El fogonero

 

 

 

FRANCISCO MOSQUERA

OTROS ESCRITOS I

(1971-1976)

 

22. "SOMOS LOS FOGONEROS

DE LA REVOLUCIÓN"

 

Entrevista al camarada Francisco Mosquera, secretario general del MOIR, realizada por Cristina de la Torre, en marzo de 1976, para el libro "Colombia camino al socialismo". En la crisis liberal-conservadora. Cuadernos de "Alternativa", No 3, Bogotá, 1976.

 

Tomado de Tribuna Roja No. 24, diciembre de 1976

 

Pregunta: ¿La ruptura del MOIR con el Partido Comunista tiene que ver con el conflicto chino-soviético?

MOSQUERA: La revolución de cualquier país está determinada por sus fuerzas y contradicciones internas. Hemos insistido mucho en este principio básico, no tanto por contrarrestar la propaganda mercantilista de la reacción que tendenciosamente repite la cantinela de que los revolucionarios colombianos son accionados a control remoto desde el exterior, como para recordarles frecuentemente a nuestras camaradas que el triunfo de la revolución estriba en el acierto con que interpretemos la realidad nacional y llevemos a la práctica las soluciones que correspondan a dicha realidad. Cual faro orientador contamos con el marxismo-leninismo, la ideología invencible del proletariado que quía nuestra acción. Pero si no partimos de las condiciones concretas de nuestro país para elaborar una línea estratégica y táctica de la revolución colombiana, terminaremos como la mayoría de los intelectuales pequeño burgueses que no se vinculan a las masas ni a sus problemas, dedicados a la elucubración y a la especuladera, alejados de las necesidades y demandas del pueblo y rumiando dogmas sin sustancia ni calor.

Hemos procurado siempre obrar conforme a tales principios revolucionarios. Debido a ello propiciamos en 1974 la creación de un frente con el Partido Comunista, no obstante las divergencias ideológicas que nos separan y la lucha política que nos ha contrapuesto abiertamente. Después de examinar los factores de la situación de aquel entonces, nos convencimos de la necesidad de unificar esfuerzos para encarar la ofensiva de la gran coalición liberal-conservadora gobernante que ya visualizaba en López Michelsen a su solícito continuador. El proyecto de frente se rompió por donde se había soldado: el acuerdo para concentrar los ataques en los enemigos principales del pueblo colombiano, la alianza burgués-terrateniente proimperialista, cuya expresión política ha sido el bipartidismo tradicional que, a partir del 21 de abril de 1974, pasó a ser capitaneada por el máximo dirigente del llamado “mandato claro”. Consumado el triunfo de López, el Partido Comunista, en lugar de comprender que se había consolidado mediante nuevas formas la política frentenacionalista de la oligarquía vendepatria, consideró que con los resultados electorales de aquel 21 de abril se abrían las perspectivas de un “nuevo poder”. Tesis que entre otras cosas consignó en el Informe Político de su último Congreso de finales de 1975. Hace alrededor de año y medio que el Partido Comunista empezó a hablar de los aspectos “progresistas”, de la base “democrática” y de las contradicciones del gobierno lopista con la “derecha”. Señaló sin escrúpulos que la coalición liberal-conservadora ultrarreaccionaria y antinacional se hallaba más representada por personajes como Lleras Restrepo que por el propio jefe del Estado.

Todo esto terminó estimulando las tendencias arribistas y las vacilaciones de la mayoría de los parlamentarios del MAC y debilitando el único y fundamental punto de convergencia e identificación entre el MOIR y el Partido Comunista; el combate consecuente contra los enemigos principales del pueblo colombiano acaudillados ahora por el gobierno lopista. En ello radicó el rompimiento. Lo demás fueron las falsas imputaciones al MOIR, las intrigas, los alegatos en abstracto a favor de la “unidad” y contra la “división”, y las violaciones de las normas democráticas de funcionamiento interno de la UNO, con que el Partido Comunista trató de enmascarar toda una política de aliento a las inconsecuencias y al coqueteo con el régimen. Inclusive la dirección de este Partido, para tratar de justificar los descalabros de semejante política cuando ya eran evidentes los resultados desastrosos del “mandato claro” en todos los órdenes de la vida económica, social y política del país, salió del aprieto declarando: el gobierno dio un “viraje reaccionario”. Viraje que tuvo el ánimo de ubicar, óigase bien, a partir del mes de mayo pasado. De tal manera que las desavenencias posteriores con el Partido Comunista y el quebramiento de la alianza contaron como causa más inmediata el incumplimiento de los compromisos acordados dentro de la UNO y la inclinación a contemporizar con ciertas manifestaciones demagógicas del actual gobierno.

Pregunta: Pero no ha dicho una palabra sobre las repercusiones del conflicto chino-soviético en la ruptura con el PC.

