El fogonero
Francisco Mosquera
Resistencia Civil
II GUERRA Y PAZ
NO CONCURRIREMOS A LA LLAMADA "COMISIÓN DE PAZ"
Septiembre 20 de 1982
Comunicado que se publicó en Tribuna Roja No 44, de febrero de 1983.
Debido a que el régimen recién instalado incluyó de manera
inconsulta y caprichosa el nombre de Marcelo Torres, miembro de la dirección
central del MOIR, en una "Comisión de Paz Asesora del Gobierno
Nacional", aclaramos públicamente que no hemos buscado participar
ni pretendemos asistir a éste ni a ninguno de los tantos organismos
del manido pacto social entre gobernantes y gobernados. No nos halaga en verdad
la dudosa prerrogativa de asesorar una administración que en mes y
medio escaso de existencia acumula sólo pruebas de alocada demagogia
para resolver los graves e ingentes problemas nacionales y que, de subsistir,
será una edición en rústica de los antiguos mandatos
oligárquicos.
El MOIR no ha impetrado la paz, entre otras cosas, porque no ha declarado
la guerra. Desde la época del asesinato de Gaitán y de La Violencia
no ha habido en Colombia condiciones para que las fuerzas populares se embarquen
en empresas insurreccionales que, como el heroico intento de Camilo Torres
y de otros muchos abnegados combatientes de los últimos veinte años,
han significado serios tropiezos en el avance político y organizativo
de las grandes masas de obreros y de campesinos. Son problemas de la táctica
de cuya acertada solución depende la libertad de los oprimidos y la
prosperidad de Colombia. Nos encontramos todavía en un período
caracterizado por la fiebre reformista, hoy llevada al paroxismo con el advenimiento
de Belisario Betancur. Los auténticos partidos revolucionarios, en
lugar de coadyuvar a tales ilusiones, o de desesperarse por el reflujo, han
de rebatir las imposturas de la reacción y aumentar pacientemente sus
efectivos, confiados en que la crisis económica, ocasionada por el
saqueo de los monopolios externos e internos, seguirá ahondándose
irremediablemente y permitirá los factores políticos indispensables
para la victoria de las mayorías vilipendiadas y engañadas.
Desde luego, estos temas no constituyen materia de asesorías oficiales.
El MOIR tampoco ha recurrido al secuestro ni a ningún tipo de disparate
terrorista, en procura de fondos para financiarse o tras determinadas finalidades
publicitarias. Creemos que semejantes procedimientos proporcionan pretextos
a granel a los aparatos represivos que no desaprovechan oportunidad para proceder
contra el pueblo; y el pueblo no puede menos que mirar con recelo hazañas
que se confunden a menudo con los lances protagonizados por la delincuencia
tan común y corriente en nuestro medio. En general, para todas y cada
una de las labores políticas nos atenemos a los métodos elaborados
por Marx y Engels hace más de un siglo, que parten del principio de
que la emancipación del proletariado es obra de la clase obrera misma,
que se gana el apoyo del resto de los sectores sojuzgados de la sociedad,
y no de las proezas aisladas de unos cuantos insurgentes.
Respecto a las conquistas democráticas y las reivindicaciones económicas
sumamos nuestros esfuerzos a los de quienes combaten por los derechos fundamentales
y las mejoras en los medios de vida y de trabajo de las masas laboriosas.
Respaldamos las justas exigencias por la excarcelación incondicional
de los presos políticos y por el cese inmediato de los asesinatos y
la tortura de los guerrilleros y demás luchadores que han caído
en manos del régimen. Nuestro Partido también ha sido víctima
no pocas veces de la barbarie institucionalizada, la que continúa a
pesar del levantamiento del estado de sitio y de las lágrimas de cocodrilo
del señor presidente.
En cuanto a la amnistía la consideramos una negociación entre
el gobierno y las agrupaciones alzadas en armas, en la cual no nos compete
intervenir. Nosotros simplemente esperamos, primero, que a la postre salgan
favorecidos unos métodos y una táctica revolucionarios y correctos,
y, segundo, que en ningún momento dicha gestión sirva para ocultar
aún más la índole antinacional y antipopular de los nuevos
administradores de la vetusta república.
NI GUERRA, NI PAZ
Mayo-junio de 1983
Este artículo fue escrito por Francisco Mosquera para el periódico de la Universidad Externado de Colombia Punto de Cambio, cuya edición de mayo-junio de 1983 lo dio a la publicidad. Tribuna Roja lo reprodujo en su número 49 de septiembre de 1984. Volvemos a imprimirlo por la relación que guarda con los embrollos de la “paz” y con las cuestiones concenientes a la táctica del proletariado.
En la brevedad de un par de cuartillas no caben los múltiples
tópicos que engloban los temas que sirven de título al presente
artículo. Pero como lo que se desea, al fin y al cabo, es saber a grandes
rasgos de nuestra posición al respecto, intentaremos fijarla en el
menor número de palabras.
La peor adversidad de la revolución colombiana ha consistido en el
influjo de los criterios de la pequeña burguesía en prácticamente
todas las actividades; característica propia de un país atrasado
y de vasto predominio de las capas medias de la población, en donde
la descomposición progresiva del campesinado no redunda en un incremento
verdadero de la industria y los obreros no han conseguido aglutinarse en torno
a sus intereses fundamentales ni deshacerse del pernicioso bagaje ideológico
y teórico de las otras clases, incluido el degenerativo ascendiente
político que aún conserva entre los trabajadores el bipartidismo
gobernante. Sobre el antiguo punto de la guerra y ahora sobre el más
reciente de la paz, también han primado tales concepciones. Nos referimos
a la guerra insurreccional, la que habrá de llevar a cabo la abrumadora
mayoría del pueblo y que se esgrime para derrocar el orden preestablecido
de la oligarquía proimperialista y afincar un Estado revolucionario.
Nos referimos asimismo a la paz por la que actualmente parlamentan los políticos
tradicionales, suspiran los jerarcas castrenses, oran los clérigos
misericordiosos y gimotean los grupos mamertos e hipomamertos. La "paz"
por la que votaron en los últimos comicios todas las banderías,
menos el MOIR.
Desde la aparición del MOEC el 7 de enero de 1959, fundado por Antonio
Larrota, y hasta el sol de hoy, en Colombia ha brotado una recurrente corriente
extremoizquierdista que se echa sobre sus hombros la empresa de crear las
condiciones subjetivas del estallido revolucionario mediante el montaje de
núcleos guerrilleros, encargados de encandecer la república
entera con la sola irradiación del valor, de la audacia, de la entrega
y del generoso sacrificio de una reducida camada de predestinados. El invento,
sin embargo, no es autóctono; fue la primera de las más graves
repercusiones de la revolución cubana, y a nivel continental, pues
el llamado "foquismo" hormigueó a flor de tierra en toda
la América Latina, dejando sin falta una estela de fracasos y frustraciones
allí donde ha irrumpido. Vamos para cinco lustros de tan catastróficos
ensayos que se suceden unos tras otros, con siglas y personajes diferentes,
mas en esencia con los conocidos esquemas y métodos de siempre, sin
que los protagonistas muestren la más remota propensión a escarmentar
con los errores y a desistir de las ideas y los procederes equivocados.
Para semejantes facciones anarquistas la insurrección y la guerra del
pueblo no constituyen asuntos de la táctica, que dependan de una correlación
de fuerzas favorable, del grado de conciencia y de organización de
los oprimidos, del ánimo resuelto de las masas a lanzarse al asalto
definitivo contra el régimen expoliador en una coyuntura exacta en
que éste se halle desmoralizado, maniatado seriamente por las disensiones
internas, impedido de ejercer el control sobre la situación e incapaz
de defenderse con la eficacia acostumbrada, etc., tal y como lo concibe el
marxismo, sino que su beligerancia armada la justifican con el análisis
simple de que la nación adolece de hondas y seculares calamidades,
por las cuales reclama un cambio radical que subsane los desajustes y suprima
las injusticias. Aunque las revoluciones en última instancia obedezcan
a los factores de estancamiento en el desarrollo material y de extorsión
intolerable de la minoría privilegiada, y tiendan a remediar dichos
males, no quiere decir que de las crisis del engranaje productivo o del acentuamiento
de la explotación se pueda colegir la hora de la insurgencia bélica.
Si así fuera, las sociedades basadas en la esclavitud de unas clases
por otras deberían vivir en una permanente guerra civil insurreccional.
Para ello se requieren propicias circunstancias económicas, políticas
y hasta internacionales que apenas sí hemos tenido espacio de insinuar.
Lo deplorable de confundir las causas determinantes de la insurrección
estriba en que las agrupaciones embarcadas en la aventura militar se ven impelidas,
para sobrevivir y mantenerse en la pelea, a forzar las cosas, a presionar
al pueblo a una acción para la cual no está maduro ni dispuesto
anímicamente, a recurrir al terror personal, al secuestro y a otros
procedimientos que no son defensables ante la opinión pública,
otorgándole al enemigo contra el que se contiende netas ventajas políticas
y propagandísticas, así como pretextos mil en su labor represiva
encaminada a golpear y desarticular a las organizaciones populares y al movimiento
revolucionario en su conjunto. Los moiristas somos, dentro de la llamada izquierda
en Colombia, el único destacamento que ha roto realmente, en la teoría
y en la práctica, con tales desviaciones. Abogamos de manera persistente
y paciente por las tareas preparatorias de la revolución, impulsando
y respaldando las luchas de las masas de la ciudad y el campo por sus reivindicaciones
económicas y sus derechos democráticos, en el prolongado proceso
de acumulación de fuerzas y a la espera de que concluya la "evolución
lenta" y sobrevengan los "saltos bruscos", los "días
en que se concentren años de historia". Claro está que
una táctica de este tenor no les hace mucha gracia a los prolíferos
paladines de la desesperación pequeñoburguesa; les queda reservado
a los contingentes más esclarecidos de la clase obrera el aplicarla
en pro de la emancipación del país y de los desposeídos.
Algo parecido acontece con la paz. Sus principales promotores no la supeditan
a las conveniencias o inconveniencias, a las posibilidades o imposibilidades
de proseguir con una modalidad de combate que en la actualidad reporta incontables
descalabros. Por el contrario, la condicionan a las transformaciones de avanzada
y a las conquistas que se efectúen ya no en virtud de la victoria sino
a través de la transacción negociada con el gobierno. En resumidas
cuentas significa colocar la solución de las inefables dolencias de
la nación en manos del sistema al cual se le ha declarado la guerra
precisamente por su comprobada ineptitud para contribuir al progreso y al
bienestar de los colombianos. Y debido a que nunca brillará bajo las
administraciones oligárquicas la tan solicitada justicia social, a
que los problemas se agudizarán en lugar de atenuarse, por más
incienso que se bata a los demagogos de turno tipo Belisario Betancur, entonces,
en consecuencia, tampoco se obtendrá la "paz", como no ha
habido guerra popular, es decir, con la participación del pueblo, porque
se parte de premisas falsas, de entelequias "izquierdistas" y derechistas.
"Combinación de todas las formas de lucha" denominan pontificalmente
los revisionistas criollos a estos bandazos de un extremo a otro, a la ausencia
de una línea de principios, al oportunismo puesto al mando en el quehacer
político. Código de conducta de un partido que subordina sus
miras a las necesidades y los dictados del expansionismo soviético.
Aspecto del tema que habremos de resignarnos a dejar dentro del tintero, aun
cuando explica buena parte de los tropiezos de la revolución colombiana
en los últimos decenios.
¿QUÉ ES LA PAZ?
Febrero de 1985
Publicado en Tribuna Roja No 50, de febrero de 1985.
I DOS NECESIDADES COINCIDENTES
En medio de la encrucijada de la quiebra económica,
el régimen de Belisario Betancur se aferra con angustia de náufrago
a una de las pocas políticas suyas que sobreaguan: la de pacificar
el país a través de la transacción con los grupos insurrectos.
La desventura estriba en que después de tantos imprevistos e improvisaciones,
cuando comienzan a aparecer los síntomas inequívocos del envejecimiento
prematuro de su prestigio y todavía le falta buen trecho de su existencia
institucional por recorrer, el presidente sigue a la espera del resultado
del carisellazo de la "paz", soportando a una centena de comandantes
que, con cualquier petición a los delegados gubernamentales, todos
los días someten a prueba la virtud de la paciencia, y sufriendo la
inquisitiva vigilancia de las capas adineradas, cuyos sectores menos complacientes
no disimulan el disgusto porque la función no termina.
Lo cual no significa que las propuestas de entendimiento no se hubieran tramitado
años atrás. De creer en las declaraciones de los dirigentes
de las Farc, desde el "mandato de hambre" empezó el carteo
de éstos a las altas esferas del poder oligárquico en procura
de un cese negociado de las hostilidades. Luego Turbay Ayala constituiría
la primera de las muchas comisiones para tales fines, poniendo a presidirla
a su porfioso contrincante, el señor Carlos Lleras Restrepo, quien,
como era de preverse, pronto discrepó y renunció fulminantemente.
No obstante, bajo el anterior período se abrió el "diálogo"
a raíz de la toma de la embajada de la República Dominicana,
según lo pregonan los mismos integrantes del M-19; y las Cámaras
Legislativas dieron asomos de inclinarse al perdón, sancionando normas
absolutorias que si no surtieron efecto se debió a las restricciones
estipuladas, principalmente en lo tocante a la exclusión de determinados
delitos y al peliagudo asunto de las armas.
Aunque en los comicios de 1982 todas las agrupaciones y tendencias, a excepción
del MOIR, invitaron a sosegar la república mediante un gran acuerdo
colectivo, y el propio candidato reeleccionista estampó el lema de
que "la paz es liberal" por esos albures de la lucha política
y merced al fallo de las urnas, le correspondería a un jerarca conservador
quedarse con el distintivo y, peor aún, tratar de cristalizarlo en
el momento menos auspicioso; durante una coyuntura en la que Colombia corre
hacia su completa bancarrota, la descomposición social se precipita
aluvionalmente y el imperialismo y sus intermediarios vendepatria acuden,
tras la reanimación de las actividades productivas y de los negocios,
a un recorte sustancial de las asignaciones de las masas trabajadoras de la
ciudad y el campo. Con todo, al actual mandatario, bajo el impacto de las
tremendas tribulaciones de la hora, incluido el agobio de que cada vez coinciden
menos sus palabras con sus logros, le reporta innegables ventajas conseguir
presentarse cual el mesías de la reconciliación y la tranquilidad
ciudadanas. Máxime teniendo en cuenta que la violencia, en sus más
crudas, abigarradas y caóticas manifestaciones, ha proliferado a lo
largo del cuarto de siglo de haberse convenido la concordia del Frente Nacional
y que desde antes la anormalidad jurídica, congénita a un estado
de sitio prácticamente crónico, ha sido la única manera
de regir sobre los colombianos.
Lejos de lo que muchas mentes acaloradas piensan, está dentro de los
prospectos de la minoría privilegiada la opción de un pleno
retorno a los cauces habituales del orden constitucional y legal. Para el
buen suceso de las operaciones económicas burguesas siempre será
preferible un clima de calma y transigencia a otro de zozobra y pugnacidad.
El ambiente explosivo y la inseguridad de la que tanto se quejan los gremios
ahuyentan más inversionistas extranjeros de los que atraigan las modificaciones
a la Decisión 24 del Acuerdo de Cartagena, anunciadas por las burocracias
de los países andinos tras la mira de equilibrar sus balanzas cambiarias
y de salir de la recesión.1 No ha de extrañarnos escuchar con
frecuencia voces provenientes de las filas del capitalismo, tanto en las naciones
oprimidas como en las opresoras, que llaman a velar por la observancia de
las normas democráticas y hasta recalcan el pro de los reajustes sociales
enderezados a promover la convivencia de las clases. Desde sus albores, el
modo de producción erigido sobre la esclavitud del trabajo asalariado
no sólo proclamó la “libertad” sino la "igualdad"
y la "fraternidad" entre los hombres. Pese y debido a que estas
prédicas nunca dejaron de ser una forma de dominación, meras
formulaciones escritas para azote y escarnio de la población laboriosa,
los expoliadores las mantienen enhiestas. Asiduamente se refieren a ellas
como a pautas primordiales del andamiaje estatal interno e incluso de las
relaciones internacionales, siendo que en la era del imperialismo, con el
saqueo de continentes enteros por parte de los monopolios de unas cuantas
metrópolis, la contradicción entre los postulados republicanos
y "humanitarios" de la burguesía, de un lado, y la vida de
penuria y sojuzgación de miles de millones de habitantes del planeta,
del otro, se hace palmaria e irreconciliable en absoluto. Obviamente lo expuesto
no niega que las fuerzas dominantes arríen sus apreciadas enseñas,
suspendan sus melosas convocatorias a la unión sin distingos y lancen
por la borda los códigos, el certamen electoral, las instituciones,
la Constitución íntegra, cuando el desarrollo de los conflictos
interiores y exteriores que atentan contra las primacías y las subordinaciones
establecidas requiera de un tratamiento directo, rápido y quirúrgico.
Argentina, verbigracia, con el triunfo de Raúl Alfonsín, acaba
de emerger de una noche de terror castrense que arrojó un balance de
miles y miles de personas asesinadas y desaparecidas, el costo del aniquilamiento
de las organizaciones de extremaizquierda de corte ERP, Ejército Revolucionario
del Pueblo, y también, desde luego, de la sofocación de las
luchas populares. La oligarquía de aquella porción de América,
al volver por los fueros de la democracia representativa, no efectúa
otra cosa que acomodarse a las mudables circunstancias, recuperando de pasada
su relativo ascendiente entre las multitudes, con cuya compañía
marcha hoy hasta los estrados judiciales a juzgar a sus espadones caídos
en desgracia, los mismos que ayer la salvaron de los brotes disolventes. Utilizar
primero los métodos duros y luego los blandos, o viceversa; alternar
la tiranía militar con la civil, la represión abierta con la
encubierta, el "gran garrote" con la "zanahoria", simplemente
obedece al comportamiento característico de los adalides de la sociedad
burguesa, y en nuestro caso de la sociedad neocolonial y semifeudal, que pugnan
por fortalecer su supremacía y con ella sus beneficios pecuniarios.
Ignorar esta experiencia tan común y corriente, formando cauda tras
los capitalistas cuando éstos, o parte de éstos se deciden por
la segunda categoría de los métodos señalados, y hacerlo
en nombre de la revolución, configura una falta imperdonable, para
no hablar de traiciones.
Sea como fuere, la "paz" se convirtió en una de aquellas
obsesiones típicamente colombianas que de vez en cuando contagian por
igual los campamentos de las distintas parcialidades contrapuestas. Refleja
la conjunción de dos necesidades coincidentes. La de un bipartidismo
tradicional que acosado por las quiebras y el endeudamiento urge de arreglar
la casa y serenar los espíritus; y la de una guerrilla que hostigada
sin piedad por los aparatos represivos está lista a pulir su conducta
y amoldarla a una atenuación de las confrontaciones internacionales,
sugerida por sus preceptores extranjeros ante el contraataque de Ronald Reagan,
particularmente en América Latina. Consciente o inconscientemente,
llevados por la curiosidad o arrastrados por los acontecimientos, desde doña
Berta hasta el llamado ML, con la solitaria omisión del moirismo, las
banderías de todas las cadencias han echado su cuarto a espadas respecto
a la novedosa estratagema. Merced a ello, en los complicadísimos regateos
encaminados a suplir la controversia bélica con el debate incruento,
hemos visto disputándose la gratitud republicana y el elogio de la
"subversión" a jefecillos de la talla de un Germán
Bula Hoyos, la horma por excelencia del atrabiliario cacique de provincia;
de un John Agudelo Ríos, otro intonso y obediente peón de brega
de los trajines antinacionales y antipopulares, de sus superiores; o de un
Otto Morales Benítez, el insaboro, voluble y frustrado precandidato
del llerismo, últimamente en pos de la representación de las
facciones partícipes de la legitimidad de su partido. Las caprichosas
expresiones del caleidoscopio pacifista no devienen ni datan, pues, del fracaso
en las urnas del continuismo liberal-conservador de López frente al
intempestivo repunte de la renovación conservadora-liberal betancurista,
aun cuando el cabecilla del Movimiento Nacional estime desde sus letárgicas
alturas que puede sacarles mejor tajada que el resto de sus coterráneos
y coetáneos. Si para los simples manzanillos de profesión simboliza
un hito en sus anodinas trayectorias coadyuvar a tan procero empeño
de la democracia prevaleciente, para el primer magistrado, quien a similitud
de Marco Fidel Suárez reclama el mérito de haber asido una a
una las oportunidades que la república de la libre competencia les
depara a sus vástagos predilectos, y que ocupa el solio como salida
pantomímica de la crisis y sin otra misión factible que la de
ahondarla, el ostentar el título de pacificador, o de apaciguador de
25 años de conatos insurgentes representa no sólo una proeza
consagratoria sino un contrapeso a los incontables descalabros de su "sí
se puede".
II LA DILACIÓN DE LOS PROCEDIMIENTOS
El mismo 7 de agosto, ambicionando adueñarse del
sentir general, el vencedor del 30 de mayo izó la bandera blanca y
arrancó con la tortuosa cruzada. "No quiero que bajo mi gobierno
se derrame una sola gota de sangre de ningún compatriota mío,
de ningún soldado... ni de ningún guerrillero, que también
son hermanos nuestros", dijo en la Escuela Militar de Cadetes, a los
tres días de posesionado, delante de unos regimientos que lo atisbaban
entre remisos e incrédulos. 2 Lloverían de inmediato las demandas
de tres o cuatro ejércitos del pueblo, cuyos estados mayores vislumbraban
en los labios disertos del señor Betancur el badajo de la campana anunciadora
de las prologales conquistas de la revolución. A partir de entonces
la empresa conciliatoria entraría en una nueva etapa, un lento y complejo
torneo de aguante, no tanto por las disparidades como por las concordancias.
Mientras la rebelión armada se decide a vender caro su aplacamiento,
el presidente se resigna a pagar lo que cueste amansarla. Con la resignación
de éste crece el precio de aquélla y a la inversa. Al extremo
de que el proceso está bastante lejos de tocar a su fin, a causa de
la infinidad de materias previstas en las agendas de discusión, y a
la abundancia de requisitos, pasos, prórrogas e intervalos por cumplir.
¿Se prefiere pintar la paloma a echarla a volar? ¿O será
que los padres de la publicitada apertura democrática obtienen más
beneficios de los dolores del parto que de la criatura? Para resolver el misterio
al país no le queda otra que la de aguardar a la culminación
del suspenso. Hasta ahora conoce únicamente cuanto se han dignado avisarle
los meticulosos alarifes de la conciliación: que la "paz"
es muy difícil, los trámites muy prolijos y las condiciones
muy perentorias. No necesitamos reconstruir toda la trama, puesto que sus
bulliciosos y festivos episodios permanecen frescos aún en la memoria
de las gentes que los han vivido y padecido minuto a minuto durante más
de un trienio. Basta enumerar sus principales pasajes, junto a las disensiones
generadas en el seno de diversos estamentos y entidades, con el objeto de
disponer de un telón de fondo que nos sirva de referencia para el examen
y las conclusiones de rigor.
De entrada hay que anotar cómo los surtidos matices del anarquismo
criollo, apenas con la ausencia del ELN y de un ala disidente de las Farc,
deponiendo antiguas rencillas se afanan en unificar sus reclamaciones, coordinar
sus maniobras y respaldarse mutuamente; lo que ha redundado en el abultamiento
de las exigencias elevadas a las autoridades y en la dilación de los
procedimientos propuestos. Levantado el estado de sitio en el atardecer de
la administración Turbay Ayala y suprimido el nefasto Estatuto de Seguridad,
el altercado giró entorno a la libertad de los presos políticos
y a la condonación de delitos como el secuestro, la extorsión
y el asesinato fuera de combate, que los legistas de la parte opositora identificaban
con el eufemístico calificativo de "anexos" a la rebelión,
mas para los jurisperitos y centuriones del régimen eran escuetamente
"crímenes atroces". El Ejecutivo accede y el Parlamento vota
la Ley de Amnistía conforme a los pedidos de los sublevados. Cada quien
creyó reafirmar lo suyo, un presidente bufo escenificando el papel
de campeón de la confraternidad nacional; unos congresistas borregos
sublimando las magnanimidades del despotismo burgués, y unas oligarquías
impotentes, gloriándose no de eximir de culpa a unos cuantos adversarios
detenidos o interdictos sino de perdonarle la existencia a una revolución
arrepentida. En lo atinente a los activistas rehabilitados, éstos,
una vez abandonaron las cárceles, se calaron sus brazaletes y volvieron
a enmontarse, tras la determinación de continuar combatiendo a tiros
por los acuerdos entre gobernantes y gobernados y antes de que la patria llegue
"al punto del no retomo". Muchos actores y espectadores de la originaria
ronda de la "paz" cayeron presa de las naturales sensaciones del
desconcierto. La nación se sentía asaltada en su buena fe. Cuanto
se negoció y discutió, pública y privadamente, lo convenido
y aprobado en el Capitolio, las concesiones ofrecidas, todo, se había
llevado a efecto sobre la base de que cuando menos los petardos se acallarían
y los favorecidos con la gracia oficial no reincidirían en las andanzas
por las que se les absolvió. Plumas exentas de cualquier sospecha de
inquina contra el pensamiento y las guapezas de los amnistiados no vacilaron
en catalogar de "grave error político" la burla a las expectativas
creadas. Esgrimieron razones como éstas: "Se están entregando
en bandeja de plata argumentos a la reacción".3 Ciertamente la
ultraderecha, ni corta ni perezosa, ante un país enterado de los litigios
por la armonía, saltó a sindicar a los contingentes de la extrema
contraria, y una vez más a través de ellos al movimiento revolucionario
en su conjunto, de otra atrocidad, la de mofarse de la palabra empeñada.
A los pocos días de sancionado el texto legal por el cual se amnistiaban
las infracciones de cinco lustros, englobadas las menos defendibles, y cuando
ya era del dominio público que las guerrillas no renunciarían
a sus azares y rebatos, El Tiempo pronosticó desde su editorial del
25 de noviembre del 82: "El Ejército de Colombia tendrá
que afrontar, con el respaldo absoluto de las grandes mayorías nacionales,
una lucha abierta que, como todas las de ese género, desatará
mucha violencia y generará no pocos muertos". Fue así como
aun al diario de los Santos, la conciencia liberal hecha tinta, hasta la fecha
parco en sus juicios sobre los desplantes belisaristas, se le exaltó
la bilis, llegando al extremo de aguijonear a los militares para que procedan
con vehemencia y sin contemplaciones de ninguna índole.4
Con la indignación de quienes inútilmente condescendieron y
la perplejidad de los que consideraban un éxito sin paralelo la completa
exculpación de los rebeldes, se cerró el capítulo introductorio
a este novelado esfuerzo por la convivencia civil. Una incógnita sí
había sido despejada: la amnistía no era la "paz".
¿En qué radica entonces? A la audiencia en ascuas los miembros
del M-19 replicaron desde las puertas de La Picota con otras interrogaciones.
"¿Quién se puede acoger a la amnistía en zonas de
guerra si no hay cese del fuego?" "¿Qué vamos a hacer
nosotros al salir de la cárcel si sabemos que a nuestros compañeros
los están atacando en muchos frentes?" "¿No se está
convirtiendo esta situación en un nuevo trampolín hacia la guerra?".(5)
Con tales reflexiones quedó inaugurada la fase subsiguiente, cuyo objetivo
consistiría en obligar a los dignatarios de los sumos poderes a suscribir
una tregua que se tradujera en un tácito reconocimiento de los brazos
armados como fuerzas beligerantes. En el lapso anterior la puja se había
cifrado en el olvido de todas y cada una de las conductas delictivas; ahora
se centraría en la no entrega de los fusiles y en la desmilitarización
de las áreas neurálgicas. Nadie descartaba que la Casa de Nariño
convendría en agotar otros arbitrios. Mucho antes de la promulgación
de la amnistía con que el presidente, a través del Congreso,
dispensó todas y cada una de las faltas de sus impredecibles interlocutores,
aquél había divulgado sus teoréticas nociones acerca
de que el generoso gesto no sería suficiente para ponerle coto a las
desconfianzas. Idea que con gusto y al unísono esparcieron a los vientos
los propagandistas de la "paz", desde los obispos católicos
hasta los pontífices del revisionismo, pasando por la gama intermedia
de exégetas y arúspices del emblema que haya despertado las
mayores ilusiones en la crónica contemporánea de la nación.
Empero, curiosamente, entre más intérpretes coinciden respecto
a los medios y propósitos, el apaciguamiento menos descifrable se torna.
Si la primera solicitud de los insurgentes requirió alrededor de tres
meses para ser satisfecha, la segunda habría de demorar año
y medio en concretarse. Mientras la una cosechó las instigaciones de
los gacetilleros de la élite ilustrada en pro de una pacificación
a lo Pablo Morillo y se enteró muy pronto del arrepentimiento de la
Cámara de Representantes por haber prestado oídos a Belisario
Betancur, la otra, ocasionando en su retardo serias fisuras entre la cúpula
cuartelaria y su jefe constitucional, repercutiría en la repentina
sustitución del ministro de Defensa y en el apremiante licenciamiento
de un peligroso trío de generales identificados con las quejas de su
superior jerárquico.6 Landazábal, en declaraciones ampliamente
reproducidas por los medios informativos y en juntas reservadas de orden público,
precisó de continuo cómo el perdón concedido por la Ley
35 del 21 de noviembre de 1982, regía hacia el pasado y no hacia el
futuro de su promulgación, pugnando por una tónica diferente
a la presidencial en los tratos con los "subversivos", a los que,
en las brigadas, no se les ha dejado de equiparar con la delincuencia común,
y ante quienes, por consiguiente, no caben delicadezas ni miramientos singulares.
