Y en la madurez.
De eso estoy seguro, porque tenía un oído muy fino para la poesía. Se aprendía los poemas muy rápidamente, y uno veía, cuando declamaba o tomando del pelo con algún trago en la cabeza, la fruición con que lo hacía, es decir, era evidente que tenía una gran disposición para la poesía, y por eso estoy seguro que él “cometió poesía”, como dicen. Pero por el contrario, no tenía ninguna sensibilidad musical.

Sí, era muy nacional, le fascinaba y sabía mucho de bambucos, de guabinas, de los aires de Santander. Le encantaba mucho el viejo José Barros. Además era muy shakesperiano.
Es una de las personas que me introdujeron en el mundo de Shakespeare. Yo lo había leído tiempo atrás, pero Mosquera lo citaba mucho, y más que lo citaba, hacía muchas alusiones y referencias, sobre todo en el nivel de la energía de las pasiones humanas y hasta dónde las pasiones humanas pueden llevar a las personas. Un tema muy caro para él era, por supuesto, la lucha por el poder, que es el corazón de la mayoría de las obras de Shakespeare. Le encantaban las obras históricas, los Ricardos y los Enriques, mientras que el rey Lear no era su preferido.

¿Tuvieron conversaciones sobre arte y literatura?
Sí, claro, muchísimas. Una cosa interesante, dialéctica, es que, por una parte, él pensaba que los artistas comprometidos con la revolución deberían trabajar sobre ciertos temas, pero, por otra, decía, los políticos tienen que aprender de los artistas, de los escritores, y citaba el caso de Shakespeare permanentemente. Era consciente de la polémica que se daba sobre si los artistas deberían seguir una línea partidista y hasta qué nivel. Discutíamos bastante sobre eso, sobre pintura, y en literatura, recuerdo que le gustaba Walter Scott, lo leía con una gran devoción. Se había leído casi todas sus novelas, lo mismo que a Balzac. A Walter Scott lo leyó sistemáticamente, como en orden y cada novela era un motivo de estudio.

¿Llegó Mosquera a elaborar algún tipo de principios en relación con el arte revolucionario, o fue más bien respetuoso?
El insistía mucho en que el artista debía vincularse con la realidad y con el pueblo, que ese era el sentido último del arte, contar la vida de la gente del pueblo y especialmente las luchas por su emancipación. Sin embargo, creo que él tenía esa misma actitud cautelosa que tuvieron desde Marx todos los marxistas, todos los que saben que con el arte se debe tener mucho cuidado. Creo que él era completamente consciente de las dos tragedias producidas, por una parte, por la imposición del realismo socialista en la Unión Soviética, que llevó a la castración sistemática de los artistas, y por otra, la tragedia de la revolución cultural de la señora Chan Ching, cuando se podían ver cinco obras de teatro para 800 millones de habitantes durante yo no se cuánto tiempo, 6 o 7 años. El era consciente de eso, y repetía muchísimo la frase que se convirtió en un libro de Mao Tsetung: que se abran 100 flores y compitan 100 escuelas del pensamiento. Pero como todo dirigente político radical, pensaba que de alguna manera el futuro del arte estaba en que los artistas abrazaran y defendieran la política revolucionaria. Sin embargo, guardaba una gran cautela al decirlo.

Pero él aceptaba el fenómeno de la genialidad artística como algo que estaba separado de cualquier intento de producirla socialmente.
Exacto, pero para lo demás sí pensaba que el arte debía estar ligado al partido y a la política revolucionaria.

Y esos clichés de poner al Tío Sam...
Eso ya venía desde tiempo atrás, independientemente de los partidos políticos, pues apareció en Colombia por influencia de los grupos norteamericanos durante la guerra de Vietnam, las protestas en donde aparecían esos muñecos, el Tío Sam, y todas esas cosas del teatro que hacían los vietnamitas durante la guerra. Era teatro de agitación y propaganda, pero ellos estaban en guerra, una cosa muy distinta.

A Mosquera le fascinaba el juego, ¿usted jugó con él?
Sí, muchas veces, yo era del círculo de póker. Jugábamos hasta las 5 o 6 de la mañana. Era un enfermo por la competencia, y por ganar. Parecía un atleta griego. En los juegos que practicaba, póker, ajedrez, basquetbol, fútbol, él estaba animado de ese espíritu de competitividad absoluto, del que hacía una defensa apasionada, y claro, jugué mucho fútbol y basquetbol, y mucho póker. . ., y los malos genios, cuando perdía eran. . .

Usted dijo que Mosquera lo volvió a Shakespeare, ¿le sugirió usted a Mosquera algunos autores?
Yo leía mucho a los novelistas norteamericanos, a los cuales él veía con cierto respeto pero no exento de cierta desconfianza. Me acuerdo que yo le insistí mucho en John Steinbeck. Sabía que ese era un autor que le iba a gustar, porque además de buenas novelas, Steinbeck, había sido un hombre progresista y de izquierda. Le fascinó Steinbeck, Faulkner, y recuerdo que le gustó mucho Hemingway. Digamos que era sobre ese tipo de literatura materialista que yo podía discutir con él.
A Mosquera le gustaba mucho La agonía del difunto, porque fue una obra que se creó a partir de un contacto directo, tanto de Esteban Navajas como de los actores que la hicieron, con los campesinos de ese sector de La Mojana: un trabajo considerado como “la niña de los ojos del MOIR”. De ahí surgió esa obra, que se reveló inmediatamente como un éxito, que ganó el premio Casa de las Américas en Cuba, lo cual Mosquera interpretaba como un gol que les habíamos metido a los cubanos. El montaje era muy bueno, y él estaba muy entusiasmado con esa obra, la vio varias veces y estaba muy orgulloso de que se hubiera producido en el seno nuestro.

Y le gustaba también mucho Jorge Plata como actor.
Sí, especialmente en El rey Lear, una obra que vio varias veces. Lo mismo que a Germán Jaramillo en La agonía del difunto. El hizo mucha amistad con la gente del Teatro Libre, una relación muy cercana, muy cálida.

¿Qué dijo Mosquera con respecto a la gira mundial que realizó el Teatro Libre?
Él participó muy de cerca en la organización de esa gira, metió mucho el hombro. Cuando hicimos Las Brujas de Salem, de Arthur Miller, sobre el período del macartismo en Estados Unidos, nos dio una charla larguísima sobre el aspecto político e histórico de la obra. Recuerdo que en esa época estaba estudiando historia norteamericana. Discutía con nosotros sobre las obras; por ejemplo, sobre Los inquilinos de la ira, de Jairo Aníbal Niño, él propuso un final distinto al que tenía; se adoptó y resultó mucho mejor que el del original.

¿Cuáles son las cosas que más le sorprendieron en su pensamiento político, en sus planteamientos, o en los virajes?
Para mí, él tenía la virtud, como una persona muy inteligente, de pensar como en el vacío, es decir, el verdadero pensamiento dialéctico, que siempre está buscando los opuestos y las posibilidades y los vericuetos menos evidentes. Por eso vivía sorprendiendo a todo el mundo, porque tenía esa capacidad, no de un pensamiento cómodo, o de un sistema en donde había una respuesta para todo, como los mamertos, por ejemplo, que eran de una previsibilidad muy aburridora. Siempre se sabía qué iban a decir sobre todas las cosas. En cambio Mosquera poseía la virtud de estar siempre como en el filo, de estar desafiando el pensamiento y los esquemas y por eso sorprendía a la gente permanentemente. Ahí radicaba su audacia como pensador, y eso reflejaba mejor su asimilación del marxismo, que no era la reproducción burocrática de un pensamiento como en los partidos comunistas tradicionales, sino que siempre estaba buscando la cara oculta de las cosas, el matiz y el pliegue en donde podía radicar la verdad. Estar al lado de Mosquera era una aventura intelectual permanente, aparte de todo lo que entraña la lucha revolucionaria, porque vivía buscando los matices, los pliegues y los meandros de las cosas con una sutileza impresionante, como los chinos, y, repito, en eso radica su asimilación del marxismo.

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XXIII

SU VERBO Y SUS IDEAS ME CAUTIVARON

 

Esteban Navajas*


* Autor de La Agonía del Difunto. Premio Casa de las Américas, 1976, Cuba.