MOSQUERA: Iba para allá. Solamente quería dejar establecido que la táctica de alianza o rompimiento con el Partido Comunista por parte del MOIR ha radicado primordialmente en la posibilidad de lograr o no un entendimiento alrededor de la necesidad de aunar y coordinar esfuerzos en la lucha contra el imperialismo norteamericano y la oligarquía vendepatria, en las circunstancias del período político por el que atraviesa Colombia. Ahora bien, ¿cuánto influye el conflicto chino-soviético, para utilizar la expresión suya, en todos estos problemas y en el conjunto de la situación nacional? Me temo que más de lo que algunos se imaginan.

Las divergencias planteadas por el Partido Comunista de China frente al revisionismo contemporáneo, con epicentro en Moscú, cumplen ya veinte años y se refieren a las más decisivas y trascendentales cuestiones de principio del marxismo-leninismo y del movimiento comunista internacional. En esta larga polémica no ha habido asunto ni tema de importancia para el proletariado y los pueblos que no haya sido tocado y debatido hasta las últimas consecuencias. Hacer una lista de tales discrepancias sería una labor compleja. Pero si se me pidiera que resumiera en unas cuantas palabras en qué consiste el enfrentamiento de las dos posiciones radicalmente definidas, diría que se compendian en si se sigue el amplio y luminoso camino de la revolución y del triunfo de la causa del socialismo o se escoge la estrecha y tortuosa senda de la traición y de la entrega. Los dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética se decidieron por esta última desde los tiempos de ese payaso de la historia que fue Nikita Jruschov. Y la Unión Soviética, de cuna gloriosa del socialismo, pasó a convertirse en tétrico bastión del capitalismo en el cual los nuevos zares no sólo explotan y sojuzgan al pueblo soviético, sino que han iniciado por todo el globo la calculada operación de expandir sus dominios y someter a su voluntad al resto de los pueblos y naciones, emulando fieramente en tan vandálico empeño con su principal competidor, el imperialismo norteamericano. El Partido Comunista de China, conducido por Mao Tsetung, conjuntamente con otros partidos hermanos, ha emprendido la defensa intransigente de los principios del marxismo-leninismo, armando ideológicamente a la clase obrera de todos los países y alertando a las pueblos sobre los peligros del expansionismo soviético. La mayoría de los partidos comunistas ha optado por el revisionismo. La presente situación tiene un antecedente. Hace más de medio siglo Lenin rompió con los partidos de la II Internacional que se escudaban en la posición revisionista para cometer las peores fechorías a nombre del proletariado. Las fuerzas que se agruparon en torno de la línea de Lenin y del bolchevismo ruso no eran en verdad la mayoría, pero salieron a la postre victoriosas y los Kautsky, con su constelación de partidos socialdemócratas, terminaron siendo desenmascarados como renegados del marxismo y escabeles de la burguesía internacional. A pesar de las enormes dificultades del momento, ese será el feliz desenlace de la descomunal batalla que el marxismo-leninismo libra contra el revisionismo contemporáneo.

Pero además, el marxismo-leninismo se fortalece y desarrolla únicamente en la lucha constante contra las tendencias ideológicas y políticas de las clases explotadoras y reaccionarias y en especial contra quienes pretenden desfigurarlo y ponerlo al servicio de estas clases. La importancia de la actual lucha del marxismo-leninismo contra el revisionismo consiste en que continuará incidiendo determinantemente, como lo ha venido haciendo, en los grandes acontecimientos políticos de nuestra época y en que llegará a todos los confines de la tierra. Ello obedece al grado de avance a que han llegado las fuerzas revolucionarias del proletariado y a que la contienda involucra tanto a un grupo numerosos de Estados regidos por el revisionismo, con la Unión Soviética a la cabeza, como a los partidos comunistas que en varios países han llegado al poder y entre los cuales, se cuenta la República Popular China, que alberga a una cuarta parte de la población mundial.

Colombia no escapa tampoco a la lucha ideológica y política entre el marxismo-leninismo y el revisionismo. Aunque aquí esta batalla se encuentra aún en un período incipiente, lo cierto es que los contendientes ya han desenvainado sus espadas. La dirección del Partido Comunista de Colombia se ha aferrado ciegamente a la corriente revisionista. Las fuerzas marxista-leninistas colombianas vienen planteándose desde hace una década la urgencia de la construcción de un partido auténticamente proletario. El MOIR es producto de esa necesidad política. Aunque el nombre de nuestro partido no es el más apropiado y la convocatoria del Congreso de fundación del Partido del Trabajo de Colombia, debido a las vicisitudes de la lucha política, tuvimos que postergarla para un futuro cercano, la aparición del MOIR es una de las consecuencias prácticas en nuestro país de la lucha entre las dos líneas. Al fin y al cabo, la cuestión del nombre es secundaria y, no obstante haber saltado el MOIR al ruedo de la lucha de clases, consideramos que nos hallamos aún en las secuencias iniciales de la construcción de nuestro Partido en los órdenes teórico, político y organizativo.