El 17 de enero de 1984, cuando las discrepancias lucieron demasiado obvias
e insoslayables, a los oficiales de alto rango se les llamó a calificar
servicios.
Temiendo un eventual pleito entre las dos investiduras, los distintos estratos
oligárquicos saltaron a apuntalar los fundamentos jurídicos
del sistema, así tuvieran que renovarle de relance el respaldo a la
administración responsable de empollar tantos entuertos en un tiempo
tan relativamente escaso. A la aguda recesión, a los trastornos de
los entes bancarios, al insondable déficit fiscal, a la enorme deuda
externa y al resto de las falencias materiales ningún burgués
deseaba añadir la conmoción anímica de una cura castrense,
que en lugar de componer los negocios podría empeorarlos. Las anomalías
económicas le ayudaron a neutralizar los enredos políticos al
presidente, y éste, por lo menos momentáneamente, se sintió
reconfortado para no decaer en su ingrata faena de abogado del diablo.
Sobre las carreras muertas de cuatro militares de tres soles dados de baja
por Betancur se convino al fin el alto al fuego, en desarrollo del pacto de
La Uribe, suscrito el 28 de marzo entre la Comisión de Paz y las Farc.
Pero el alto no se selló definitivamente, como cabría esperarse,
sino por un "período de prueba o de espera" de doce meses
y a partir del 28 de mayo. A este armisticio lo seguiría el firmado
durante la penúltima semana de agosto por el EPL, el M-19 y un fragmento
del ADO, completándose el mosaico de los grupos insurrectos que optaron
por tender un puente de tupidas relaciones con el régimen belisarista.
De los acuerdos se desprende que los alzados en armas las "depondrán
pero no las entregarán", para repetirlo con el giro empleado por
algunos de ellos; que habrá otra considerable tardanza con el objeto
de verificar la suspensión de las hostilidades, y que las partes involucradas
propiciarán más convergencias, de aquí en adelante tras
la hazaña de ver por aproximarse a escarificar las purulentas llagas
de la Colombia neocolonizada y atrasada, y esto conjuntamente, o sea el país
redondo y sin reparos de clase.
En suma, el forcejeo, en lugar de simplificarse y acortarse a medida que transcurre,
se ha enmarañado y dilatado enormemente. En compensación, los
colombianos consiguieron saber que la tregua tampoco era la "paz".
Resuelto dichosamente el segundo equívoco, los infatigables compromisarios
de la reconciliación se aprestaron a entrar en el tercer laberinto:
el Gran Diálogo Nacional, con mayúsculas. Cual su nombre lo
indica, esta secuencia reside en emprender una intrincada polémica
acerca, de los candentes antagonismos políticos y de las profundas
privaciones económicas y sociales del país, con la participación
de todas las fuerzas vivas, comprendidos los gremios patronales y los sindicatos
obreros, los directorios partidistas y las asociaciones de consumidores, los
cuerpos colegiados y la acción comunal, la curia y los usuarios campesinos,
la guerrilla y el ejército. La autoría de la ingeniosa fórmula
pertenece al M-19 que la concibió con bastante anticipo, mientras que
la supresión previa de los combates y la verificación de la
misma por un año fue más bien inventiva de las Farc. Cada estado
mayor insurgente se arrima a la mesa de negociaciones con su propio portafolio
de requisitos y reclamos, de cuyo estricto acatamiento depende la conservación
de su autonomía e identidad. Y puesto que la alianza los obliga a secundarse
entre si, refrendando sin falta las varias peticiones, por redundantes o engorrosas
que fueren, el proceso pacificador con cada etapa vencida no gana ni en concisión,
ni en rapidez, ni en claridad.
No obstante los dones milagrosos y la desusada ocurrencia que les atribuyen
sus promotores a las conversaciones entre las diferentes clases y corrientes
políticas, los intentos de amortiguar el choque de los intereses encontrados
mediante la persuasión de la plática son tan viejos como el
"contrato social" de Rousseau. En el Continente no hay burguesía
que en cierto momento histórico no hubiese puesto en vigor el cacareado
"diálogo" y algunas, incluso, a semejanza de lo acaecido
en el Perú bajo la férula del general Velasco Alvarado, han
conseguido rubricar compromisos de reformas con estamentos organizados de
la población. Entre nosotros, y sin ir más allá del interregno
del Frente Nacional, el mandatario de turno con frecuencia habla y propicia
la "concertación" o el "pluralismo ideológico"
sin necesidad de abrumarlo con operaciones terroristas.
López Michelsen, inmediatamente después de ascender al solio
en 1974, en un arranque de contagiosa demagogia llamó a un entendimiento
global entre los principales sectores vinculados a la producción, conformando
la célebre "comisión tripartita" que agrupaba a patronos,
sindicalistas y gobierno, y a la que un buen día recibió en
la residencia presidencial para avisarle que la nación atravesaba por
un período crucial, ante el cual se requería del noble renunciamiento
de magnates e indigentes por igual. El mamertismo, que integraba la comisión
y asistió a la reunión de Palacio, dejó una lastimera
constancia en protesta por la burla de que había sido objeto la membrecía
revolucionaria. Luego se decretaría la emergencia económica
con su rosario de impuestos y alzas contra el pueblo, de prebendas para los
grandes potentados y demás medidas antinacionales y antipopulares que
distinguieron al "mandato de hambre". Y en lo que llevamos del "sí
se puede" ya hubo un primer ensayo de las discusiones multilaterales,
cuando se convocó en septiembre de 1982 la "cumbre" de colectividades
partidistas. Fuera de los funcionarios gubernamentales y de algunos de los
fragmentos en que se hallan divididos el liberalismo y el conservatismo, concurrieron
el Partido Comunista y el M-19, encabezados por Gilberto Vieira y Ramiro Lucio,
respectivamente. Que valga destacar, el señor Vieira "pidió
romper el monopolio bipartidista en la Comisión Asesora de Relaciones
Exteriores", es decir, cursó la solemne demanda de una silla para
su agrupación en dicho organismo; y el señor Lucio anotó
que "en los diez puntos del ministro de Gobierno están contenidos
los problemas fundamentales de la vida colombiana".7 Los contactos, el
intercambio de opiniones y los concursos de oratoria entre clases y entre
gremios, congregados de trecho en trecho por las burguesías dominantes,
no tipifican, pues, ninguna revolucionarización de las modas democráticas,
ni en Colombia, ni en América Latina, ni en el resto del mundo. Además,
al cierre de tales floreos los trabajadores de ordinario confirman cómo
se les ha extraviado algo de sus magras entradas o de su independencia política.
III EL DESGASTE DEL AGUANTE
Acciones de la espectacularidad de la toma a bala del municipio
vallecaucano de Yumbo, a cargo de un comando irregular y la ruidosa permanencia
guerrillera durante casi una semana en las poblaciones de El Hobo y Corinto,
autorizada por Betancur, al lado de la proliferación intempestiva de
los secuestros, la extorsión y el "boleteo" preludiaron los
sobresaltos y sinsabores que habrán de plasmarse en el tercer acto
del drama de la "paz", el de los coloquios. Iniciado de modo formal
sólo el 1º de noviembre, en el recinto de la Casa de Moneda, estuvo
antecedido de tres pertubaciones estrechamente interconectadas: el incremento
de las discrepancias entre los militares y su jefe supremo; la cascada de
enconados mensajes emitidos por financistas, industriales y terratenientes
que no encuentran otra explicación a la ola de inseguridad que las
ingenuas tolerancias del primer magistrado, y los reiterativos rumores de
un golpe cuartelario, proveniente de la descarada conspiración de acuciosos
gamonales de los dos bandos de la coalición oligárquica gobernante.
Tan pronto entró en vigor la tregua convenida, Miguel Vega Uribe, entonces
comandante general de las Fuerzas armadas, redactó una circular recordándoles
a las tropas bajo su mando la razón de ser del ejército perenne
de la nación y los cometidos esenciales de éste, entre los cuales
enfatiza los de garantizar las "instituciones patrias" y preservar
el "orden interno". Determina por tanto el despliegue de "operaciones
permanentes de control militar en las zonas de influencia de las cuadrillas
de las Farc", haciendo la salvedad de que el aplastamiento de las "otras
formas delictivas de características diferentes" les atañe
a las "autoridades civiles o de Policía Nacional"8 Con los
nuevos eventos cada vez había menos duda respecto a que los uniformados
no solamente continuaban negándose a compartir el lenguaje y los enfoques
de su alegre presidente, sino que estarían dispuestos a ir hasta la
desobediencia con tal de no regalarles a los insurrectos ni una sola región
colombiana, por deshabitada o improductiva que ella fuere. En su puntillo
de honor los gendarmes del régimen se ven estimulados con los clamores
crecientes de unos ricachos que no comprenden por qué el Estado, con
el objeto de satisfacer las exigencias de los alteradores de la tranquilidad
pública, se atreve, así sea temporalmente, a quitarles la vigilancia
a que tienen derecho y dejarlos inermes en manos del Señor.
En efecto, desde cuando se suscribieron los armisticios y se sopesó
en concreto su factible incidencia, en las filas de empresarios y finqueros
empezaron a cundir las reservas sobre la eficacia de los mismos. Para ellos,
que habían accedido a acolitar los inagotables pujos pacifistas de
la administración del "cambio con equidad" y lo único
que apetecen en el mundo es poner a salvo sus humanidades y sus bienes, ningún
progreso se obtuvo a no ser permitirles a las guerrillas conservar los fusiles
y, de propina, certificarles que durante un año no sufrirán
asedio bélico por parte de la autoridad legítima. Ante todo
les encrespa que la figura que saludaron alborozados un 30 de mayo ya no tan
venturoso, pretenda acumular méritos jugando con los haberes y el pellejo
ajenos.
Por primera vez desde su asunción al poder el loado carisma del señor
Betancur recibiría una descarga cerrada de apóstrofes y censuras
procedentes de la masa de grandes y medianos propietarios que estimaron llegada
la hora de amonestar al mandatario por sus equívocos, veleidades y
candideces. Y esto paradójicamente a raíz de conocerse la primicia
del alto al fuego, convenido al cabo de las incontables acrobacias; en la
esquiva y feliz oportunidad en que aquél podría vanagloriarse
de presentar por último a sus gobernados algo palpable, los textos
de unas actas de acuerdo debidamente aprobadas y signadas por los grupos insurgentes.
Pero, no. A muchos de sus distinguidos y pesados patrocinadores hoy por hoy
no les hacen ningún chiste sus gestos populacheros de candidato de
vereda en trance electoral, ni sus frases de mostrador con que instruye a
alcaldes y gobernadores, ni su huero optimismo para rellenar los arriscados
abismos económicos del país, ni sus imprevisiones en el tratamiento
con los organismos internacionales de crédito y en particular con Norteamérica,
ni su secreta ambición de lucir sobre la banda el Premio Nobel de la
paz. Ni siquiera su afición por la poesía, por la mala poesía.
El prestigio del presidente ha descendido varios puntos en el concepto de
los estratos elevados, sin que haya forma tampoco de que se sostenga ante
los ojos de las clases menos favorecidas y más estrujadas por el desastroso
ejercicio belisarista. Y este aspecto del análisis no resulta irrelevante
puesto que sin lugar a especulaciones la táctica de una pacificación
parlamentada descansa en buena parte, como se ha demostrado, en la capacidad
de aguante y en la tolerancia de la cúspide del órgano ejecutivo.
En drástica carta remitida al inquilino de la Casa de Nariño,
las agremiaciones del Huila prorrumpen: "No estamos dispuestos a ceder
ni un milímetro del territorio del departamento ni vamos a ofrecer
más vidas inútilmente con su burlada política de paz.
Lo que suceda de aquí en adelante será exclusivamente responsabilidad
de su gobierno". En misiva parecida, los ganaderos de Córdoba
puntualizan: "Con el respeto debido le comunicamos que no estamos dispuestos
a que el fruto de nuestro honrado trabajo nos sea esquilmado. Creemos tener
el derecho a que el gobierno nos dé la protección a nuestra
honra, vida y bienes, a que está obligado por mandato de la Constitución".
Los cafeteros del Quindío se apresuraron a denunciar el "aumento
inusitado en la región de la extorsión, el chantaje, los secuestros
y la violencia en la gama más amplia de sus manifestaciones".
Y en el mismo tonillo de agresión y disgusto se pronunciaron portavoces,
de los hombres de negocios del Valle y Cauca, de la Sabana de Bogotá
y del Magdalena Medio, de Antioquia, Caldas, Sucre y otros departamentos de
la de la Costa Atlántica. La Sociedad de Agricultores de Colombia y
la Federación Nacional de Ganaderos, luego de exteriorizar en mensaje
conjunto sus preocupaciones por el alarmante deterioro de la seguridad, sobre
todo en los campos, y no obstante haberse pactado el cese de las hostilidades,
afirmaron concluyentemente: "Reprimir a quienes no cumplan con la tregua,
o a quienes al amparo de ella violen la ley, es indispensable para aclimatar
y afianzar la paz que todos los colombianos estamos buscando".9
Aunque la extremaizquierda intente minimizar los alcances de los anteriores
reproches, encasillándolos sin mayor detenimiento, maquinalmente, dentro
de las obvias y acostumbradas reacciones con que las esferas más oscurantistas
suelen afrontar los desarrollos de cualquier campaña de innovación,
hay un hecho de bulto. Turbas de burgueses y terratenientes, en persona, no
ya sólo a través de sus orientadores ideológicos o de
sus líderes políticos, han resuelto terciar en la trifulca,
conminando al despacho presidencial con virulentas requisitorias para que
cese no el fuego sino el juego, no la violencia sino la benevolencia. Su argumentación:
que se realicen las promesas comiciales pero que se cumplan los juramentos
constitucionales. Y la conclusión: de lo contrario se verían
en la inexorable disyuntiva de proveerse de regimientos privados y administrar
justicia por cuenta y riesgo propios.
Con la propagación de cuadrillas de matones a sueldo en extensos perímetros
de la geografía patria, análogas a las que han devastado algunas
áreas campesinas, como los "campovolantes" en los Llanos
Orientales, los "tiznados" en Santander y el mismo "Mas"
en el Magdalena Medio, se columbra una perspectiva demasiado comprometedora
para el movimiento revolucionario colombiano en las actuales circunstancias,
dados los vacíos organizativos, la dispersión, los rudimentarios
niveles de conciencia y la indisponibilidad para la guerra de las mayorías
laboriosas. El desbordamiento de aquellos géneros de terror blanco
y su aclimatación en otros ámbitos departamentales nada positivo
traerían, salvo impedir la libre actividad de las vanguardias contrapuestas
al régimen y entorpecer enormemente el reagrupamiento de las fuerzas
del pueblo. Y así se pregone con bombo la "apertura democrática",
habrá importantes extensiones prohibidas a la agitación y la
propaganda que no sean las de los directorios bipartidistas, en proporciones
superiores al número de las que pian piano se han ido clausurando como
represalia a la aventuras y las listezas de los núcleos foquistas,
inclusive bajo el reinado del apaciguador y pese a la amnistía, la
tregua y el diálogo.10 No se trata meramente de cuerpos paramilitares
que la Procuraduría no desarticula con sus fofas investigaciones. Estas
bandas que actúan en la penumbra pero que están dotadas de una
precisa estructura de unidades y de mandos, y que culminan imponiendo su vandálica
voluntad en comarcas enteras, gozan de un patrocinio muy definido, acaso sin
parangón en la historia reciente de la república, y es el que
les proporcionan los latifundistas y magnates exasperados de tributar tras
cualquier especie de chantajes. Los cuales están decididos a ponerle
punto final a sus sobresaltos, blandiendo el cuchillo y la horca contra quienes
ellos identifican con el genérico vocablo de "subversivos".
Junto al agravante de que esta sublevación de los potentados, prevalida
de los ingentes recursos que coloca a su disposición el dinero y la
complicidad de las tropas y funcionarios locales, se halla en condiciones
de aglutinar con relativa prontitud a los campesinos medios halagados o atemorizados,
a la vez que arrincona, desmoraliza y apabulla al antojo a los jornaleros
y campesinos pobres. Los terratenientes se sacuden el hostigamiento de los
francotiradores enmontados, mientras que la población trabajadora,
con cuyas lágrimas paga la vindicta, siente sobre los hombros cómo
aprieta más la coyunda de la explotación de los patronos. Desenlace
previsible cuando las revoluciones se lanzan por el atajo de una insurrección
imaginaria, extreman las formas de lucha o se lumpenizan.
Si en el prólogo de la crónica de la "paz" nos tropezamos
con un fervor contaminante, convertido en mandato por los comicios presidenciales
de 1982; y si en el capítulo inicial leemos cómo se concibió
y aprobó con notoria aquiescencia la ley que puso en la calle a la
totalidad de los detenidos políticos a la sazón existentes en
Colombia, que eran los sindicados de pertenecer, con verdad o no, a las agrupaciones
insurrectas tantas veces nombradas, o de participar en acciones terroristas;
y si por las páginas referentes a las contingencias que precedieron
a la suspensión de los enfrentamientos tuvimos noticia de los primeros
respingos de la gran prensa y del relevo inopinado de cuatro generales, en
la parte dedicada a los preparativos y desenvolvimientos del "gran diálogo"
nos encontramos con que desde diversas esquinas del país burgueses
y terratenientes confabulados zahieren al presidente, concitándolo
a que se ciña a las disposiciones constitucionales, y dentro de ellas,
a cooperar con la versión pacificadora de las Fuerzas Armadas, o atenerse
en su defecto a las consecuencias de los amotinamientos desde arriba. El espacio
para los malabarismos se estrecha sin que de ningún lado se avizore
la coronación de la cima.
Lo que arrancara con un asentimiento casi unánime tras la estrepitosa
derrota del turbolopismo, se ha vuelto una encerrona para el caudillo vencedor.
Privado precozmente de los mágicos atributos de la popularidad, víctima
de los caprichos exegéticos de la Corte Suprema de Justicia que echó
a tierra su segunda emergencia económica, sujeto a los pupitrazos de
un Congreso mayoritariamente regido por los clientelistas liberales, centro
de las murmuraciones y recelos de su propio partido, sin un peso en el fisco
con qué saciar las fauces de la gula oligárquica y concluir
sus proyectos piloto, con el fracaso de Contadora a cuestas y la desconfianza
gringa pendiente sobre sí como una espada de Damocles, transformado
en blanco de la sigilosa vigilancia de los oficiales que lo escoltan y hecho
ya pasto de los chascarrillos del ingenio bogotano, testimonios vivos de su
desprestigio, Belisario Betancur ha tenido que devolver a pedazos la supremacía
usurpada y sofrenar poco a poco su complejo de Núñez. Por dos
veces se ha visto en la premura de redistribuir las carteras ministeriales
con el objeto de aplacar las molestias del socio destronado. Menguada su ascendencia,
semiinmóvil, ahora aguarda con los brazos cruzados a que otros dispongan
sobre asuntos en torno de los cuales su despacho sentaba cátedra en
medio de los aspavientos de la demagogia. Bien podría afirmar lo que
Turbay Ayala les replicó a los periodistas de Europa que lo acosaban
con cuestionarios capciosos respecto a los sesgos represivos de su gobierno:
"el único preso político que hay en Colombia soy yo".
Misael Pastrana, el fiel y desvelado padrino, hubo de adelantar por meses,
contra todos los pronósticos, la candidatura de Alvaro Gómez,
persuadiendo con este movimiento a la godarria alebrestada de que el tinglado
belisarista, en vía de extinción, servirá de conducto
para el pleno y posterior predominio de la doctrina azul. Y al ministro Jaime
Castro, ave canora del gabinete y cuota clave del legitimismo liberal le tocó
salir a la pantalla chica a dar satisfacciones a la insubordinación
de los plutócratas y asegurarles que la política conciliadora
del Ejecutivo contempla antes que nada la "presencia permanente y acción
decidida de la fuerza pública en todo el territorio nacional".11
Aquélla nunca fue ciertamente la explicación de la Presidencia,
pero era lo que esperaban oír quienes han insistido en aplicar mano
de hierro contra la delincuencia subversiva, y oírlo de una garganta
autorizada y sobre todo cuerda de la gran coalición.
Cuando, consternado frente a tantas incomprensiones, el pobre de Betancur,
en epístola al general Matamoros, quiso constatar su inocencia arguyendo
que las Cámaras amnistiaron a los guerrilleros sin condicionarlos al
desarme, éste le respondió recordándole los artículos,
2, 166 y 48 de la Carta, concernientes a las bases exclusivas de la soberanía,
al papel del ejército y a la no posesión de armas de guerra
por parte de los particulares, e igualmente el artículo 7º de
la Ley de Amnistía, en el cual se fijó entre dos y cinco años
de cárcel para quienes violen la prohibición antedicha.12 La
historia se repite. El oficial de más alto rango vuelve y rechaza los
evasivos razonamientos que en su ayuda trae el atribulado comandante en jefe,
saca a relucir sus lagunas en las materias del derecho, lo refuta directamente,
paladinamente, ante la presencia toda de la nación expectante, y en
esta ocasión tal vez con menos venias a como lo hiciera Landazábal
Reyes. Sin embargo, al presidente le queda embarazoso sustituir cada seis
meses a su ministro de Defensa. Y todavía peor si éstos se cobijan
con el palio sacrosanto de la ley de leyes. Una cosa es botarlos cuando amenazan
el entramado institucional y otra muy distinta cuando personifican la postrera
opción de vigencia del mismo.
Está visto que los principales exponentes de la casta militar no se
demoraron en aprender las lecciones de la crítica jurídica.
Si somos hechura y protectores de la Constitución, ¿por qué
no parapetarnos tras los artículos de ésta? ¿De dónde
acá la iterativa sospecha sobre los móviles de nuestros riesgosos
menesteres, si nos compete por encargo indelegable reprimir los estallidos
anárquicos y someter a los infractores, apellídense como se
apelliden y hállense donde se hallen? ¡Que no se nos siga zarandeando
y destituyendo en bien del funcionamiento legal del país, siendo que
nosotros constituimos la ley armada!
En esta comedia de las equivocaciones hace rato que se trastrocaron los parlamentos.
Desde la platea la concurrencia, en el clímax del espectáculo,
observa cómo los alféreces les enseñan a los leguleyos
que la Constitución configura un todo compacto de libertades y proscripciones,
y que si las unas son permisibles las otras son indispensables. Que no hay
nada más constitucional que la persecución y el castigo del
delito, al igual que el estado de sitio, las brigadas, los panópticos
y el resto de los instrumentos coercitivos con los cuales se limpia y se cautela
a diario la república inundada de elementos indeseables.13 Dentro del
malestar en aumento de las clases pudientes, el deslustre progresivo del caudillaje
belisarista y la insignificancia de los frutos de la escurridiza "paz",
al generalato le han reportado valiosos dividendos sus incursiones en la jurisprudencia
y sus aires de severidad republicana. Septiembre fue, por decirlo así,
el mes de las charreteras. Por doquier se exhalaron alabanzas a los mandos
castrenses que, según los antiguos y recientes áulicos, habían
hecho realidad el milagro de una angustiosa y desesperante búsqueda
de la concordia, aun soportando las injurias de sus proverbiales malquerientes.14
¡Y ahí fue Troya! El aspirante secreto al Nobel de la paz, en
impetuosa embestida por recobrar las riendas sueltas de la situación,
atronó el 24 de septiembre desde las llanuras de Arauca, adonde se
había trasladado a reconocer los promisorios yacimientos de petróleo
allí descubiertos; escenario y motivo no impropios para tratar de impresionar
a la oligarquía contrita y con líos económicos. Luego
de admitir que las fuerzas militares han sido "vilipendiadas" alertó
que ahora son "aduladas sólo para incitarlas demencialmente, inútilmente,
al golpe de Estado". Vaga aunque corrosiva imputación. Que conllevaba
además la imprudencia de poner en boca de todos lo que a la chitacallando
se departía en los salones.
Betancur esboza la contraofensiva con los mismos hierros y en el campo escogido
por sus censores. Persigue un voto de confianza presionando una definición
en cuanto a si la constitucionalidad reside más en los albedríos
presidenciales emanados del sufragio democrático, o en la soldadesca
por excelencia subordinada, obediente y no deliberante. Pero esto, lejos de
ser una estrategia para recuperar los terrenos invadidos por unas conjuraciones
compuestas por hombres de carne y hueso, con intereses muy tangibles y dotadas
de medios poderosos de lucha, se parece más a las disquisiciones del
tinterillo que apela en segunda instancia. Encima de que si las pólizas
de los espadones suben y bajan en la bolsa de la controversia pública,
ganan o pierden simpatías, se debe a que forman parte y a veces hacen
de jueces del conflicto. Forman parte, entre otras cosas, porque el jefe supremo
los provoca a que hablen y tomen posición, dirigiéndoles misivas
eminentemente polémicas; los senadores y representantes los citan a
menudo a que debatan en el Capitolio sus cargos y descargos, y hasta el M-19
los convida a que destapen en el "diálogo nacional" sus tesis
sobre lo divino y lo humano.15
Todo, por supuesto, sin importar una higa que los cánones fundamentales
e incluso el reglamento interno les veden de modo tajante a soldados y policías
la intervención en política. Y a veces hacen de jueces en el
conflicto porque empuñando las armas de la república, cuentan
con qué acallar cualquier discusión, abolir cualquier cabildo
y deponer a cualquier mandatario. No pasemos por alto que cuando la mamertería
latinoamericana, siempre de gancho con los demócratas liberales del
Continente, se hacía lenguas enalteciendo el profesionalismo del ejército
chileno, y visualizaba en éste a un providencial soporte para la vía
pacífica de la revolución de Allende, el general Augusto Pinochet
dio su jaque mate, del cual no se acaban de reponer aún los pobladores
del hermano país.16
El trompetazo de Arauca aguzó los instintos pesquisidores de los periodistas,
quienes se entregaron a la tarea de seguir los rastros dejados por la conspiración
e identificar a los cabecillas. La gente no tardó en enterarse de que
un conjunto de 40 parlamentarios conservadores organizaron a hurtadillas de
la presidencia un "desayuno de trabajo" con los mandos castrenses,
tras el propósito de obtener un informe de primera mano sobre los brotes
de la inseguridad y con su concurso entrever las secuelas cabales de la paz
belisariana. No obstante aclarar que por razones ocultas los generales al
fin no concurrieron, los implicados aceptaron el ágape matinal como
un hecho cumplido, o una intriga frustrada. Asimismo, otros 60 congresistas
de ambos bandos de la coalición dominante redactaron una nota comprobatoria
de sus acendradas lealtades hacia el estamento militar, y con la cual se proponían
tachar por improcedentes las investigaciones de verificación que, a
raíz de los encuentros bélicos acaecidos días antes en
la localidad de Riosucio, habían emprendido algunos de los comisionados
ad hoc. Y para consumar esta juntura de cabos, durante la última semana
del mes de las charreteras se comentó con maliciosa insistencia el
banquete que, en desagravio al ejército y a través de Vega Uribe,
brindaron los miembros de la Comisión II constitucional del Senado,
presidida por el liberal Eduardo Abuchaibe. Conociéndose la dimensión
de la conjura y a diferencia de la actitud asumida ocho meses atrás
ante las escaramuzas que confluyeron en el relevo de Landazábal, los
comentaristas de oficio del cuarto poder le restaron trascendencia al asunto.
Algunos aseguraban que eso no era un golpe sino un autogolpe; y otros se deleitaban
recabándoles a los secretarios de Palacio la lista de los complotados,
en el entendido de que el gobierno no podría admitir impunemente una
horadación tan extendida de sus sustentáculos social y político.
Así, en semejante clima, Colombia se acercó de puntillas, temerosa
y dubitativa, a los portales del Gran Diálogo Nacional. Los mejores
hervores del entusiasmo se habían extinguido. El taumaturgo de la odisea,
el garante de los copiosos compromisos, de la tregua cronométrica,
de los trámites interminables, de las ofertas extracontractuales, el
buenazo del señor Betancur, ya no lidera con su bandera blanca; se
limita a disuadir a sus escapadizos prosélitos de que cometen un error
cuando malician de las competencias, las aptitudes y las intenciones de su
presidente. Al dialogante decisivo le quedan arrestos sólo para eso,
dialogar.
IV PÓCIMAS VIEJAS CON MEMBRETES NUEVOS
Pero, ¿el diálogo será la "paz"?
Incuestionablemente no. Quien repase el pacto de La Uribe y demás documentos
transaccionales notará que la consagración definitiva de los
augurados goces del sosiego, tal cual lo avistamos atrás, se supedita
a la suerte de un policromo ramillete de reivindicaciones tanto económicas
como políticas. Las unas, conforme rezan los convenios con las Farc,
abarcan tópicos que se extienden desde la reforma agraria y el mejorestar
campesino, hasta los "constantes esfuerzos por el incremento de la educación
a todos los niveles" y de "la salud, la vivienda y el empleo";
y las otras comprenden desde "garantías a la oposición",
"elección popular de alcaldes", "reforma electoral",
"acceso adecuado de las fuerzas políticas a los medios de información",
"control político de la actividad estatal", "eficacia
de la administración de justicia" e "impulso al proceso de
mejoramiento de la administración pública", hasta "iniciativas
encaminadas a fortalecer las funciones constitucionales del Estado y a procurar
la constante elevación de la moral pública". A su vez,
el acuerdo con el M-19 y el EPL pormenoriza los temas objeto del "gran
diálogo": "la discusión y desarrollo democrático
de las reformas políticas, económicas y sociales que requiere
y demanda el país en los campos constitucional, laboral, urbano, de
justicia, educación, universidad, salud, servicios públicos
y régimen de desarrollo económico".