¿Cómo conoció a Mosquera y qué recuerda en especial de él?
Lo conocí en una tarima que estaba en la Séptima con Avenida Jiménez, durante una manifestación. Su verbo y sus ideas me cautivaron, porque en esa época yo era muy sensible, muy susceptible de ser captado por cualquier grupo. De hecho, estaba a punto de irme con mis amigos del M-19: Antonio José Navarro, compañero en la Universidad del Valle, Carlos Pizarro, muy amigo de la casa, Vera Grave, compañera de facultad, María Consuelo Mejía, muy linda amiga, una de las comandantes del M-19. Un asedio completo. Fui a ese acto por curiosidad, porque me invitaron algunos compañeros de la facultad de antropología y del grupo de teatro de la Universidad de los Andes a que escuchara y apoyara una manifestación, creo que era un Primero de Mayo, a principios de los años 70, y ahí lo conocí.
Bueno, de ahí en adelante me fui involucrando mucho más con el MOIR, entré a militar en la Juventud Patriótica por un período muy breve, pues por ese entonces Mosquera formaba el frente del arte. Agrupó a quienes hacíamos alguna especie de manifestación artística, y ahí sí, tuvimos una relación más personal, más directa, más cercana, más de nariz a nariz, si se puede decir de alguna forma. Aunque en realidad la más cercana de todas, y de la que hablaremos después, se dio cuando él llamó a las “plumas sueltas” a que trabajaran en Tribuna Roja, porque Pacho estaba convencido y creo que el tiempo le dio la razón, de que un periódico obrero tenía que ser bien escrito, por “plumas”, más que por políticos que echaran el discurso escrito.

¿Nos podría narrar algo de la relación entre Mosquera y Usted alrededor de La agonía del difunto?
Claro que sí. Es precisamente la pregunta que más me gusta, pues con la excepción de Pacho, el MOIR no tenía muy claro el papel del artista en la revolución. Puedo decir que el 99 por ciento de los dirigentes de ese entonces, estoy hablando por allá hacia 1972, nos veían a los artistas como un apéndice molesto pero indispensable, como unos tipitos raros que eran necesarios para echar unas payasaditas, conglomerar a la gente para ellos después echarse las peroratas filosóficas del momento. Por un lado, éramos como unos auxiliares para aglutinar gente y nos miraban con cierto menosprecio. No temo decirlo, creo que eso lo captó todo el mundo. Y por otro lado, creían que nosotros teníamos que ser unas cajitas de resonancia de sus discursos. Uno presentaba una obrita de teatro y se venían no sé cuántos a hacer el examen ideológico, a preguntar por qué no estaba la línea así o asá, que dónde estaba la política de los pies descalzos. Creían que nosotros básicamente teníamos que volver carne escénica los discursos de Tribuna Roja o del frente obrero.
Pacho tenía muy claro qué era el arte y cómo debía de ser el arte, algo que puedo probar muy sencillamente. Cuando pusimos en escena la obra de Bertolt Brecht, la madre, basada en la novela de Máximo Gorki, no nos pareció suficientemente ideológica e invitamos a todos los camaradas a que la vieran, y cada uno hizo su critica y nosotros, poquito a poco, convertimos a la madre en un discurso estalinista. Cuando Pacho vio la obra que le presentamos con mucho orgullo, nos dio un garrotazo en la cabeza. Nos dijo “esa madre no sirve, esto se parece a (nombre de alguien del Partido) con faldas”. Y continuó: “lo bonito de la obra de Gorky es que muestra una señora proletaria ignorante, que lucha con su instinto de madre, y eso jamás ustedes lo pueden traicionar. Desbaraten esto y hagan una madre proletaria de verdad”. Con eso nos estaba diciendo que el arte no era para escenificar o para volver letra los discursos ideológicos, sino para representar la verdad cotidiana en una forma condensada y hermosa.
Eso me dio un impulso grandísimo, porque en ese momento, cuando uno comenzaba a escribir una obra lo primero que hacía era una lista de los mandamientos del MOIR: la revolución de nueva democracia, el apoyo a la burguesía en contra de los monopolios imperialistas, la política de los pies descalzos, que el militante tiene que descalzarse y untarse de barro con la gente del pueblo, que debemos de nadar como peces... Uno hacía la lista e iba escribiendo la obra para poner esos ítems dentro de una línea argumental. Y si los militantes creían que no estaba la línea ahí, daban unos debates tremendos y uno terminaba autocriticándose y desbaratando su obrita. Con el mazazo dado por Pacho entendí que en realidad nos daba alas para crear libremente, y me acuerdo muy bien que él nos explicaba no solamente todo lo que fue el foro de Yenán, sino la política de las 100 flores. Para que surja el arte revolucionario no se puede ir por ahí decapitando cada cosa que emerge.
Pacho me dio las alas como para decir “hombre, vamos a crear cosas de verdad libres”, y puedo decir que de ahí en adelante ya no me preocupé por la línea ni por el discurso ni por la ideología, sino por reflejar lo que se debía reflejar del mundo del campesino, del mundo del obrero, y uno de los primeros resultados fue La agonía del difunto, que entre otras cosas, aplaudió Pacho como el paradigma de lo que debía ser una obra revolucionaria, cruda, con humor, basada en la realidad, con personajes de carne y hueso, donde si bien casi no se ve la ideología, ahí está.

¿Recuerda opiniones particulares de Mosquera sobre la obra?
El la gozaba, la vio varias veces y la gozaba como un enano.
La leyó y le hizo dos o tres observaciones menores, más que todo de línea argumental. Mientras otros camaradas criticaban que el personaje más gracioso y más vistoso fuera el terrateniente y no el campesino, a Mosquera en cambio eso le fascinaba. Decía que lo bueno está en ver al terrateniente pintado en toda su magnitud, por algo es el terrateniente. “De hecho, decía, en todas las obras de teatro siempre la puta y el marica van a ser los más vistosos, y sobre eso no podemos hacer nada, pues son los más teatrales”. Es indudable que el terrateniente tiene trayectoria, maneja corralejas, poder y dinero y es por lo tanto más vistoso que un campesino. Aunque en la obra al campesino se le muestra como un ser noble y certero, el más teatral era el otro, lo cual molestaba mucho a los camaradas y me querían retorcer el brazo, obligarme a cambiar la obra, que fueran los campesinos los vistosos y el otro, un terrateniente de cartón. Pacho me apoyó y dijo que no le cambiara ni una coma.

Usted participó en Tribuna Roja, ¿qué recuerdos tiene de esa época y cómo se desarrolló allí la relación con Mosquera?
Esa fue una de las épocas más gratas de mi militancia. Me acuerdo que Mosquera sacó de Tribuna Roja, si se puede decir así, a todos los obreristas. Decía que el periódico tenía que ser hecho por periodistas, escritores, fotógrafos, gente del arte. No viví esa gran lucha porque fue anterior a mi llegada, pero indudablemente todo el mundo estaba escandalizado porque llenó Tribuna Roja de artistas, esos como medios “hipones”, medios raros, a los cuales la militancia debía aguantar. La primera sesión la tuvimos con Héctor Valencia. Recuerdo que en un momento dado la Comisión la conformaban Leonel Giraldo, periodista profesional; Gabriel Iriarte, antropólogo; Felipe Escobar, director de teatro; estuvo también Pilar Lozano, Alberto Salom, Jorge Plata un tiempo, y nos llamó a Humberto Dorado y a mí.
Nosotros aportamos nuestras ideas sobre la carátula y el formato, cómo presentarlo menos denso y más fotográfico, más ágil. Pusimos página cultural y página sindical. No volvimos a ver a los del frente político en Tribuna Roja, algo que me parece muy audaz. Ahorita puede parecer como muy lógico y elemental, pero si uno se coloca en los años setentas cuando dominaba el dogmatismo, comenzar Mosquera solo a trabajar con gente del arte para hacer el periódico más ameno, grato y vivo, era algo muy audaz.
Mosquera nos dio extraordinarias lecciones sobre el idioma y sobre reportajes. Cogerle en sus editoriales un error de morfología o de sintaxis o de conjugación, era casi imposible, y si por casualidad aparecía uno, él se defendía hasta la muerte. Recuerdo en particular la lección que me dio sobre el trabajo reporteril. Una vez me envió a Amagá, a que hiciera una crónica sobre los trabajos de los niños en las minas de carbón. Estuve allá como diez días, envié lo escrito y seguí hacia la Costa a encontrarme con Pilar Lozano, pues prácticamente los dos teníamos asignados los trabajos de campo. Llamé a ver como le había parecido a Mosquera lo que envié sobre Amagá y me pasa este señor y me pega la empajada más grande del siglo, que yo me burlaba de los mineros y que esto y lo otro, y yo “pero diablos ¿qué pasó?”. Cuando regresé me mostró el artículo totalmente tachonado. En ese tiempo nos encontrábamos bajo una influencia literaria muy almibarada, muy adjetivada, a cada sustantivo le teníamos que meter tres o cuatro adjetivos para hacerlo hermoso. Mosquera me devolvió el escrito y me demostró que el hecho, el facto, el sustantivo; el verbo era lo importante. “Cuando tenga que recurrir a un adjetivo asegúrese completamente que sea indispensable”. Desbarató mi artículo por completo. Desde ahí me volví una persona más sustantiva y verbal que adjetiva, traté de superar ese estilo propio de quienes empezamos a escribir, esa tendencia a hacer ostentación de los adjetivos. Una lección tremenda y de redacción, y a la vez llena de su buen humor.