Pregunta: ¿No le parece que varias agrupaciones políticas se proponen ese mismo objetivo y que ello ha conducido a una gran división y atomización de las fuerzas revolucionarias?

MOSQUERA: Estamos aprendiendo a hacer la revolución, haciéndola en un país en donde no ha existido jamás una corriente marxista-leninista que merezca el título de tal. Al contrario, en Colombia echó primero raíces el revisionismo que el marxismo-leninismo. Esto ha condicionado en forma muy especial el desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase obrera colombiana, la cual no ha logrado aún cumplir a cabalidad su papel de vanguardia en nuestro proceso revolucionario. Nos hallamos en los umbrales de los intentos serios de esta lucha. Sin embargo, comprendemos, mejor que nuestros críticos, que vivimos todavía un momento que no dudamos en calificar fundamentalmente de aprendizaje, tanto en el estudio del marxismo como en el conocimiento de la realidad nacional, aprendizaje que no adelantamos únicamente en los libros, sino pugnando por vincularnos cada vez más estrechamente a las clases revolucionarias, con las cuales colaboramos en la lucha por alcanzar sus aspiraciones más sentidas, pero de quienes recibimos lecciones de un valor insustituible. Así será durante todo el curso de la revolución. Pero ahora el aspecto principal es que recibimos más de lo que damos, aprendemos más de los que aportamos.

De todas maneras, en ese permanente conjugar del estudio de las verdades universales del marxismo-leninismo con la práctica concreta de nuestra revolución, hemos venido desbrozando una teoría de la revolución colombiana. Esta teoría está en franca contraposición con las concepciones ideológicas y políticas del revisionismo y con las múltiples tendencias de la pequeña burguesía socialista. Hay en la actualidad una aguda confrontación entre las diferentes tesis y soluciones que las diversas clases conciben para los graves problemas del país. Disputa que sólo la práctica de la revolución colombiana podrá dirimir. A toda revolución la antecede una gran lucha ideológica desencadenada por las fuerzas nuevas contra los viejos intereses y poderes establecidos. Las fuerzas que irrumpen en el palenque de la Colombia de hoy, con sus propios planteamientos y fórmulas, son las clases antiimperialistas y revolucionarias. Estas se encuentran conformadas por el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía urbana y la gama de pequeños y mediados productores y comerciantes. De ahí la proliferación de grupos y tendencias. Pero este fenómeno nos debe alegrar y no entristecer. Después de la actual confrontación y división vendrá un proceso de unidad y de acción del pueblo, en pro de luchas más elevadas y en torno a un centro correcto. Esta será la lógica invariable de la revolución. Por eso no me preocupa la división preexistente.

El pueblo no saldrá del caos y de la atomización mientras no sean conocidas, puestas a prueba y desenmascaradas una a una las líneas equivocadas, reaccionarias y traidoras. Únicamente en esa forma llegará a relucir la orientación acertada del proletariado y su partido, como máximos dirigentes de la revolución colombiana. Por otra parte, lo que está en crisis es la caduca sociedad neocolonial y semifeudal de Colombia, con todos sus falsos valores. Contra el neocolonialismo y el semifeudalismo el proletariado colombiano presenta la solución de la revolución nacional y democrática, que implica la unidad en un gran frente único antiimperialista de todas las clases y fuerzas revolucionarias. Esta estrategia ha comenzado a abrirse paso y cuenta ya con el apoyo y simpatía de amplios sectores de masas. La hora del proletariado ha sonado y con ella la del pueblo y la nación colombiana.

Pregunta: Según eso, ¿cuál es entonces el enemigo fundamental del movimiento revolucionario mundial, la Unión Soviética o el imperialismo norteamericano?

MOSQUERA: El mundo se halla vuelto al revés. La transformación de la Unión Soviética de un país socialista en un país socialimperialista configura un cambio de consideración en la situación mundial. En Colombia hay personas honestas que creen todavía que semejante análisis del panorama internacional es una horrenda calumnia de los moiristas. Valdría la pena que se hiciera esta sencilla reflexión. Quien camine como ganso, nade como ganso y grazne como ganso, es un ganso. Quien extienda sus tentáculos por todo el orbe con el objetivo de someter a su dominio y explotación colonialista a pueblos y naciones, quien forme bloques militares y propague por doquier sus flotas de guerra, quien aproveche cualquier conflicto o dificultad de los países de los cinco continentes para meter cuña y expandir su influencia, ese alguien será un imperialista. Y si se presenta como socialista, será un socialimperialista. En los últimos diez años el revisionismo soviético para a paso ha venido explayándose por el mundo e incrementando sus actos de agresión y dominación. Invade militarmente a Checoslovaquia y atenacea con su poder los países europeos que giran en su órbita. Se infiltra en el Medio Oriente, se inmiscuye en Europa Occidental, a la cual busca flanquear con sus bases y tropas desplazadas por mar y tierra, promueve conflictos en el subcontinente asiático y codicia a las naciones de Indochina recién liberadas del yugo imperialista norteamericano, lanza sus garras sobre el África, se introduce abiertamente en Angola e intriga y coacciona a la Organización de la Unidad Africana para que obedezca sus designios y a la vez inicia sus asedio y presión sobre las naciones latinoamericanas. Tal el cuadro de desarrollo del expansionismo soviético. Lo que se observa en la presente situación mundial es que mientras el imperialismo norteamericano, acosado por múltiples contradicciones, se ve impelido a retroceder, la amenaza del socialimperialismo soviético se levanta provocadoramente en todo el universo. Actualmente la pugna de las dos superpotencias representa el más serio peligro de una nueva conflagración mundial. Pero al mismo tiempo crece la resistencia de los pueblos y naciones a la dominación y explotación colonialista de viejo y de nuevo tipo y junto a ellos el proletariado internacional, los países socialistas y las fuerzas revolucionarias, democráticas y defensoras de la paz mundial, constituyen la más gigantesca muralla de contención a los deseos del hegemonismo de las dos superpotencias.