Difícilmente un experto en renovaciones y enmendaduras superaría
la desbocada imaginación de nuestros heraldos de la concordia civil.
Fuera de la lista no hay en verdad, esferas, órbitas y ámbitos
dignos de mencionarse y sobre los cuales no se piense verter la savia vivificadora
de la pacificación. La "paz" siempre ha estado ligada de
manera indisoluble a la mudanza del país. Y ésta es la única
verdad de fondo que dilucida por qué el itinerario seguido, distante
de conducir a un pronto y cabal arreglo, se empantana a medida que transcurre.
Los grupos guerrilleros, no obstante acariciar, por lo menos de dientes afuera,
la posibilidad de incorporarse a las actividades legales, no lo harían
merced a la falta de condiciones para sostener la contienda armada, sino,
por lo contrario, en virtud de sus éxitos y de los golpes infligidos
a un enemigo al cual han puesto a discutir con ellos, de tú a tú
y de pe a pa, cada una de las cuestiones medulares de la república.
En lugar de corregir con mesura los descarrilamientos de su táctica,
andan a la caza de enmendarle la plana al régimen, reafirmándose
en el desafío implícito de no prescindir del manual de Ernesto
Che Guevara. Y con ello se colocan muy por debajo de la comandancia foquista
latinoamericana de la década del sesenta que, pese a sus concepciones
antimarxistas sobre el Estado y la revolución, al cabo de torturantes
lucubraciones y desgarradores enjuiciamientos internos, planteó, "sencillamente",
cual lo refiere Teodoro Petkoff, "trasladar la lucha desde el terreno
específicamente militar al político, para salir del callejón
ciego donde se encontraba".17
En Colombia todavía los dirigentes de la extremaizquierda defienden
las explosiones insurreccionales con el simple y metafísico considerando
de que la miseria y la brutalidad propias de la sociedad explotadora de por
sí ameritan las más contundentes o descabelladas respuestas
de las organizaciones revolucionarias. A su juicio, cuán viables y
útiles resultan, en cualquier contingencia histórica y por caros
que sean, los operativos para hacer propaganda marcial entre los moradores
de los pequeños poblados, proveerse de millonarios recursos financieros,
repartir bolsitas de leche en las barriadas famélicas, ajusticiar a
los esquiroles de las centrales patronales, secuestrar a los avaros gerentes
de las empresas monopólicas que se resistan a subir los salarios, caer
a la brava sobre los liceos y arengar a sus alumnos... Estilos de beligerancia
que en lugar de descalificarse por improcedentes o extemporales se les estima
más bien rentables. De ahí que esta "guerra" habrá
de ser permutada por el "cambio social" y la "apertura democrática"
o no se le erradica.
Dilema rotundo y aparentemente incontrastable. Pero aun cuando a las fajas
más exaltadas de la pequeña burguesía estudiantil y profesoral
les parezca la mejor confirmación de la entereza de los insurgentes
y les suene en sus oídos como un enriquecimiento original de la "combinación
de todas las formas de lucha" tal alternativa, por mucho que se le envuelva
en un estridente radicalismo, no añade nada sustancial a las proclamas
distribuidas por los combatientes del ELN a los somnolientos habitantes del
olvidado municipio de Simacota en aquel amanecer del 7 de enero de 1965. Envasa,
al revés, añejas y dañinas creencias en modernas y más
absurdas versiones.
Dentro de su rústica visión, Fabio Vásquez Castaño
y seguidores se hallaban convencidos de que los adelantos ideológicos
y organizativos, el paciente aprendizaje a través de la pelea cotidiana
en contra de las tropelías y en pro de los derechos, la contraposición
pública y en la más amplía escala de los programas y
soluciones de las diversas vertientes, el ánimo de las masas de derrocar
a sus expoliadores y llevar el combate hasta las últimas consecuencias,
amén de las ventajas que en una coyuntura precisa y sin escapatoria
ha de permitir el Estado despótico, debido a las crisis, divisiones,
desbandadas y demás impedimentos para movilizar sus unidades y repeler
el asalto del pueblo enfurecido, no eran requisitos básicos de las
hazañas por la liberación. En suma, que los factores atañederos
a la correlación de fuerzas ningún rol desempeñan en
el desencadenamiento de la insurgencia civil, destinada a imponer, tras el
triunfo, las transformaciones revolucionarias correspondientes. Que el tableteo
de las ametralladoras sacaría al país de su marasmo secular
y depararía, como por generación espontánea, cada uno
de los elementos imprescindibles para el estallido general. Con arreglo a
tales desvaríos no es la lucha política la escogida para desobstruir
la senda del levantamiento insurreccional sino éste el encargado de
promover aquélla. La insurrección no depende de la política.
Allí la política depende de la insurrección. ¿En
cuántas asambleas o foros no se habrá querido enmudecer al MOIR
a causa de la carencia de un brazo armado con qué darle brillo y realce
a la justeza de sus asertos? Pues bien, durante más de dos decenios
los colombianos han venido curioseando el desfile sin fin de grupos, grupitos
y grupúsculos que en este siglo de las siglas, con diferencias de denominación,
acento e insignias, se obstinan en incendiar la pradera al margen o en contra
de la voluntad de las mayorías. Si entre nosotros los precursores y
herederos del infantilismo de "izquierda" han justificado al unísono
sus declaratorias insurreccionales con las urgencias del cambio, hace poco
los segundos, en una aplicación innovadora del argumento, resolvieron
extenderlo a la "paz". Pero como algo va de la victoria a la transacción,
las enmiendas han de circunscribirse a aspectos tangenciales, a tiempo que
se guardan o abandonan las de mayor enjundia. Y esto, a su vez, no puede menos
que reflejarse en un raro amoldamiento de la consigna central. Antes se pregonaba
a voz en cuello: ¡A las armas por la revolución! Ahora se amaga:
¡Reforma o "guerra"! Desde el punto de vista teórico
semejante transmutación conduce a un exabrupto menos inteligible. La
acción armada se ponía ayer a la orden del día dándole
la espalda a la lucha de clases y mirando exclusivamente la perentoriedad
de los vuelcos estructurales que requiere Colombia. Hoy, aunque se continúan
ignorando los zigzagueos de la contienda y las disponibilidades de los contendientes,
la prosecución o no de la labor militar se subordina ya a unas cuantas
reparaciones circunstanciales; algunas de estirpe constitucional, pero de
todos modos enmarcadas dentro del orden jurídico imperante.
A los lectores reticentes les basta devolverse unos cuantos renglones y releer
los pedidos y reclamos expuestos en los convenios de la tregua. Verificarán
que a pesar de la apretada enumeración ninguna de aquellas pretensiones
rebasa los mojones de la sociedad neocolonial y seinifeudal; ni implicarían,
de concederse, la mínima merma del dominio de los estratos oligárquicos.
Unas, a la inversa, tienden intrínsecamente a perfeccionarlo y robustecerlo,
como las enderezadas a impulsar el proceso de mejoramiento de la administración
pública" o a "fortalecer las funciones constitucionales del
Estado" y la "eficacia de la administración de justicia".
Tampoco tienen por qué debilitarlo la "reforma electoral",
la "elección popular de alcaldes", las "garantías
a la oposición" el "control político de la actividad
estatal", o el "acceso adecuado de las fuerzas políticas
a los medios de información". Incluso, luego de instarse a que,
al tenor del estatuto constitucional y "para la observación y
restablecimiento del orden público, sólo existan las fuerzas
institucionales del Estado", se concluye que de su "profesionalismo
y permanente mejoramiento depende la tranquilidad ciudadana". El punto
alude lógicamente a las camarillas paramilitares, pero se optó
no por la negativa sino por la positiva -decimos positiva en sentido metafórico-
de admitir la bondad y abogar por la cualificación de los custodios
de la ley. Hay también formulaciones completamente etéreas cual
la de "procurar la constante elevación de la moral pública",
que, fuera de su vaciedad, parte de la rectitud inmanente del gobierno, y
en este caso del reato y la predisposición a autorregenerarse de los
escalones más encumbrados y corruptos de la burocracia oficial, la
manzana podrida que contagia al resto.
Acaso la única demanda cuya cristalización podría relacionarse
con un problema de estructura es el de la "reforma agraria". Sin
embargo, los tratados pacificadores no especifican el modelo ni la cobertura
de la misma, ni cabría esperar que apunten a una repartición
de las incultas y grandes propiedades rurales a favor de los pobres del campo,
con el móvil de barrer el sistema de explotación terrateniente,
el minifundio improductivo y los remanentes de servidumbre; o sea derribando
una de las trabas ancestrales que, aunada al saqueo imperialista, condena
a la nación a la ruina económica y a las clases laboriosas a
las terribles situaciones de vida derivadas de aquellos yugos. Ni soñarlo.
Cada vez que el reformismo echa a volar sus sofismas acerca de "cerrar
la brecha" o reducir los desequilibrios del agro colombiano y cacarea
con la distribución de tierras, sus audacias no pasan de la titulación
de baldíos o del reparto de unos cuantos eriales comprados a sobrecosto
a los latifundistas. Por ningún sitio afloran indicios de que el pródigo
señor Betancur se haya comprometido a trasponer tales fronteras, habida
cuenta además de que sus delegatarios son los firmantes y no él,
y los documentos, escritos con sutileza de notario, están salpicados
de ambigüedades y giros nebulosos de este cariz: "La Comisión
de Negociación y Diálogo tiene la certeza de que el gobierno
buscará lograr, con el concurso de los partidos políticos, el
congreso y la participación ciudadana, un amplio acuerdo que permita
modernizar y fortalecer la vida democrática del país".
0 esta otra: "La Comisión de Paz da fe de que el gobierno tiene
una amplia voluntad de... ". Y todo se esfuma en "hacer constantes
esfuerzos por... ", "mantener su propósito indeclinable de...
", etcétera, etcétera.
Empero, supongamos que los guerrilleros sabían qué estaban pactando
cuando se avienen a propugnar una reanimación y un acoplamiento de
los planes agrarios oficiales, tras la voz de socorrer al campesinado de las
zonas afectadas por el flagelo de la violencia. ¿Con qué se
sufragarán los gastos? Las chapucerías del Incora han valido
sumas astronómicas, provistas con préstamos extranjeros y partidas
del erario, que son saldadas por el país, y en últimas por el
pueblo, sobre quien recae básicamente la carga impositiva. Los déficit
presupuestarios del mandato del "sí se puede" se contabilizan
en cientos de miles de millones de pesos, los más altos en los anales
de la república. El Ejecutivo pena por que las Cámaras le permitan
emitir ininterrumpidamente moneda sin respaldo, esa alquimia de los tiempos
nuevos con que desde hace rato se defrauda a los colombianos, y que se tornó
a la postre en la fuente discrecional de finanzas del régimen oligárquico,
ante la restricción de los empréstitos foráneos, la insuficiencia
de los recursos tributarios y el incesante acrecentamiento de las erogaciones.
Y a la par, todo gestado por la bancarrota en que se debaten las naciones
del Tercer Mundo y en particular Latinoamérica. Si Betancur no ha logrado
sacar a flote los dos o tres rótulos llamativos de su plataforma electoral;
pasa tramojos aliviando los desmesurados faltantes de banqueros e industriales
o reuniendo la modesta paga de los trabajadores del servicio público,
y ha de resignarse a mantener clausurados centros educativos y hospitalarios
por inopia física, ¿con qué subvencionará las
concertaciones del "gran diálogo" en materia de salud, educación,
vivienda y empleo, o en temas como el agrario, laboral y urbano? Valga insistir
en que los avances o retrocesos en cualquiera de tales asuntos no han de sustraerle
ni agregarle un gramo de hegemonía a la alianza burgués-terrateniente
mangoneadora del poder, aunque las conquistas económicas, y desde luego
las políticas, faciliten las palancas y los puntos de apoyo con los
cuales habremos de centuplicar el empuje de la gesta libertaria. Pero de ahí
a exigirlas cual cláusula sine qua non de la "paz", denota
francamente un desconocimiento supino, o de los parámetros rectores
de la actual sociedad colombiana, o de sus fases evolutivas.
Cuán vitales se nos revelan aquí las guías de una estrategia
y de una táctica correctas, compendiadas a partir de la irradiación
de los principios universales del marxismo sobre las peculiaridades del país.
Gracias a las primeras comprendemos que el desempleo, por ejemplo, tan severo
y crónico en una neocolonia atrasada y exprimida como la nuestra, no
puede remediarse ni paliarse sin el rescate de la soberanía nacional
y la supresión del semifeudalismo y del capitalismo, al igual que de
todos los otros álgidos problemas de índole económica.
No ahondaremos en predicamentos que forman parte del abecé y aguardemos
a que los grupos insurgentes, al convenir con los delegados de Betancur en
"hacer constantes esfuerzos" por el empleo, no hayan aspirado a
que la ANDI amplíe gradualmente sus cupos laborales hasta absorber
el paro y a costa de sus dividendos, pues ello significaría ordenar
la eutanasia del sistema, y ordenarla por decreto.18 Pero de no ser esto así,
entonces la paradoja planteada, reflexiva o irreflexivamente, sí es
¡reforma o "guerra"!
El enfoque táctico nos advierte sin embargo que el cuatrienio belisarista,
con todo y deberle su apoteosis a la perdición del continuismo de sus
predecesores, y haberse beneficiado de las felonías de Carlos Lleras
Restrepo, el reformador, no cuenta ni remotamente con las holguras que a éste
le posibilitaron sus remiendos y corcusidos sobre la red de los institutos
del Estado; entre 1966 y 1970 el régimen de la Transformación
Nacional estatuyó entidades a granel espesando la fronda burocrática
-una manera de dar ocupación-, y derrochó caudales en sus distritos
de riego e indemnizaciones a los finqueros incorados, en sus unidades agrícolas
familiares y empresas comunitarias, en sus comités de usuarios campesinos
y demás trapisondas agraristas. En la actualidad, antes que discurrir
sobre el futuro, han de cancelarse los débitos legados por las administraciones
anteriores. Si se presta será para cumplir, primordialmente con las
cuotas de los intereses vencidos. Aunque no se haya protocolizado todavía
la capitulación frente al Fondo Monetario Internacional, el curso de
la economía lo determinan ya, conforme a sus ávidos y mezquinos
cálculos, los linces de las agencias prestamistas internacionales.
En Colombia a las efímeras pompas del reformismo les pasó calendarios
ha su cuarto de hora histórico, y nuestros estafetas de la reconciliación
tomaron demasiado a pecho los motes propagandísticos, del "sí
se puede" y estuvieron muy de malas al pensar que éste era el
período de las oportunidades. Mientras ellos platican sobre el cuándo
y el dónde recomponer la república maltrecha, los hacendistas
del gabinete se devanan los sesos ingeniándose el cómo recortar
la nómina, suspender subsidios, subir precios, tarifas y gravámenes.
De suerte que si las comandancias guerrilleras se oponen a enmendar, no el
país, sino sus erróneas apreciaciones, la "paz" nunca
llegará a conferirse. Puesto que, desde la más vasta y estratégica
perspectiva, el belisarismo en el gobierno, no dejará de ser, con sus
malabaristas, magos, enanos y payaso, una de las tantas variedades del Estado
de los negreros de la época contemporánea, y desde el ángulo
de un escrutinio táctico e inmediato, el agobiado de Betancur no tiene
prácticamente con qué comprarle alpiste a la paloma.
Lo insólito de toda esta torre de Babel es que no obstante expresarse
cada quisque en su jerigonza partidista, los animadores de la pacificación
dialogada se identifican en que la patria no se hará acreedora a la
tranquilidad entretanto no repare la casa y subsane o mitigue los desajustes
y las injusticias. Con ello creen abastecer de profundidad a sus superficialidades,
sin percatarse de que no hacen más que alzar un murallón inexpugnable
a los preconizados reposos de su concordia ciudadana. Liberales y conservadores,
generales y civiles, capitalistas y revisionistas, ministros del despacho
y ministros de Dios, editorialistas y suscriptores, todos a una, como en Fuenteovejuna,
con la excepción dos veces dicha del MOIR, han rivalizado casi tres
años en rodear el proceso pacificador de tan rígidos condicionantes,
rebuscadas razones y dotes prodigiosas, que el país cónico rodó
hacia el despeñadero que él mismo cavara insensata y parsimoniosamente:
que no habrá "paz" porque no habrá reformas, ni techo,
ni drogas, ni parcelas, ni trabajo. Y no los habrá más de cuanto
los hubo bajo Turbay, López o Pastrana, sino menos, merced a que la
sociedad colombiana se halla aún en la cresta de la crisis, quizá
tan demoledora como el crac de 1929, que no acaba de transcurrir, y, de encima,
ha de desembolsar anualmente, por concepto del servicio de su elevada deuda
externa, una cifra próxima al valor de sus exportaciones cafeteras.
Un pantanero en el que las oligarquías intermediarias de los monopolios
imperialistas, al contrario de aflojar la clavija, restablecen su cuota de
ganancia y la de sus amos redoblando el desvalijamiento de Colombia y reduciendo
al máximo los exiguos ingresos del campesinado y de la clase obrera.
El propio presidente, tratando de darle contenido y lustre a su cruzada del
apaciguamiento, improvisa y ensarta uno a uno apotegmas parecidos a éste:
"En muchos casos son más subversivas las situaciones que las personas
envueltas en ellas". E increpa: "...cómo no va a ser subversiva
la situación en que América Latina está enfrente de las
grandes potencias". Para él los quebrantos de la tranquilidad,
el incesante derramamiento de sangre, se originan tanto en los "agentes
objetivos" como en los "subjetivos". Los unos "son las
condiciones de desigualdad, injusticia y carencias en que viven grandes núcleos
de la población"; y los otros "están constituidos
por la inconformidad que aquellas injusticias producen". Y luego de sus
cabriolas por los cielos de la sociología ha de aterrizar inevitablemente
en la fatal sentencia: la "paz" anhelada "no va a lograrse
solamente con las fórmulas de la amnistía, sino con el implantamiento
de sustanciales reformas en los campos político, económico y
social". De ahí que sus disertaciones, muchas por cierto, estén
atiborradas de solemnes juramentos alusivos a que satisfará a los "agentes
subjetivos" o "personales" destruyendo los "objetivos"
o "impersonales", es decir, al sistema, para lo cual tendrá
que obtener desde la baja de los altos índices del interés bancario
hasta la modernización de Colombia, pues "el subdesarrollo es
por sí subversivo".
Con las argucias presidenciales sucede a la pequeña escala de nuestro
solar patrio lo que acontece con los infaustos yerros en que ha incurrido
la humanidad en su sinuoso devenir, que, por la apariencia de las cosas, sus
manifestaciones exteriores o los visos efectistas de veracidad que ostentan,
se las abraza, se las santifica y el vulgo se embarca en ellas sin reparar
en su exactitud, en su utilidad o en sus efectos.19 Pero el pensamiento revolucionario
tanto más se engrandece cuanto más enormes y contumaces sean
las mentiras contra las que combate. ¿No fueron finalmente tumbadas
de su pedestal tesis tan duraderas y tan falsas cual las del origen divino
y la inmutabilidad de las especies, registrándose así un salto
gigantesco en las ciencias naturales del siglo XIX? ¿No llegaremos
los marxistas colombianos a despejar los infundios tejidos por el pacifismo
en boga y contribuir correspondientemente al acervo teórico de los
trabajadores? El país ya aprenderá que en los asuntos de la
guerra y de la paz, aunque se hallen relacionados con los fenómenos
económicos, el inicio o el término de las hostilidades no han
de subordinarse directamente a aquéllos, ni más ni menos a como
la revolución, que se ejecuta para desobstruir el desarrollo, estalla
no por la trascendencia de sus épicas tareas sino por la potencialidad
real de acometerlas en unas circunstancias dadas.
Ignoramos cuál será el epílogo de la comedia de las equivocaciones
y no está en nuestras apetencias aventurar ningún tipo de profecías
al respecto. No resulta lo mismo escribir sobre los acontecimientos cuando
éstos pertenecen a la historia que cuando aún no culminan su
ciclo. Ateniéndonos, sin embargo, a las dilaciones del evento, al hecho
irónico de que los guerrilleros requieren ahora un indulto, porque
la Ley de Amnistía obviamente no regía para el porvenir; remitiéndonos
a los pululantes resquemores exteriorizados por los burgueses y terratenientes
que le achacan a la blandura del Ejecutivo la promoción del secuestro
y demás eclosiones delictivas; tanteando el debilitamiento acelerado
de Betancur y sus crecientes dificultades para hacer aprobar del Congreso
cualquiera de las propuestas esbozadas en los acuerdos, y especialmente circunfiriéndonos
al desatino de mezclar el regreso a la acción legal con los cambios
sociales, cuando el gobierno no ha cumplido o no ha conseguido cumplir siquiera
con el levantamiento del estado de sitio, podemos afirmar, a estas alturas,
tal cual están echadas las cartas por los augures de la reconciliación
y de no desecharse las concepciones ilusas, que la "paz" es la "guerra".
V EN LUGAR DE AVANZAR, SE RETROCEDE
Entrado el mes de septiembre de 1982 el despacho presidencial
configuró lo que motejara de "Comisión de Paz Asesora del
Gobierno Nacional", y en la cual, de manera inconsulta y antojadiza,
incluyó al compañero Marcelo Torres, miembro de nuestro Comité
Ejecutivo Central. Prestos, rechazamos la enconosa distinción, explicando
que nunca se nos había pasado por la mente asesorar a administración
alguna, ni en tales ni en otros apuros. Por lo demás, no teníamos
velas en el entierro, ya que "el MOIR -dijimos- no ha impetrado la paz,
entre otras cosas porque no ha declarado la guerra".
Desde entonces nos hemos limitado a una distante y hasta cierto punto benigna
expectación, cuidando eso sí que los frentes de masas bajo la
influencia revolucionaria del Partido no sucumban a la embriaguez colectiva,
ni mucho menos se involucren en las diligencias de un anarquismo envuelto
a las veinte en tratos y tretas contemporizadores. Quedó expreso de
modo diáfano que prohijábamos "las justas exigencias por
la excarcelación incondicional de los presos políticos y por
el cese inmediato de los asesinatos y torturas de los guerrilleros y demás
luchadores que han caído en manos del régimen".
Empero, conocíamos bastante bien las tendencias y los personajes que
iban a encerrarse a negociar. Estábamos en antecedentes del ideario
profesado y de las demandas proferidas por quienes ahora tremolan los ramos
de olivo. Creíamos muy poco en la autonomía de vuelo de un presidente
sin votos propios que arribaba al solio gracias a los insustituibles y puntuales
espaldarazos de las dos alas unidas del conservatismo, y cuyas intemperancias
habrían de amoldarse indefectiblemente a las correas del artículo
120 de la Carta, que consagra "con carácter permanente el espíritu
nacional en la Rama Ejecutiva", o sea la regencia compartida de las castas
políticas de siempre, pertenecientes a las colectividades tradicionales
y a la vez estipendiarias de los saqueadores de afuera y de adentro. Debido
a todo ello hicimos un voto y formulamos una exhortación. Eran, de
un lado, la esperanza de que a la postre salieran favorecidos "unos métodos
y una táctica revolucionarios y correctos", y, del otro, el temor
a que las gestiones emprendidas sirvieran para ocultar aún más
"la índole antinacional y antipopular de los nuevos administradores
de la vetusta república"20
Así fijó nuestra dirección sus puntos de vista, llanamente,
si se quiere en tono menor, acerca y al comienzo de las conversaciones entre
las siglas armadas y el régimen betancurista recién establecido.
No por discretos, dichos conceptos fueron menos oportunos, claros y premonitorios.
Con la última sustitución en la cumbre del poder oligárquico
de rostros, retóricas y sones particulares de gobernar, se inauguró
aquel 7 de agosto de 1982 un trayecto en el que pusiéronse simultáneamente
de moda, tanto las cábalas alrededor del eventual marchitamiento en
Colombia de la muy cubana teoría del foco y de las acciones terroristas,
como los espejismos, por lo común cuatrienales, de que tras el relevo
del mandatario sobrevendrían los respiros económicos y la apertura
democrática. En cuanto a las primeras, a la revolución colombiana
le interesa vivamente que desaparezcan modalidades de combate que, por su
extemporaneidad o incongruencia, en vez de jalonarla, le crean infinitos y
artificiales escollos en su desenvolvimiento. Y en cuanto a los segundos,
tampoco registraremos progresos significativos en la organización de
una corriente revolucionaria verdaderamente de masas, mientras no seamos capaces
de sembrar entre obreros y campesinos pobres el criterio científico
y básico de que la catadura del Estado imperante, cual maquinaria de
dominación y de fuerza de la minoría expoliadora, no se trasmuda
por el simple hecho de que tome el control de la misma una u otra de las fracciones
políticas de la burguesía.
Lamentablemente ninguna de estas contradicciones ha evolucionado en el sentido
favorable al que nosotros propendemos. La más trascendente y antigua
de las batallas ideológicas que hubimos de librar se llevó a
cabo precisamente en el terreno de la táctica y tuvo que ver con el
rígido e infantil modelo entronizado por los rebeldes de la Sierra
Maestra, cuyo triunfo marcó época, avivando el sentimiento antiimperialista
del Continente e imprimiéndole una singular dinámica a la contienda
revolucionaria. Por la excepcional experiencia y la inmadurez circunstancial
de un movimiento al que todo le había salido tan rápido y bien
a pesar de sus lances y temeridades, los postulados de los héroes del
Moncada no se traducirían sólo en regocijo y entusiasmo. Al
caer su casuística en el surco abonado de una pequeña burguesía
puesta al margen de las realidades de tiempo y lugar, aun cuando ávida
de redimir a la patria mancillada e impaciente por imitar las proezas de sus
ídolos favoritos, daría pábulo a la floración
de vanguardias extremoizquierdistas en infinidad de naciones de América
Latina. Pero acaso en ninguna parte con tal exuberancia y recurrencia como
en Colombia.
La lucha interna desatada en 1965 en las filas del extinto MOEC, luego de
los incontables y calamitosos fracasos de una línea en esencia militarista
y anárquica, obedeció a los esfuerzos preliminares de un pequeño
núcleo de cuadros que llamaban la atención sobre la necesidad
de hacer un alto en la marcha, rectificar en serio y poner en práctica
las sabias enseñanzas del marxismo-leninismo, en lo concerniente al
carácter obrero y la estructura centralizada y democrática del
Partido; a la preponderancia de la acción política en las labores
de movilizar al pueblo y enraigarnos en él; a lo valioso de una plena
comprensión de las complejidades nacionales y de un robustecimiento
progresivo del nivel teórico y cultural de militantes y activistas;
a la justeza de atenerse a los aportes de las bases y a los esfuerzos propios
en el sostenimiento financiero, sin vivir dependiendo del apoyo internacional,
o de disparatados operativos de azarosa realización y consecuencias
liquidacionistas. Y ante todo trazar el rumbo estratégico a partir
del análisis de las clases y de su comportamiento dentro de la sociedad,
y escoger los medios tácticos de pelea conforme se vaya desencadenando
el pugilato entre esas mismas clases. Mas no al contrario, seleccionando a
priori la lucha armada cual el modo predilecto o impostergable, y concluyendo
de antemano la naturaleza no de nueva democracia sino socialista de la revolución.
Par de peregrinas invenciones que colocaba a la justa libertaria, tanto por
el contenido como por la artificiosa radicalización de la lucha, más
allá de los intereses y de las disponibilidades reales de las masas.
Estos desenfoques, engendrados en los finales de los cincuentas y principios
de los sesentas, no fueron jamás corregidos crítica y conscientemente.
Con cada descalabro, con cada agrupación desaparecida, se les introducían
ciertas adiciones conceptuales para perpetuarlos. ¿Cuánto no
habremos oído eso de "combinar todas las formas de lucha",
sin parar mientes en que la una pueda contraponerse a la otra? Aunque se haya
aceptado verbalmente la supremacía de lo político sobre lo militar,
el viraje no ha ido más lejos de la caricaturesca conformación
de aparatos legales paralelos a los ilegales. Muchos de los menos moderados,
luego de hartas vueltas y revueltas, llegaron hasta inclinar sus prejuicios
sectarios y admitir en sus prédicas la conveniencia de un frente amplio,
inclusive con la participación de la burguesía nacional, mas
sin advertir que con sus miopes y desaforados extremismos impiden de entrada
y de facto cualquier acercamiento hacia los campesinos ricos o empresarios
consecuentes y demócratas. Peripecias políticas que han tenido
en las capas medias de la población, y sobre todo en los estamentos
estudiantiles e intelectuales, una nutriente inacabable, un soporte histórico
relativamente vigoroso dentro del innato atraso de un semifeudalismo en decrépito
esplendor. De ahí que tales desviaciones, en lugar de baldarse con
los reveses, recuerdan más bien a la lagartija que reproduce su cola.