¿Qué recuerda del humor?
No era una persona de chiste prefabricado, sino que de pronto salía con unos apuntes bastante ingeniosos que nos hacían desternillar de la risa. Era bien ingenioso.

Ahora, trabajar con él, también trajo una gratificación muy grande. Cuando ingresé al MOIR, Pacho era el hombre de la tarima, el símbolo, una persona que si decía “se tiene que botar por ese despeñadero”, uno se botaba. Porque existía una idealización del líder, pero ya al tratarlo de cerca uno lo veía como un ser supremamente inteligente, genialmente inteligente pero muy humano, casi de codazo o de complicidad con pequeñas vanidades mundanas, cuestiones que lo humanizaban pero que al mismo tiempo lo hacían quererlo mucho más, ya no al líder remoto de la tarima sino al compañero de trabajo, al compañero que lo orientaba a uno ideológicamente, y bastante bien. En esa época yo era una persona supremamente sensible al socialismo, porque mi papá fue un militante republicano en la guerra civil española y me infundió el espíritu humanitario socialista de los viejos militantes republicanos. Por lo tanto, hubiera podido ser captado por cualquiera, desde el mamertismo al M-19, o por los ultrafilosóficos trotskistas, y sin embargo, me conquistó para el MOIR la sencillez con que exponía las ideas. Una gran sencillez pero al mismo tiempo una gran profundidad. En lugar de ponerse a explicar una gran teoría, armaba como Cristo, como Mao, una parábola y así entendía uno toda la complejidad del socialismo.

¿Recuerda alguna conversación en particular con Mosquera?
Fuera de la empajada que me pegó por el mal artículo que escribí sobre sus compañeros de las minas de Amagá, no. Eso lo recuerdo mucho porque me hizo reconsiderar toda una cantidad de cosas. Indudablemente tuvimos muchas conversaciones, porque el periódico se hacía conversando. Por ejemplo, después de escribir un reportaje en Ocaña o en Amagá o en el Magdalena Medio, no me entendía con un subjefe de redacción, el cual se entrevistaba con el jefe, Leonel, y éste a su vez con la gran cabeza, Pacho. No, nos reuníamos alrededor de una gran mesa, como de unos 16 puestos, y todos participábamos tanto en las notículas sindicales o en las gacetillas culturales o en los artículos de fondo, como en el editorial de Pacho, el cual nos leía a todos y permitía que opináramos y hasta le criticábamos. Eran toneladas de conversaciones y con grandes enseñanzas, sobre todo cuando leía los editoriales, muy modulado, casi como un locutor profesional. Era bastante histriónico, sin ser sobreactuado, y nos embelesaba con la lectura del editorial. Lo leíamos, y lo volvíamos a leer y lo arreglábamos tantas veces, que prácticamente cuando salía el periódico ya uno se lo sabía de memoria. No permitía que saliera un error, ni siquiera de una coma, y ahí nos involucraba a todos.

¿Algo más que agregar, algún recuerdo?
Hombre son muchos, pero lo único en realidad que me duele es no haberle podido dar la despedida que hubiera querido. Uno despidió a muchos camaradas que murieron, El Toche, Clemencia Lucena, tantos camaradas que uno despidió con todos los honores, con todo el dolor, con todo el respeto y el silencio. Pero al máximo maestro no lo pude despedir porque me enteré de su muerte en medio de una conversación casual. La sangre se me heló, se me llenaron las venas de formol. Cuando llegué a la funeraria ya desgraciadamente estaba partiendo el cortejo y apenas alcancé a medio unirme al desfile, y eso ha sido como una pesadumbre que he llevado siempre, no haber estado al lado de su ataúd, con los viejos camaradas, rindiéndole el homenaje que se merecía. Un pensamiento bastante triste, no el pensamiento que uno debe tener de Pacho, porque él era una persona sumamente jovial, y tal vez él no quisiera que uno lo recordara así, pero es como una de las carguitas de conciencia que uno tiene, no haberle podido cubrir con su bandera roja. Eso me duele y por eso me presto a esta entrevista, para al menos poderle rendir en lo posible este pequeño homenaje, despedirlo como Dios y él y la futura revolución socialista mandan.

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XXIV

FRANCISCO MOSQUERA: PERENNE EJEMPLO DE UN REVOLUCIONARIO Y UN PENSADOR UNIVERSAL

 

Orlando Acosta *


* Orlando Acosta, BSc., MSc., PhD. Director grupo de investigación en organismos transgénicos y coinvestigador del Laboratorio de Biología Molecular de Virus. Exdirector del Instituto de Genética de la Universidad Nacional y actual Vicedecano Académico de la Facultad de Medicina de la misma universidad. Egresado de la Universidad de Santiago de Cali, Universidad del Valle, Universidad de Dundee-Scottish Crop Research Institute. Profesor visitante de la Universidad de Florida.