Pregunta: Y en Colombia ¿cuál es le enemigo principal, el Partido Comunista o la burguesía?

MOSQUERA: Colombia es una neocolonia de los Estados Unidos. Sobre nuestro país también rondan los buitres del capital internacional imperialista de varios países europeos y del Japón. Por su lado, el socialimperialismo soviético se relame de ganas de introducir sus afiladas uñas en nuestros asuntos internos y sacar igualmente tajada. Sin embargo, la realidad de bulto ha sido la de que Colombia desde finales del siglo pasado y comienzos del presente se mantiene primordialmente bajo la férrea dominación y explotación del imperialismo norteamericano.

La presencia de los grupos monopolistas distintos a los norteamericanos resulta en nuestro país notoriamente secundaria frente a éstos. La causa principal del estancamiento de las fuerzas productivas colombianas, de la supervivencia del régimen de explotación terrateniente en nuestros campos, de la miseria de las masas populares y del atraso y subdesarrollo general de Colombia radica en la larga expoliación neocolonialista de los Estados Unidos sobre nuestra nación. Por consiguiente, el remedio a nuestros males seculares sólo puede partir de la revolución de liberación nacional, cuyo blanco principal es el imperialismo norteamericano.

A esta revolución contribuirán las fuerzas revolucionarias, democráticas y patrióticas del país, las cuales emprenderán una profunda transformación democrática en todos los órdenes y cuyo objetivo fundamental consiste en construir una república independiente, soberana, autónoma, popular, democrática y en marcha al socialismo. Es decir, que una vez conquistada la independencia del yugo de los Estados Unidos, Colombia deberá insistir de manera invariable en una línea de preservar celosamente la libertad alcanzada, mantener una auténtica soberanía, fijarse la meta de principio de basarse principalmente en sus propios esfuerzos y lograr el cabal autosostenimiento. Ello no implica que la futura república popular y democrática de Colombia deba enfrascarse en una nacionalismo cerril y ciego. No obstante ser la nuestra una revolución democrática de liberación nacional, comprendemos a fondo, y lo hemos proclamado, que la nueva Colombia requerirá para su desarrollo de las relaciones comerciales y estatales con el resto de países. Subrayamos, eso sí, en forma especial, que tales relaciones deberán darse en pie de igualdad y en beneficio recíproco. El Estado democrático-popular propiciará las relaciones con todos los países y gobiernos, al margen del régimen social de éstos, incluyendo a Estados Unidos, sobre la base del respeto mutuo a la soberanía, no agresión, no interferencia en lo asuntos interno y demás principios de coexistencia pacífica.

Nuestra posición es eminentemente internacionalista. Defendemos sin intransigencia el derecho de nuestro país a la soberanía, mas su destino de nación libre y autosuficiente forma parte integral, y así lo concebimos, de la lucha de los pueblos sometidos y esquilmados del Tercer Mundo por idénticos objetivos de independencia y libertad. El triunfo de la revolución colombiana, aún en su primera etapa democrática, fortalecerá la corriente universal por el socialismo, apoyará al proletariado internacional y a las repúblicas socialistas. Al lado del movimiento de liberación nacional del Tercer Mundo, del proletariado internacional, de las repúblicas socialistas y de los movimientos revolucionarios y democráticos de todos los países, la revolución colombiana aportará su contingente a la conformación del frente de lucha más amplio y más profundo en la historia de la humanidad contra el imperialismo y a favor del socialismo, la democracia y la paz mundial. Esta, nuestra concepción internacionalista proletaria.

Pregunta: ¿No es contradictorio apoyar la política internacional de China, y sin embargo, buscar alianza con el PC de Colombia?