Efectivamente, desde hace veinticinco años rasga el panorama de Colombia
un montón de ejércitos del pueblo, comandos de autodefensa,
brigadas urbanas militares, etc., perfilando con su cruce meteórico
una tendencia fija, de muy marcados ribetes de clase; políticamente
domeñable, por supuesto, pero indestructible hasta tanto prevalezcan
los sustentos de linaje social que la reanudan sin descanso. El que su tránsito
haya sido a colmo regresivo, se palpa en la intensificación cronológica
de sus peores trazos izquierdistas. Por obra de lo cual hemos visto ofrendar
en los supuestos altares de la insubordinación de los desposeídos,
desde el asesinato de un exministro y el ajusticiamiento de un personero de
las camarillas patronales, hasta los frecuentes asaltos a bancos y la perpetración
cotidiana de secuestros en campos y ciudades. Mecanismos proscritos por las
revoluciones que en el mundo han estado a la altura de su nombre, y que en
nuestro trópico cobran categoría de sublimes recetas para ennoblecer
y popularizar la causa de la emancipación.21 ¡Ah engorroso que
las gentes fíen su destino al buen juicio de quienes incursionen por
semejantes parajes, echen mano de procedimientos que lindan o se confunden
con los de la delincuencia común, le den a la represión institucionalizada
excusas a granel para atacar y silenciar el descontento, o tercamente insistan
en suplir la acción de los contingentes populares con los golpes cinematográficos
de unos cuantos iniciados, por más sinceros y agalludos que éstos
sean!
Cuando anticipamos hace más de dos años nuestro agrado por que
el enjuiciamiento de la "guerra" concluyera sin más escarceos
ni demoras en la extirpación de todas esas expresiones del anarquismo
criollo, nos alumbraban cinco lustros de dolorosa escuela. Sabíamos
de memoria que el campesinado de las comarcas atenazadas por la violencia,
antes de aglutinarse y lidiar con alguna eficacia contra los terratenientes,
la gran burguesía y el imperialismo, sus tres mortíferos enemigos,
zozobraba irremisiblemente en la disgregación o el caos. Y lo testimoniábamos
con conocimiento cercano de causa. Allá donde el MOIR había
obtenido algún grado de integración de las familias en las ligas,
en las cooperativas, o en torno de cualquier otro tipo de actividades comunitarias,
y no nos fue factible evitar el entrometimiento de las contracorrientes extremoizquierdistas,
sin escape los preludios de un quehacer coordinado se echaron a perder, los
mejores y más aguerridos paladines perecieron y las regiones quedaron
indefensas entre los garfios del terror. En contraste con las ilusorias divulgaciones
pacifistas de los grandes rotativos, llega, por ende, desde los cuatro horizontes
del país, un rabioso clamor: que se les ponga punto final a los devaneos,
tan estériles y tan contraproducentes, del oportunismo de "izquierda".
Nosotros añadimos que se los cancele sin someterlos a las ofertas cumplidas
o incumplidas, pactadas o por pactar con los órganos del régimen.
Que se los arranque de cuajo, no tras muchas o pocas condiciones, sino en
pos de la condición suprema de que la revolución colombiana
ha de imponer una táctica concordante con las fluctuaciones de la lucha
de clases y con la correspondencia de las fuerzas, desterrando de su vera
las convocatorias a insurrecciones imaginarias que no hacen más que
coadyuvar a soltar los mastines de la represión; y ciñéndose
a un vasto plan de trabajo a largo plazo, que se base en la paciente, esmerada
y efectiva organización de los destacamentos del pueblo, así
como en las movilizaciones de éste tras sus conquistas y derechos elementales.
Única forma de enfrentar con éxito a la coalición oligárquica,
usufructuaria aún de un enorme poder, pero corroída dentro de
su parasitismo y arrinconada por la insoluble crisis económica de un
sistema estancado en lo interno y exprimido sin tasa ni medida por los monopolios
internacionales.
No le prestemos a la reacción motivos innecesarios para que saque a
relucir sus cláusulas intimidatorias y pueda desbaratar en un santiamén
y sin mayores apremios lo que las masas han labrado con tantos sacrificios.
¡Basta de gratuitos pretextos, de inocentes complicidades a cuyo amparo
se autentican los brutales atropellos del despotismo al mando! Que los fariseos
burgueses paguen políticamente cada vez que conculquen las exiguas
garantías ciudadanas abreviadas en los códigos; exhiban, a sus
expensas y ante la faz del país, la endeblez y la doblez de su republicanismo,
cual corresponde a los manipuladores de un Estado edificado sobre la desdicha
de las mayorías laboriosas. Se arranquen ellos mismos la careta, demostrando
la incompatibilidad de la democracia con sus traiciones a Colombia y a sus
gentes. Reconozcan con sus hechos: "La legalidad nos mata".22 No
nos apresuremos a correr tras la batalla decisiva, que ésta acaecerá
inexorablemente; afanémonos más bien para arrostrarla a su hora
lo mejor preparados posible y con el respaldo seguro no de miles, o de cientos
de miles, sino de millones y millones de seres.
Mas todo indica que al proletariado colombiano y a su Partido, en calidad
de forjadores de la brega libertaria, el porvenir les reserva aún duros
retos ideológicos y políticos, antes de que el grueso de los
oprimidos se ponga de pie al tenor de una táctica coherente e invencible.
La extremaizquierda, al rehusarse en sus variables tonalidades a deponer,
no digamos las armas, sino sus métodos subjetivos y disolventes, que
sería lo óptimo, continuará torpedeando por algún
rato la solidez de un movimiento revolucionario de envergadura. Las sagacidades
dilatorias no se abandonan. El 26 de noviembre de 1984 la prensa sorprendió
con el parte de que en una de las tantas comisiones, la de Verificación,
se había puntualizado que el cese de hostilidades con las Farc se contaría
a partir del lº de diciembre y no del 28 de mayo, conforme lo dejaban
entrever los acuerdos de la Uribe de finales de marzo pasado. ¿Al principio
se concertó un "alto al fuego" y últimamente "una
tregua"? Aunque entre estos términos no media distinción
alguna, o cuando menos nadie se ha tomado la molestia de explicarla, por ella,
al parecer, se le han refundido al proceso otros seis meses. Abarcando las
diligencias y los contactos emprendidos en el ocaso de la administración
Turbay Ayala, el país lleva tres años en el peregrinaje del
apaciguamiento, a los cuales prácticamente habremos de sumar uno más,
puesto que ahora el "el período de prueba o de espera" sólo
se cumple hasta diciembre próximo. Entonces sí conoceremos el
verdadero rostro de la esquiva y fomentada tranquilidad, bajo la presunción,
desde luego, de que los asuntos anden sobre rieles. Pero en las postrimerías
de 1985 el "cambio con equidad" estará ya haciendo maletas
entre la chiflatina del público y su maniobrabilidad habrá finiquitado
por completo. Ignoramos si las prórrogas responden o no a un astuto
y preconcebido diseño de las comandancias guerrilleras para conducir
las discusiones con el gobierno; en todo caso el transcurso del tiempo ha
marcado un endurecimiento de la posición oficial. El presidente, en
medio de las furibundas impugnaciones de los señores del agro y de
la urbe, despidió 1984 vociferando despechadas amenazas, inéditas
dentro de la prosa belisarista, contra quienes habiendo "resuelto voluntariamente
actuar y vivir dentro de las instituciones" persisten en "mantenerse
fuera de la ley", y, en consecuencia, les dio largas a las tropas para
rastrillar los asentamientos de las agrupaciones insurgentes.23
El que la reacción poco se haya entusiasmado con las larguezas presidenciales
y juzgue demasiado flacos los logros después de semejante ajetreo,
no significa que desprecie la oportunidad para llenarse de razón antes
de acometer cualquier represalia. No hay que olvidar cómo en definitiva
quienes pasaron por indulgentes y generosos fueron los caimacanes del Poder,
mientras que la revolución ha ocupado el banquillo del reo convicto
y confeso al que se le exime graciosamente de su condena. Los tiranuelos ufanándose
de compasivos, la intransigencia vistiendo las galas de la tolerancia y los
extorsionadores perdonando la extorsión, un gusto que se prodigaron
los seculares verdugos del pueblo en este tira y afloja de la pacificación
dialogada, y que a punto fijo harán valer el día de su noche
de San Bartolomé. Será una forma de adelantar negociaciones
pero no luce gananciosa para la masa desvalida y discriminada.
Además, el sendero de la inasible concordia civil se ha visto adornado
de encomiosas insinuaciones a los órganos constitucionales, de cortesías
para mucho patricio a cargo del funcionamiento de las instituciones y, sobre
todo, de lisonjeras reverencias ante quien por jerarquía representa
a dignidades y dignatarios, el primer magistrado de la nación. Él
ha sido inobjetablemente el cid campeador de la jornada. Gilberto Vieira lo
definió como "gobernante sincero". Alfredo Vázquez
Carrizosa, otro bizarro espadachín de la "apertura" y de
la "paz" no vaciló en pedir, en tono histórico y a
favor de la convergencia democrática, "una marcha de todo el pueblo
colombiano detrás de Belisario Betancur". Jaime Bateman declaró
sin ambages: "Vamos a apoyar todas las medidas positivas del gobierno.
Absolutamente todas. Creemos que se ha creado un ambiente positivo, y esa
es la mejor actitud que nosotros podemos asumir".24 Naturalmente el incienso
se ha ido apagando con las ominosas disposiciones del Estado no sólo
en cuanto a materias económicas y sociales, o a la privación
de los derechos, derivada, entre otros factores, de la permanencia del 121,
sino respecto a la humillante resignación de la soberanía nacional
ante el imperialismo norteamericano, en tópicos como el paulatino acatamiento
a las exacciones del Fondo Monetario Internacional, la "descolombianización"
de la banca, los leoninos estímulos al capital extranjero y la extradición
de ciudadanos sub júdice para ser juzgados en las cortes estadinenses
en lugar de las colombianas. No estamos en los fastos del apogeo del "sí
se puede" cuando se vaticinaba que la "modernización"
de la república sería sinónimo de "belisarización".
Precisamente por eso, y aunque las ovaciones hayan de tasarse ya con la cautela
y los considerandos del crítico momento, ¿qué mejor tonificante
para el achacoso régimen bipartidista que quienes se proclaman contradictores
suyos susurren palabritas al oído de su presidente?
Asimismo, las reformas por las que contienden las guerrillas se amalgaman
a la extraña reivindicación de rescatar el obsoleto y podrido
Congreso oligárquico; rescate que se introduce sutilmente, mas no por
ello de manera menos inaudita, cual lo efectúan por ejemplo las Farc
en su comunicado a senadores y representantes: "La Paz Democrática
para Colombia se conquista con lucha y el Parlamento debe ocupar un sitio
de honor en esta batal1a". La exaltación de la cavernaria asamblea,
timbre y orgullo de la democracia burguesa, controlada aplastantemente por
la coalición liberal conservadora y a la que los trabajadores y el
pueblo no le adeudan más que golpes arteros, obedece a que por su tamiz
ha de pasar el sartal de enmiendas previstas en las actas de los convenios
pacificadores. No hace falta predecir de qué jaez serán las
decisiones de tan magno cuerpo, ni cuál el "sitio de honor"
que le conferirá el mañana. Deseamos apenas referir hasta dónde
el desmantelamiento del foquismo se entrevera además del pingüe
repertorio de transformaciones, con el respaldo ostensible al alto gobierno
y la velada rehabilitación de los consustanciales instrumentos de la
caduca sociedad. Pero hay más. Los alzados encuadran su retorno a la
vida civil dentro de la perspectiva de una acariciada intervención
popular en las potestades del Estado, vale decir, de su intervención;
y por lo cual ha de arreglarse la democracia imperante y ampliar los canales
de entronque y confluencia con las gestiones oficiales. En cuanto al reconocimiento
y a la sustentación de apetitos tan singulares, también son
las Farc las más francas y las menos inhibidas. En un solemne memorando
presentado por su plana mayor a los comisionados de la "paz" se
plantea que la "Reforma de las Costumbres Políticas" ha de
quebrantar las preeminencias del bipartidismo y abrir "cauce a la participación
de las grandes mayorías nacionales en los asuntos del gobierno".25
Con disimulo, y a ratos no tan discretamente, se han ido ampliando los alcances
del vocablo apertura. Si en un comienzo se exigía abolir las medidas
coercitivas emanadas de los decretos de excepción, junto al establecimiento
de determinadas garantías democráticas, y todo dentro del sano
criterio de obtener herramientas legales propicias para el combate de los
oprimidos contra los opresores, gradualmente las transiciones van implicando
la urgencia de un gran entendimiento con las clases dominantes que modifique
las costumbres y la moral públicas, reduzca el monopolio oligárquico
sobre la opinión y hasta viabilice una extraña modalidad de
cogobierno.
Para la insurgencia bélica, que desde su nacimiento a fines de los
cincuentas se mostraba reacia frente a cualquier tipo de actuación
política, pero que en el último lustro remeda cada día
con menor escrúpulo las artimañas de los propugnadores del reformismo,
tal vuelco patentiza no un avance sino un retroceso. A la vez, sus retrógradas
mutaciones han estado químicamente catalizadas por el influjo nocivo
de los revisionistas, con los que la extremaizquierda viene manteniendo una
tácita y febril alianza y quienes son los indefectibles tramitadores
de una avenencia en regla con los círculos pudientes, o parte de ellos,
que, fuera de proporcionarles las canonjías buscadas, contribuya a
inclinar la balanza del régimen colombiano hacia una ubicación
propiciatoria o por lo menos neutralizable, ante los proyectos de expansión
en el Continente del socialimperialismo soviético y de su amado satélite,
Cuba. De ahí que para todas estas vertientes la campaña de la
"paz", lejos de tener como Norte el entierro voluntario de las desviaciones
anárquicas, surja al abrigo y dependa de la ola pacifista promovida
por Moscú con el objeto de contener la contraofensiva del imperialismo
yanqui, principalmente en Latinoamérica, y no descarte el apoyo interesado
a las instituciones vigentes y la utilización oportunista de la accesible
burguesía liberal, liberal en sentido genérico.
Este contubernio, por lo demás, tampoco constituye una novedad en Colombia.
La degenerativa conducta de cerrar filas alrededor de uno u otro bando de
la política oligárquica, aduciendo la mejor protección
de las prerrogativas de los desheredados de la fortuna, se remonta a las calendas
de la fundación de la república. Sólo que en las últimas
décadas le ha correspondido al Partido Comunista revisionista la justificación
y propagación del pernicioso hábito. El ardid consiste en sujetar
las reclamaciones mediatas e inmediatas de los desvalidos y de la nación
al despeje del dilema "dictadura o democracia" haciendo caso omiso
de que estas dos voces conciernen, en cuanto a la cuestión del Estado,
al mismo fenómeno, la una referida al predominio de clase y la otra
a la estructura de dicho predominio. La única diferencia entre ambas
radica en lo siguiente: toda democracia es una dictadura, pero no toda dictadura
es una democracia. Movilizar las multitudes tras la democratización
del régimen obviando o diluyendo el decisivo problema de que por más
democrático que éste fuere no dejará de ser el avasallamiento
de la mayoría por la minoría, significa postrarlas ante sus
expoliadores, a saber, la coalición liberal-conservadora reinante.
Los foros de los derechos humanos y sus respectivas comisiones, la extinta
Unión Nacional de Oposición, el Frente Democrático alineado,
las plataformas electorales seudorrevolucionarias, el apoyo a las facetas
positivas de las administraciones de turno, las "aperturas democráticas"
y hasta los festivales de la esclerótica facción han plasmado
el fraude del siglo de hacer circular las pretensiones de una burguesía
"avanzada" y de un imperialismo "socialista" bajo la etiqueta
de la emancipación social y política. Por ello el mamertismo,
a semejanza de Diógenes, ha trasegado con linterna en mano indagando
por los hombres situados a la izquierda de la derecha. Y en concordancia,
siempre detectaron a quién respaldar o alentar, no importa la rama
del Poder, la dependencia y el nivel donde se hayan guarecido las bandas supuestamente
susceptibles de ser auxiliadas. Hubo un López M., "en parte el
presidente del descontento y la esperanza de grandes masas" enfrentado
al ultramontano de Alvaro Gómez que compartía constitucionalmente
con aquél los atafagos del mando; así como hubo primero un enaltecido
general Landazábal Reyes con sensibilidades sociales y luego otro reprensible
general Landazábal Reyes adversario jurado del proceso de "paz".
Imposible describir los interminables hallazgos hechos por la lamparilla,
de la vulgar dialéctica mamerta; entre otras razones porque los rebeldes
colocados a la extrema izquierda de la "izquierda" aprendieron también
a aplaudir los rasgos prometedores del discurso oficial y exhortan a que "la
pelea entre democracia y dictadura no se ha ganado todavía", tal
solía repetirlo en vida el comandante Jaime Bateman Cayón. Y
eso que llevamos, desde el Congreso de Cúcuta, 164 años de sojuzgación
republicana.26
NOTAS
1 En la reunión de Palacio del 7 de octubre de 1983
con los gremios empresariales, invitados por Belisario Betancur a objeto de
limar asperezas con éstos y contrarrestar sus crecientes sobresaltos
tras el acentuamiento del receso económico y las repetidas laxitudes
oficiales en aras de la "paz", se trajo a cuento el platillo de
la inversión foránea, una inquietud avivada de continuo por
la administración del "cambio con equidad". El representante
de la Exxon aseveró tajantemente: "El capital extranjero tiene
miedo de venir a Colombia". La información la suministró
La República al otro día, de donde la hemos extraído.
El diario complementó así su noticia:
"Hablando durante el controvertido desayuno de Betancur con los empresarios,
el presidente de Intercol (una de las subsidiarias de la Exxon), Ramón
de la Torre, le dijo al propio jefe del Estado que el país no ha tratado
con suficiente rigor el problema del secuestro y que hoy en día hay
un gran miedo dentro de los círculos internacionales.
"'Yo diría que hoy en día desafortunadamente vendría
al país menos inversión extranjera por ese problema que por
cualquier otro’, declaró, e incluso recordó que una entrevista
concedida por Betancur a la revista norteamericana Newsweek, hizo aumentar
el miedo de los zares de las finanzas".
2 El Espectador, agosto 11 de 1982.
3 Aludimos a una columna de Daniel Samper Pizano, difundida por El Tiempo
del 26 de noviembre de 1982. Samper colaboró con su colega Enrique
Santos Calderón en la fundación del grupúsculo hipomamerto
Firmes, al que luego renunciaron ambos, dejando el malogrado ensayo partidista
en manos de Gerardo Molina, Diego Montaña Cuéllar y Jorge Regueros
Peralta, miembros supérstites de la generación de la "revolución,
en marcha" de los años treintas.
Cinco días antes Santos Calderón también había
comentado que "no entiendo el recrudecimiento de acciones armadas por
parte de movimientos guerrilleros que vienen hablando de paz y apertura democrática.
A veces da la impresión de que el gobierno de Betancur les hubiera
cogido la caña al promulgar una amnistía para la que en el fondo
no estaban preparados, o que tal vez no esperaba".
En igual forma se expresaron otras personas a las cuales nadie podrá
tachar de propugnadores de la represión anticomunista. El candidato
presidencial del señor Gilberto Vieira en 1982, Gerardo Molina, según,
noticia de la fecha arriba mencionada y de la sección política
de El Espectador a cargo del redactor Carlos Murcia, "pidió a
Jaime Bateman y sus compañeros que recapaciten porque sería
un grave error político que rechazaran la amnistía que se les
brinda de manera tan amplia y que la utilizaran sólo como una treta
para obtener la libertad de sus presos".
Y el 29 de noviembre, por información de El Tiempo, el mismo Molina
se atrevió a asegurar los siguiente:
"...tal vez por las condiciones en que ha vivido en los últimos
años -distanciado del país, metido en el monte, sin referencias
de lo que se vive en las ciudades-, Bateman no está en condiciones
de darse cuenta de lo que la opinión nacional desea.
"Me da la impresión de que es un hombre temperamentalmente inestable,
que fluctúa mucho, y eso lo lleva a que adopte en poco tiempo líneas
de conducta muy diversas".
El 26 de noviembre, la articulista de El Espectador, María Teresa Herrán,
exhaló así su desencanto: "A la opinión pública
le queda la impresión amarga de que, en cierta forma y mientras no
se le demuestre lo contrario, el M-19 le ha estado mamando gallo al país.
La expresión muy criolla y muy colombiana es la precisa para calificar
esa inconsistencia en las determinaciones, o esa manera poco franca de ir
sacando las cartas poco a poco para ridiculizar a la contraparte".
Hasta doña Clementina Cayón, la señora madre del entonces
jefe máximo del M-19, en entrevista concedida a El Espectador del 24
del mes referido, manifestó su sorpresa: "La verdad que he quedado
completamente desconcertada, ya que yo estaba convencida de que él
se acogería a la amnistía en esta semana aquí en Santa
Marta y más concretamente en la Quinta de San Pedro Alejandrino, pero
tal parece que cambió de pensamiento y eso en realidad me tiene bastante
preocupada y me ha puesto muy triste y no sé lo que pueda pasar de
aquí en adelante".
Las anteriores opiniones son apenas unas cuantas de las muchas propaladas
a raíz de la expedición de la última amnistía
y de la respuesta que a ésta le dieron los alzados. Las traemos para
ilustrar los aturdimientos que, entre los más sinceros defensores de
una pacificación voluntaria, produjeron los rumbos inusitados hacia
los cuales confluyó el primer intento de "apertura" de Belisario
Betancur. Testimonios irrefragables en los que falta, por supuesto, el no
menos autorizado de Gabriel García Márquez, quien, asimismo,
plantó sus pinitos críticos por aquella data y en idéntica
dirección.
4 No obstante el riesgo de aburrir a los lectores a punta de citas, recordemos
algunos de los pronunciamientos de los otros matutinos de la capital, a guisa
de prueba del enojo oligárquico. Conste que nos limitamos a un sector
representativo sí pero reducido de la gran prensa, cuando 1982 agonizó
en medio de las sanguinolentas amenazas de célebres figuras de la alianza
bipartidista dominante que se sintieron majaderamente engañadas con
los precarios frutos de la amnistía.
La República, órgano de la antigua vertiente ospinista aliada
cercana del pastranismo, estuvo permanentemente objetando la suavidad del
gobierno frente a la insurgencia guerrillera. El 25 de noviembre de 1982 se
reafirmó todavía más en sus malos augurios:
"La actitud de los alzados en armas que orienta Bateman no nos sorprende.
Nunca creímos en su sinceridad y en sus deseos de regresar a una vida
normal y civilista. Distantes de este tipo de ingenuidad así lo creímos
y por ello nunca nos arrebató el lirismo de la operancia de la amnistía
(...).
"Se impone una vez más, algo que permanece irreductible en nuestras
convicciones: el total apoyo e irrestricta confianza para nuestro ejército".
Ese mismo día El Espectador, a pesar de haberse constituido en un apoyo
constante para Betancur desde las toldas liberales, de todas maneras conminó
al presidente a salvaguardar la "integridad nacional":
"...a la actitud asumida por los dirigentes del M-19, no se puede dar
más que el calificativo de una treta inaceptable para el país
y el Gobierno. Porque, sencillamente, esconde una burla y pone de bulto una
contradicción flagrante en sus propósitos (...)
"No se hace así la paz. Entre otras razones, porque la Constitución
Nacional ha erigido al Presidente de la República en jefe supremo de
las Fuerzas Armadas, y le ha confiado la guarda de la integridad nacional,
que no se vulnera sólo cuando el extranjero huella su territorio, sino
también cuando se consiente por omisión o por gratuita dádiva
el cogobierno paralelo".
Y el 23 de noviembre, El Siglo, por ser el vocero de Alvaro Gómez Hurtado,
ex embajador en Washington, ex designado y virtual candidato único
del conservatismo para las elecciones presidenciales de 1986, había
fijado su posición en términos un tanto diplomáticos:
"Sería inapropiado que insistieran en otros puntos adicionales
para plegarse a la amnistía. Primero que todo porque ella no es una
negociación entre el Estado y los grupos guerrilleros, sino una concesión
de la autoridad legítima a quien no la tiene. Y en segundo lugar porque
la ‘tregua’ que solicitan los guerrilleros, y que implica una
desmilitarización de los territorios donde se desarrolla la lucha,
equivaldría a otorgarle a la guerrilla, en su aspecto militar, un carácter
de beligerancia idéntico al del estamento militar legítimo del
Estado, y a entregarle, por lo tanto, un importante territorio de la nación.
La amnistía no puede convertirse en una descalificación del
Ejército colombiano, ni es una tregua entre dos fuerzas enfrentadas.
El Ejército tiene la misión constitucional de velar por la integridad
del territorio patrio, y esa misión es inalienable y por lo tanto debe
cumplirse".
5 El Espectador, noviembre 24 de 1982.
6 Decimos que hubo arrepentimiento de la Cámara porque, como se recuerda,
la corporación, con todo y haber expedido alborozadamente la amnistía,
aprobó poco después una destemplada proposición contra
la Presidencia de la República, rechazando casi que por unanimidad
la invitación a que una comisión de parlamentarios asistiera
al "Banquete de la Paz", organizado en el Hotel Tequendama por Belisario
Betancur. Aunque el choque entre los dos órganos del poder debióse
en realidad a que el Ejecutivo objetaba las dietas del Congreso, los representantes
decidieron desquitarse evocando la memoria de Gloria Lara, asesinada no hacía
mucho por el grupo que la había secuestrado, y vaticinando el fracaso
de la política pacificadora. El 2 de diciembre de 1982, El Tiempo reveló
apartes de la proposición de la Cámara.
7 El Tiempo del 16 de septiembre de 1982 dio una detallada información
sobre los inocuos resultados de la "cumbre política".
8 El Tiempo, en su edición del 1o de junio de 1984, publicó
el texto íntegro de la extensa circular del general Vega.
9 Leímos los pronunciamientos de los gremios huilenses, de los hacendados
de Córdoba y de los cafeteros del Quindío en las correspondientes
ediciones de El Tiempo de septiembre 13 y 15 y de octubre 2 de 1984. El mensaje
conjunto de la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC, y de la Federación
Nacional de Ganaderos, Fedegán, lo reprodujo El Tiempo, del 28 de septiembre.
Las otras desobligantes declaraciones contra la gestión oficial a que
hicimos referencia pero que no extractamos por falta de espacio físico,
al igual que los múltiples comentarios críticos y satíricos
proferidos por elementos decepcionados de los partidos tradicionales, fueron
publicados en la prensa de los meses posteriores a los acuerdos firmados en
La Uribe, El Hobo, Corinto, Medellín y Bogotá. Personajes de
marras, cual Germán Bula Hoyos y Otto Morales Benítez, precursores
de la cruzada apaciguadora, formularon incluso sus reparos. El primero rechazó
el marginamiento de la fuerza pública en algunos casos y la aparición
de las guerrillas como guardianes del orden, anotando que en la aplicación
de la amnistía ha habido "procedimientos que dejan mucho qué
desear" (El Tiempo, septiembre 19 de 1984). El segundo testimonió
que "el país está asustado por lo que ha visto a lo largo
del proceso de paz, y entre los colombianos aflora el temor de que el Estado
ha cedido ante las pretensiones de los alzados en armas". (El Tiempo,
septiembre 14 de 1984).
10 Gilberto Vieira, en un debate en la Cámara de Representantes, denunció
a mediados de octubre la desaparición en Puerto Boyacá de un
miembro de su partido, de nombre Faustino López, quien, junto a un
compañero suyo también posiblemente muerto, había regresado
a dicho municipio mucho tiempo después de haberlo abandonado a causa
de las matanzas del "Mas". Confiesa en su discurso el parlamentario
Vieira que el militante desaparecido retornó a la ensangrentada población
porque "creyó que había cambiado de ambiente", refiriéndose
a la firma de los pactos entre las Farc y la Comisión de Paz. Finalmente
narra cómo una nutrida delegación que en varios vehículos
se transportara a la localidad, pensando en sentar el repudio por los dos
crímenes y en hacer acto de presencia pública al amparo del
proceso pacificador, fue recibida a palos por energúmenos manifestantes
de una facción del Oficialismo liberal y obligada a salir al vuelo.
Tales incidentes ilustran a cabalidad lo que venimos señalando. En
el Magdalena Medio el trajín guerrillero dio prácticamente al
traste con el trabajo legal. Allí han inmolado sus vidas miles de luchadores
del pueblo sospechosos de colaborar con los secuestros y la extorsión,
ya que las batallas propiamente militares han ocurrido en cuantía harto
menor a la de aquellas modalidades delictivas que tanto enardecen a los grandes
y medianos propietarios; y a los integrantes conocidos del PC se les ha exterminado
y perseguido con tal saña en toda la región, que casi no quedan,
por lo menos en forma visible. La intervención en el Congreso del secretario
de la agrupación revisionista se halla impresa en Voz, de octubre 25
de 1984.
11 El Espectador, octubre 1 de 1984.
12 Un su edición del 7 de septiembre de 1984, El Tiempo insertó
los textos completos de la cartas cruzadas entre Belisario Betancur y Gustavo
Matamoros.
13 El ponente de la ley de amnistía, Germán Bula Hoyos, sin
el menor inconveniente sintetizó en la siguiente frase lapidaria la
susodicha inversión de funciones, transfiriéndole a la maquinaria
militar las facultades interpretativas de la Corte: "La misión
de las Fuerzas Armadas no consiste únicamente en preservar la Constitución
y el orden establecido, sino en asegurarse de que éstos sean correctamente
interpretados" (Reportaje a El Tiempo, septiembre 26 de 1984).