A mediados de 1985, Hernando Patiño, reconocido académico e investigador integral, ya desaparecido, entusiasta organizador y animador de eventos y foros de carácter científico, me comunicó el interés de Pacho por organizar un ateneo en el que tuviéramos la oportunidad de exponer, compartir y discutir las teorías científicas más sobresalientes, especialmente en el ámbito de la física y la biología, a la luz de los más recientes hallazgos. Anticipábamos la importancia del evento por su segura contribución al fortalecimiento de nuestra concepción materialista de la naturaleza y de la historia.
A principios del mes de octubre del mismo año se materializó la idea de realizar el ateneo, teniendo como sede un alojamiento localizado en las faldas de uno de los cerros que atalayan la ciudad de Cali. A él concurrieron varios compañeros y amigos que ejercían la academia y la investigación en algunos tópicos de las ciencias. Los temas abordados abarcaron desde el origen del universo, con su teoría sobre el “big bang”, la mecánica de Newton, la mecánica cuántica, la relatividad de Einstein, el origen de los continentes, de la vida, del hombre, su evolución, hasta la naturaleza química del material genético (DNA), su dinámica y su ingeniería.
Me sorprendió la manera como Pacho manejaba los conceptos básicos sobre la teoría del origen del universo y las relaciones que establecía con ellos. Mostraba una gran habilidad para realizar preguntas, establecer contrastes, plantear problemas y señalar situaciones particulares y concretas para deshacer generalizaciones. Distinguía la esencia de la mecánica newtoniana y de la relatividad de Einstein, de la estructura básica de la materia a nivel atómico y subatómico, de las leyes de la termodinámica sobre la conservación de la energía y la tendencia al caos. Se esmeraba en sintetizarlo todo desde el punto de vista filosófico.
La coherencia filosófica de Pacho era sorprendente, cuando ella hacía referencia a teorías científicas sobre el mundo físico real. Recuerdo particularmente el disfrute que experimentaba comprendiendo cómo la utilización de la mecánica y la electrodinámica clásicas, conducen a resultados abiertamente contradictorios con la experiencia, cuando se trata de explicar con ellas los fenómenos del nivel atómico. La noción macroscópica de partícula no puede ser extrapolada mecánicamente a fenómenos del orden atómico, sin que antes se construya una teoría que comprenda cambios en las leyes y en las ideas clásicas fundamentales.
Los conceptos físicos y filosóficos sobre el tiempo y el espacio siempre le preocuparon. Le atrajo especialmente, en este contexto, el significado y las implicaciones de la ley que rige la velocidad de propagación de la luz en el vacío. No le fue difícil incorporar a su acervo filosófico que el concepto de tiempo absoluto contradecía radicalmente el principio de la relatividad de Einstein.
Mi experiencia más directa con Pacho en el terreno de sus concepciones filosóficas y sobre la naturaleza en especial, la tuve a partir de mi exposición en el ateneo sobre la lógica molecular de los organismos vivos, la estructura del material genético (DNA), la dinámica implicada en su replicación, expresión y traducción en proteínas, base de las funciones celulares. La mención que hice sobre una reunión convocada a principios de 1985 por Robert Sinsheimer de la Universidad de California, con el objetivo de secuenciar (descifrar) la totalidad del genoma humano, suscitó en Pacho algunos comentarios sobre las posibles implicaciones éticas, sociales, legales, políticas y económicas que la ejecución de esta propuesta podría tener. Varias de sus observaciones a este respecto coincidieron con temas que fueron formalmente incluidos en los objetivos del Proyecto del Genoma Humano, iniciado oficialmente en 1990 y que en nuestros días se halla concluido en más de un 97%.
Mostró particular devoción por el tema de la lógica molecular de los organismos vivos, sobre sus características más distintivas, sobre la manera como estos cumplen las inexorables leyes de la física y la química. Entendió con suma consistencia filosófica los conceptos fisicoquímicos que soportan la vida biológica, la materia y la energía que toman las células de su entorno, su ordenamiento, su perpetuación y su muerte.
Con relación al artículo de Engels sobre el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, Pacho compartió, con fundamento en los hallazgos de la biología molecular expuestos en el ateneo, que las habilidades adquiridas en el ejercicio del trabajo no pueden ser transmitidas hereditariamente a la descendencia, e igualmente, que aquellas estructuras que no están programadas en el material genético previamente no pueden ser creadas como producto del trabajo, para ser heredadas. El caso particular que nos ocupó fue el del aparato de la fonación en el hombre. Aunque Pacho reconoció que la primera teoría coherente sobre la evolución biológica fue aquella propuesta por el filósofo naturalista Jean Baptiste Lamarck (1809), quien enfatizó el cambio progresivo a través del tiempo en la naturaleza, desde los organismos más pequeños hasta el hombre, sin embargo no compartió el lamarckismo, en cuanto a la heredabilidad biológica de las características adquiridas, mucho menos en una forma deliberada para hacerle frente a las presiones del ambiente. En el ateneo señalé cómo algunos científicos, especialmente Lima de Faria (1983), consideraban que con base en los desarrollos de la biología molecular, la teoría de la selección natural de Darwin no parece ser el mecanismo primario de la evolución, debido a que no es un componente material del universo y de la materia viva, es sólo una condición o sistema de escogencia entre situaciones alternas. Entendió con pasmosa claridad que los átomos y las moléculas son infraestructurales con relación al material genético (gen), la célula y los organismos, y que la dirección en que se mueve la evolución de los organismos vivos podría en alguna medida ser determinada por la dinámica propia de los átomos y las moléculas, del campo electromagnético. No obstante, se mostró vivamente interesado en profundizar aún más acerca de esta afirmación. Recuerdo especialmente que Pacho aseveró que frente a las contribuciones de la biología molecular y la genética de los últimos años, las intuiciones de Darwin sobre el papel de la selección natural como fuerza directriz de la evolución, debían mirarse en términos de la dinámica interna de los organismos vivos. Cinco años más tarde escribí un artículo divulgativo publicado en Agricultura Tropical (1990) sobre este tema en particular, el cual titulé determinismo físico en la evolución.
Sobre los desarrollos tecnológicos propios de la ingeniería genética hasta ese momento, Pacho resaltó la importancia del conocimiento como un factor generador de desarrollo de las fuerzas productivas y de progreso. Enfatizó, además, la importancia de la producción de conocimiento científico y de la asimilación del conocimiento universal en la lucha contra el atraso de la nación. Advirtió, y de qué manera, cómo los derechos de monopolios, o patentes, otorgados a organismos vivos genéticamente modificados (Diamond V. Chakrabarty, 1980) podrían interferir con el flujo de la información científica y tecnológica hacia los países de menos desarrollo.
Vale la pena destacar, cómo después de tres días de ateneo, éste realmente continuó en un recorrido nocturno, en el vehículo de Pacho, entre las ciudades de Cali y Cartago. Tuve la oportunidad de acompañarlo en este tramo, junto con su esposa y un corresponsal de Tribuna Roja del Magdalena Medio. Amenamente discurrió la discusión, en buena parte acerca de los aspectos centrales de la biología molecular y su relación con el origen del universo y de sus átomos, el origen de la vida y su evolución. Me impactó la excepcional capacidad de Pacho para aprender, entender y generalizar la esencia de los desarrollos científicos sobre la naturaleza. Cuando en particular señalé que el origen de la vida siempre se había atribuido a formas cada vez más pequeñas, empezando por las células más simples en las teorías del siglo XIX, por los virus en los años 40 del siglo XX, por el material genético (DNA o RNA) en los años 50 del mismo siglo o más recientemente por los monómeros que componen el polímero DNA, por los átomos que conforman a éstos y finalmente por el origen del universo, aquella explosión denominada “big bang”, seguida de expansión, enfriamiento, condensación de galaxias, explosión de grandes estrellas en forma de supernovas, Pacho, en este punto de la enumeración secuencial, afirmó: no es posible entender el fenómeno de la vida y la manera como interactúan los átomos que la conforman sin estudiar cómo están hechas las estrellas y cómo se originaron. Su concepción de la vida era materialista y universal, sin lugar a dudas.
Especulando acerca de algunas afirmaciones surgidas en el naciente ámbito intelectual de la sociobiología relativas a posibles determinantes biológicos, genéticos, del comportamiento humano, Pacho aseguró que las relaciones sociales y económicas entre los hombres no se regían por las leyes de la naturaleza. Quedó tan vivamente motivado por el tema de la genética y la biología molecular, como visiones unificadoras del mundo biológico, que esa misma noche me comprometió en la escritura de un documento comprensivo sobre el asunto, cosa que empecé a cumplir, una vez arribé a Escocia, una semana más tarde. Tres meses después, la versión final del documento ilustrado sobre el dogma central de la biología estaba disponible para Pacho. El material fue escrito sin sacrificar el lenguaje científico estricto, aunque estaba más dirigido al pensador, al ideólogo, que al especialista en el tema específico.
Con la prematura desaparición de Pacho, la causa proletaria perdió a un excepcional revolucionario y a un pensador universal.

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XXV

ACERCA DEL ESTILO DE FRANCISCO MOSQUERA

 

Gabriel Mejía*

*Director del Instituto Francisco Mosquera.

Francisco Mosquera vivió tiempos difíciles. Dilucidó cuestiones primordiales y resumió el clamor de los suyos, cuando señaló que en esta época, las peores afrentas contra los pueblos se realizaron a nombre del comunismo y explicó cómo en el continente hormigueó a flor de tierra el extremoizquierdismo, patrocinado por los rebeldes cubanos y caracterizado por el voluntarismo y el desprecio a la teoría. Además del rescate del legado marxista y su aplicación a la realidad de nuestro país, para él, que siempre apoyó las más prodigiosas conquistas del intelecto humano, de las cuales recogía cuanto fuera rescatable desechando lo que riñera con la realidad o la falseara, constituyó la más seria preocupación, el estilo, el modo particular de escribir y de hablar, la manera de abordar los problemas y los asuntos fundamentales del trajinar político.
Verdad y belleza aparecen en la obra de Mosquera como una unidad inseparable. La sensibilidad es proporcional al conocimiento. Recuerda a Dante en la Divina Comedia cuando allí refiere, que cuanto más perfecta es una substancia, más sensible es al bien y a la dolencia.
No concebía un escritor que no conociera los nombres de las cosas, nos enseñaba con Balzac y nos ejercitaba en la práctica de que cada cosa tiene su nombre. Acostumbraba repetir: si no se conoce, si no se sabe, si no se ve, es imposible expresar el asunto. Buscando la palabra precisa, cuando la encontraba, alborozado decía, la tengo, y así murió, estudiando e investigando, intentando plasmar la memoria y el aliento de la nación alrededor de la Villa de Leiva, para él depósito inigualable, reciente y remoto de nuestra geografía e historia. Introdujo al lenguaje político los más hermosos términos del habla popular y de la literatura clásica con una gracia, delicadeza y precisión inconfundibles. Ponía al lector en medio de las cosas. Y en más de una ocasión nos recordó a Ricardo Palma cuando estampó un vocablo propio en ayuda de su pensamiento.
Era consciente como pocos de la importancia de darle una forma perdurable en el tiempo a sus pensamientos más queridos, ¿suena? nos preguntaba cuando en voz alta leía y releía sus escritos. Y al final conocedor de las virtudes del soneto quería condensar sus ideas y sentimientos en esa extraordinaria forma lírica.
Y bajo la lumbre de la clara reflexión; era el hombre, el impulso armonioso, la euritmia, la pasión, la que él, evocando la canción de la vida profunda, llama, ímpetu de Abril, pues con Porfirio Barba Jacob, Mosquera va con la antorcha a moldear la Tierra.
Después de hechas estas observaciones preliminares, en este pequeño ensayo que he denominado acerca del estilo de Francisco Mosquera, quiero intentar insinuar su talante, memorar la forma peculiar de relacionarse con los clásicos y resaltar su extraordinaria capacidad de síntesis.