MOSQUERA: A muchas personas desorientadas de dentro y fuera del país les ha parecido un escándalo la alianza que durante un buen tramo el MOIR mantuvo con el Partido Comunista de Colombia. Les parece incompatible que actuemos autónomamente en Colombia cuando al mismo tiempo porfiamos en fortalecer la unidad de las fuerzas marxista-leninistas y del proletariado mundial en torno a la línea general defendida por Mao Tsetung. A tales personas no les cabe en la cabeza que el MOIR en su lucha política en pro de la revolución colombiana se atenga invariablemente a un principio, reivindicado precisamente por la dirección del Partido Comunista de China: el de que en el movimiento comunista internacional no debe haber bastón de mando de unos partidos sobre otros. Esta norma marxista-leninista conlleva mayor importancia de lo que a primera vista se capta. Si los diversos partidos comunistas no gozan de completa independencia y autonomía para decidir cuanto les compete como vanguardias proletarias revolucionarias, en consonancia con las realidades y acontecimientos de sus respectivos países, y por el contrario, están obligados a ejecutar al pie de la letra las órdenes de los “partidos padres” o del “partido padre”, jamás podrán trazar directrices acordes con las condiciones concretas y con las enseñanzas de la lucha diaria. Para el MOIR este principio es irrenunciable. Y no es que neguemos la necesidad de la unidad del movimiento comunista internacional, la cual consideramos de una importancia fundamental, pero ésta sólo la lograremos con el método del respeto mutuo, del intercambio de opiniones y proscribiendo la supremacía de unos partidos obreros frente al resto.

Nosotros aprendemos de la experiencia de los comunistas que en otras latitudes nos han antecedido en las tareas de organizar y conducir a la victoria a la clase obrera, mas sopesamos a cada momento las peculiaridades de Colombia para saber comportarnos. La unidad del movimiento comunista internacional habrá de partir del considerando de que todos los partidos proletarios se encuentran en pie de igualdad, son independientes y tienen todo el derecho a utilizar sin cortapisas el arma de la crítica. El revisionismo soviético pretende que los partidos comunistas sean sus estafetas por todo el globo. Casualmente, contra tan inadmisible pretensión del revisionismo soviético, el Partido Comunista de China comenzó la portentosa lucha por rescatar el marxismo-leninismo de manos de sus falsificadores y preservar la verdadera unidad del movimiento comunista internacional.

En relación con el rompimiento de la alianza entre el MOIR y el Partido Comunista y la conversión de la UNO en aparato de bolsillo de esta agrupación, no dudo en calificarlos como acontecimientos desafortunados para el proceso revolucionario colombiano. Cuando era más imperiosa la urgencia de consolidar la unidad alcanzada para combatir el régimen lopista, que emergió temporalmente victorioso el 21 de abril, el Partido Comunista vaciló en continuar enfilando baterías contra la coalición liberal-conservadora que formalmente había cambiado de gobierno y procedió a atropellar las normas orgánicas de funcionamiento democrático de la UNO. No obstante lo enconado de la controversia, salpicada de buena dosis de sectarismo a cargo del Partido Comunista, sigo siendo un convencido de la necesidad de no escatimar esfuerzo alguno para restaurar la alianza, conforme, desde luego, a unos lineamientos definidamente revolucionarios y combativos.

La revolución colombiana daría un gran paso adelante en las presentes circunstancias si coronara con éxito la tarea de la constitución de un frente antiimperialista con todas las fuerzas que sinceramente están decididas a luchar por la liberación nacional y la construcción en Colombia de una república democrática, popular, auténticamente soberana, lista a rechazar todo intento de “protección”, saqueo e intervención de las potencias extranjeras. Enormes beneficios traería para el país la conformación de dicho frente, así fuese en un principio un frente pequeño, integrado por los partidos y movimientos más resueltos, cuyo engrosamiento sería inevitable y estaría garantizado por la aplicación acertada de una política unitaria que permitiera la organización a la larga del 90% y más de la población colombiana. La frontera divisoria en Colombia entre la revolución y la reacción, entre la izquierda y al derecha, entre el marxismo-leninismo y el revisionismo, pasa por el meridiano del frente único antiimperialista; quienes lo entorpecen con uno u otro pretexto pertenecen al segundo bando y quienes lo faciliten con una posición consecuentemente unitaria estarán ubicados en el primero.

Pregunta: ¿En 1978 habrá candidato único de la izquierda?

MOSQUERA: Si antes del 18 de abril resulta prácticamente imposible reestructurar un frente conjunto a escala nacional, debido a una serie de razones expuestas, después de esa fecha habrá que conseguirlo como un gran imperativo político del período por que atraviesa la revolución colombiana. Necesario no tanto para afrontar las elecciones presidenciales de 1978, como para encarar las tareas que anuncian los primeros vientos de la tormenta revolucionaria que se avecina. La inestabilidad tradicional de las instituciones de estas democracias neocoloniales y el estruendoso fracaso de la administración. López Michelsen, mucho antes de cumplir la mitad de su vigencia constitucional, las contradicciones crecientes en el seno de la coalición oligárquica y la honda división del Partido Liberal mayoritario, la aguda crisis y la descomposición social llegadas a extremos intolerables, el descontento popular generalizado y los brotes continuos de rebeldía de las masas expresados en las más variadas formas de lucha, son factores que nos están indicando a las claras que Colombia se precipita aceleradamente a un momento crucial de su desarrollo histórico. La mar está picada, como dicen los marinos. Y los revolucionarios estamos en la obligación de hacer una apreciación muy correcta del inmediato futuro. De ello depende el que cosechemos grandes victorias o graves derrotas.