14 Las revelaciones de simpatía con los militares van desde el apoyo
de la Asociación Algodonera del Sinú al ministro Matamoros por
"su solicitud al doctor Belisario Betancur, presidente de la República,
para que se respete la Constitución en lo relativo al uso de uniformes
y porte de armas de uso privativo de las Fuerzas Armadas del país"
(El Tiempo, septiembre 15 de 1984), hasta el siguiente convencimiento de García
Márquez: "Las Fuerzas Armadas han acatado la autoridad del presidente
Betancur y están colaborando con él, para consolidar su política
de paz. No reconocer eso sería una injusticia" (El Espectador,
septiembre 2 de 1984).
En su columna de El Tiempo del 2 de septiembre pasado, por ejemplo, Enrique
Santos Calderón declaró: "Nunca he sido apologista de las
Fuerzas Armadas, sino más bien su crítico constante y en ocasiones
tal vez excesivo. ( ... ) Pero al conocer mejor su trayectoria y vida interna,
y al ver su conducta de fondo frente al complejo proceso de la paz, hay que
agradecer de veras el que tengamos el ejército que tenemos".
Y si a estos reconocimientos les sumamos las muestras de solidaridad que por
aquella fecha les hicieron llegar a los uniformados los consabidos dirigentes
de la reacción, no le falta piso al general Vega Uribe al alardear
de "este gigantesco respaldo que nos están dando" (El Espectador,
octubre 28 de 1984); o al general Valencia Tovar cuando anota: "Hay virajes
evidentes. Ópticas nuevas para juzgar a las Fuerzas Militares y de
Policía, que se registran con agrado por la prestancia de quienes lo
expresan, su influencia en la opinión pública y la calidad de
sus escritos" (El Tiempo, septiembre 7 de 1984).
15 El 12 de septiembre el Comando Superior del M-19 le remitió una
carta al ministro de Defensa Nacional, en la cual, después de aclamarse
que el diálogo "es el camino nuevo y realmente democrático
que Colombia puede abrir para América Latina", se consigna: "El
respeto que a los militares colombianos hemos mantenido como hombres y como
contrarios en el campo de batalla, y la oportunidad excepcional de este tratado
de cese al fuego, nos mueve a reafirmar nuestra disposición a un diálogo
directo con las Fuerzas Armadas, sea donde sea, y a insistir en que el gran
diálogo es el instrumento, la fórmula y la oportunidad para
que todos, Congreso y pueblo, Iglesia y gremios, Gobierno, Ejército
y guerrillas, hagamos el esfuerzo grande de buscar caminos nuevos para un
viejo problema: la Patria que a todos nos duele" (Tomado de El Tiempo,
21 de septiembre de 1984).
16 Antes del asesinato del presidente Salvador Allende, Gilberto Vieira sostuvo:
"Un factor verdaderamente decisivo en Chile es el Ejército. Lo
han demostrado los hechos. La reciente visita de una misión militar
chilena a Cuba me parece un acontecimiento sensacional y significativo de
todo ese proceso. 0 sea, no es fácil que el imperialismo pueda movilizar
al ejército chileno, en su conjunto, contra el gobierno de la «Unidad
Popular», y esa es una de las ventajas más grandes con que cuenta
el pueblo chileno" (Reportaje concedido a U. Valverde y 0. Collazos a
principios de 1972 y publicado en 1973 en el libro Colombia tres vías
a la revolución, Círculo Rojo Editores, Bogotá, págs.
76 y 77).
17 Teodoro Petkoff, Proceso a la izquierda, Editorial La Oveja Negra, Bogotá,
1983, pág. 53.
18 El inciso g) del punto octavo del Pacto de La Uribe manda: "Hacer
constantes esfuerzos por el incremento de la educación a todos los
niveles, así como de la salud, la vivienda y el empleo". El Tiempo,
del 28 de mayo de 1984, publicó el acuerdo con las Farc y el 23 de
agosto el suscrito con el M-19 y el EPL.
19 Esta manía, tan belisarista, de subordinar el logro de la "paz"
a las reformas, a la transformación del país, a la supresión
del subdesarrollo y de las desigualdades, campea en casi todas las exposiciones
del presidente sobre el tema. Los apartes extractados los tomamos en su orden,
de un reportaje suyo a Colprensa y publicado en La República del 9
de agosto de 1982; una rueda de prensa concedida en La Paz y reproducida por
El Espectador del 11 de octubre de 1982; un discurso ante gobernadores y alcaldes
y transcrito en El Tiempo del 18 de octubre de 1983, y una carta enviada al
director de El Tiempo y conocida el 7 de noviembre de 1982. Con todo y lo
absurdo que suena someter los convenios de la pacificación a las conquistas
económicas y sociales, pues equivale a atravesar una talanquera insuperable,
difícilmente encontraremos quién no lo haga. Con el objeto de
convencer a los lectores de la existencia de este enredijo universal, vertiremos
a continuación la opinión de dirigentes de las más diversas
procedencias, advirtiendo que la muestra se queda corta para lo que hay por
conocer.
El general Bernardo Lema Henao cuando aún no había pasado a
las filas de las reservas: "Lema dijo que es un convencido de la necesidad
de la paz en el país, ‘porque yo la concibo como el bienestar
colectivo del pueblo colombiano’ " (La República, agosto
13 de 1982).
"La amnistía no es la paz. En esto no debemos equivocarnos. Es
posible que ella pueda conducir al restablecimiento de la paz, pero por sí
sola no basta. Para lograr ese beneficio es indispensable aplicar otras medidas,
como la integración ciudadana y una justa ayuda a los sectores más
necesitados" (El Espectador, octubre 3 de 1982).
Jaime Bateman Cayón:
"Para el M-19 paz son libertades políticas, respeto a la vida
de los luchadores populares, es la participación del pueblo en las
riquezas nacionales, es una política social que cubra las inmensas
necesidades del pueblo de pan, techo, trabajo, educación y salud"
(El Tiempo, agosto 19 de 1982).
"Paz y democracia son posibles si el nuevo gobierno pacta con el pueblo
y se establece un compromiso histórico que dirija al país por
las vías de la justicia económica, social y política"
(Mensaje del M- 19 al Congreso, El Espectador, julio 23 de 1982).
"La paz hoy es el cese al fuego, pero también son salarios justos,
servicios públicos eficientes y al alcance del pueblo, salud y educación
para todos.
"La paz hoy es la participación política de las mayorías
nacionales, es el respeto a la cultura y la tierra de los indígenas,
condiciones de vida y trabajo dignas para los colonos y campesinos y es también
la defensa de la soberanía sobre nuestras riquezas naturales.
"Por eso la paz debe ser el resultado de un gran acuerdo entre gobernantes
y gobernados, entre nación y gobierno, producto de un proceso de conversaciones
de paz al que hemos llamado el Diálogo Nacional" (Carta a Betancur,
El Tiempo, noviembre 25 de 1982).
Monseñor Mario Revollo Bravo:
"La paz es fruto de la justicia y mientras haya injusticia social, inmoralidad
y un estado de depresión, no habrá paz, por lo tanto, hay que
acudir a la redistribución de la riqueza, hay que proporcionar trabajo
y suplir las necesidades más urgentes del pueblo" (El Espectador,
agosto 21 de 1982).
Gilberto Vieira:
" ‘Los cambios políticos, económicos, sociales y
culturales enunciados anteriormente son factores esenciales para la paz que
todos los colombianos anhelamos, pues está demostrado que ella no se
logra mediante soluciones militares y represivas’, dice el documento"
(Ponencia ante la "cumbre política", El Tiempo, septiembre
16 de 1982).
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc:
"Nosotros estamos en la lucha guerrillera no por idealismos sino por
situaciones concretas de este país como la injusta concentración
de las riquezas en pocas manos, en los denominados grupos financieros ligados
al capital imperialista, todo ello posible por la política económica
gubernamental, mientras la gran mayoría del pueblo colombiano se debate
en medio de la miseria y el empobrecimiento progresivo"( ... ).
"Por lo anterior decimos que toda acción en la búsqueda
de la paz debe incluir medidas económicas, sociales y políticas
tendientes a modificar favorablemente la grave situación de los colombianos
y requiere además de un efectivo desmonte de los mecanismos represivos.
La paz no se logra con simples ejecutorias de acción cívico-militar
porque ella no va a la causa de la problemática social para resolverla"
(Carta a Betancur, El Espectador, octubre 13 de 1982).
Declaración de las cuatro centrales, UTC, CTC, CGT y CSTC:
"Recogemos el clamor de las mayorías de nuestro país en
el sentido de que la amnistía general es un paso importante pero no
suficiente para conseguir la paz, ya que ésta supone realizar transformaciones
de orden social, económico y político que aseguren a todos los
colombianos el disfrute de unas mejores condiciones de vida y de trabajo"
(El Tiempo, noviembre 5 de 1982).
Oscar William Calvo, vocero del EPL y del PCC ML:
"Cuando firmamos este acuerdo, es porque somos luchadores y amantes por
la paz. Pero no por eso, podemos afirmar que el hecho de firmar este acuerdo,
signifique la conquista de la paz en el territorio nacional. Es un paso importante,
pero no es la culminación de las bases mismas que generan la violencia,
porque es la miseria, la carencia de derechos políticos, porque es
el desempleo, el incremento de los impuestos, los azotes de la deuda externa,
las precarias condiciones de salud, las deficiencias en la educación,
todos estos factores traen consigo la violencia y propician la delincuencia.
Por ello, decimos que no se ha logrado la paz" (El Mundo, agosto 24 de
1984).
Gabriel García Márquez:
"...como tanto se ha dicho en Colombia, en estos días, la amnistía
es sólo parte de los elementos para que la paz reine en Colombia. Los
otros elementos ya se sabe cuáles son: una mayor justicia social, en
fin, son temas ya bastante conocidos en Colombia" (El Espectador, octubre
25 de 1982).
Dentro de la copiosa literatura escrita respecto al asunto, extrañamente
nadie ha caído en cuenta de que condicionar el proceso pacificador
en tal forma, consiste en ubicarlo en una sinsalida. Exceptuando las objeciones
muy marginales de algunos liberales, interesados mejor en contradecir a Betancur
que en arrojar luz sobre el problema, sólo hemos encontrado un comentario
de José Arizala, aparecido en Voz del 6 de septiembre último,
en el que fustiga la trillada incoherencia de que "mientras haya hambre
no habrá paz". No obstante, se la imputa única y exclusivamente
al ELN, cual si no fuese el más generalizado de los dogmas colombianos
de los tiempos actuales. Al dirigente revisionista no le preocupa otra cosa
que descalificar al grupo guerrillero porque éste no quiso integrarse
a la campaña nacional de reconciliación. Explica cómo
las sociedades explotadoras de hoy conllevan, por "situación inherente",
los males que se derivan de la sobreentendida expoliación. Y complementa:
"Si la causa de la lucha armada, de la guerra civil, fuera la pobreza
del pueblo, en todos las países capitalistas habría o debería
haber una guerra revolucionaria". Aunque esta polémica del señor
Arizala no parece representar un bandazo de la dirección del Partido
Comunista, sí demuestra fehacientemente que las estribaciones más
primigenias de la extremaizquierda en Colombia siguen, sin ninguna otra contemplación,
supeditando la "guerra" al cambio de régimen, a la par que
el mamertismo y sus adjutores confían en que el régimen supedite
el cambio a la "paz". Puntos contrapuestos entre los cuales, a la
hora de nona, podría no haber mucha distancia.
20 Los extractos transcritos pertenecen al pronunciamiento expedido el 20
de septiembre de 1982 por el Comité Ejecutivo Central del MOIR, y con
el cual se desautorizaba la pretensión del gobierno de designar a Marcelo
Torres para la Comisión de Paz. Tribuna Roja, N* 44, febrero de 1983.
21 Varias agrupaciones extremoizquierdistas han reconocido tácita o
desembozadamente el uso y la utilidad de estas modalidades de terrorismo.
El M-19 de labios de su ex máximo jefe, Jaime Bateman Cayón,
reivindicó así, en reportaje a la periodista Patricia Lara,
la ejecución, durante el período de la administración
López, del entonces presidente de la Confederación de Trabajadores
de Colombia, CTC, José Raquel Mercado:
"Interpretamos al pueblo cuando juzgamos y ajusticiamos a un traidor
de la clase obrera... El juicio y ajusticiamiento a Mercado le abrió
nuevas perspectivas al movimiento sindical ... Demostró hasta dónde
llegaba su podredumbre... Despertó a muchos dirigentes obreros quienes
se dieron cuenta de que su función no era la de traicionar a los trabajadores
colombianos. La gente oyó nuestro mensaje:
( ... )
"-Hermano, aquí hay que comportarse. Hermano, aquí no se
le pueden hacer jugadas chuecas a la clase trabajadora.
"No quiero decir con eso que el movimiento sindical ya sea puro ni que
haya cambiado totalmente. Pero después de la muerte de Mercado, se
le abrieron nuevos caminos a la unidad sindical colombiana".
"El M-19 despegó con la muerte de Mercado. ¡Despegó
mil veces, mil veces, mil veces!".
También señaló que con el secuestro del gerente de Indupalma,
hecho en 1974 para presionar a la empresa a firmar el pliego de peticiones
de los trabajadores en huelga, "apareció entonces un nuevo camino
en la lucha sindical el cual, desgraciadamente, no se continuó".
Luego de realzar la importancia de aquel expediente para proporcionarle bríos
y cauces al sindicalismo colombiano, el comandante del M-19, sin embargo,
vacila en cuanto a la validez de sus aserciones y las atenúa un tanto
al hablar de los métodos de financiamiento:
"A nadie, y menos a nosotros, le gusta el secuestro. ¡Nosotros
preferiríamos mil veces no vernos obligados a secuestrar gente! Pero
como el Estado no tiene un impuesto destinado a financiar la revolución
de los pobres; y como los que tienen dinero no lo aflojan a las buenas; y
como no queremos ser una organización revolucionaria financiada por
la Unión Soviética o cualquier otro país extranjero y
dependiente de él, no nos queda más remedio que secuestrar a
unos pocos oligarcas".
Para rematar más adelante en la misma entrevista:
"Queremos hacer un secuestro más, uno sólo, pero uno que
nos deje tres millones de dólares... Así solucionaríamos
definitivamente, con un costo político muy bajo, el problema económico
de la revolución" (Patricia Lara, Siembra vientos y recogerás
tempestades, Segunda edición, Bogotá, Editorial Punto de Partida,
abril de 1982, págs. 116, 117, 118, 119, 120 y 121).
22 La frase pertenece a Qdilon Barrot, premier del gabinete del gobierno provisional
surgido de la revolución de febrero de 1848, en Francia, investidura
que siguió ostentando bajo Luis Bonaparte, luego del triunfo electoral
de éste en diciembre del mismo año, la pronunció a la
sazón, apenas nacida la segunda república francesa, en el sentido
de que el andamiaje jurídico recién impuesto en cierto modo
encarnaba un obstáculo para las pretensiones de consumar un golpe de
Estado y restablecer la monarquía bonapartista, como en efecto ocurrió
más tarde, instaurándose el reinado, así conocido, de
Napoleón III.
Carlos Marx cita la expresión de Barrot en sus artículos titulados
genéricamente Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, en donde
expone, entre otras tesis relevantes, importantísimas apreciaciones
sobre la táctica revolucionaria de la clase obrera. En su concienzudo
análisis de las fuerzas enzarzadas y de los agudos duelos de aquellos
días precisa cómo la conspiración de los detentadores
del poder podría llevarse a cabo en la medida en que se presentara
un "motín", "un pretexto de salut public" (seguridad
pública), que les permitiera "violar la Constitución en
interés de la propia Constitución".
El ministerio Barrot instigó en todas las formas a sus oponentes, los
irritó, los incitó a cometer estupideces, a fin de que cayeran
en el garlito y le proporcionaran lo que quería: un "motín".
"La legalidad nos mata", razonaban los conjurados oficiales, y hemos
de deshacemos de ella, mas necesitamos un porqué, pues la disculpa,
el subterfugio, no es menos trascendente que el propósito, y un manejo
adecuado de la situación nos reportará puntos valiosos, definitivos,
sobre la contraparte.
Marx concluye: "El proletariado no se dejó provocar a ningún
motín porque se disponía a hacer una revolución";
y Engels, en su introducción a la obra mencionada, se detiene en estas
reflexiones y las profundiza cual consejos fundamentales para ser estudiados
y aplicados por los estrategas del combate del trabajo contra el capital.
A su turno, Lenin, el aventajado discípulo y continuador de la gesta
comunista, tomó atento apunte de la clave advertencia, vertiéndola
y complementándola en infinidad de textos suyos, polémicos unos,
didácticos otros, de carácter teórico los más.
Como en Colombia la batalla contra el régimen antinacional y antipopular
imperante ha adolecido ante todo de la carencia de una línea táctica
acertada, no sobra transcribir aun cuando sea algunas pocas palabras de aquellos
escritos pertinentes. Hemos cogido casi que por azar uno breve, acerca de
"La II Duma y la segunda ola revolucionaria". Dice allí el
artífice de la gloriosa Revolución Socialista de Octubre, vendida
y desconceptuada después por Kruschev y sus sucesores:
"...la lucha en su forma más aguda es indiscutiblemente inevitable.
"Pero por eso mismo que es inevitable, no debemos forzarla, apresurarla
ni azuzarla. Dejemos eso a los Krusheván y los Stolipin (personeros
de la reacción y de la autocracia zarista). Nuestra tarea es decir
la verdad al proletariado y al campesinado, de modo bien claro, sin rodeos,
franco e implacable; abrirles los ojos sobre el significado de la tormenta
que se avecina, ayudarlos a enfrentar organizadamente al enemigo con la serenidad
de los hombres que van hacia la muerte, como el soldado que espera al enemigo
agazapado en la trinchera y dispuesto, después de las primeras descargas,
a lanzarse a una furiosa ofensiva.
" ‘¡Señores burgueses, tiren ustedes primero!’,
decía Engels en 1894, dirigiéndose al capital alemán.
‘¡Señores Krusheván y Stolipin, Orlov y Romanov,
tiren primero!’, diremos nosotros. Nuestra tarea es ayudar a la clase
obrera y al campesinado a aplastar el absolutismo de las centurias negras
cuando él se lance contra nosotros.
"Por eso, ¡nada de llamamientos prematuros a la insurrección!
Nada de solemnes manifiestos al pueblo. Nada de pronunciamientos, nada de
‘proclamas’. La tormenta se nos viene encima por sí sola.
No hace falta blandir las armas".
Agreguemos que las anteriores amonestaciones de Lenin fueron redactadas en
febrero de 1907, cuando, como él lo indica, "han pasado dos años
de revolución" y "la situación es indiscutiblemente
revolucionaria". El mero contraste entre los criterios anotados y los
que profesa la totalidad de la franja anarquista colombiana es aleccionador.
No hemos vivido en años un verdadero auge del movimiento de masas y
ya contamos con un historial de levantamientos armados de tamaño, aspecto,
tinte, duración y fortuna diversos, quizás sin parangón
en el mundo. En contravía a las universales deducciones del marxismo,
lamentablemente en Colombia a los insurrectos, insurrectos de cabeza ardiente
y frío corazón, que además no distinguen entre la democracia
de los explotadores y la de los explotados y se confunden cuando aquéllos
especulan sobre lo preferible de una sojuzgación matizada, no les ha
temblado el pulso al acometer cualquier género del acciones temerarias
o de dudosas actividades que enloden las banderas independentistas, sacrifiquen
alegremente fieles seguidores y desaten la cruenta persecución contra
las gentes del común.
El ensayo de Carlos Marx lo consultamos en C. Marx F. Engels Obras Escogidas,
Tomo 1, Moscú, Editorial Progreso, 1973, págs. 190 a 306. Los
párrafos de Lenin los entresacamos de sus Obras Completas, Tomo XII,
Buenos Aires, Editorial Cartago, 1960, pág. 107.
23 En su alocución televisiva del 2 de diciembre de 1984, Belisario
Betancur hizo esta "notificación perentoria y categórica",
o "advertencia clarísima y rotunda" como él mismo
la calificara:
"...en adelante quienes han resuelto voluntariamente actuar y vivir dentro
de las instituciones, tendrán el espacio político para moverse
y serán estrictamente respetados, pero siempre que lo hagan dentro
de los límites establecidos por la ley. En ese sentido, quiero hacer
una notificación perentoria y categórica, una advertencia clarísima
y rotunda:
"Quienes persistan en la violencia, en el crimen, en el secuestro, en
la extorsión, sufrirán todo el peso de la ley. Sobre esto no
les quede sombra de duda: si persisten en mantenerse fuera de la ley, sufrirán
el peso de esa ley. Esta es la orden irrevocable a la totalidad de las autoridades.
Boleteos, amenazas, asaltos, narcotráfico, toda la gama de los delitos,
será castigada sin una sola excepción. Y quienes se acojan a
la ley y la respeten, ésos deben sentirse protegidos por esa ley"
(El Tiempo, diciembre 3 de 1984).
Entretanto, los mandos militares, envalentonados por las circunstancias, mostráronse
muy activos maquinando sus celadas en diversas regiones escogidas cuidadosamente.
El nuevo año se inauguró con un voluminoso inventario de intermitentes
violaciones a los armisticios. Aunque el cerco de casi un mes a una columna
del M-19, tendido por el ejército en las inmediaciones de la población
de Corinto, configuró la refriega de mayor calibre, el resto de grupos
irregulares también padeció con igual rigor su respectivo número
de bajas tras el hostigamiento bélico de las partidas del régimen.
Estos incidentes en la fase ulterior del inconcluso pleito corroboran la sospecha
de que la "paz" pese a su fácil y espléndido despegue,
discurre no como la ciencia, de lo complejo a lo simple, sino como la creación,
de lo simple a lo complejo. De no descomplicarse, de no invertir su malformación,
contingencia muy remota, la consigna, por mucho que sea coreada a la colombiana
por gobernantes e insurrectos, fenecerá incluso antes y no después
de haber sido realmente aplicada.
24 Las expresiones de Vieira, Vázquez y Bateman las extractamos respectivamente
de: Cromos, noviembre 23 de 1982; El Espectador, octubre 25 de 1982, y El
Tiempo, septiembre 18 de 1982.
25 Los dos últimos apartes citados de los pronunciamientos de las Farc
los sacamos de publicaciones aparecidas en el órgano del Partido Comunista,
Voz. El primero salió el 19 de julio de 1984 y el segundo el 11 de
octubre del mismo año, y cuyo párrafo completo reproducimos:
"Dentro del marco de la apertura democrática, las Farc, en unión
con otros partidos y corrientes de izquierda lucharán utilizando todos
los medios a su alcance por una Reforma de las Costumbres Políticas
en dirección a desmontar el monopolio de la opinión política,
ejercido por los viejos partidos tradicionales en beneficio de la oligarquía
dominante, abriendo cauce a la participación de las grandes mayorías
nacionales en los asuntos del gobierno".
Claro está que las Farc no es la única sigla armada que haya
abogado por el perfeccionamiento de las instituciones prevalecientes, o haya
cifrado sus sueños transformadores en los veredictos de éstas,
e incluso, en la injerencia o influencia de las vertientes contrarias al régimen
dentro de las actividades gubernamentales de ese mismo régimen. Con
obvias variaciones de lenguaje y de énfasis, los otros grupos comprometidos
con la cruzada de la pacificación y el pacto social igualmente lo han
hecho, extrayendo, del cuarto de aparejos de la burguesía, pendones
raídos en pro de una "democracia participativa" o "directa",
en la que el pueblo recupere su "soberanía", su "papel
de constituyente primario" y demás antiguallas por el estilo.
Esto de un lado, y del otro, recuérdese que tales agrupaciones, no
obstante presentar cada cual sus particulares demandas, son solidarias entre
sí. No tenemos noticia de que los llamamientos de las Farc hayan merecido
reprobación alguna de sus ocasionales y sufridos aliados. Salvo, tal
vez, una convocatoria signada conjuntamente por el Partido Comunista y ciertos
movimientos amigos suyos, como Firmes, el Partido Socialista Revolucionario,
Convergencia Socialista, etc., en la que éstos, a raja tabla, le impusieron
a los mamertos la siguiente nota refutatoria: "Alertamos contra las pretensiones
de imponer un remedo de democratización por parte de los núcleos
oligárquicos, como lo indican los últimos pronunciamientos de
destacadas figuras de los partidos tradicionales y del gobierno, en los cuales
no se observa una voluntad expresa de respaldo a una verdadera apertura política".
"En tal contexto, no es posible esperar que el Congreso de la República
apruebe los cambios exigidos por las fuerzas democráticas, que implique
una reforma constitucional y el desmonte del monopolio bipartidista"
(Voz, mayo 24 de 1984). Empero el Partido Comunista no son las Farc, ni los
demás firmantes tampoco son grupos armados. De contera, los revisionistas
hicieron explícitas sus "reservas" sobre la validez de los
argumentos que colocan en tela de juicio la capacidad innovadora de las Cámaras,
siendo que la glosa en cuestión no niega de plano dicha capacidad,
simplemente la supedita a la buena disposición de los "núcleos
oligárquicos" para acabar con su propio "monopolio bipartidista".
Para percatamos más de las afinidades ideológicas entre los
distintos sectores insurrectos partidarios de la reconciliación nacional,
releamos mejor un pasaje de un documento del M-19, dirigido a los parlamentarios,
y del que da cuenta La República, del 22 de julio de 1982: "El
Congreso de Colombia no puede rezagarse. El Congreso debe responder a las
expectativas y esperanzas de un pueblo que lo eligió. El Congreso puede
y debe jugar el papel que le corresponde como órgano legislativo y
guardián de la democracia".
La postura pueril de depositar la confianza en los organismos estatales y
en su cebada burocracia ya ha cosechado sus primeros desengaños. Como
seguramente hojearon en la Constitución que el oficio de la Procuraduría
es "cuidar de que todos los funcionarios públicos al servicio
de la Nación desempeñen cumplidamente sus deberes" y como
en la actualidad ese cargo está en manos de un picapleitos un tanto
díscolo, no obstante haberlo escogido el mismo Betancur, los delegados
del EPL y el M-19 resolvieron hacer insertar en uno de los puntos del armisticio
del 23 de agosto que aquella entidad recibiría el "concurso"
del gobierno para la afortunada cristalización de dos tareas en concreto;
investigar sobre las personas desaparecidas y atender las denuncias relativas
a la violación de los derechos humanos. En posterior despacho, a finales
de octubre, el Procurador, después de testimoniar que "nuestras
altas autoridades militares y policivas" realizan cuanto pueden para
"mantener a sus tropas dentro de la moral y la ley", se abalanzó
contra las "bandas guerrilleras". Les atribuye la autoría
de "secuestros" o "desapariciones en las zonas rurales"
y de toda especie de crímenes, desde cobrar impuestos o "vacunas"
hasta de robo de ganado y animales de corral. También las inculpa de
la desolación económica del campo. Y remata con esta andanada:
"...la subversión colombiana carece hoy y desde hace bastante
tiempo de toda autoridad moral para empuñar la bandera de los derechos
humanos, hablar a nombre de la nación o sentar cátedra sobre
la legalidad y la ética de la violencia. La larga cadena de desafueros
de toda clase por ella cometidos la hacen históricamente responsable
de la desorganización de nuestra sociedad y de nuestra economía
y le niegan todo título para hacer un uso acusatorio de hechos como
el que ocupa el presente informe" (El Tiempo, octubre 22 de 1984). En
síntesis, la oficina seleccionada de consuno por las partes para supervigilar
y frenar los desmanes de las huestes envueltas en la pugna, sin más
requilorios le quita el piso de la credibilidad a una de ellas, mientras se
lo otorga plenamente a la otra. Si en tal forma se comportan quienes por encargo
jurídico actúan de fiscalizadores, y cuando no se han esfumado
del todo las euforias por el apaciguamiento, ¿qué diremos luego
de las cuotas aportadas a la transformación de Colombia por las otras
corporaciones menos imparciales del sistema, en desarrollo del quimérico
contrato social entre ahítos y hambrientos?
26 La primera de las dos últimas citas pertenece al "Informe al
pleno del Comité Central del PC", de mayo 17-19 de 1974, y divulgado
por Documentos Políticos, número 110. La segunda cita corresponde
a un reportaje a Jaime Bateman, hecho por El Pueblo de Cali y reproducido
por El Tiempo, del 18 de septiembre de 1982.
ELEMENTOS DE LAS FARC ASESINARON A EDUARDO ROLÓN
Julio 13 de 1985
Declaración del MOIR, aparecida en El Tiempo del 14 de julio de 1985,
firmada por su Secretario General, Francisco Mosquera, en nombre del Comité
Ejecutivo Central.
A eso de las seis de la tarde del domingo 30 de junio último
cayó acribillado Luis Eduardo Rolón, veterano dirigente del
MOIR e integrante del Comité Regional de Santander. El compañero
pereció en la vereda Humadera Baja del corregimiento de Monterrey,
cuya actividad gira alrededor de San Pablo, población del sur de Bolívar
adonde se había vinculado desde hace unos seis años con el objeto
de adelantar sus tareas revolucionarias con las gentes de la localidad, de
preferencia entre el campesinado. En efecto, momentos antes de morir transportó
en un vehículo, desde el casco municipal, varios tubos destinados a
concluir sobre el río Boque un puente al que ya se le habían
erigido sus bases. Obra a la cual se dedicó con ahínco, incluido
aquel aciago día, que era de descanso, siempre insistiendo en desembotellar
las comarcas abandonadas y en fortalecer la economía de los pobres
del agro. Inmediatamente después de haber depositado su carga se encaminó
a pie hacia la casa de un campesino amigo, tras el propósito de atender
algunas cuestiones concernientes al funcionamiento de la cooperativa del lugar
fundada por nuestro Partido. Luis Eduardo anduvo más o menos una hora
cuando en un punto del estrecho sendero recibió una ráfaga de
metralleta, por la espalda, y luego fue rematado en el suelo.