El talante

Este hombre, al que los vientos no le fueron exactamente propicios persevera, sin embargo, con un valor extraordinario en la defensa de su posición política. Sabía que a la larga en una situación como la que vive Colombia, sus ideas y soluciones revolucionarias tenían que abrirse paso, "la historia nos cumplirá la cita que le hemos concertado", afirmaba, e insistía en que "ella trabaja para nosotros porque nosotros trabajamos para ella", pero aclaraba, que si no nos atrevíamos a tocar nuestra trompeta para que la escucharan hasta los propios enemigos, así fuera una clarinada impertinente, no habría cuándo contar con una opinión pública revolucionaria.
Calculó los costos de arrasar los mitos e irrespetar los dogmas de la república oligárquica, pero nunca abandonó ni la polémica, ni la pluma, su arma predilecta.
Y a pesar de las dificultades, del cerco y del olvido, mantuvo el humor intacto y no fueron capaces de exasperarlo ni sus más implacables enemigos.
En el año de 1975 en su carta de respuesta al partido comunista, salió en defensa del MOIR y explicó cómo el origen de las contradicciones en la Unión Nacional de Oposición, se desprenden de la pretensión de los mamertos de concertar una alianza a destiempo con la ANAPO. Acuerdo que a la postre resultó una ficción, señala, y para terminar agrega: "Ustedes fueron los que dieron vueltas y revueltas alrededor de una quimera, como revolotea el cucarrón alucinado en torno a una lámpara encendida".
Un año después cuando la Unión Soviética, "descolgaba la panoplia" y "enlodaba los emblemas" hollando la libertad de pueblos y naciones, en entrevista con Cristina de la Torre, define las características del comportamiento imperialista y aclara que independientemente de cómo alguien se denomine: "Si camina como ganso, nada como ganso y grazna como ganso, es un ganso".
En 1981 en el editorial: ¡Al fin!, le precisa a sus detractores que la única salida triunfante para la clase obrera presupone mantener en alto el programa revolucionario, les explica la inevitabilidad de que en los períodos de regresión los factibles aliados rompan con nosotros y se echen en los tendales enemigos, sin embargo les aclara que: "nos concierne denunciar las felonías y esperar pacientemente a que los cántaros se estrellen contra los cántaros, para que los trabajadores -el baluarte por el que velamos- descubran directamente cuáles son los de hierro y cuáles los de arcilla quebradiza".
y refiriéndose a García Márquez, siempre dispuesto a darle una mano a sus amigos cubanos, recuerda cómo en 1983, con motivo del golpe de estado a Maurice Bishop y su posterior fusilamiento, el escritor se hace esta fatal reconvención cuando dice: "El día en que se justifique con cualquier argumento que las
fuerzas del progreso se sirvan de los mismos métodos infames de la reacción, será esa la hora -para decirlo en buen romance- de que nos vayamos todos al carajo".
Y apunta Mosquera: "Incontrastablemente, aunque no sea en buen romance".

La relación con los clásicos

En sus conversaciones, conferencias y escritos acude Mosquera con alguna frecuencia a reflexiones, expresiones, figuras y términos de la tradición clásica. Si bien las más de las veces le permiten reforzar o aclarar su pensamiento, y en otras ocasiones fijar su punto de vista sobre un asunto particular, también vienen en su ayuda, cuando de lo que se trata es de insinuar.
Explicando el fenómeno de cómo la usura depende de la solvencia del deudor, menciona a Shakespeare cuando pregunta: ¿Pudo acaso el cuchillo de Shylock cortar las carnes de Antonio? Y con la propiedad, que le atribuye el portero del castillo de Macbeth al licor, despertar el deseo e impedir su ejecución, ilustra el comportamiento contradictorio del imperialismo en sus dominios de ultramar, pues a la vez que abona el terreno para el florecimiento del capitalismo autóctono, lo estrangula por efecto de la concurrencia monopolista. Ya había resaltado en 1980 con ocasión del montaje de Ricardo Camacho, de una de las obras clásicas del gran dramaturgo inglés, El rey Lear, cómo este soberano, a pesar de haber sido concebido en la época de las monarquías absolutas, no tipifica esta tendencia centralizadora, sino que estaba colocado a contrapelo de la historia, pues decide repartir sus dominios, lo que se constituye en la fuente de sus desgracias.
Cuando habla de "quijotada" o cuando escribe que "no vamos, cual quijotes, a lanzarnos solos a la carga", da a conocer con estas expresiones su punto de vista sobre el personaje de la obra cumbre de la literatura española. Opinión que no difiere de la de Cervantes, que resalta la falta de juicio del hidalgo caballero, Don Quijote, que del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro y vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en la tierra, hacerse caballero andante y ejercitar por el mundo sin importar los peligros, la defensa de los niños, el amparo de las doncellas y de las viudas, el socorro a los huérfanos y menesterosos. En este extraño periplo todo cuanto piensa, ve e imagina le parece ser hecho y pasar al modo que lo había leído.
Expresiones que usa para insinuar y que nos traen a la memoria a Walter Scott, como aquellas de que "cuando se va el gato los ratones juegan todo el rato" o la de "alistemos la casaquilla verde oliva", le sirvieron para referirse a aquellos contradictores que sólo en su ausencia salían de la madriguera y para convocar a aquellos otros que prometían acompañarlo en la contienda. La expresión de "El viaje a Canossa" le permitía definir el comportamiento de aquellos que a la manera del emperador romano Enrique IV, en conflicto con el Papa Gregorio VII, tenían que peregrinar y esperar pacientemente la absolución del jefe. Y con la figura de "El Castigo de Eróstrato" se refiere a todos los que como él, fueron condenados al olvido por no aceptar las explicaciones de los agitadores mamertos sobre las tropelías internacionales de la Santa Rusia Socialista.
Su intimidad con la historia y la literatura universal le permiten un uso oportuno y preciso de los temas clásicos, pero en las oportunidades en que lo requiere, le da un giro a las situaciones y a los mismos términos. Procede a la refutación del dogmático al endosarle el aforismo que sintetiza la característica de la época ilustrada, cuando éste sostiene que: "Está más dispuesto a creer lo que han visto sus ojos que lo que han escuchado sus oídos". Transforma los inofensivos "zánganos sin aguijón", que despreciaban los señores en la obra cumbre de Walter Scott, Ivanhoe, en "zánganos con aguijón", que ahora por efecto de la transmutación son los que cuentan con jurisdicción y mando. Y las vírgenes que en la antigüedad preservaban bajo la amenaza del látigo la llama sagrada, ahora son convocadas para que con Mosquera y Arciniegas apaguen las velas de un pastel gigantesco en San Andrés.

La síntesis

Es muy propio de su estilo que además de la narración del asunto definido, Mosquera precise su reflexión con una frase que le permite dejar una imagen, una representación viva y eficaz de su pensamiento que no puede ser fácilmente olvidada. Estas frases que ilustran, evocan y al mismo tiempo sintetizan, aparecen en sus reflexiones sobre el comunismo y el imperialismo, la crónica del país y del mundo y aun la filosofía.
A pesar de los reveses propios de su época, provocados por la traición a las ideas socialistas de Marx y de Lenin, Mosquera siempre tuvo la certeza del triunfo del comunismo y de la derrota del imperialismo. En su inolvidable discurso del 1 de Mayo de 1975 proclamó: "Sobre los escombros de los imperios explotadores caerá el polvo de los siglos, y las tumbas de los mártires de Chicago seguirán eternamente florecidas". Y en escrito con ocasión de los 60 años de la revolución bolchevique reiteró: "Tarde que temprano las baterías del Aurora volverán a escucharse en Leningrado".
Francisco Mosquera fue el más destacado cronista colombiano del período histórico que va de las postrimerías del Frente Nacional a la protocolización en el país de la política imperialista de apertura. Sus puntos de vista sobre la nación y el registro veraz del comportamiento de las distintas clases sociales y sectores políticos aparecen a lo largo de sus escritos durante casi tres décadas. La hondura del examen, la vastedad de los temas, el humor y la belleza de la forma, fundidos con una extraordinaria capacidad de síntesis, constituyen el sello característico de su obra.
Y fueron precisamente estas observaciones, orientadas a conseguir la supremacía de las corrientes revolucionarias, las que lo enfrentaron a tan encarnizados y poderosos contradictores; la coalición liberal-conservadora proimperialista, el Partido Comunista y una muy buena parte de la denominada extremaizquierda, fuerzas todas que por todos los medios, desde su surgimiento lo combatieron y lo hostigaron haciendo hasta lo imposible, sin logrado, para impedir el desarrollo del partido que él forjó y al que se pretendió exterminar aun desde la propia cuna, y que tuvo que sobrevivir en medio del fuego cruzado de unos y de otros.
Pues fue invariable la insistencia de Mosquera en que: La política antinacional y antipopular de los directorios políticos en el período mencionado, aunque no solamente en éste, pues la remontaba a principios del siglo, representaba la causa principal del esquilmo de los colombianos y señala que no puede quedar ninguna duda de que: "En Colombia el hambre y el paludismo han sido liberal-conservadores".
Y nunca cedió en su concepto del Partido Comunista, según él, bendecido desde el cascarón y sosegado en las aguas lustrales del liberalismo, y que practica en este tiempo las políticas que desde su fundación le han sido características y que sintetiza cuando afirma: "El mamertismo a semejanza de Diógenes, ha trasegado linterna en mano indagando por los hombres situados a la izquierda de la derecha". Y cuando refiere que en las alianzas: "quienes se les acerquen han de andar con cuidado pues en cada trato ellos van tras todo. Quieren la tela, el telar y a la que teje".
Y si bien resalta a los pioneros de las ideas revolucionarias en Colombia, vinculados principalmente a las batallas obreras del petróleo y del banano en las primeras décadas del siglo y destaca a algunos de los seguidores en el país de los rebeldes de la Sierra Maestra, como Antonio Larrota y Camilo Torres Restrepo o a esa tendencia de la insurgencia antirrevisionista liderada por Pedro Vásquez Rendón y Francisco Garnica, también deslinda campos con las nuevas corrientes de amotinados, que no respetan la vida ni de propios ni de extraños, dañan los bienes de utilidad pública, y no aceptan en su funcionamiento ningún principio democrático, a ellos los denomina: "Insurrectos de cabeza ardiente y frío corazón".
En el campo de la historia y la política mundial sus anotaciones son ricas y variadas, veamos, a manera de ejemplo, cómo compendia su pensamiento en el desarrollo de una situación particular. La política de apaciguamiento de Inglaterra y Francia con los alemanes contribuye al desequilibrio de Europa y al rearme nazi. Mosquera dibuja el período y este singular comportamiento cuando afirma: "El paraguas del necio señor Chamberlain no pararía las andanadas de los artilleros germanos". Le contrapone a esta corriente la figura de Churchill quien mantiene a Inglaterra en el campo aliado durante la guerra, aunque con las obvias dificultades que en esta expresión suya se traslucen: "Por cada bombardeo de Hitler, un discurso de Churchill'.
Sus evocaciones filosóficas no son menos apropiadas. Refiriéndose a las condiciones que permiten el buen suceso de la revolución cubana, señala: "La planta germina porque la semilla era autóctona y el surco estaba abierto". Recordando a Marx e interpretando el fenómeno de la involución hacia el capitalismo, explica que el régimen socialista en la medida "que no ha verdeado en su propia simiente", presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Y relatando cómo la gente requiere del tiempo y de la propia experiencia para entender los problemas, recuerda a Hegel cuando advierte que: "la mejor refutación es el desarrollo mismo de lo refutado".
Tiempos difíciles fueron aquellos: ruina, hambre, violencia pero no será inútil la abnegada labor de aquel hombre, no sucumbirá esa permanente exaltación intelectual que fue Mosquera y no se olvidará el espíritu de quien supo combinar la pasión por lo grande con la preocupación por los más pequeños detalles de las cosas y de las gentes, si esta nueva generación recupera y desarrolla su legado y así no será extraño que, de él algún día en Colombia se diga: "No era un soñador: era un profeta",'