Nadie puede sostener con un grado más o menos cierto de seguridad, por ejemplo, que haya elecciones en 1978. Si la situación sigue evolucionando en el sentido que arriba anotaba, lo más probable será que, por encima de la campaña de institucionalización del presidente, la coalición gobernante prefiera buscar otros medios para tratar de capear el vendaval. No hay que perder de vista que la alianza liberal-conservadora quemó con López Michelsen la última carta presentable y que podía mover las esperanzas de un montón de gentes fatigadas de tantos trucos de las clases dominantes. El partido liberal corre desesperado hacia un callejón sin salida. Si logra superar la división persistente, cualquiera de las dos opciones principales a que está abocado, el señor Lleras Restrepo, o el señor Turbay Ayala, jamás conseguirán retoñar las marchitas ilusiones. El uno ya ocupó la Presidencia de la República y, no obstante su intensa campaña, no ha sido capaz de desvanecer de la memoria de la mayoría de los colombianos los desastres en todos los órdenes de su gestión gubernamental. El otro es lo que llaman un manzanillo, desacreditando por tal, aun en determinados sectores de las oligarquías. Ninguno es una ficha gananciosa para una situación como la que vive la nación colombiana. Un mandatario de filiación conservadora no sería tampoco una medida aconsejable para la estabilidad de la coalición antipatriótica. Por otra parte, dentro de esta coalición afloran a cada instante nuevas y más profundas contradicciones. Lo anterior no significa que la alianza burgués-terrateniente proimperialista, cuya expresión política es el contubernio liberal-conservador, vaya a desaparecer. Únicamente nos alerta sobre que el Estado colombiano, que continuará apoyado en las muletas de los dos desgastados partidos tradicionales, se verá inclinado a buscar otras formas y métodos de gobierno distintos a los previstos en la constitución.

Las fuerzas revolucionarias deben prepararse desde ya para cualquiera de las dos eventualidades: si hay elecciones en 1978, para presentarse lo más sólidamente unidas con un candidato único cuyo nombre habrá de ser escogido por consenso y democráticamente entre las organizaciones partidistas interesadas; y si no hay elecciones, es mucho más necesaria la unidad no sólo para garantizar su propia subsistencia, sino para impedir que la reacción aplaste las múltiples explosiones de la lucha de las masas que en la actualidad ha cobrado un nuevo y promisorio ímpetu. Preparémonos para lo peor. Alistémonos para cumplir a cabalidad el papel de protagonistas de los trascendentales sucesos revolucionarios que se han puesto a la orden del día y con los cuales Colombia, en el último cuarto de este siglo, se encaminará inconteniblemente hacia radicales transformaciones. Por doquier estallarán conflictos y disturbios. El nacimiento de la nueva sociedad será un alumbramiento doloroso y sus primeros vagidos convulsionarán a la América entera. Como bomberos del proceso actuarán el imperialismo, la reacción y el oportunismo. A nosotros nos corresponde el deber de fogoneros de la revolución. La consigna de la hora es prepararnos para tan excepcional oportunidad histórica.

Pregunta: ¿A qué atribuye el vertiginoso descrédito del gobierno de López Michelsen?

MOSQUERA: El lopismo coetáneo llega al poder con la más caudalosa votación en los anales de la República. Además de los tres millones de sufragantes liberales, en sana lógica debemos sumarle el millón y medio de votos conservadores, habida cuenta de que el gobierno lopista es igualmente bipartidista como los cuatro anteriores del Frente Nacional. O sea que el “mandato claro” inició su gestión con una votación de respaldo de cuatro millones y medio. A la cual vale la pena agradecerle la expectativa benévola con que lo recibieron al anapismo y algunos integrantes de la UNO, en especial determinados parlamentarios del MAC. Usted recordará la euforia colectiva alrededor de la figura del vencedor del 21 de abril. Los más avivatos pregonaron también que eran “izquierdistas” como el presidente elegido. Los más ingenuos remarcaron que con el desenlace electoral se abría un período de mayores libertades y derechos democráticos, que las masas que votaron por el delfín liberal estaban en condiciones de presionar y conseguir el cumplimiento de ciertas promesas hechas por el jefe de Estado durante su campaña, e incluso llegaron a decir que el lopismo podría realizar algunos puntos del programa de la UNO, advirtiendo que ellos apoyarían tales realizaciones, con lo cual no estaban respaldando al gobierno sino al programa de la revolución.