El horroroso crimen tiene un indiscutible carácter político
y de él hacemos responsables a las Farc e indirectamente a la dirección
del PC.
Esta contracorriente empezó a incursionar en la zona al amparo de sus
acuerdos de "paz" con la administración belisarista, ostentando
sus rifles y extendiéndose a punta de intimidar a quienes no se sometan
a sus dictámenes. Su primer objetivo allí, como en otras partes,
ha sido el de intentar barrer la creciente influencia del MOIR entre las masas
e impedirnos la acción pública, con métodos que van desde
el señalamiento calumnioso de que actuamos por designio de la CIA hasta
la expresa prohibición a nuestros militantes de distribuir propaganda,
vender la prensa partidaria u organizar a los trabajadores. Todo, por supuesto,
llevado a cabo bajo la amenaza de las armas.
Nunca hemos dirimido las discrepancias con nuestros contradictores, principales
o secundarios, mediante la violencia; ni nos pasa por la mente el propiciarla
por el hecho de formular esta precisa, perentoria e indignada denuncia. Pero
los ejecutores del vil asesinato no pueden contar con nuestro silencio para
continuar impunemente agrediendo o matando a los cuadros del MOIR. Por ello
emplazamos a sus superiores, ante el país entero, exigiéndoles
que no encubran al comandante que auspició, autorizó o simplemente
dio la orden de la cobarde emboscada. Con los alias de "Arcelicio",
"Pedro" y "Orlando" han merodeado por aquellos contornos
tres jefes de cuadrilla; entre éstos ha de hallarse el autor o los
autores materiales e intelectuales del homicidio. Que se sepa cuál
fue o cuáles fueron para que sobre sus nombres caiga por lo menos la
sanción del repudio del pueblo.
En cuanto al comportamiento de las autoridades de San Pablo, hemos de informar
que cuando se entrevistó con ellas la comisión del MOIR, encabezada
por Jorge Santos, presidente de la USO, a fin de llenar los trámites
correspondientes al rescate del cuerpo del camarada desaparecido, el oficial
encargado de la policía no solamente se rehusó a prestar cualquier
protección sino que aconsejó no ir por el cadáver. Tal
actitud obedecía, según sus propios comentarios, a dos factores:
uno, que la región se encontraba infestada por las Farc, y el otro,
que tenían instrucciones terminantes de no desplazarse hacia las áreas
rurales. Semejantes evasivas, aunque en realidad no nos sorprenden, sí
muestran hasta dónde llega la indolencia oficial ante este tipo de
atentados, y cuán significativa es la ventaja concedida a unos grupos
que, diciéndose amigos de la pacificación dialogada y gozando
de los gajes de un entendimiento pactado con el régimen, lejos de deponer
los fusiles, incrementan su pie de fuerza y hostilizan a agrupaciones y personas
inermes, cual lo indican las protestas provenientes de los cuatro costados
de Colombia y firmadas por industriales, comerciantes, empresarios agrícolas,
religiosos. Por ejemplo, el Sindicato de Trabajadores Agropecuarios de Antioquia
acaba de expedir, contra las unidades de las Farc, un comunicado dejando constancia
de los amedrentadores hostigamientos de que han sido víctimas sus directivos
en la zona bananera de Urabá. Con la pantomima del apaciguamiento ocurre
que, en lugar de incorporarse ciertamente una minoría de insurrectos
a la lucha legal, la contienda política se militariza a pasos acelerados.
La abominable ejecución de Luis Eduardo Rolón pone de manifiesto
tan dramático desenlace, pues responde a las impredecibles ambiciones
de unos comandos que de pronto arriban a un territorio con el cometido de
desalojar a plomo a un partido rival que lleva cerca de un decenio bregando
pacientemente junto a los necesitados del campo, compartiendo sus penalidades
y coadyuvándoles a obtener progresos tanto en sus reivindicaciones
sociales como en sus faenas productivas. Merced a ello, e interpretando la
inquietud general, demandamos de los sumos poderes se nos aclare el verdadero
alcance de las nuevas reglas del juego que regulan la confrontación
"pacífica" entre colectividades de distinto color e ideario.
En los tres años de ejercicio de la actual administración jamás
hemos solicitado una audiencia con el presidente de la república, y
hoy, a través de esta declaración, la estamos pidiendo, a la
espera de que nos diga, ante el gravísimo antecedente del ametrallamiento
de nuestro compañero Rolón, cómo concibe el Ejecutivo
las garantías constitucionales de los partidos sin aparato armado cuyos
miembros padecen los cruentos ataques de facciones bélicas que, cuando
no reciben el apoyo abierto de alcaldes y gobernadores, se valen de las indulgencias
del Estado para eliminar y arrinconar a sus antagonistas.
La defensa de los derechos de las mayorías democráticas y patrióticas,
acechados por la confabulación cada día más evidente
entre el mamertismo y la cúpula gubernamental, torna imperiosa la conformación
de una gigantesca alianza, no conocida hasta ahora, entre obreros, campesinos,
intelectuales y burgueses, que se plantee las siguientes metas mínimas:
primero, contener los asesinatos políticos, los secuestros, la extorsión
y las demás andanadas terroristas; segundo, resguardar la producción
nacional ante las lesivas pretensiones del Fondo Monetario y la ruinosa expoliación
de los monopolios extranjeros; tercero, mejorar las lamentables condiciones
de subsistencia de las masas laboriosas y del pueblo en su conjunto, y cuarto,
proteger la soberanía de Colombia no sólo ante los viejos y
declinantes imperialismos, sino fundamentalmente ante la Unión Soviética,
el mayor peligro para la libertad de las naciones en la era contemporánea.
El país no sucumbirá en la celada que le quieren tender unos
cuantos; entre sus numerosos habitantes hay sobrados recursos morales con
qué doblegar las azarosas complicaciones de la hora. Abogando por la
salvación de la patria apelaremos a esas reservas, con la voluntad
y la valentía de hombres como Luis Eduardo Rolón, quien rubricó
con su sangre su pensamiento.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR Comité Ejecutivo
Central Francisco Mosquera
Secretario General
Bogotá, 13 de julio de 1985.
ANTE LA TUMBA DEL CAMARADA RAÚL RAMÍREZ RODRÍGUEZ
Noviembre 14 de 1986
Discurso pronunciado enCali, el 14 de noviembre de 1986.
Nadie es más respetable que quien respalda sus ideas
con sus actos.
Raúl Ramírez pertenecía a esa estirpe de abanderados
del progreso social que hacen de la acción el único objetivo
del pensamiento. Cuanto creyó lo ha dejado impreso en las actividades
de toda la vida, incluida la última, la de su muerte.
Desde los días de las grandes definiciones, cuando pululaban en Cali
y otras capitales las polémicas universitarias, y la Juventud Patriótica
enfrentábase dentro del estudiantado a las estridencias pequeñoburguesas,
Raúl escogió la alternativa de constatar entre las masas populares
la justeza de los planteamientos revolucionarios, un impulso que no abandonaría
jamás. Mientras explicaba ante amplios auditorios que los obreros han
de unirse con el resto de sectores laboriosos y oprimidos si desean vencer,
el trotskismo criollo, entonces de moda, se consumía en su contradictorio
empeño de arremeter contra la estratégica consigna de la autodeterminación
nacional y exigir dogmáticamente el salto inmediato al socialismo.
Calar en la naturaleza de la sociedad colombiana y definir el carácter
de la revolución, dos aspectos vitales de la teoría, significaba
precisar no sólo los pasos o las etapas de la gesta libertaria sino
las clases y capas que habrían de sacarla avante. En aquel período
vimos a Raúl en las sedes sindicales sustentando la urgencia de un
vuelco democrático cual requisito de la victoria socialista, argumentos
de la nueva concepción, nueva entre nosotros, porque el marxismo la
había expuesto con mucha anterioridad para los países neocoloniales
y semifeudales. A raíz del viraje táctico de 1972, participó
con entusiasmo en la campaña electoral, no obstante las debilidades
y dificultades de una brega que nos era desconocida por completo. Por encima
de las limitaciones típicas de esta modalidad de lucha, la continuó
esgrimiendo, sin aburrirse ni olvidarse de que la rebeldía civil provendrá
exclusivamente de las múltiples confrontaciones económicas y
políticas de la población.
Ante el llamamiento de marchar hacia el campo, él fue el primero entre
los primeros en "descalzarse". Vinculado al regional de Córdoba
estuvo en Ciénaga de Oro, Planeta Rica, Lorica y finalmente El Bagre.
Con el conocimiento que dejan diez años de experiencia, contribuyó,
en infinidad de eventos, a esclarecer problemas claves como las peculiaridades
de las relaciones de producción en zonas de diverso desarrollo, la
composición y propósitos de las ligas campesinas, las pautas
rectoras del cooperativismo agrario...
A lo largo y ancho de la contienda contra la acechanza socialimperialista
se destacó, desde los frentes que le correspondiera atender, por los
esfuerzos dedicados a despejar la confusión reinante. Creía
cabalmente que la emancipación de los pueblos, y en especial de la
clase obrera, no logrará coronarse sin la plena soberanía de
las naciones pobres y sin la conciencia pública de que el socialismo
verdadero no es anexionista. La lealtad con tan trascendentales premisas la
selló con su sangre en la mañana del 12 de noviembre de 1986.
A metralla y a mansalva, facinerosos de las Farc cercenaron su existencia
en Puerto López, un distante caserío del municipio antioqueño
de El Bagre, adonde lo llevaran sus caras convicciones El único daño
que les había infligido a sus asesinos en tres lustros de pelea consistió
en señalar, ante asalariados y demás estratos productivos, las
inconsecuencias y los procedimientos proditorios de la contracorriente revisionista.
Hasta con su sacrificio demostró cuánta razón nos asiste
al denunciar a esta pandilla, que en su vertiginoso proceso degenerativo está
dispuesta a cometer cualquier crimen con tal de cumplir el triste encargo
de entregarles el país a los amos soviéticos.
Y así, si echamos una ojeada a los anales del MOIR, siempre encontraremos
a Raúl Ramírez en la vanguardia de la batalla ideológica
y de las labores prácticas, persiguiendo las metas de deshacer la herencia
extremoizquierdista, rebatir el revisionismo, estructurar una línea
proletaria de la revolución colombiana y extender el Partido.
Ciertamente corren tiempos difíciles. Al igual que la multitud de víctimas
de la extorsión y el chantaje, hemos sufrido, con pérdidas de
compañeros y regiones, las consecuencias de los desplantes demagógicos
de un presidente venal que durante cuatro años se mostró solícito,
en su decir, con "el noventa por ciento del movimiento guerrillero",
o sea las Farc, cuyos integrantes recibieron, fuera de la amnistía
y el indulto, las ventajas de efectuar el proselitismo coactivo, apoderarse
de territorios enteros sin resistencia alguna y elegir con el apoyo oficial
unos cuantos candidatos a las corporaciones públicas. Semejante situación,
en lugar de traer la "paz" y el sosiego a la martirizada república,
ha exacerbado las contradicciones, hasta el extremo de entronizarse el atentado
personal como medio de dirimir las controversias partidistas, poniendo a varios
sectores a pensar seriamente en la conveniencia de proveerse su propia protección
armada.
No obstante, en el pueblo hay infinitas reservas morales que tarde que temprano
brillarán en todo su esplendor, y el Partido sabrá hallarle
una salida a la encrucijada del momento. Por eso hemos hecho la invitación
unitaria del 24 de enero. Casualmente con Raúl profundizamos en los
fundamentos de nuestra propuesta durante una reunión de compañeros
de Córdoba presididos por su secretario Pacho Valderrama, celebrada
en Medellín, y en la cual se remarcó que tanto los factores
externos e internos como el rumbo de los sucesos nos permitían aliamos
sin excepción con los contingentes preocupados por la integridad de
Colombia. Las cosas se presentan en tal forma que a través de este
realinderamiento de fuerzas conseguiremos defender el fuero del país
a autodeterminarse, el avance de la producción nacional, la implantación
de una táctica revolucionaria y el mejorestar de las mayorías
populares, constituyen conquistas de las cuales depende en enorme medida la
reivindicación política de los trabajadores colombianos. Promoviendo
la más vasta unidad responderemos al desafío que se nos formula
y honraremos la memoria de los héroes caídos.
Aun cuando la senda sea larga y penosa no tenemos derecho a desfallecer.
¿Al rehuir el combate no estaríamos declarando inútil
la hermosa página escrita por el camarada desaparecido?
Por lo demás, las realizaciones consignadas en nuestro programa partidario
serán la obra de varios siglos y no de unas pocas décadas. A
nosotros apenas si nos tocó en suerte dar comienzo a la colosal empresa;
y encararla en medio de ingentes obstáculos fruto de los hondos trastrocamientos
de la época contemporánea. Empezando por el insólito
fenómeno de que en la actualidad las peores vejaciones se ejecutan
en nombre del comunismo. A las gentes, por tanto, les resulta casi imposible
distinguir entre las divisas de la libertad y de la sojuzgación.
En cuanto a las condiciones históricas de Colombia, también
habremos de tomar nota de su paradójico desenvolvimiento. El estado
republicano se instauró 128 años antes del advenimiento de la
democracia en China pero aún no culmina sus cometidos económicos.
Aunque los rezagos feudales han ido diluyéndose gradualmente, la descomposición
de las formas precapitalistas no se traduce en un auge de la industria, debido
al saqueo de los grandes emporios. A su vez la influencia de las capas medias
da pábulo a toda especie de aventuras políticas. Y si a lo anterior
añadimos que el Partido surge bajo el imperio de la reacción
triunfante del Frente Nacional, a los 65 años de la Guerra de los Mil
Días, cuando el ímpetu democrático-burgués era
ya un mero recuerdo del pasado, contaremos con una visión aproximada
de las vicisitudes que hemos venido sorteando.
De tales elementos adversos, algunos carecen de antecedentes en los fastos
de la revolución mundial; otros escapan incluso a nuestro control,
como para que hubiéramos podido superarlos en el corto tramo recorrido
por el MOIR desde su fundación. Esto no significa que hayamos actuado
de simples espectadores de los acontecimientos. Junto con la construcción
del Partido hemos atendido cada una de las fases y facetas del proceso revolucionario,
desplegando nuestra iniciativa en los más diversos terrenos de la actividad
social. Y a través de la práctica, a la manera de Raúl
Ramírez, hemos descubierto las soluciones adecuadas a las complejas
y originales circunstancias que vivimos. Logros aparentemente nimios pero
que desbrozarán el camino y la grandeza de Colombia.
No nos preguntemos cuánto nos falta todavía. Aprendamos de nuestros
mártires que si bien no contemplaron el triunfo lo han hecho factible
con su ejemplo.
MENSAJE DEL MOIR A RAÍZ DEL ASESINATO DE RAÚL RAMÍREZ
POR PARTE DE LAS FARC
Diciembre 13 de 1986
Publicado en El Tiempo de diciembre 14 de 1986.
En la mañana del 12 de noviembre el miembro de las
Farc conocido con el alias de "Comandante Gutiérrez", acompañado
de una joven de aproximadamente veinte años, se presentó en
la residencia de Raúl Ramírez Rodríguez con la orden
de exterminarlo. Mientras el bandido lo interrogaba distrayéndolo,
la mujer le disparó por detrás a la cabeza. Luego lo acribillaron
conjuntamente. El crimen, cometido en Puerto López, corregimiento de
El Bagre, Antioquia, busca desalojar al MOIR de una región en donde
desde hace rato venimos contribuyendo al progreso mediante cooperativas y
ligas campesinas. Ese mismo día eliminaron a un comerciante y al inspector
de policía, a quien le robaron la máquina de escribir. Unas
horas antes habían dado muerte a dos humildes labriegos, tildados de
"sapos" por haberse resistido a colaborar. A semejantes extremos
de sevicia y salvajismo han llegado los únicos usufructuarios de la
"paz", cuyas ansias de dominio corren parejas con su acelerada degeneración.
El asesinato de Raúl Ramírez se suma al de Luis Eduardo Rolón,
otro dirigente del MOIR caído en el municipio de San Pablo, también
bajo las balas de una cuadrilla de las Farc. En aquella ocasión, junio
de 1985, le exigimos abiertamente a la dirección del Partido Comunista
que, haciendo uso de su innegable ascendiente sobre el bando insurrecto, explicase
el alevoso atentado, pusiera al descubierto a sus cobardes ejecutores y terminara
la campaña intimidatoria. No obstante, la susodicha camarilla no se
da por enterada y, entre burlas y veras, persiste en la maniobra de ensanchar
sus tropas aprovechándose de los arreglos convenidos con el gobierno.
Así ocuparon nuevos territorios en el Catatumbo, la Sierra Nevada de
Santa Marta, el sur de Bolívar, el Magdalena Medio, la Serranía
de los Motilones, etc., atemorizando a sus oponentes, con la bandera blanca
en una mano y el fusil en la otra. Se ha creado una situación en la
cual las organizaciones políticas y gremiales que carezcan de milicias
se hallarán sometidas a los desafueros de un ínfimo grupo que
actúa contra la Constitución pero goza de sus prerrogativas.
Aunque decidimos no participar en los tejemanejes de la pacificación,
llevamos más de media década en una expectativa benévola,
a la espera de un feliz desenlace para la consolidación de las garantías
ciudadanas y el consiguiente auge del movimiento de los trabajadores colombianos.
Desde la instauración del Frente Nacional no ha habido condiciones
insurreccionales que avalen las incontables y calamitosas aventuras de la
extrema izquierda. Creemos, por el contrario, que los secuestros, los asaltos
a las entidades bancarias, la destrucción de los medios productivos,
el asesinato, en lugar de conducir hacia una apertura republicana, exponen
las libertades públicas. El mismo Partido Comunista ha sido víctima
de su propio invento. La negativa a incorporarse plenamente a la vida civil,
el requisito dilatorio de pedir primero la transformación nacional
para desmantelar el aparato bélico, ese ambiente de ni "guerra"
ni "paz", ha llevado a innumerables sectores a dotarse de sus ejércitos
particulares y a tomar por su cuenta los problemas de la seguridad. Los resultados
están a ojos vistas. En la actualidad nadie desconoce que el experimento
acabó desencadenando la más cruda violencia, tal y como lo señalara
no hace mucho la Iglesia en forma alarmante. Mas lo inaceptable del asunto
radica en que se ha consagrado un inaudito privilegio a favor de una agrupación
que, sin perder la legitimidad, conserva sus guerrillas y las utiliza en el
exterminio de sus contradictores. Por lo menos el M-19 y el EPL rompieron
los armisticios y han encarado las consecuencias del levantamiento militar.
Recordemos cuán rotundamente el doctor Carlos Lleras Restrepo llamó
la atención, desde mediados de 1985, acerca de la incapacidad legal
del Ejecutivo para concertar una "tregua armada". Significativa
advertencia en labios de quien apoyara y fraguara el ascenso al Poder del
presidente que ha cifrado su popularidad en el entendimiento con los revisionistas.
Y son a estas circunstancias anormales, heredadas e instituidas a contrapelo
de las mayorías, a las que habrá de ponérseles pronta
conclusión después de los largos años de caótica
vigencia. No sólo lo reclama el general Landazábal sino los
más distintos estratos de la nación, cansados de no percibir
en ningún sitio la tranquilidad ofrecida por los arúspices de
la pacificación dialogada. El editorial de El Tiempo del 2 de noviembre,
apersonándose de parte de ese clamor y resumiendo el fracaso del proceso,
puntualiza que "el statu quo es inadmisible". Y añade: "El
gobierno quiere, con toda la razón, definiciones". Sí,
que se precise el cumplimiento de los pactos. Que se aclare si el cese de
la "guerra" continúa dependiendo de la terminación
del desempleo, el analfabetismo, la miseria y el resto de males sociales,
como se ha argumentado para no deponer las armas, a objeto de que el país
sepa a qué atenerse y no guarde más esperanzas al respecto.
Tales concreciones no atentan contra la democracia y la convivencia. La cuestión
se reduce a que las Farc no pueden seguir disfrutando, con la complicidad
de las autoridades, de una insólita ventaja sobre los partidos que
a semejanza del MOIR pierden militantes y organizaciones en virtud de la acción
vandálica de los desalmados beneficiarios de la tregua.
Pensando en fortalecer los acuerdos de La Uribe, el anterior régimen
extendió sus deliquios pacifistas a Centroamérica en honor de
la Nicaragua prosoviética, a pesar de que el sandinismo, en actitud
totalmente inamistosa, ha insistido en las pretensiones de anexionarse a San
Andrés y Providencia, "punto estratégico del Caribe"
que despierta las apetencias de los "actores del conflicto Este-Oeste",
para expresarlo en los términos del general Ernesto Plata. Ello, sin
embargo, no impidió que se mantuvieran a la vez los lazos económicos
con Occidente y se aceptara la monitoría del Fondo Monetario Internacional
sobre las determinaciones oficiales. Los responsables de tamañas inconsecuencias
confían en hacerse perdonar sus pecados alegando su acercamiento al
socialismo, cuando apenas si se han identificado con los tergiversadores de
éste. Es la jugarreta que les depara el destino a los oportunistas
de finales del siglo XX. Moscú, lejos de perpetuarse cual símbolo
de la redención social, se erigió en sede de un rapaz imperio
cuyos tentáculos alarga por el mundo entero, bien valiéndose
de las neocolonias, bien movilizando sus propias divisiones como en Afganistán.
Los pueblos tributarios del Kremlin han aumentado notoriamente, a tiempo que
los Estados Unidos y Europa ven disminuidas sus zonas de influencia. Tales
deformaciones y cambios en la correlación de fuerzas en el ámbito
internacional configuran factores bastante desfavorables para las luchas emancipadoras
de las naciones expoliadas. Una de las características de la época
estriba cabalmente en que a menudo los movimientos de liberación nacional
acolitan las intrigas de los expansionistas soviéticos. Nicaragua,
tras convertirse en la otra "cabeza de playa de la URSS" en el Continente,
corrobora esta tendencia histórica; y la realidad no deja de ser menos
cierta porque la pregone el mismísimo Reagan. ¿Qué de
extraño tiene entonces que una de las alas más retrógradas
del Partido Conservador, sin necesidad de retractarse de sus rancias doctrinas,
asuma el papel de apuntaladora del revisionismo colombiano?
Tan en entredicho se pondrían en el pasado cuatrienio la integridad
y la estabilidad nacionales que hasta Alfonso López Michelsen, en discurso
pronunciado en Armenia cuatro días antes de las elecciones de marzo,
demandó de manera inequívoca no "constituirnos en abogados
de Nicaragua", en razón de que los sandinistas habían dado
ayuda para la toma del Palacio de Justicia y no cejaban en sus deseos de arrebatarnos
el archipiélago. El oportuno consejo, fuera de alertar a muchas personas
indiferentes ante las adversidades que se ciernen sobre la patria, entraña
en cierto modo una rectificación, pues el expresidente, junto a García
Márquez, ha vendido entre nosotros la imagen de los cubanos, esos héroes
alquilados de la invasión a Angola, hoy preceptores de Managua. A su
turno, el excandidato Alvaro Gómez, con todo y hallarse comprometido
por elementales conveniencias a secundar la administración Betancur,
durante el debate se lamentó igualmente de las amenazas que contra
"nuestra soberanía" han dimanado de las gestiones de Contadora.
Y Turbay Ayala no dudó en calificar de "candorosa ilusión"
los intentos de promover una mediación colombiana en la disputa territorial
sostenida en esta parte del globo entre Estados Unidos y Rusia a través
de sus intermediarios militares. Las enfáticas exhortaciones propagadas
por los líderes de la colectividades tradicionales a partir de 1985
significaron una desautorización de la política internacional
que se estaba aplicando e influyeron en las contundentes definiciones de los
últimos comicios.
El conservatismo, barrido en su fantástico sueño de ganarse
"la franja" hubo de renunciar a su cuota burocrática y resignarse
a la implantación del "gobierno de partido", la tesis vencedora.
El intempestivo quebranto de veintiocho años de estricta observancia
de los regímenes frentenacionalistas ha sido la principal secuela de
los confusos ensayos del señor Betancur. Pese a la demagogia vertida
sobre el no alineamiento, la "paz’ interna y externa, el trato
despectivo hacia los Estados Unidos, la vivienda popular, la educación
a distancia, el acoso al narcotráfico, la intervención de la
banca y demás temas polémicos, los inspiradores del "sí
se puede’ pagaron con la abrumadora derrota de 1986 su pírrico
triunfo de 1982.
En las urnas los colombianos condenaron, o por lo menos no dieron visto bueno
a los oscuros procedimientos con que se les venia regentando, ese estilo de
sacrificarlo todo, hasta la independencia y el porvenir del país, con
tal de favorecer los intereses personales y los de la facción adepta.
De suerte que el simple relevo de mandos, las graves dificultades en las cuales
se ha llevado a efecto, implican una inevitable variación del rumbo.
Ahora lo importante consiste en no patrocinar, ni adentro ni afuera del Ejecutivo,
los métodos y propósitos desechados el 25 de mayo. Máxime
cuando se habla de reelección y Jorge Carrillo, el ministro de Trabajo
saliente, no descansa en el encargo de fraccionar aún más a
la clase obrera, tras el objetivo de establecer otra confederación
sindical que sirva de plataforma de lanzamiento a la candidatura de su jefe
para un segundo período en la presidencia de la república. La
empresa desmembradora va en camino y, como era de preverse, dispone del acucioso
concurso del Partido Comunista.
En cuanto al gobierno de Virgilio Barco, indicaremos que, considerando las
contradicciones descritas, el MOIR adoptará una conducta de aproximación
o distanciamiento, según aquél permita o no lo siguiente: colocar
a todas las fuerzas políticas en un pie de igualdad ante la Constitución
y las leyes; proteger al país de las embestidas del socialimperialismo
soviético; resguardar la producción nacional de los desmanes
de las agencias prestamistas y consorcios extranjeros, y darles salida a las
justas peticiones de las masas laboriosas en procura de una vida mejor.
En otras palabras, ratificamos ante la nueva administración nuestra
propuesta unitaria del 24 de enero. Se trata de unas metas mínimas
que responden a la coyuntura actual y con las cuales han ido espontáneamente
coincidiendo los enunciados de los gremios de la agricultura; del clero y
de los directivos de la UTC, CTC y CGT, y de los vastos contingentes democráticos
y patrióticos de la población. Agitando estas aspiraciones comunes
concurrimos coligados con los más disimiles segmentos del liberalismo
y el conservatismo a los sufragios de marzo. Ninguna de ellas se contrapone
a los criterios estratégicos y tácticos profesados por nuestro
Partido en sus veintiún años de existencia, y antes bien, su
cristalización creará condiciones materiales y espirituales
para la gesta del pueblo. Alrededor de los esfuerzos por salvaguardar la soberanía,
defender la producción, civilizar las controversias partidistas y acoger
las reivindicaciones de los trabajadores conformaremos un poderoso frente
que salve a Colombia de la disolución reinante. Estamos resueltos a
aliarnos con quienes compartan tales postulados, sin excluir a nadie.
Este es nuestro mensaje.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
NUEVO AVISO DEL MOIR ANTE EL ASESINATO DE AIDÉE OSORIO
POR PARTE DE LAS FARC
Mayo 15 de 1987
Tercera protesta pública en menos de tres años por los crímenes
de dicha banda. El Tiempo, 17 de mayo de 1987.
Habiéndose decidido desde un comienzo a estudiar
enfermería, la disciplina a la que dedicara los cuidados de su joven
existencia, Aidée Osorio Gómez se valió de la profesión
no sólo para servir a sus semejantes, sino como medio de relacionarse
con las masas populares e imbuirlas de anhelos revolucionarios. Vinculada
al hospital La Cruz de Puerto Berrío, en 1975 fundó con sus
compañeros el sindicato del centro asistencial, del que fue su primera
presidenta. Luego promovería el ingreso a Sindes, la organización
nacional de los empleados de la salud, difundiendo las bondades del sindicalismo
de industria y conformando la correspondiente subdirectiva que asimismo presidió.
Tras de pedir su entrada, pasó a engrosar en 1976 las filas del Partido
en aquella afligida región del nordeste antioqueño. A partir
de 1979 colaboró estrechamente con el programa de cirugía ambulatoria,
adelantado por el MOIR con la ayuda de varios facultativos, que durante tres
años viajaron cada semana desde Medellín a atender a las gentes
de escasos recursos, sin patrocinio oficial, y más bien con el sabotaje
franco o furtivo de las autoridades. Se operaron no menos de 600 pacientes,
lo que se llevó a cabo gracias al entusiástico respaldo de la
ciudadanía de la localidad, congregada en torno de un comité
cívico previsto para tal fin y del cual Aidée Osorio se desempeñó
de secretaria todo el tiempo. Con similar esmero coadyuvó al sostenimiento
de pequeños dispensarios de tipo cooperativo en las veredas de La Carlota,
Cerrogrande, La Culebra y Bodegas. No obstante las meritorias realizaciones,
los proyectos se vieron de pronto truncados ante los múltiples coletazos
del terror, que, cual es sabido, allí también se ensaña
con la población desprotegida. Entonces Aidée se trasladó
en octubre de 1982 a Arenal un corregimiento del municipio de Morales, ubicado
en la estribación nororiental de la Serranía de San Lucas, al
sur de Bolívar, en donde prosiguió su cometido mediante el establecimiento
de una farmacia y visitas periódicas a las zonas rurales efectuadas
con el objeto de curar a los campesinos.