l. Expresión que utiliza el escritor británico de ciencia ficción George Wells para referirse a los logros de la revolución cuando en su segundo viaje a la Unión Soviética vió plasmado el cuadro maravillosoque en su primer visita Lenin le trazara.

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XXVI

UN LENIN DE AMÉRICA

 

Juan Leonel Giraldo*


*Escritor y periodista. Publicó el libro Centroamérica entre dos fuegos y ha sido periodista de planta y colaborador principalmente de El Tiempo, Cromos, Diners, Credencial, Caracol y RadioNet. Editor en Intermedio y Círculo de Lectores. Hoy es subdirector editorial en Planeta de Colombia.


La llovizna iba y venía por entre los árboles. En la pendiente la hierba estaba húmeda y resbaladiza, pero era lo que menos importaba. Caminábamos ocultándonos tras los gruesos troncos de los eucaliptos y de las palmeras de cera. Éramos sólo dos hombres solitarios. Él con las manos enfundadas en los bolsillos de su chaqueta beige de nylon. Yo con las manos clavadas entre los bolsillos de mi pantalón de lana.
Íbamos a cumplir una cita clandestina en un café del centro de la ciudad. Aquel día era para nosotros el día de una guerra especial. Por primera vez, los sindicatos en los que influía aquel hombre de veintinueve años que yo acompañaba, se habían lanzado a una huelga nacional. Él la había llamado Paro Nacional Patriótico.
Cautelosos, habíamos eludido las calles que conducían a la colina donde compartíamos un apartamento con Alba Lucía, la mujer de la que él se había enamorado. Le había aconsejado que no descendiéramos al centro de Bogotá por los andenes sino atravesando el bosque del Parque de la Independencia. Él aceptó, sin abandonar su expresión de ansiedad. En los días anteriores, como precaución había dejado de comunicarse con los otros líderes de la huelga por el teléfono del apartamento, y tampoco había dormido allí todas las noches. El día anterior, el gobierno amenazó con llevar a la cárcel a los cabecillas del paro.
Por uno de los senderos del parque apareció un contingente de policías. Mis ojos se desorbitaron.
-Sigamos caminando. Y conversando -me dijo Mosquera.
Traté de abrir la boca y poner un tema, pero mis labios estaban fríos y sellados. Mosquera sonrió y me cogió del brazo.
-¿Sabe?-me dijo.- Uno de los miembros del comité ejecutivo con el que nos vamos a ver ahora, duda de usted...
-No puedo ocultárselo -agregó-, pero duda de usted porque usted trabaja en El Tiempo.
-Es una estupidez -le dije. -Y, ¿entonces?
-Yo lo sé. Él es uno de mis mayores obstáculos en el comité ejecutivo. Es un hombre muy obtuso y artesanal. Pero no se preocupe. Por ahora he conseguido que acepte mantenerlo a usted en una especie de cuarentena.
-No me gusta eso-conseguí murmurarle entre mi indignación y estupor.
-Hombre, ese (y mencionó su nombre) no creo que vaya a durar mucho más en el MOEC. Tranquilo, usted trabaja conmigo y se habla conmigo.
Y así lo hicimos. Desde aquella conversación en aquel bosque, tuve la sensación de haber militado más con Mosquera que con el partido que él mismo creó.
Recuerdo la cordialidad con la que Mosquera me trató, varios años atrás, en los días en que nos conocimos. Yo acudía a un pequeño grupúsculo que editaba una revista de teorías sobre la revolución y que los fines de semana buscaba amistarse con los pobres de las barriadas estacadas sobre los cerros de Bogotá. Para Mosquera aquella "tarea social" representaba una futilidad, pero ni siquiera me lo dio a entender.
Tuvieron que transcurrir varios años para que gota a gota Mosquera fuera labrando un camino en mi cabeza. Por fortuna en el pequeño grupo decidimos incorporamos al MOEC, la organización a la que Mosquera le torció su destino guerrillerista para conducirla hacia los sindicatos.
Mosquera no era del estilo de andar detrás de la gente espulgándole sus errores. Prefería dejar pasar un tiempo prudencial, dando oportunidad para que las cosas maduraran y las posiciones se evidenciaran con nitidez. Solía sentenciar que "las cosas sólo se pueden arreglar cuando se dañan".
Por ejemplo, cuando publiqué mi libro sobre la guerra en Centroamérica, me animó a escribirlo, me felicitó cuando salió de la imprenta, pero nunca se inmiscuyó en su contenido. Sabía que él tenía diferencias sobre algunos análisis del libro, y prácticamente tuve que montarle una encerrona para que me comunicara sus críticas.
Pocas veces lo escuché hablando de la vida privada de alguien. En ocasiones intervino para impedir que dentro del partido se montaran juicios por asuntos eminentemente privados. No obstante, se preocupaba mucho por las desgracias íntimas y sentimentales de algunos de sus camaradas, y no se cansaba de preguntar por su destino. Incluso él mismo se encargó de asegurarle protección a hombres perseguidos bajo amenaza de muerte y con los que había tenido irreconciliables divergencias políticas.
Desde aquellos tiempos finales del MOEC traté a Pacho en las verdes y en las maduras. En un principio me llamó a que le ayudara en la tarea de sacar el periódico Frente de Liberación, una octavilla de la que a él ni le agradaban el nombre ni muchas de las notas que allí se publicaban. En esa época el MOIR era eso, un movimiento y no un partido, en el que se cruzaban todo tipo de tendencias. Después lo acompañé en el arduo y aleccionador trabajo de producir el periódico Tribuna Roja, una misión que se inició a mediados de 1971 y se prolongó hasta 1986. Fue realmente mi universidad. Quince años de enseñanzas, de discusiones, de disciplina, en la que Mosquera integró un grupo único y brillante-allí estuvieron Felipe Escobar, Santiago Pombo, Gabrie1 Iriarte, Conrado Zu1uaga, Esteban Navajas, Ramiro Rojas, Guillermo Alberto Arévalo, Pilar Lozano, Eduardo Bastidas, Gabriel Fonnegra, Jorge Plata, entre otros-, cuyas lecciones estoy obligado a escribir algún día.

