El fogonero

 

 

 

FRANCISCO MOSQUERA

OTROS ESCRITOS I

(1971-1976)

 

14. EL CONTINUISMO EN APRIETOS

 

Tribuna Roja, Nº 20, primera quincena de marzo de 1976


La alocución de López Michelsen del 20 de febrero último, dirigida al país a través de los canales de la televisión del Estado, es otra muestra clara de la catadura antinacional y antidemocrática del actual régimen. Tomemos, así sea para comentarlos brevemente, cuatro asuntos espulgados con especial interés por el presidente.

El primero atañe a algo que veníamos previniendo desde enero: que estas elecciones llamadas de “mitaca” se efectuarían en estado de sitio. El señor López despejó toda duda al respecto al anunciar categóricamente que por ningún motivo suspendería las medidas de excepción, con las cuales el gobierno lopista tortura al pueblo colombiano hace cerca de diez meses. Haciendo cuentas, el “mandato claro”, que se anunciaba a sí mismo como el más democrático de los regímenes, completa casi la mitad del tiempo que lleva transcurrido bajo el garrote del artículo 121 de la Constitución. Sin embargo, ufanándose de tolerante, el presidente de la coalición oligárquica antipatriótica informó que le había prometido plenas garantías a un “grupo de distinguidos opositores” que “vinieron a visitarme”. Se refería inequívocamente a la comisión del Partido Comunista que en días pasados pidió audiencia en San Carlos para comunicarle de viva voz al Jefe del Estado las razones por las cuales ese Partido no concurrirá al Tribunal de Garantías, mientras se mantuviera el estado de sitio. Aprovechando la circunstancia, López Michelsen agregó en su discurso televisado que le había prometido al “grupo de distinguidos opositores” que “contaran con que el Presidente, personalmente, se encargaría de que sus derechos no fueran atropellados en forma alguna” (1). A pesar de la dulzarrona y filistea preocupación “personal” del presidente por el aludido grupo, lo cierto será que dentro del sistema de rigurosa limitación electoral de libertades públicas del artículo 121, impuesto a partir de mayo, la confrontación electoral no pasara de materializar una inicua comedia. Por encima de la hipocresía oficial las fuerzas revolucionarias echarán mano de cualquier oportunidad para llegar a las masas populares con sus tesis y proclamas, desenmascarar esta falsa democracia representativa de las oligarquías colombianas proimperialistas y educar al pueblo en la comprensión de que las libertades y los derechos democráticos los arrancaremos con el método de los genuflexos sino mediante la lucha consecuente que dispute a los opresores el terreno a palmo y medida por medida.

El segundo asunto se refiere a las contradicciones brotadas en las anarquizadas toldas de la coalición liberal–conservadora. La composición del gabinete, la distribución de la cuota burocrática y el reparto del ponqué presupuestal, simultáneamente con un no disimulado triunfalismo liberal, han conducido a que sectores importantes del partido conservador, entre los cuales ubícanse el ospinismo y figurones como el ex presidente Pastrana Borrero, formulen críticas abiertas al mentor y a la gestión del “mandato claro”. El lopismo cumple con la norma constitucional de la paridad administrativa, pero la mitad exacta que corresponde al partido conservador la comparte primordialmente con los amigos de Álvaro Gómez, su contrincante en las elecciones de 1974. Ospina Pérez demanda un tratamiento por parte del partido mayoritario que se compadezca con las dignidades tradicionales de su socio conservador; que la abismal ventaja alcanzada por el liberalismo en los anteriores comicios no se convierta en un trinquete para apabullar a la divisa azul; que los compromisos de la paridad administrativa no socaven la independencia doctrinaria de cada uno de los partidos gobernantes, ni implique para el conservatismo una adhesión incondicional al “mandato claro”. La controversia ha tenido sus momentos enconosos ataques y acres recriminaciones. Pero llama la atención que esta pelea pactada a unos cuantos asaltos se desenvuelva sobre el entendimiento recíproco de que la coalición gobernante debe prevalecer y prolongarse en interés de la subsistencia misma de las clases dominantes. El cúmulo de violentos conflictos sociales y la amenaza comunista aconsejan atemperar el disentimiento interno. Hasta dónde lo logren es cosa por verse. De todas maneras el presidente del 9 de abril de 1948, les recordaba a sus copartidarios en Tunja no hace mucho: “Frente al comunismo, no hay más remedio que la coalición de los dos partidos históricos. El partido liberal solo no se puede enfrentar, y ellos lo saben. La prueba es la preocupación que les ha venido cuando yo dije en Sonsón: nos podemos retirar. Ah no. No se puede retirar. No es porque la Constitución les preocupe demasiado, es porque saben que sin nosotros en el gobierno no se puede manejar este país. Pero nosotros solos tampoco podríamos” (2). Y por su parte la prensa liberal replica: “Ninguna colectividad podrá dirigir y orientar a la nación excluyentemente” (3).