Hemos recogido las anteriores notas biográficas para que el país
conozca a qué clase de persona masacraron las Farc en esta ocasión.
No podrán entonar la infame muletilla de que ajusticiaron a una agente
de la CIA, a una informante o a un azote de los pobres. La trayectoria de
Aidée responde por su honestidad fuera de duda. Aparte de haber vivido
de su oficio de enfermera, se había hecho dirigente sindical y cuadro
político. Para su injustificable eliminación no medió
ninguna denuncia pública, ni juicio alguno, ni nada. Simplemente, al
peor estilo gangsteril, a eso de las ocho de la noche del pasado 7 de marzo,
un hombre y una mujer llegaron a su residencia a darle muerte mientras le
solicitaban un medicamento. El único móvil del crimen estriba
en sacar al MOIR del campo, a cualquier costo, y con él a quienes no
compartan los dictámenes de una minoría envalentonada que al
socaire de la "paz" intimida al pueblo, obstruye el progreso y enajena
la nación. Por la misma causa asesinaron a Luis Eduardo Rolón
en San Pablo y a Raúl Ramírez en El Bagre.
Aspirando asumir el lugar de la víctima dentro del drama sangriento
que enluta a Colombia, la llamada Unión Patriótica nos recuerda
a cada minuto las centenares de bajas suyas acontecidas en los últimos
meses. Pero sus muertos no se asemejan a las pérdidas sufridas por
los muchos y auténticos representantes de las fuerzas democráticas
y laboriosas. El empeño de nuestra militancia, ahí donde consiguió
plasmarse, ha respondido a las necesidades del trabajo, el desarrollo, la
libertad y la independencia, en tanto que los adeptos del proselitismo armado
encarnan totalmente lo contrario. La desaparición de Aidée pesa
más que la serranía de San Lucas con todo y cuanto la ocupa.
Además, el acribillamiento de concejales, diputados y congresistas
de la UP en varios municipios en lo fundamental ha obedecido a la obcecada
insistencia del Partido Comunista en "combinar todas las formas de lucha",
una táctica que deja expuesta la maquinaria legal a la vindicta de
quienes padecen el rigor del brazo insurrecto, máxime cuando las promesas
de concordia las borra de un golpe la guerrilla y la opinión se exaspera
de tamaña ambigüedad, sostenida con mil artilugios durante más
de un lustro. Los encargados de la actividad pública viven a salto
de mata, mientras los clandestinos con cierta protección hacen de las
suyas. Esta política es una jugada de cartas en la cual los perdedores
deberían reclamar, demandando la revisión; o sea, que se revise
el revisionismo.
Llevamos harto rato oyendo que el país está al borde de la insurrección
o en la insurrección misma. Lejos de eso, las contingencias de casi
tres decenios, incluida la elección de Barco por un holgado margen
de millón y medio de votos sobre su inmediato contendor, han desmentido
contundentemente el manoseado diagnóstico. Desde el propio Corinto,
a la hora de firmar los arreglos con el gobierno, el M-19 continuaba pronosticando
la inminencia del levantamiento general. Hoy se encuentra diezmado, con los
miembros del estado mayor bajo tierra y al acecho de un milagro que le retorne
la pujanza de sus instantes de gloria. Del otro lado el comandante Jacobo
Arenas, en su libro Cese al Fuego, aun cuando excluye que nos hallemos en
plena insurgencia, admite los "asomos de una situación revolucionaria".
Lo secunda el excandidato presidencial de la UP, quien amenaza con que "esto
será un infierno", si los treinta y tantos frentes de las Farc
"regresan al campo de batalla". ¡Y todavía deploran
que sus seguidores sólo caigan por cientos en medio de la gran contienda!
Tales desenfoques y bravatas, como se ha visto, empujan ciegamente a sustituir
la controversia libre por el atentado personal, las reivindicaciones republicanas
por las medidas de excepción, el reagrupamiento de las mayorías
por la violencia indiscriminada. De persistirse en la aventura de imponer
una rebelión contra la voluntad del país, intimidando a partidos
y a particulares, ningún lamento o gesto contemporizador habrá
de parar la ofensiva de los guardianes del orden, ni la proliferación
de las partidas de autodefensa, organizadas a costa de los sectores afectados.
En semejante eventualidad, la dispersión de las cuadrillas conducidas
desde las lejanías de La Uribe, configurará, marcialmente hablando,
una desventaja imposible de remediarse.
Varias publicaciones aseguran que pasan de cuarenta las falanges cuasioficiales
de contención constituidas poco a poco, dotadas de la logística
y el equipo necesarios y de cuya presencia activa ya se tiene noticia en los
sitios donde reinan el secuestro, el boleteo y la vacuna. En cuanto a las
tropas regulares, el gobierno ha pregonado su fortalecimiento y modernización
dentro de los planes de primerísima prioridad, lo cual naturalmente
significa una considerable adición presupuestaria para la cartera a
cargo del general Samudio. Nuevas instalaciones ha puesto el ejército
en las zonas más apartadas y se anuncian otras. El desbrozo de vitales
vías de comunicación se encara con la celeridad del caso. El
servicio militar obligatorio fue ampliado de 18 a 24 meses. Pero lo más
singular consiste en el apoyo ofrecido a los cuerpos castrenses por diferentes
estratos y círculos, panorama que contrasta con la fobia antimilitarista
alimentada desde arriba durante el período del apaciguamiento belisariano.
Los ganaderos, por ejemplo, dijeron estar dispuestos a respaldar a las Fuerzas
Armadas, no por intermedio de solidaridades escritas, sino a través
de los "recursos requeridos”, al barruntar la impotencia del Estado
para cumplir con sus deberes de acción preventiva. Tras el encuentro
sostenido con los altos mandos, la Dirección Nacional Liberal, corrigiendo
en algo su lenguaje vaporoso, empezó a plantear la urgencia de darles
el indispensable toque bélico a las fórmulas políticas.
El diario El Tiempo ha sugerido la promulgación de un impuesto destinado
a la seguridad que enseguida recibió el aplauso de agricultores, empresarios,
comerciantes y jefes de las colectividades tradicionales. Si no llega a sancionarlo
el Congreso, se deberá sólo a la negativa de Barco de acoger
un gravamen molesto, no atractivo y, por lo demás, reemplazable fácilmente
con la financiación ofrecida a manos llenas por sus amigos de la banca
mundial.
Evidentemente el país, estragado de tanto carameleo, cambió
de actitud ante la pacificación dialogada; no concibe que después
de la amnistía, la excarcelación, las comisiones, el cabildeo,
las dádivas, etc., se reduzca el parte de victoria a dos cosas: la
matanza más inaudita de magistrados y el arribo al Capitolio de un
puñado de intrigantes del PC. Hasta los exmandatarios Lleras Restrepo
y López Michelsen, comprometidos antaño en la búsqueda
de un entendimiento con los insurgentes, formulan serias objeciones a los
tratos tolerantes. El uno advierte acerca del peligro de tomar con ligereza
el auge de los contingentes guerrilleros suscitado a la sombra de los pactos
suscritos. El otro aconseja vencerlos primero y llevarlos luego a la mesa
de negociaciones.
Cuán arrepentidos aparecen hoy quienes depositaron su fe en la diplomacia
de la "paz", lo indica el rompimiento de Plazas Alcid con sus aliados
parlamentarios, los cuales, según la requisitoria del senador huilense,
ostentan la credencial y el fusil a la vez, impidiendo el desmonte del "aparato
subversivo" e invalidando los convenidos "mecanismos de transición
de la lucha armada a la lucha civil". El directorio conservador, a su
turno, despejó cualquier equívoco al precisar que no auspiciaría
ninguna suerte de acuerdos electorales con la UP; y otro tanto ha manifestado
el liberalismo, con excepción de dos o tres voces aisladas.
Todo apunta, pues, hacia una enmienda de fondo. Las elecciones de 1988 están
llamadas a convertirse en un acto de contrición, tras el fracaso de
la pantomima que acabó legalizando la "guerra". El MOIR contribuirá
con gusto a este examen de conciencia, por cuanto la facción que ha
sido arbitrariamente colocada por encima de las demás agrupaciones
nos viene desalojando a tiros en numerosas partes. Que las Farc depongan las
armas y se sometan, como el resto de los colombianos, en pie de igualdad,
a las normas de la Constitución, si desean hacer uso de los pocos o
muchos gajes de la democracia vigente. La figura de la tregua indefinida,
pactada a finales del cuatrienio anterior, fuera del contrasentido que en
sí misma conlleva, le permite a una sola colectividad entre todas el
mantener para siempre un ejército privado. El actual gobierno está
en la obligación de fijarle un término rápido y exacto
a tan insólito privilegio, cual lo insinuó en algún momento
el consejero Carlos Ossa Escobar; o quedan los partidos en la totalidad autorizados
para proporcionarse sus milicias y esgrimir también las distintas modalidades
de combate. El alegato de que sería inútil la entrega del armamento,
debido a que nadie sabe a ciencia cierta a cuánto asciende, no resiste
el menor análisis. Se trata de desembocar en un convenio claro, concreto,
viable, teniendo a la nación entera por testigo; y así fuesen
únicamente diez G3 los depuestos, se entendería como una burla
a lo acordado la prosecución de las actividades guerrilleras.
Subsisten desde luego elementos adversos, tanto más difíciles
de contrarrestar cuanto que obedecen a la inercia de un proceso añejo
de seis años. Hay aspirantes liberales que aún rinden parias
a Castro en Cuba y claman por la unión con los epígonos de éste
en Colombia; así como hay conservadores que se sienten compelidos a
batirse en honor de los devaneos de un régimen de infausta memoria
pero encabezado por uno de los suyos. Son los ecos no extintos de un trayecto
por fortuna clausurado tras la aplastante derrota del Movimiento Nacional
el 25 de mayo. No obstante, cada vez menos dirigentes de la gran coalición
disuelta ansían disfrazarse de revolucionarios con los raídos
atuendos prestados al viejo Partido Comunista. Las maquinaciones de los Ernesto
Samper, tendientes a elaborar en los próximos sufragios listas conjuntas
con las huestes de Vieira y Marulanda, reciben la catoniana reprimenda incluso
de los propios copartidarios; y la idea de concertar unos comicios exentos
de coacciones y chantajes con el concurso y la vigilancia de la UP, el frente
desarmado de los otros frentes, es una ocurrencia típicamente liberal
que produce risa entre el grueso público.
Ya se dejan un tanto de lado los "factores objetivos de la subversión"
para responsabilizar de las virulencias desatadas a las generosidades de la
administración Betancur con los "factores subjetivos". Lo
han exteriorizado, cada cual a su manera, los quíntuples del liberalismo
oficialista, el doctor Alvaro Gómez Hurtado y el primer mandatario.
Este viraje, además de los reacomodos que introduce en el terreno de
las bregas partidistas, tiene innegables incidencias en la teoría,
pues uno de los razonamientos con que se ha justificado la "guerra"
y aun los enredos de la "paz", ha sido precisamente el de que las
hondas disparidades sociales de por sí implantan los métodos
violentos en lugar de los pacíficos. a explotación, el desempleo,
la miseria, suministran tema y hasta objeto a la política, sin que
por eso definan la forma que aquélla adopte, lo cual depende de variadas
circunstancias, como la índole de las corrientes en pugna, la correlación
de fuerzas, los antagonismos internacionales, el carácter del sistema
imperante, las peculiaridades del ordenamiento jurídico... Aquí,
en Colombia, una república nacida de la revolución burguesa
universal y fundada en los albores del siglo XIX, existen todavía determinadas
reglas democráticas, aprovechables dentro de la labor de favorecer
y unir sin exclusiones a los destacamentos amantes del progreso y de la integridad
de la patria. Los procederes terroristas, o delictivos, el homicidio entre
ellos, entraban por completo esta tarea y facilitan los cierres de los canales
de expresión, no las "aperturas". De igual modo, se va poniendo
al descubierto el entronque de las agresiones del PC dentro de nuestras fronteras
con el expansionismo a nivel internacional de la Santa Rusia de la era socialista.
Asunto de una importancia que Contadora disimuló hasta el día
de su melancólico fracaso. Tanto en el partido de gobierno como en
el bando de la "oposición reflexiva" surgen analistas que
previenen sobre la intromisión creciente de los intereses prosoviéticos
en el país, cuyo destino de cualquier modo consideran sujeto a los
azares de Centroamérica y el Caribe, el escenario americano del conflicto
por el reparto del orbe. El alcance de aquellas inquietudes se refleja en
el rapapolvo que el representante Ernesto Lucena le echa al alto mando liberal
a consecuencia de las vacilaciones de éste; en las indirectas contra
sus exsocios de la UP, lanzadas por el club de arrepentidos a través
de Plazas Alcid, y en los editoriales admonitorios que de cuando en cuando
ofrece a sus lectores la gran prensa. De nuestra parte, seguimos creyendo
que el pueblo colombiano no les brindará nunca la confianza a quienes
condenan las injerencias de Estados Unidos o Europa en territorios ajenos,
mas alaban y obedecen a los invasores de Afganistán. Distinguir entre
despojos malos y despojos buenos es la peor variante del antipatriotismo.
Comprendiendo el notable deterioro de su situación, los beneficiarios
de la tregua han salido con que la estructura organizativa creada para ir
a las elecciones y agilizar el reintegro a la vida civil nada tiene que ver
con su movimiento guerrillero, origen y materia de las gestiones pacificadoras.
Ahora resulta que la trilogía Partido Comunista, Unión Patriótica
y Farc, de esencia unívoca, posee tres centros distintos de dirección,
ninguno de los cuales responde por las añagazas de los otros. Así
se contesta a las preocupaciones de la nación, colocando sobre las
maniobras fallidas maniobras por fallar, una burla inacabable que muestra
cómo los caballeros de esta pandilla se aferran a su condición
de ciudadanos extraconstitucionales, con la que fueron ungidos en la ceremonia
del 28 de marzo de 1984, fecha de iniciación del alto al fuego, refrendado
bajo las brisas del río Duda.
Con argucias parecidas se arremete contra los gremios productivos, culpándolos
de caldear los ánimos y empecinarse en la represión, cuando
aquéllos apenas si han apelado al derecho que los asiste de recabar
de la rama ejecutiva unas garantías mínimas, por falta de las
cuales la industria y en particular la agricultura se hallan abocadas a sufrir
serios trastornos. Aunque algunos funcionarios estimulen con sus declaraciones
tales infundios y el gabinete sienta poco afecto hacia las solicitudes justas,
la tendencia en ascenso, como atrás lo señalamos, es la inversa;
el pueblo trabajador ha ido esclareciendo que, para la conquista de sus caros
objetivos, requiere de una anchurosa alianza con todos los estamentos sociales
que resguarden la producción y la soberanía del país.
Y la ulterior estratagema de los favoritos del mandato belisarista ha consistido
cabalmente en volver los ojos hacia los conservadores, a los que siguen contemplando
cual tabla de salvación, y en forma preferente hacia Misael Pastrana,
el cerebro gris de la pacificación por las buenas. ¿Y a Pastrana
quién lo salva? Los aprietos del expresidente son de tal monta que,
pese a exigir más diálogos y comisiones, más de lo mismo,
en extenso reportaje entregado al órgano del Partido Comunista, se
queja de las "incertidumbres" y aboga por "acuerdos definitivos".
En otras palabras, idéntico al resto, está a la espera de definiciones.
Sí, se torna imprescindible el rescate del primer postulado de la democracia:
igualdad de derechos, sin salvedades de ninguna naturaleza.
Impulsemos una solución nacional que tome en cuenta las opiniones de
productores y comerciantes, clérigos y militares, obreros y campesinos.
Detengamos el sacrificio de seres honrados y útiles a Colombia como
Aidée Osorio. Y actuemos consecuentemente, viendo el pasado y escrutando
el porvenir.
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
A MANERA DE MENSAJE DE AÑO NUEVO
Diciembre 30 de 1988
Publicado en El Tiempo el 31 de diciembre de 1988.
El personaje colombiano de 1988, por así decirlo,
fue indudablemente la violencia. Y repite, porque también tuvo primerísima
distinción en 1987, 1986 y 1985. La seriedad del asunto estriba en
que nos hallamos, no ante un fenómeno cualquiera, sino frente a la
implantación en las lides políticas de los bárbaros métodos
de la extorsión y el crimen. Dentro de las múltiples causas
de la incontenible mortandad, enumeradas durante este largo tiempo por sociólogos
y comentaristas de distinto jaez, sin excluir la gratuita impugnación
al carácter supuestamente perverso de los colombianos, poca importancia
se le ha atribuido al principal factor: el ruinoso legado de la estrategia
apaciguadora de Belisario Betancur. Sorprende la "amnesia" colectiva,
sobre la cual divagaba no hace mucho otro de nuestros ex presidentes.
Luego de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, que concluyó
segando la vida de la mitad de la Corte, en cualquier país medianamente
culto se habría procedido, ante lo trágico y nocivo de los acontecimientos,
a una rectificación de fondo. Pero no. Al mes siguiente de los luctuosos
episodios, el propio mandatario, en entrevista a Le Nouvel Observateur que
reprodujo El Tiempo de Bogotá, orondamente reiteró no haber
"cerrado las puertas al diálogo" dentro del "proceso
de paz en que nos hallamos empeñados". Con el agravante de que
en dicho reportaje aceptaba que a la hora del día del asalto "había
cita" con el propósito de barajar acuerdos. En otras palabras,
los terroristas desprevinieron al jefe del Estado mientras preparaban la temeraria
ocupación. De momento no queremos extendernos sobre algo que pasó
inadvertido pero que se dijo. Una confesión de cuyas verdaderas implicaciones
nadie se ha ocupado pero que bien hubiera merecido una investigación,
en lugar de la retórica denuncia ante la Cámara del exprocurador
Jiménez Gómez en torno a las vicisitudes del operativo militar,
puesto que concierne a la forma como se cumple con los deberes constitucionales
de salvaguardar la seguridad pública inherentes al ejercicio del cargo
presidencial. Apenas sí lo tomamos cual punto de referencia, ahora,
cuando las figuras estelares del cuatrienio anterior, los doctores Betancur
y Pastrana, conmovieron a su audiencia al demandar, en comunicado conjunto
del nueve de los corrientes, las "aproximaciones necesarias” entre
el gobierno y la Coordinadora Guerrillera, con el sofisma de que los frentes
de las Farc una vez más "cesaron unilateralmente fuegos".
No se trata, pues de ingenuas tolerancias. Además, la ingenuidad reiterativa
se convierte en complicidad. Estamos ante una estratagema meditada y tejida
con antelación, merced a la cual segmentos de la clase dominante, primordialmente
el ala mayoritaria del Partido Social Conservador y algunos liberales ávidos,
han comenzado su fragoso ascenso hacia el pleno poder buscando reeditar la
triste crónica de la paz belisariana. Se pretende empeñar la
tranquilidad del pueblo por otros cuantos años más a cambio
de una irrefrenable ambición. Y se hace conscientemente, ya que ningún
colombiano ignora el costoso desencanto de una pacificación que lo
ensayó todo o casi todo, menos la desmovilización de los grupos
insurrectos.
Los resultados están a la vista. Nunca hubo tal afloración de
delitos en nuestras tierras como en la actualidad; pero tampoco jamás
se había admitido el proselitismo armado, con lo que se puso en desventaja
a las colectividades desprovistas de instrumentos bélicos y se quebrantó
la igualdad de los ciudadanos frente a la ley, ese postulado básico
de la organización republicana. Tal deterioro de las costumbres políticas,
fuera de lesionar directamente a las masas irredentas y en especial al movimiento
obrero, se ha tornado en otra de las protuberantes trabas al desarrollo nacional.
Suprimir tan enorme perturbación representa una labor prioritaria del
futuro inmediato. Para ello se precisa de por lo menos las siguientes condiciones:
rechazo a los intentos de revivir el viejo pacifismo fracasado; apoyo a los
sectores que han tenido que adelantar sus quehaceres habituales bajo las exacciones
continuas de la coacción autorizada, y establecimiento de unas explícitas
reglas de juego democráticas de obligatoria observancia para todos
los partidos.
Creemos que el plan de paz de la administración Barco, de esgrimirse
tal cual ha sido esbozado, contribuirá a estos anhelos y por tanto
debe respaldarse. De cualquier modo, que no haya más treguas indefinidas,
más diálogos estériles ni más pactos altisonantes,
mientras la nación entera se debilita, se desangra y se corrompe.
EL PROBLEMA SOCIAL NO DETERMINA LA INSURRECCIÓN
Desde finales de la década del cincuenta los anarquistas
criollos vienen imputando sus frustradas rebeliones a las agudas diferencias
económicas que prevalecen en la sociedad. El argumento suena muy sabio;
sin embargo, resulta profundamente falso. En cualquier época y lugar,
al margen de cuán extremada sea la miseria de las gentes, el requisito
indispensable de cualquier guerra civil del modelo que entre nosotros se pregona
consiste en el concurso eficaz de la población. Y en Colombia, por
lo menos desde el surgimiento del Frente Nacional, el pueblo se ha mostrado
apático a la solución violenta. Seguir justificando las aventuras
terroristas con los desajustes sociales, como suelen hacerlo los políticos
astutos y los clérigos piadosos, significa simplemente que nunca habrá
"paz", pues las transformaciones históricas no se coronan
en un santiamén ni brotarán de los arreglos de tregua. Los insurgentes
continúan supeditando cualquier compromiso verdadero con el régimen
a un entendimiento previo sobre los proyectos de desarrollo, el reparto de
la riqueza y aun la inclusión en la nómina oficial. A los colombianos
les consta que bajo semejantes premisas la llevada y traída reconciliación
no deja de ser una entelequia, cuando no un engaño.
Como la acción guerrillera está de espaldas a la realidad, sus
auspiciadores se han dado progresivamente licencias que riñen con los
procederes revolucionarios. El sostenimiento de las huestes errantes se vuelve
la preocupación más imperiosa. Los diversos comandos, en una
forma u otra, han aceptado ejercer el secuestro, y el país lo sabe.
Cuando caen de improviso sobre uno de esos municipios olvidados de Colombia
van infaliblemente tras los fondos de las pequeñas oficinas de la Caja
Agraria. En el último período han enfilado sus iras contra los
medios productivos, destruyendo fábricas, tumbando torres de energía,
inutilizando dragas, prendiendo galpones o volando oleoductos. Presionan a
los campesinos de las regiones marginadas a emprender marchas en solicitud
de vías y de puentes, y luego los dinamitan. Respecto a las bregas
políticas y gremiales, no resisten la tentación de echar mano
de los medios coercitivos para dirimir las controversias y precipitar las
decisiones.
Los adalides de esta tendencia han llegado a tales límites que Jorge
Carrillo, su connotado socio dentro del campo sindical, denunció en
medio del desconcierto, tras el fallido paro del 27 de octubre, que la protesta
"fue derrotada por la subversión y el terrorismo"; atreviéndose
incluso a exigir “que se rechace toda ayuda de la guerrilla al sindicalismo”
y "que la Cut no se preste a campañas contra las Fuerzas Armadas",
un vuelco harto sustancial.
En síntesis, las hazañerías de la extremaizquierda nada
tienen que ver con una eclosión del descontento popular. Todo lo contrario.
Intentan sustituir la actuación de las masas, pisotean los funcionamientos
democráticos, ferian la vida de propios y extraños, alteran
el desenvolvimiento civilizado de la confrontación política
y dañan los bienes de utilidad pública. En su corto desplazamiento
hacia el Río de la Patria, José Antonio Galán dejó
sobre el tema bellas lecciones, no sólo de escrupuloso uso de las propiedades
que temporalmente incautó, sino de respeto a las existencias de los
enemigos que quedaban inermes.
EL EJÉRCITO TAMPOCO ES EL RESPONSABLE DEL CONFLICTO
Las otras tesis con que se sustenta la congruencia del levantamiento
armado, o la táctica de "la combinación de todas las formas
de lucha", por lo común giran alrededor del papel represivo de
las Fuerzas Armadas. Esta postura luce bastante radical mas carece de fundamento.
Después del entreacto castrense, que dio fin a la cruenta disputa entre
liberales y conservadores, el régimen vigente ha avanzado por la senda
de la democracia representativa, con las obvias limitaciones correspondientes
a su índole de clase. Las entidades encargadas del orden no han sido
ni más ni menos draconianas que lo característico en una república
burguesa de tipo medio. No obstante mantenerse en la práctica, el bipartidismo
se ha ido desmontando jurídicamente, así sea al estilo colombiano,
a cuentagotas, hoy un artículo, mañana un inciso. Aquí
las facciones políticas no se han visto obligadas a enmontarse con
el objeto de eludir la espada exterminadora del Estado. Sucede a la inversa.
A pesar de enmontarse sobreviven bajo el manto de la legalidad.
Se distorsionan innecesariamente las cosas cuando se afirma que en Colombia,
en las últimas décadas, el llamado estamento civil ha estado
sujeto a la égida militar. Antes bien, bajo el experimento del "sí
se puede", los caprichosos dictámenes del Ejecutivo obstaculizaron
de continuo el despliegue del ejército, a la par que aumentaban con
inusitada rapidez los motivos de zozobra. Durante la vigencia de la tregua
más de un general de la república ha salido milagrosamente ileso
de brutales atentados; y a dos ministros de la defensa se les decretó
la baja, sin ningún, miramiento, por pedir "pulso firme"
ante la descomposición reinante. Si el uniforme ha adquirido cada vez
mayor realce, ello obedece a los prodigios de la pacificación dialogada.
¿Por qué quejarnos entonces de que se les entregue en custodia
a los militares las zonas maceradas por el genocidio y la vindicta? ¿0
que éstos adopten el cariz deliberante que los cánones les prohiben?
¿No llegamos a esa paradoja después de mucho trámite,
elucubración e incumplimiento? Un inopinado desenlace que acabó
restringiéndole la libertad de opinar al desprotegido en tanto se la
prodiga a quienes posean la protección suficiente para sí y
para otros.
El surgimiento de los apodados grupos de autodefensa constituye, sin más
requilorios, otra de las repercusiones nefandas de la comedia de la "paz".
Aparecieron después de la amnistía y de la firma de los armisticios,
no antes. Encarnan una respuesta a la "guerra", no la razón
de ésta. No son criaturas primigenias de las tropas regulares, como
inocentemente se arguye. Tales desviaciones cuentan con un soporte social
muy definido, las incontables víctimas de la "vacuna revolucionaria".
La instauración de la venganza cual macabro expediente para resolver
las contradicciones políticas nos parece la peor purulencia de los
males que acongojan a Colombia. Sin embargo, nos encontramos convencidos también
de que mientras no se despejen los interrogantes que estamos planteando; mientras
no cesen las vivezas de las siglas que burlan los códigos y a la vez
desean disfrutar de las franquicias de la democracia; mientras no se asuma
una actitud consecuente, diáfana, ante la urgencia de que rijan, sin
favoritismos y conforme a derecho, las instancias constitucionales, seguirá
prevaleciendo la temida justicia privada. Hasta Bernardo Jaramillo Ossa, el
locuaz presidente de la UP, ha admitido que la muerte por cientos de copartidarios
suyos "tiene que ver con el origen de la agrupación", "ligado
al movimiento guerrillero". Lo intuyen, mas le echan la culpa total a
las deficiencias del sistema en materia de garantías democráticas.
No obstante, a la dirección del Partido Comunista bien le valdría
recapacitar sobre estas conclusiones de uno de sus miembros y corregir la
línea, en beneficio del país y de la militancia.
En presencia del oscuro panorama, muchos de los partidarios de los tejemanejes
del apaciguamiento han decidido enarbolar, con ínfulas de grandes descubridores,
los antiguos enunciados del derecho de gentes Estimuladas ya las tentativas
insurreccionales tras la divulgación de toda suerte de mentirosos criterios,
ahora se piensa darles legitimidad, subordinando las medidas de control de
la conmoción interior a las laxas interpretaciones de los convenios
de Ginebra y corriendo los albures de los nuevos percances que de ellos surjan.
Se propone no terminar la vandálica reyerta sino humanizarla. Y lo
ansían igualmente los alzados en armas, inclusive reclamando la utilización
en tal sentido del artículo 121, con miras a internacionalizar su pleito
y contener, de paso, a los cuerpos de seguridad. ¡Que intervengan en
los asuntos internos nuestros cuanta asociación fantasmal hayan creado
en el mundo los áulicos de Nicaragua, Cuba y la Unión Soviética!
Eso por un lado, y por el otro, ¡que el gobierno practique la "paz"
aunque se le imponga la "guerra"! No otra cosa han entrañado
las delegaciones extranjeras invitadas por los organismos legales de la guerrilla
para que juzguen el traumático acontecer del país. 0 las exhortaciones
a que las autoridades resguarden a quienes, además de incurrir en los
denominados delitos conexos a la rebelión, atacan vehementemente a
la fuerza pública. ¿En qué contienda civil digna de su
nombre el bando insurgente le exige amparo al bando del orden, cual ocurre
en Colombia, sobre todo a raíz de las horrendas y repudiables masacres
del año que expira?
Miguel Antonio Caro, el estilista de la supérstite Constitución
de 1886 afirmaba que "nada es ciertamente tan anormal como la guerra".