* * *

No se me olvida la mañana en que Mosquera se mudó a vivir con Alba Lucía y conmigo. No necesitó de un camión para llevar sus cosas. No tenía mueble alguno, ni siquiera una cama o una mesa. Tampoco poseía radio y menos un televisor. Sólo una maleta con dos mudas de ropa, unas camisas, una docena de libros, y unos sobres de papel manila con sus eternos recortes de periódicos. Para escribir me pedía que le prestara mi trastrabillante Olivetti Lettera 22.
Fueron unos años felices. Mosquera nos incitaba a conocer la historia del país. Uno de los libros que más estudiábamos y subrayábamos era Industria y protección en Colombia de Luis Ospina Vásquez. Una de las tareas más ingratas consistía en enfrentar las polvorientas montañas de periódicos que Pacho acumulaba en uno de los cuartos. Había que recortar cuidadosamente con tijeras, grapar, fechar y clasificar las noticias y artículos que necesitaba para sus investigaciones y debates. Al final del día nos desquitábamos y nos íbamos a cine. A Mosquera le fascinaba el comediante francés Louis de Funnes. Cuando no nos poníamos de acuerdo sobre qué película ver teníamos que resolver el dilema con una votación. Él era muy prevenido con las películas recomendadas por los críticos. Le agradaba ir a ver, una y otra vez, para mi desesperación, pues me parecía que con una sola proyección bastaba, películas como Lo bueno, lo malo y lo feo con Clint Eastwood. Se divertía muchísimo, se rascaba la coronilla y exclamaba: "¡Ah, la conquista del Oeste, sin whisky y sin pólvora hubiera sido completamente imposible!".

* * *

Escribir sobre el hombre que nos hizo ver al mundo a través de sus ojos y que, por supuesto, quiso verse retratado a sí mismo a través de su propia mirada, puede resultar casi irrespetuoso.

El hombre que acertó en desentrañar el mundo mal podía errar en repararse en él. El doctor Samuel Johnson, de cuya ostentosa celebridad no podemos escapar, era de la opinión de que "cada hombre es quien puede escribir mejor su propia vida".
Sin embargo, parte del acierto del mundo consiste en que la aparición de los grandes hombres les permite a los demás hombres diferenciarse los unos de los otros, según la opinión que se formen de aquéllos. Y en el caso de Francisco Mosquera, vaya que lo consiguió, desatando pasiones y tormentas que, un lustro después de su muerte, aún se entornan frente a su tumba.
No podía ocurrir nada distinto con quien se declaró, desde su juventud, en un estado de permanente sublevación social. Mosquera pensaba muy seriamente, de manera obsesiva, en el poder. Es la única persona que he conocido con esa convicción. Era un guerrero, al estilo de Lenin, con las ambiciones de un Pedro El Grande de Rusia, con el coraje de los comuneros de su tierra santandereana que se soliviantaron contra el rey de España. No se limitaba a decirlo, o a escribirlo, sino que día a día vivía para su único objetivo: dirigir una revolución proletaria en Colombia.
Hemos conocido a muchos que también han querido hacer una revolución. Incluso a quienes han muerto en aras de lograr esa meta. Y aunque ellos derrochaban valor y audacia, al mismo tiempo los desbordaba una ciega pasión que ocultaba la escasez del análisis de las situaciones concretas.
Mosquera partía de la realidad para volver hacia ella. Dominaba las ideas, la teoría, los principios, mientras los abordara en razón de y aplicados a la práctica. Durante una agitada discusión que libraba contra la mayoría de los miembros de la dirección del MOIR, que para rebatirlo le arrojaban citas tras citas y principios tras principios, exclamó exasperado: "Para mí, principio que no pueda ser aplicado en la práctica no existe".
Gorki recordaba en su opúsculo sobre Lenin cómo éste no temía a que la teoría pudiera salir mal parada en sus choques con la práctica. "La teoría, la hipótesis, no es para nosotros [los comunistas] 'algo sagrado'; para nosotros es una herramienta de trabajo", le decía Lenin a Gorki.
A mí me emocionaba y sobrecogía la enorme capacidad de su pensamiento. Muchas veces sus razonamientos me erizaron la piel y me humedecieron los ojos. El peso y la originalidad de sus palabras arrebataban a sus seguidores y enmudecían a quienes querían oponérsele.
Uno de sus informes más deslumbrantes fue el que rindió en la comisión del periódico Tribuna Roja después de su último viaje a China, la China donde Mao reposaba embalsamado en un mausoleo y su sucesor, Hua Kuofeng, inmovilizado en una celda. Pocas veces he escuchado o leído un análisis tan profundo, complejo y engranado como aquel rendido por Mosquera. Todos los trabajadores del periódico salimos aquella noche sobrecogidos por la vasta capacidad del pensamiento de Pacho, por el perfecto dominio de su exposición. Hasta el punto que su dura y sarcástica conclusión sobre las horrendas consecuencias de la debacle de la revolución en China, nos asombraron menos que la brillantez de sus palabras. Mosquera había dicho, con una sonrisa giocondana atravesada en su rostro luctuoso: "¡Qué le vamos a hacer, pero nos tocó, por ahora, dejar sólo una constancia ante la historia!".
En momentos de calma sus ojos chispeaban y no paraba de sonreír. En las apariciones públicas en las que le tocaba tratar con sus rivales, y en los debates, las comisuras de sus labios se recogían hacia abajo en un gesto casi de petulancia y desprecio. Entonces se volvía distante e impenetrable. Entre los suyos, entre la gente del partido que amaba y entre los sencillos y humildes, se dulcificaba y bromeaba con elegante mordacidad. Siempre fue clásico en sus elecciones, hasta el punto de llamar a la copa de los campeonatos de fútbol de las conferencias del partido, Copa Honoré de Balzac.
Mosquera era infatigable. Nunca lo vi en cama, ni arrellanado en un sofá o en una poltrona. Jamás lo vi enfermo. Su cerebro parecía no detenerse un instante. Esa máquina ponderosa todo lo rumiaba y todo lo pulverizaba. Cuando algo lo atascaba, se lanzaba voraz sobre los hombres o los libros que pudieran desembrollarle sus perplejidades. Sus cejas se enarcaban todavía más de como las tenía, y su nariz, su nariz en acecho, se transformaba y se convertía en el hocico de un desasosegado rastreador.
Aunque sabía tomar vacaciones y reposar, lo hacía pensando en alistarse para lanzarse a la pelea. Siempre estaba librando una batalla. O craneando una nueva. Cuando los demás vivíamos apaciblemente la política, él se agitaba sobre las vacilaciones de alguno de sus cuadros. De Mosquera podrían haber sido las palabras de Lenin sobre Trotski: "Está con nosotros, pero no es nuestro". Y en los momentos más enconados de las disputas internas dentro de su partido, él también exclamó: "El que no está con nosotros, está contra nosotros".
En la mesa de noche siempre tenía a mano uno o varios libros. Y a pesar de lo fatigante que hubiera sido su jornada, procuraba leer unas páginas antes de apagar la luz. Tenía un lema: "No dormirse nunca sin haber aprendido algo nuevo".
En privado y entre los suyos y su gente, era un seductor. Un sutil y refinado seductor. Aunque complacía a quienes debía complacer en sus gustos, prefería sorprenderlos con sus propios hallazgos. Sus invitaciones a comer indeclinablemente conducían hacia el mejor restaurante de comida china. El gran problema llegaba a la hora de pagar la cuenta. Resultaba casi imposible disuadirlo para que no fuera él, un hombre sin dinero y que a duras penas recibía una escasa mesada del partido, el que cancelara cuentas astronómicas. Y ni hablar de la cara de satisfacción que ponían los meseros con las jugosas propinas que les dejaba Mosquera.
A sus invitados extranjeros siempre los llevaba a Boyacá, en especial a Villa de Leyva, una región desértica de rocas bermejas y lagunas sagradas, sembrada de trigales, cebollas, fósiles y conventos. Se convirtió en un estudioso de la milenaria y excepcional historia de aquel desierto, desde sus fósiles -se sentía orgulloso del gigantesco esqueleto de un pliosaurio que habían hallado unos labradores, y del cual sólo existen otros dos ejemplares en el mundo-, sus mitos prehistóricos, leyendas y héroes de la guerra de independencia contra España, hasta de sus talladores de la tagua. No había huésped extranjero que no regresara a su tierra con el regalo de Mosquera de la miniatura de un tablero de ajedrez con unas piezas que había que distinguir con lente de aumento.