En su discurso a toda la nación, del 20 de febrero, el señor López Michelsen recogió la inquietud reiterada de las fuerzas reaccionarias de apuntalar la alianza de los partidos tradicionales. Enumeró las concesiones que como cabeza del liberalismo ha propiciado para resguardar los acuerdos bipartidistas: la prórroga del Concordato, el divorcio únicamente para los matrimonios civiles y el procurador conservador. Y expresó concluyentemente: “Mi anhelo, diría yo, mi compromiso para con el país, es obrar buscando el consenso entre los dos partidos que integran la coalición: el partido liberal y el partido conservador” (4). Una porción del conservatismo defiende ardorosamente la integridad doctrinaria y orgánica de su colectividad, exige de su compinche liberal un tratamiento de igual a igual y predice arrogante que ninguno de los dos partidos tradicionales podría hegemónicamente sostener el Poder frente al peligro comunista, vale decir, frente al despertar de las gentes y el auge de las luchas populares. El liberalismo y su presidente, que comienzan a sentir el golpeteo de la marea revolucionaria, corren a pregonar su creencia coincidente con la de Ospina de que la nave del Estado burgués–terrateniente proimperialista se equilibrara con la conducción proporcional del fundamento estratégico de la necesidad de la coalición liberal–conservadora, conforme al punto de vista los intereses de los imperialistas norteamericanos y sus agentes colombianos. Es la defensa más acabada el continuismo no tanto como herencia del Frente Nacional, sino como terapia para prorrogar la agonía del paciente. Pero el desenlace final se va acercando y resulta fácil de prever. Ante la caduca alianza de la gran burguesía y los grandes terratenientes proimperialistas, cuya expresión política es la coalición liberal–conservadora, comienza a fraguarse en mil formas la poderosa e imbatible unidad de todas las fuerzas revolucionarias, democráticas y patrióticas, el frente único que liberará al país de la sojuzgación externa y de la tiranía interna. La reacción le teme a la confrontación. La revolución se prepara resuelta y optimista para el asalto de la fortaleza enemiga.