En fin, todo este festival de ilusiones con respecto al advenimiento del fundador del extinto MRL al mando supremo de la nación, velaba de mala fe o ignoraba crasamente un hecho por demás evidente y clave: que López Michelsen se hallaba, sin otra alternativa, resuelto a ejecutar la única promesa que formuló en serio a lo largo y ancho del país, la de proseguir la obra del Frente Nacional. Por eso el MOIR ha insistido en motejar este cuatrienio de continuista y a su principal gestor de continuador. Con un agravante. Las elecciones de 1974 arrojaron unos guarismos abrumadoramente favorables a López, y su gobierno se instaló en medio de una atmósfera de particular vigor y optimismo. Comparado con los regímenes inmediatamente anteriores, el del “mandato claro” empezaba labores aparentemente mejor apuntalado y por lo tanto podría ir más allá de donde fueron aquellos en su política antinacional y antipopular. En realidad, el señor López anduvo más aprisa y más descaradamente. A los 41 días de posesionado decretó la emergencia económica con el objetivo de aumentar los privilegios a los monopolios norteamericanos, al capital financiero, a los pulpos urbanizadores, a los magnates del café y para poner en práctica una reforma tributaria abiertamente regresiva, confeccionada durante el gobierno de Lleras Restrepo, pero que ni éste ni Pastrana Borrero se atrevieron a instaurar. Esta reforma tributaria estableció un considerable aumento de los gravámenes a las ventas, a la pequeña y mediana industria y aligeró los impuestos de las grandes sociedades anónimas, preferencialmente de las extranjeras. Las medidas de emergencia económica lesionaron enormemente los intereses de la nación y el pueblo colombiano e incidieron de manera directa en el alto costo de vida, con una intensidad y una aceleración pocas veces conocidas.

Mención aparte merece el alza mensual de la gasolina, por demanda perentoria de las compañías petroleras norteamericanas, la cual repercute igualmente en el ciclón alcista que desfalca sin clemencia los raquíticos ingresos de las masas trabajadoras. También sobresale por su carácter retardatario la llamada Ley de Aparcería, con que el lopismo premió con largueza la colaboración decisiva de la clase terrateniente en su ascenso al mando. Esta ley acondiciona a la época “moderna” las relaciones de explotación servil en el campo colombiano, refuerza las ataduras que mantienen a los campesinos uncidos a la coyunda de lo señores de la tierra. Es un intento por rescatar el pasado y eternizar el atraso. Y ante la clase obrera la política del “mandato claro” ha estado encaminada a cercenar al movimiento sindical los derechos de organización, expresión y huelga, con el propósito de imponer la congelación de salarios en topes que no se compadecen con la carestía de la vida y el envilecimiento de la moneda. Y frente al estudiantado colombiano, heroico en mil batallas por la liberación nacional y la democracia, cuando el régimen actual comprendió que no conseguiría domarlo a punta de demagogia, procedió a sofocarlo a punta de fusil. De ese tenor antinacional y antipopular ha sido toda la orientación y la conducta del continuismo. Para sacar sus nefastos designio recurrió, el igual que sus predecesores, al estado de sitio y a la represión violenta. Pero su descrédito fue asimismo vertiginoso y la situación se le ha complicado hasta más no poder. El lopismo ha pasado a la defensiva. El hecho mismo de que las elecciones próximas se efectúen bajo el estado de sitio, por temor a la acción política de los partidos y organizaciones revolucionarias, está patentizando su flaqueza y debilidad. La lucha de las masas populares se presenta ahora amenazante y con magníficas perspectivas de ampliarse y profundizarse. Huelgas, paros cívicos, invasiones campesinas, batallas callejeras estallan a diario y en todo el territorio patrio. Lo cual no demuestra más que el triunfo electoral de López Michelsen en 1974 no dejó de ser una estrella fugaz en la multifacética y convulsionada sociedad colombiana.

Terminado el pasajero resplandor, el porvenir de la reacción oligárquica volvió a hundirse en la oscuridad. La coalición liberal-conservadora da palos de ciego y marcha tambaleante hacia la tumba. Su agonía puede ser larga pero lo cierto es que ya empezó.

Pregunta: ¿Con qué métodos participa el MOIR en la campaña electoral y cuáles son las principales experiencias recibidas a través de esta forma de lucha?