* * *

Mosquera desde un comienzo fue impopular entre la intelligensia de izquierda porque la retó con las tareas que eran repulsivas para esa intelligensia. Cuando lo más cautivante, y lo fue durante casi tres décadas, era "hacer la guerrilla", Mosquera aclaró que aún no había condiciones para la lucha armada. Por el contrario, insistió en que había que llevar las ideas revolucionarias a los obreros, vinculándose a los sindicatos.
No había para los intelectuales de izquierda nada más menospreciable que los sindicatos. El particular origen de éstos en Colombia, y su oscura historia, había contribuido a esa aversión. Un obrero aburguesado y corrompido parecía más aberrante que un burgués. Los políticos del sistema habían fundado ellos mismos, con premeditada astucia, sus propios sindicatos y centrales de bolsillo. Primero el partido burgués, el liberal, y luego el partido conservador y la iglesia, crearon sus propias organizaciones sindicales. Bajo las alas del liberalismo, el partido comunista colombiano hacía entre otras cosas también, obrerismo liberal. Durante más de medio siglo, los proletarios colombianos no escucharon a un auténtico marxista.
Entonces todo el mundo desfilaba hacia Cuba. Sartre, Debray, Cortázar, Neruda, y los pensadores colombianos de izquierda -más tarde irían hasta los de derecha-. En contra de esa corriente, Mosquera criticó la incorrección del foquismo guerrillerista que alentaba Cuba y lanzó la consigna de sembrarse en los sindicatos, primero, y más tarde de participar en las elecciones.

Es inútil tratar de comparar a Mosquera con alguna figura histórica de nuestro pasado. Mosquera no resiste paradigmas porque sólo hasta él se da en Colombia, y quizás en América, un dirigente leninista. Y aunque no alcanzó a conseguir la gloria del poder, no por eso su lucha fue menos descomunal y significativa. Algún día los trabajadores podrán ocuparse de valorar a los Espartacos caídos en los valles Hirpenios.

* * *

La última vez que lo vi estaba abatido y contrariado. Su frente se había vuelto más profunda, cabellos grises se deshojaban sobre sus hombros, y su piel lucía apergaminada y de un terrible tono céreo.
No sonrió una sola vez. Casi no probó bocado. Lo que dijo me sonó a un pésimo presagio. Opinó que cuando uno había pasado ya el medio siglo, estaba casi que obligado a hacer una recapitulación de su vida. Creía que debía escribirse su vida, su biografia. Y nos llamaba, a los que había citado en aquel almuerzo, a que lo ayudáramos en eso. Él no tenía tiempo, no podía, quizás no quería, dijo o nos dio a entender. Sin embargo, deseaba, por sobre todo, que esa biografía, mas que seguir el curso de sus años, siguiera el derrotero de sus aportes a la revolución.
Y mencionó, enumerándolos, los que consideraba sus logros originales en política, sin vacilar, como si los hubiera repasado a lo largo de sus últimos años. Esos logros eran éstos, aunque aquí me he atrevido a añadir otros:
. Su lucha contra el foquismo guerrillerista y contra Cuba.
. Su crítica contra la política estadounidense de integración de mercados, como la ALALC y el Pacto Andino.
. Su exposición histórica sobre el desarrollo dispar y desigual de América, que parte de una insalvable contradicción heredada: el sector más progresista de Europa llegó al lugar menos avanzado del nuevo continente y, viceversa, el poder más reaccionario, a las culturas precolombinas menos atrasadas.

. Su análisis sobre que en Colombia echó raíces primero el revisionismo que el marxismo-leninismo, y su crítica a la política del partido comunista colombiano de combinar todas las formas de lucha.
. Su lucha por la reforma estudiantil de 1971 y por el cogobierno en las universidades.
. Sus planteamientos sobre la importancia del centralismo sobre la democracia en un partido comunista.
. Y sobre el relevante papel del azar y los factores externos en la materia y en la historia.
El almuerzo transcurrió en un ambiente pesado y sombrío. El mal humor de Mosquera nos confundía a todos. Hizo, como era su costumbre, observaciones sorprendentes y no hubo ambiente ni para hablar del Mundial de fútbol que se aproximaba, ni de su equipo amado, el Brasil de Pelé. Se barajaron dos o tres nombres de escritores que podrían encargarse de la tarea de aquella biografía y quedamos en reunirnos de nuevo.
Sin embargo, nunca más nos volvimos a ver. Cuando Mosquera murió, vinieron a mi mente las palabras que él mismo dijo cuando supo que la tortuosa agonía de Mao había terminado: "Por fin China entró en vacaciones. Ya no habrá nadie más, durante algún tiempo, que le ponga tareas y le exija".

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XXVII

RESISTENCIA CIVIL: PARADIGMA DE SU EXISTENCIA

 

Alberto Zalamea*


*Secretario General de El Tiempo, 1958. Director de Semana, 1958 - 1960. Fundador y director del diario y semanario La Nueva Prensa, 1960 - 1966. Director de la revista Cromos, 1992 - 1996. Autor de la biografía de Gaitán. Embajador en Costa de Marfil, Venezuela e Italia y representante ante la FAO. Representante a la Cámara por el Frente Popular, Concejal de Bogotá.
Actual comentarista en Radio Santa Fé y propietario del periódico electrónico de Alberto Zalamea. Director del Diplomado prensa y cultura de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Conocí a Pacho Mosquera hacia finales de los años sesentas. Años terribles en el mundo entero y especialmente en nuestra Colombia. Años de confusión, presididos por la anarquía intelectual y la voracidad materialista que dominaban el escenario histórico de aquellos momentos. Me lo presentó un amigo de entonces, devorado luego por la pasión y hoy alejado de toda preocupación ideológica.
Transcurridos más de treinta años de los acontecimientos de aquellos días, tengo fresca en la memoria el aura que lo rodeaba, la presencia física de un líder. El que estábamos necesitando los diversos grupos que en Colombia se dividían a la búsqueda de la verdad perdida, una especie de Santo Grial de la juventud, intuido a raíz de los levantamientos de mayo del 68 impulsados por las universidades de Nantes, París y Berkeley. Los que no vivieron la ebullición intelectual de aquellas jornadas no pueden imaginar el entusiasmo vital que embargaba a los jóvenes de la época.
Nuestro común amigo de entonces, hoy desaparecido en los pequeños vericuetos de la historia, me amenazó: -Voy a traerte un tipo fenomenal. El jefe de la línea Mao.
El anuncio me dejó de una pieza: ¡Qué vamos a hacer con otro violento! Ni Camilo ni los de la Nacional han querido entender que no estamos en Vietnam y que el camino no es el de la violencia. . .
-No, éste es otra cosa.
Convinimos una pronta entrevista. El MOIR quería abrirse y el Frente Popular podía ser un instrumento viable para esa apertura. Ya los grupos inconformes habían sido estigmatizados por los voceros del establecimiento y condenados al silencio. El silencio, esa muerte ideológica, esa desaparición civil que obligaba al suicidio en el monte, constituía el arma más efectiva contra el inconformismo nacional. El MOIR no quería aceptar esa agonía. Luchaba entonces por una política de alianzas. La primera con el Frente Popular. La capacidad de agitación de nuestro grupo, pequeño pero entusiasta, había impresionado en alguna forma a Mosquera. De ahí su solicitud de hablar, dialogar y seguir conversando. Era un dialéctico de primera magnitud, equiparable a Alzate y a Gaitán por la capacidad oratoria, convencía por el conocimiento de los temas, así fueran económicos, políticos, históricos o científicos, y lo que aquellos dos conductores populares, de derecha o izquierda, no alcanzaban a transmitir en los recintos universitarios, lo lograba Mosquera con la chispa de su inteligencia siempre alerta. Cuando pidió a los universitarios del MOIR abandonar las aulas para consagrarse por entero a la prédica revolucionaria, la réplica estudiantil fue inmediata. ¿Cuál otro habría encontrado semejante respuesta?
Hombre a carta cabal, sus seguidores creían en él no sólo por sus tesis sino por su honestidad intelectual a toda prueba.
Teórico, hombre de ideas, sus análisis del pasado y sus proyecciones sobre el futuro, lo mantienen en la actualidad diaria. Aunque algunas de sus concepciones no tengan hoy vigencia total, toda su acción y muchas de sus intuiciones políticas llevan indefectiblemente a la definición de un movimiento y luego de un partido capaces de desarrollar una teoría nacional aplicable al futuro de la revolución colombiana. Para ello, Mosquera diseña un programa dedicado a fortalecer todo esfuerzo capaz de llevar a la definitiva organización política del sindicalismo.
Para Mosquera es claro que" la vía electoral no conduce al poder" y que "quienes dominan la maquinaria del Estado dominan los escrutinios", Hay que intervenir, sin embargo, en esa lucha con dos tareas principales: construir la Central Obrera Unificada y el Frente Electoral de Izquierda. Sobre estas bases se configura la alianza con el Frente Popular.
Ante la violencia y el terrorismo que proliferan por aquellos tiempos, Mosquera se levanta con palabras ejemplares "contra esa política que consiste en combinar las acciones terroristas, el chantaje, la extorsión y el secuestro con el reformismo, el cretinismo parlamentario y la conciliación con los gobiernos de turno..." Esa política purificadora y emblemática convierte al MOIR en blanco principal de una serie de ataques físicos. Mosquera no se deja arredrar y sigue en su visionaria y clarividente línea de combate ideológico. Al desaparecer en 1994, Mosquera tiene listo un nuevo libro. Su título reitera lo que ha sido su paradigmática existencia: Resistencia civil.

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