Ya entonces, y aun desde antes, se reconocía que la única talanquera
del estado de anormalidad radica en las vaguedades del referido derecho de
gentes porque el resto de prerrogativas consagradas se suspende o puede suspenderse
en procura del retorno a la tranquilidad ciudadana. De ahí que los
alegatos sobre los alcances de las normas de excepción, o sobre el
reconocimiento o no del carácter beligerante de los sublevados, se
ventilen a costa de las masas expoliadas, cuyas conquistas democráticas
languidecen a medida que se avivan las disquisiciones exegéticas. Al
pueblo trabajador, en definitiva, muy poco le conviene reemplazar las posibilidades
del precepto escrito con las artificiosas alteraciones y las ilusas perspectivas
de una revolución tramitada por decreto.
LA PRODUCCIÓN NACIONAL NO HA CONTADO CON EFECTIVO APOYO
La creencia de que la lucha reivindicativa requiere para
su buen augurio del aherrojamiento de los sectores productivos de la ciudad
y el campo es otro de los extendidos equívocos que la nación
está en mora de dilucidar. El atraso y el yugo económico de
los consorcios de las metrópolis tradicionales hacen de las tareas
de la industrialización de Colombia un desafío progresista y
hasta heroico. Bastantes comentarios ha merecido la situación de la
zona bananera de Urabá, donde se lleva a cabo un encomiable esfuerzo
de desarrollo. Si allí se prescindiera de la cooperación de
los trabajadores, lógicamente no habría nada; pero el tacto
y el arrojo de los inversionistas también han sido claves para la obtención
de metas tan tangibles como la trasferencia a la balanza de pagos de doscientos
millones de dólares anuales por concepto de exportaciones. En aquella
esquina del territorio patrio se ha librado una recia batalla contra la dejación
de los gobiernos, la preponderancia de las comercializadoras extranjeras y,
recientemente, contra los efectos mefíticos de la violencia. Podríamos
traer a cuento muchos otros ejemplos elocuentes, en particular el de los restantes
cultivos tecnificados, cuyos propugnadores, a punta de sacrificios, le pulen
poco a poco la mustia faz al agro colombiano. Con todo, no existe suficiente
comprensión sobre la trascendencia de tales consecuciones. Más
de un activista político cosecha aplausos entre el electorado con sus
improperios contra industriales y agricultores. Los debates de la última
reforma agraria se dirigieron a fustigar más a los empresarios encargados
de la modernización de las áreas rurales que a quienes todavía
personifican los remanentes del feudalismo. La capa burguesa cuya fortuna
se deriva directamente del Estado o de los favores de éste o que amasa
su riqueza por medio de las operaciones especulativas, con frecuencia aspira
a soslayar sus privilegios arremetiendo contra la capa burguesa ligada al
engranaje productivo. Y desde los tiempos de López Michelsen los roces
entre funcionarios y gremios se han venido agudizando. Escollos todos éstos
que sí debieran allanarse a través de un consenso que jalone
el crecimiento material del país, sin el cual ningún programa
de rehabilitación tendrá significado valedero. La prosperidad
no será factible con la supremacía de los menesteres parasitarios
sobre las acucias de la producción, o con un manejo indebido de la
deuda externa, el déficit fiscal junto a sus secuelas inflacionarias
y los otros parámetros fundamentales de la economía.
En cuanto al proletariado, se halla muy ajeno a cifrar su ventura en la destrucción
de las máquinas o en el asolamiento de las gentes. El Sindicato de
Mineros de Antioquia, con sede en el municipio de El Bagre, por su cuenta
y riesgo acaba de disponer, "en legítima defensa del sagrado derecho
al trabajo" la reparación de las torres que suministran el fluido
eléctrico a la empresa y que fueron derribadas por la guerrilla. Este
primer precedente claro nos está advirtiendo hasta qué punto
los adelantos de la lucha obrera llegan a conjugarse, dentro de nuestras singulares
circunstancias, con la preservación y el fomento de las fuentes de
empleo.
El cometido del MOIR reside actualmente en recoger las reconfortantes enseñanzas
que dejan los despropósitos y los desafueros de más de un lustro
de historia colombiana. A mediados de 1988 las disímiles banderías
coincidieron con nosotros en el llamamiento a construir un frente único
por la salvación nacional. Lo curioso es que muchas de ellas interpretaron
la consigna como la oportunidad de volver a las abortadas maniobras del pasado,
cuando, precisamente, se barrunta la ocasión feliz para un replanteamiento
justo y valeroso, sobre el cual seguimos insistiendo. ¿Acaso los nuevos
horizontes no han sido siempre el hallazgo de las épocas de intranquilidad,
no de los días de calma?
Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
NO HAY CAUSA NOBLE 0 VIL QUE JUSTIFIQUE EL SECUESTRO
Septiembre 26 de 1990
Carta enviada por Francisco Mosquera a Hernando Santos Castillo, director
de el Tiempo, el 26 de septiembre de 1990.
Señor Hernando Santos Castillo
Director de El Tiempo
Señor director:
Hoy se cumplen siete días del repentino y angustioso secuestro de Francisco
Santos Calderón, jefe de redacción de El Tiempo, ocurrido el
miércoles pasado por parte de un grupo de facinerosos que sin contemplaciones
dio muerte a su chofer, José Oromacio Ibáñez. Aún
no se sabe con certeza la autoría del golpe, ni los móviles
del mismo; pero la circunstancia de que haya coincidido con la desaparición
de varias personas, entre las cuales se mencionan periodistas de otros medios,
como doña Diana Turbay de Uribe, hija del expresidente Turbay, hace
pensar a muchos comentaristas que afrontamos de nuevo una de esas conjuras
que con frecuencia postran a Colombia y la avergüenzan ante los ojos
del mundo. Sea lo que fuere, le expresamos a usted, a sus familiares y amigos
nuestros sentimientos de solidaridad en el difícil trance y nuestra
esperanza de que a la postre todo saldrá bien.
Por configurar una de las fechorías más abominables, el secuestro,
podríamos decir, ha sido repudiado en todas las latitudes. No hay causa,
noble o vil, que lo justifique. Desgraciadamente, este instrumento tan exclusivo
de la delincuencia común, pasó a constituirse en parte integrante
de la táctica de las guerrillas colombianas y, a través de ellas,
en el símbolo de la lucha seudorrevolucionaria. Numerosas voces, hasta
las menos esperadas, salieron en defensa del fenómeno; y en especial
cuando se propuso la inclusión de los "crímenes atroces"
dentro de la amnistía concedida durante el cuatrienio de Belisario
Betancur. Así acabó extendiéndose y santificándose
la práctica de retener a adultos, ancianos y niños con fines
lucrativos o como medio de presión. Por eso hemos insistido en colocar,
entre los grandes objetivos nacionales a obtener, la civilización de
la contienda política, de tal forma que quienes recurran a cualquiera
de las manifestaciones del vandalismo queden aislados y reciban ejemplar sanción.
Otra de las políticas erróneas, que tanto le han costado al
país, estriba en el tratamiento veleidoso que se la venido dando al
narcotráfico. Por satisfacer las demandas de Washington, cuyas autoridades
se han valido de aquella calamidad como un pretexto para meter las narices
en América Latina, los últimos gobiernos colombianos han oscilado
entre la extradición por la vía administrativa, sin tratado
internacional ni garantías procesales, y el acuerdo secreto con los
más perseguidos proveedores de la droga. Se teme que Francisco Santos
Calderón y los demás periodistas extraviados sean otras de las
incontables víctimas de tales inconsecuencias. De ser esto verídico
el país entero debe abogar por la pronta liberación de los secuestrados
y exigir que sus vidas se sustraigan del oscuro juego. Y que la gravedad del
incidente sirva para volver las cosas a su cauce normal: que la nación
haga respetar la soberanía, democratice la justicia y prevenga el delito.
Lo cual se hace absolutamente indispensable en el momento actual, cuando la
gran potencia del Norte, con la complicidad de los colaboracionistas colombianos,
convierte nuestro suelo en un mercado libre en donde vender, comprar e invertir
a sus anchas. En honor a la verdad digamos que Francisco Santos, en su columna
del 18 de los corrientes, justamente planteó serios interrogantes sobre
la apertura económica en que viene empeñada la nueva administración,
exhibiendo una prisa que sorprende y echando mano de unos procedimientos que
espantan. Inquietudes cada vez más presentes, no sólo en las
reuniones obreras, o en los foros de intelectuales, sino en las páginas
de los periódicos. La nación terminará uniéndose
para salvarse.
Francisco Mosquera
Secretario General del MOIR
DESPEDIDA A UN CAMARADA
Septiembre 8 de 1980
Discurso pronunciado por Francisco Mosquera en la Plaza de La Pola de Ipiales,
durante la concentración en homenaje a la memoria de Heraldo Romero,
el 8 de septiembre de 1980, y publicado en Tribuna roja No 37 de febrero de
1981.
Querido camarada Heraldo Romero:
Entre todos los deberes que nos ha impuesto la revolución ninguno más
penoso que éste de devolver a la tierra tus despojos mortales.
No conseguimos atinar por qué extraño giro del destino nos encontramos
de pronto privados de la compañía y el sostén de tan
entrañable camarada. No estamos despidiendo a quien hubiese recorrido
el cielo de la existencia y llegado al fin, por ley natural, a la hora del
reposo, sino a quien apenas avanzaba en la senda de la vida y hacía
brotar por doquier hermosas esperanzas. No damos sepultura a un carácter
melancólico o pusilánime, sino a un hombre extraordinariamente
activo que con su alegría embriagó siempre a cuantos le rodearon.
Tampoco estamos frente a uno de tantos del montón que aceptan dócilmente
el papel alienante que a cada cual le reserva esta sociedad caótica
y rapaz, sino ante el rebelde que descolló en la brega por transformar
el mundo en beneficio de las mayorías menesterosas. No contemplamos
la partida de un compañero más, sino la de un forjador del movimiento
proletario y un genuino fogonero de la causa de los desposeídos. Nos
ha dejado un valiente. Hemos perdido a uno de nuestros conductores más
promisorios. Por miles de razones nos cuesta aceptar este cruel golpe del
infortunio.
Nadie lo hará mejor que tú ni más entusiastamente. Muchos
trataremos de cerrar filas en tu nombre pero jamás lograremos llenar
el vacío que queda con tu ausencia.
La hechura de un partido revolucionario obrero, que crece proscrito en franca
hostilidad con los poderes establecidos y que funde su suerte con la de las
fuerzas esclavizadas y oprimidas, consiste en el fondo en la formación
de unos cuadros lúcidos ideológica y políticamente, disciplinados
y leales, capaces de vincularse y guiar a las masas a través de las
tormentas de clase y dispuestos a arrostrar cualquier sacrificio y deponer
sus intereses particulares por los del común. Dichos cuadros se convierten
en el tesoro más preciado del Partido, puesto que su desarrollo requiere
varios años y dedicación permanente. En los momentos cruciales
será la destreza de aquéllos la que decidirá el porvenir
de la contienda. Para el MOIR, cuyos componentes han jurado destronar a los
explotadores y verdugos del pueblo y sólo aspiran a la victoria total,
la muerte de Heraldo Romero representa un revés incalculable.
Sin escatimar esfuerzos dedicó sus vitales energías y su brillante
inteligencia a las tareas de la construcción partidaria. Cuando la
enfermedad minaba sus carnes, el batallador nato que había en él
se resistió a postrarse, y hasta el último instante estuvo pendiente
de los problemas del Partido y preocupado por sus camaradas. Las labores militantes
las llevó a efecto sin falta en el seno de las masas populares. Dentro
del estudiantado veló sus armas de eximio paladín y fue uno
de los primeros líderes del caudaloso movimiento juvenil de comienzos
de la década del 70, en el que se mostró ya como gran orador
y combatiente insobornable contra el oportunismo. Innúmeras veces se
halló al frente de heroicas jornadas del pueblo nariñense, lo
mismo en paros cívicos de envergadura departamental que en movilizaciones
locales en pro de básicos derechos de la ciudadanía. En más
de una oportunidad las multitudes enardecidas lo rescataron de las prisiones
del régimen. Se desveló por las masas campesinas e indígenas
a las que respaldó y orientó en sus múltiples batallas
por la tierra y la organización, abriendo brecha hacia el agro y encabezando
la consigna de enraizar el Partido en las zonas rurales. En otras ocasiones
lo vimos ligado personalmente a las lides del proletariado colombiano, alentando
a los obreros, instruyéndolos e intercambiando criterios con ellos
sobre las cuestiones fundamentales de la emancipación. Prestó
su concurso a tantas peleas memorables que creo no exagerar si afirmo que
las gentes perseguidas de Pasto, Túquerres, Ipiales, Tumaco, Orito,
Puerto Asís y del resto de poblaciones de Nariño y Putumayo
supieron invariablemente de Heraldo Romero cada vez que se levantaron en protesta
por alguna iniquidad de los gobernantes de turno. ¿Puede haber acaso
para un partido revolucionario un pionero, un puntal, un propagandista mejor?
Mas esto no es todo.
A cada paso propendía por la línea antiimperialista y de salvación
nacional defendida por el MOIR, y sus ojos se iluminaban de júbilo
al saber o al narrar algún episodio de repudio de los sectores patrióticos
y democráticos contra los monopolios extranjeros y sus testaferros
criollos. En sus luchas por la liberación y la soberanía del
país rechazó las posturas engañosas del nacionalismo
y proclamó invariablemente la unión de los obreros y pueblos
del planeta.
Estudió y propagó las enseñanzas de los ideólogos
del socialismo científico y él mismo fue un marxista-leninista
consecuente. Nunca le conocimos una vacilación en la dura refriega
contra las contracorrientes revisionistas, cuya derrota la consideró
siempre como una condición indispensable del éxito de la revolución
colombiana. Alertó al pueblo sobre los peligros de la expansión
soviética y denunció sin tregua las pretensiones de sus agentes
en el Hemisferio. Aunque comprendía como el que más que Colombia
atraviesa aún en su evolución histórica por la etapa
democrática y que nuestro objetivo estratégico actual radica
en la constitución de un frente único de liberación nacional,
rechazó firmemente los postulados burgueses de quienes sustituyen la
revolución por la reforma en aras de una inconsistente alianza de las
clases explotadas y oprimidas. Dentro del MOIR se distinguió por el
trato fraternal con sus compañeros y por el celo que puso en la salvaguardia
de la unidad del Partido.
La única manera de reparar en parte la pérdida que hemos sufrido
con la prematura desaparición de Heraldo Romero es resaltar y cultivar
su ejemplo en cuanto simboliza. No habrá monumento superior a su memoria
Tendremos que seguir adelante si aspiramos a que sus vigilias y empeños
no hayan sido en vano. Y triunfar como él, que se marchó victorioso
pues alcanzó todo lo que se propuso. Sólo las limitaciones de
tiempo y de lugar le impidieron ver el radiante amanecer de la libertad sobre
el territorio patrio. Le correspondió combatir en un largo trayecto
de reflujo y de acumulación de fuerzas, empezando por la necesidad
de disipar las tinieblas y suplir la inexistencia de una vanguardia revolucionaria.
Consciente de las condiciones políticas que le correspondieron cumplió
su misión sin desesperos ni pedanterías. Y en los principales
pasajes de su vida trazó el modelo de la conducta de un verdadero comunista
para los períodos prerrevolucionarios.
El MOIR, que es tu obra, encenderá la pradera y escribirá los
capítulos que te quedaron inconclusos por un designio inescrutable.
Querido camarada Heraldo Romero:
Al concluir en esta hora aciaga el balance obligado de tu práctica,
no descubrimos una sola mácula que obscurezca el conjunto de tu epopeya
revolucionaria. Seguramente los enemigos, en el afán por atacarnos,
hallarán gratuitamente fallas o excesos qué atribuir a tu comportamiento
acrisolado. Eso se descarta. Los defectos y las cualidades de los hombres,
al igual que los demás hechos sociales, están sometidos inexorablemente
a los juicios de clase. Nosotros te admiramos, te respetamos, procuramos imitarte,
porque asumiste cabalmente la posición de la clase obrera y luchaste
con acierto por la felicidad del pueblo. Ello nos reconforta. Para nosotros
encarnas las excelsas virtudes de tu raza y de tu estirpe. Ello nos basta.
En la certeza de que continuaremos amando lo que amaste y odiando lo que odiaste,
no te decimos adiós sino hasta siempre.
PALABRAS PARA QUE NO SE OLVIDEN NUNCA
Julio 26 de 1983
Oración fúnebre pronunciada en el entierro de Clemencia Lucena,
el 26 de julio de 1983 y publicado en Tribuna Rona No 46, de diciembre 1983-enero
1984.
Clemencia:
Como te conocíamos y como sabemos que, si te fuera dada la licencia
de demandar algo, ahora, en la hora inexorable de la despedida, sólo
indagarías por el afecto de tus compañeros de fatigas e inquietudes,
es que deseamos decirte unas cuantas palabras para que no se olviden nunca.
La muerte te propinó un golpe artero cuando aún tenías
mucho por aportar a la causa de los expoliados e ignorados, pero no pudo velar
el hecho incontrovertible de que caíste en medio del campo de batalla.
Al Valle del Cauca te trasladaste en cumplimiento de tus magníficos
proyectos y de ligarte en alguna forma aunque fuese temporalmente con el proletariado
de aquella brava porción de la patria, tanto para plasmar en vivos
colores la insumisión de los esclavos asalariados y enriquecer el arte
revolucionario, como para fortalecer el ánimo de los combatientes con
tu entusiasmo contagioso. No hará quince días que estuviste
en los muelles de Buenaventura a enterarte personalmente de la huelga de los
trabajadores de Colpuertos, pues intuías que ese conflicto, ensangrentado
ya por la metralla oficial, bien podría marcar el viraje hacia el descrédito
de la demagogia reinante. Y así estabas dispuesta a seguir avanzando,
a investigar, a estudiar, a vencer. Te sucedió lo que les acontece
a todos los revolucionarios de verdad, que la vida no les alcanza para culminar
cuanto aspiran, no sólo porque cuando logran una meta se proponen otra
y otra, sino porque la revolución contemporánea será
la hazaña de muchas pero muchas generaciones.
Lo importante es consumar concienzudamente las tareas que nos han de corresponder.
Y tú no le temiste a ningún riesgo y desafiaste todos los valores
establecidos, decidida a contribuir, desde tu trinchera, al porvenir venturoso
de Colombia y de los pueblos del mundo. Exaltaste y participaste de la intrepidez
de nuestros héroes, de la fortaleza de nuestros mártires y de
la abnegación de nuestros mejores militantes. Defendiste con pasión
cuanto te parecía correcto y condenaste sin miramientos las posiciones
ambivalentes y acomodaticias tan características de los prohombres
de la reacción.
Esgrimiste con singular destreza la pluma y el pincel, tu arma predilecta.
Analizando febrilmente las experiencias del pasado y comunicándote
con las masas te esmeraste por hallar los senderos expeditos para la marcha
victoriosa de las muchedumbres del común.
En tus obras captaste los momentos preliminares de la revolución colombiana,
en los que los obreros, los campesinos y los demás segmentos sojuzgados
y patrióticos pugnan por elevar la conciencia, emprender sus luchas,
adecuar sus organizaciones y acumular fuerzas para las contiendas definitorias.
Y tú misma hiciste parte de los pioneros de esta gesta que nada ni
nadie contendrá.
Cumpliste, pues, a cabalidad con tus ideas y tus gentes. Tu vida será
siempre fuente de inspiración para aquellos que habrán de sucedernos
en la brega, y el pueblo, quien al fin y al cabo es el que decide sobre el
olvido y la inmortalidad, te recordará entre sus primeros servidores.
NUNCA TRANSIGIÓ CON EL ATRASO
Agosto 29 de 1986
Discurso de Francisco Mosquera en Cali, ante la tumba de Hernando Patiño,
el 29 de agosto de 1986.
El hombre que hoy devolvemos a la tierra era un ser excepcional.
Bregó siempre por la grandeza de su patria mancillada, desdeñando
las privaciones que nunca dejaron de asediarlo ni importándole el anonimato
en el que pretendieron recluirlo los poderes establecidos.
La autodeterminación de la nación y el desarrollo de las fuerzas
productivas constituían para él objetivos inmediatos y básicos
que habrían de consolidarse con el triunfo del trabajo sobre el capital.
Estaba convencido de que en el fondo fondo la lucha se reducía a defender
el progreso y a derrotar el atraso, no sólo en el terreno de las confrontaciones
de carácter social sino en el ámbito de las ciencias naturales.
Por eso dedicó su vida a la investigación y a la divulgación.
Sus dos principales preocupaciones fueron enseñar cuanto sabía
y aprender con sus alumnos; actividades que ciertamente reditúan poco
pero labran el porvenir de los pueblos.
Los resultados de sus observaciones los convertía en sendos argumentos
a favor del cambio.
¿Cuántas veces, al regreso de sus excursiones investigativas,
no le vimos exponer evidencias sobre nuestro deterioro ecológico, para
demostrar que la ruina de la naturaleza no es producto de los adelantos de
la técnica, sino del estancamiento de ésta o de su ineficiente
utilización?
Mas no se vaya a creer que Hernando Patiño, por amar hondamente a su
país, profesaba un criterio nacionalista de la cultura y despreciaba
los aportes provenientes de otras latitudes. Por el contrario, hacía
gala de una visión universal de las cosas, hallándose consciente
como el que más de nuestras propias limitaciones y de la necesidad
que tenemos de poder también aplicar entre nosotros los enormes logros
científicos que las naciones avanzadas del orbe guardan celosamente
para sí.
No prescindía tampoco de las enseñanzas legadas por el pasado
pero sabía precisarles su alcance histórico.
Ahora, respecto a los exóticos frutos de la escolástica, el
oscurantismo o la superchería nunca cedió un ápice.
En otras palabras, fue partidario de que, en cuanto a la ciencia, lo extranjero
puede servir a lo nacional, el pasado al presente, lo tradicional a lo moderno,
el conocimiento empírico a la ciencia propiamente dicha, y de que a
excepción de la primera de estas relaciones las otras no deberían
darse en sentido inverso. Merced a ello, aun cuando su labor fuera la de la
hormiga, sus verdades producían el efecto del rayo.
No obstante haberse dedicado en particular a la agronomía, la botánica
y la biología, a cada paso anotaba que las fronteras entre las distintas
ramas del saber se han ido desmoronando con el transcurso del tiempo, al extremo
de que en la actualidad nadie consigue dominar una disciplina sin el concurso
de las otras.
A Patiño semejante fenómeno lo colmaba de entusiasmo, por constituir
el indicio esplendoroso de que la concepción materialista y dialéctica
del mundo acabaría por imponerse plenamente sobre la metafísica
y el idealismo.
Ya no es posible explicar la formación de los elementos y el origen
de la vida sin estudiar las estrellas.
En el salto de la mecánica de Newton a la relatividad de Einstein está
de por medio la velocidad de la luz, el nuevo factor con el que analizamos
el movimiento a las más grandes distancias cosmológicas o a
las más cortas de la física de partículas.
Las leyes de la conservación de la energía y de la transformación
de la materia se vieron enriquecidas con otra considerable conquista del pensamiento
humano: la de lograr medir la energía en función de la masa.
Las geniales intuiciones de Darwin acerca de que la evolución de las
especies dependía de la selección natural adquieren en este
siglo su base o causa interna en la biología genética.
En fin, Henando Patiño esgrimía con decisión éstos
y los otros avances interdisciplinarios para proporcionarles el soporte científico
a sus inquietudes de todas las horas, que iban desde profundizar en los secretos
de la "sopa primitiva" hasta alertar sobre la fundamental importancia
de mantener el equilibrio simbiótico entre la rosa y el colibrí.
De ahí que un buen día le propusiera a un grupo de amigos picados
por las mismas inquietudes la conformación de una especie de ateneo
para intercambiar opiniones en torno a tales materias, arguyendo, entre otras
razones, la de que los revolucionarios que desean cumplir cabalmente con su
misión no pueden menos que interesarse en los estelares avances de
la ciencia contemporánea y propiciar su divulgación.
Se han realizado dos de estos ateneos: uno en Cali en octubre de 1985 y el
otro en Medellín en agosto de este año. Ambos fueron preparados
personalmente por Hernando Patiño.
El primero lo inauguró con una exposición tendiente a demostrar
cómo Engels, no obstante las muchas imprecisiones todavía existentes
en su época, desde el siglo pasado ya había hecho énfasis
en el derrumbe de las barreras entre lo orgánico y lo inorgánico,
en el intercambio de lo vivo con lo no vivo, en la ubicación cósmica
de la vida, en la célula llamada "cuerpo albuminoideo", en
el rol del trabajo en la transformación del mono en hombre, en las
raíces sociales de la deformación ambiental, etc. Testimonio
histórico de la forma como un enfoque general dialéctico jalona
el incesante auge del pensamiento científico, y de cómo aquél
se sustenta en éste.
Su enfermedad ya no le permitió a Hernando Patiño asistir al
ateneo de Medellín.
He querido resaltar el espíritu valiente y abnegado del entrañable
camarada, circunscribiéndome al campo que él escogiera por trinchera.
Sé que la semblanza resulta bastante corta, pero la iremos completando
conjuntamente con sus innumerables compañeros y discípulos,
entre los cuales tuve el honor de contarme.
De cualquier modo la semilla sembrada por este hombre admirable germinará
para provecho de las futuras generaciones.
LA JUSTEZA DE NUESTROS PRINCIPIOS HA SIDO DEMOSTRADA
EN LA LUCHA DE CLASES
Abril 15 de 1991
Palabras de Francisco Mosquera en el acto de homenaje que el Comité
Regional de Risaralda le rindió al destacado dirigente sindical, Arturo
Ruiz, el 15 de abril de 1991, en Pereira.
Compañero Arturo Ruiz:
Ya que no puedo asistir personalmente, pretendo con esta sencilla nota sumarme
al reconocimiento que hoy te rinden tus amigos, al cabo de tantos años
de consagración a las bregas de los trabajadores risaraldenses y del
país. Y deseo hacerlo por el motivo, por la ciudad y por las circunstancias.
En la marcha tesonera de los pueblos abundan los momentos históricos
en los cuales éstos requieren con urgencia de la participación
combativa y heroica de sus mejores hijos, si aspiran a salir airosos de las
celadas que les tienden a cada paso los zánganos de la sociedad. Hoy
vivimos una de esas coyunturas mágicas, y estamos en condiciones de
efectuar aportes de cierta importancia. Ello obedece a que no hemos temido
nadar contra la corriente, durante muchos años, que ya ni me acuerdo
con exactitud; y a que nos hemos aferrado con coraje a unos cuantos principios,
cuya justeza ha sido demostrada en la lucha de clases. Esto sí lo tienen
presente muchos camaradas de vigilias, incluido tú, Arturo, por supuesto.
Jamás depusimos la denuncia contra los revisionistas contemporáneos
y alertamos siempre sobre la enorme amenaza que implicaba el expansionismo
soviético, no sólo desde el punto de vista de la autodeterminación
de las naciones sino de la independencia del proletariado internacional. Hundidos
Rusia y sus satélites en la charca de la regeneración capitalista
y restaurada la hegemonía de los Estados Unidos, incluso con las palmas
del Consejo de Seguridad de la ONU, el mundo ha experimentado un vuelco total
en una exhalación. Hemos tomado muy en cuenta ambos fenómenos,
y a su debido tiempo, lo cual nos otorga alguna autoridad para exponer nuestros
criterios en torno a la grave situación existente en Colombia, que
ha iniciado su viacrucis hacia la plena entrega económica al imperialismo
norteamericano, mediante la política antinacional de la apertura y
el encumbramiento al poder de los memos del gavirismo.
Así como nos aguardan duras pruebas en el futuro inmediato, tenemos
a nuestro favor inmensos factores favorables. Con el curso intempestivo de
los acontecimientos planetarios se han ido disipando las tinieblas. Internamente,
tanto a los sectores productivos como a las fuerzas políticas que aún
conservan nexos con la nación, o con su historia, no les quedará
otra disyuntiva que la de defender la soberanía y el progreso de Colombia.
De esta obligación no excluyo a los productores conscientes, a los
parlamentarios honestos ni a los militares patrióticos, con quienes
habremos de constituir un frente único por la salvación nacional.
Y dentro de las más amplias perspectivas, con la máxima propagación
del capitalismo a nivel internacional que estamos presenciando, los palpitantes
problemas obreros se pondrán a la orden del día y de su solución
dependerá la suerte del próximo milenio. Con los asalariados
estadinenses, que también se oponen al neoliberalismo en defensa de
sus intransferibles derechos, se crean por primera vez condiciones reales
para una estrecha unión entre los desposeídos del Continente
contra la santa alianza de los mandatarios de Washington con sus títeres
latinoamericanos. Son elementos decisivos e indiscutibles.
Los ideólogos de la burguesía se solazan con los reveses del
marxismo pero en su loca embriaguez no aprecian la más simple característica
de la nueva etapa: que los revolucionarios y trabajadores del orbe entero
han comenzado a hablar el mismo lenguaje en distintos idiomas.
La ocasión nos mueve a evocar la memoria de los militantes que, como
Agustín González, para citar uno de los innúmeros casos,
pusieron al alcance del Partido la realización de la tarea, pues nos
enseñaron con su ejemplo a escoger entre las transitorias miras personales
y los imperecederos intereses de la causa obrera.
Fraternalmente,
Francisco Mosquera Secretario General del MOIR