El tercer asunto que deseamos tratar rápidamente de los temas expuestos por el inspirador del “mandato de hambre” en su discurso, tiene que ver con la destinación de los mayores recaudos obtenidos en virtud de la reforma tributaria. En el informe el Comité Ejecutivo Central del MOIR sobre participación en la lucha electoral, se demuestra cómo la susodicha reforma fue elaborada por un grupo de asesores norteamericanos con la finalidad de refinanciar el Estado para que éste pudiera mejor cumplir con sus obligaciones de endeudamiento externo con las agencias prestamistas norteamericanas. Pues bien, López Michelsen, buscando una justificación ante el hecho de que los frutos de la reforma tributaria no aparecen por ninguna parte, resolvió escoger de chivo expiatorio a los trabajadores oficiales y empleados públicos de niveles inferiores y acusarlos de querer apoderarse del presupuesto. Mencionó a los maestros como ejemplo de rapacidad, coincidiendo con la demanda de medidas persecutorias contra los educadores elevada sistemáticamente por el señor Ospina Pérez. Nadie va a creer que estos abnegados servidores, que reciben sueldos miserables, sean los responsables de la dilapidación y escamoteo de los nuevos impuestos. El mismo López tuvo un pequeño desliz de sinceridad en su intervención que conviene no dejar pasar desapercibido. Confesó que “fue necesario aumentar el pie de fuerza y fue necesario aumentar el numero de detectives, que no trabajan gratis” (5). La cuestión no requiere muchas explicaciones. Mientras impugnan coléricamente a los trabajadores oficiales, a los empleados públicos de niveles inferiores, a la clase obrera y al pueblo en general como los causantes de la catastrófica situación económica del Estado y del país, los círculos consentidos por el capital imperialista y que detentan el poder, destinan parte de los gravámenes que les sustrajeron a las masas con la “emergencia económica” a fortalecer el aparato represivo. Pero la inconformidad reinante en Colombia es tal que se hace presente también, beligerante y altiva, en las propias dependencias de los ministerios. El paro reciente de los valerosos trabajadores y empleados del Ministerio de Hacienda así lo patentiza. El ejecutor de la reforma tributaria y el principal recaudador de impuestos, el señor Rodrigo Botero, habló hasta de destituir a sus 14.000 subalternos amotinados. Los desesperos del ministro quedaron contrastados con el firme y caudaloso respaldo a los compañeros de Minhacienda brindado por parte de todas las fuerzas honestas, trabajadores y democráticas que saben distinguir entre los vampiros de la alta burocracia oficial y quienes se ven obligados a laborar con el gobierno para medio subsistir.

Finalmente digamos unas cuantas palabras sobre la postura del presidente de la República con relación a la votación del 18 de abril próximo. Es evidente que López Michelsen ha procurado sustraerle entusiasmo a estas elecciones. Reveló que había “apatía” por los comicios y destacó que de ella daban cuenta “todos los observadores de la política nacional” (6). Esto es cierto. Pero la manifiesta intención presidencial de echarle un baldado de agua fría al debate electoral, busca palmariamente desinflar los esfuerzos que hacen para reanimar a sus esquivos electores el carlosllerismo y el ospinismo, a quienes López casi que con nombre propio criticó por ocuparse de temas que no interesan a la ciudadanía. Tales manifestaciones y retaliaciones caben entre lo que solemos calificar de contradicciones en el campo enemigo. El MOIR está adelantando con éxito su campaña electoral, como tantas veces lo hemos señalado, con el criterio de utilizar una forma de lucha que nos permite llevar a las masas nuestro programa revolucionario y ampliar y consolidar nuestras fuerzas. La misión del bando revolucionario no se parece en nada al afán de embellecer la falsa democracia representativa de las clases dominantes colombianas. Pedimos respaldo para nuestros postulados y para nuestros candidatos, combatimos el abstencionismo del infantilismo de izquierda, mas nunca nos ha preocupado no mucho menos entristecido la apatía creciente del pueblo colombiano por el sistema electoral predominante. Por el contrario, la indiferencia, el desgano, el repudio de amplios sectores con las distintas vertientes del bipartidismo tradicional y por las instituciones que defienden, así como las contradicciones entre aquéllas, son aspectos favorables que las organizaciones de avanzada que participan en el proceso eleccionario sabrán explotar correctamente. El entusiasmo que están despertando y las fuerzas revolucionarias en las masas populares, como anticipo de una Colombia nueva, tiene su equivalente en la apatía y el rechazo que producen los personeros de los partidos tradicionales, como vestigios de un mundo llamado ya a desaparecer para siempre.

 

Notas

(1) Discurso de López M., “El Tiempo”, febrero 21 de 1976

(2) Discurso de Ospina Pérez., “La República” febrero 21 de 1976

(3) Editorial de “El Tiempo”, febrero 11 de 1976

(4) Discurso de López citado

5) Idem. 6) Idem.


 

 
 
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