MOSQUERA: El MOIR participa en la lucha electoral con el supremo criterio de contribuir a desembotar la conciencia de las masas y hacer más clara y comprensible la lucha de clases que subyace en las manifestaciones y actividades de la sociedad colombiana. La oligarquía dominante, como los explotadores en todos los tiempos, desata la más sórdida, cruel y sistemática lucha contra los explotados, pero hipócrita y cobarde por naturaleza, se empeña a la vez en encubrir, mistificar y desfigurar esta lucha, a los ojos de sus contradictores de clase. Mientras engaña, persigue y golpea con saña a las masas trabajadoras, la minoría detentadora del poder no tiene la menor vergüenza de presentarse como protectora y benefactora de las grandes mayorías populares. Nuestro primer deber consiste pues en correr el velo que envuelve las contradicciones de clase y lograr que éstas puedan ser desentrañadas y entendidas diáfanamente por millones de personas. En primer lugar, para que la clase obrera, y con ella el resto de clases sojuzgadas de Colombia, consiga identificar a sus verdaderos enemigos y los ardides y tretas de estos. Y para que el proletariado, partiendo de esta base, se ponga en condiciones de organizar sus fuerzas y las de sus aliados en las múltiples batallas por la liberación nacional y la revolución democrática.

Arrancar el antifaz al mentiroso gobierno del “mandato claro” ha sido nuestra principal preocupación en esta campaña electoral. Hacer consciente que el señor López Michelsen en el poder es el continuismo, o sea, la prolongación de la coalición liberal-conservadora proimperialista, antinacional, antipopular y antidemocrática, que viene esquilmando a la nación y empobreciendo al pueblo. Que quienes traten de enmascarar por uno y otro medio esta cruda realidad terminarán haciéndoles compañía a los vendepatria y traidores. Que sólo una línea consecuente de unidad de todas las fuerzas revolucionarias y patrióticas, dirigida tanto contra el sistema general como contra el régimen lopista que lo representa concretamente, ganará el respaldo entusiasta de las masas populares de la ciudad y e campo. Y efectivamente, la consigna central de “contra el mandato de hambre, a la carga”, lanzada por nuestro Partido para la campaña electoral, compendia y recoge los deseos de combate de los sectores mayoritarios de la población colombiana que en carne propia padecen los catastróficos resultados de la política oficial. La gran prensa y reconocidos personajes de lo partidos tradicionales se han quejado ya por la propaganda de descrédito emprendida por el MOIR contra el gobierno. Curiosamente, la dirección del Partido Comunista también se abalanzó con improperios de toda índole cuando apareció la consigna, censurándola por “liberal”, y “seudorrevolucionaria” y “gaitanista”. ¿Qué será lo que les irrita el ánimo a estos ex aliados del MOIR? ¿El ataque frontal contra el “mandato de hambre, demagogia y represión” de López Michelsen, o el hecho de que se recuerde el grito de combate de Jorge Eliécer Gaitán y con él retornen a la memoria algunos episodios erráticos sobre los cuales no ha sido grato hablar? En todo caso la consigna constituyó un acierto, como será siempre conducente recoger la tradición de lucha de nuestro pueblo. Cuando exaltamos, por ejemplo, el emblema inmortal de los comuneros del siglo XVIII, “Unión de los oprimidos contra los opresores”, y que bien puede ser el lema de la lucha de nuestros días, no quiere decir que acojamos el punto de vista ni las concepciones de los revolucionarios de aquella época. Sabemos, como nadie en Colombia, que no obstante caracterizarse la actual revolución como una revolución de liberación nacional, democrático-burguesa, realizada por la alianza de todas las clases revolucionarias, es exclusivamente la clase obrera y su ideología invencible, el marxismo-leninismo, el factor dirigente de la misma. En síntesis, la índole de los ataques contra la táctica revolucionaria y unitaria planteada por el MOIR para el actual período, así como la procedencia de esos ataques, prueban la justeza de nuestra posición política.

Resuelta la cuestión de la orientación y objetivos políticos de la campaña, se coloca en primer plano el problema de la vinculación a las masas. Aunque el continuismo ha tomado las máximas precauciones para impedir la libre concurrencia en estas elecciones de los partidos y movimientos opuestos a las corrientes afectas al régimen, como la del sostenimiento del estado de sitio, las fuerzas revolucionarias deben realizar todos los esfuerzos necesarios para extender sus efectivos y llegar a sitios y sectores de masas adonde en otras circunstancias sería dificultoso hacerlo. Esto no significa que si no hay elecciones, el partido revolucionario de la clase obrera no arribaría a esos sitios y a esos sectores. Simplemente señalamos que, en el actual período de construcción del Partido, aprovechamos una ocasión propicia, el debate electoral, para lanzar la red hasta donde nos alcancen las energías. Después vendrá la recogida y consolidación del trabajo. La efectividad de esta tarea estriba obviamente en la adecuada distribución orgánica de las escasas unidades con que contamos. Después de la línea política, lo más importante son unas correctas medidas organizativas. De estos dos aspectos depende el acercamiento y la estrecha conexión con las masas y luchas. Y a un partido obrero apertrechado de una línea política correcta, con un estilo de trabajo revolucionario y vinculado íntimamente a las masas y sus luchas no habrá quien pueda destruirlo.

Finalmente, la labor de propaganda y agitación es un flanco que requiere la mayor atención. Sin ella muy poco podríamos avanzar. Existe un obstáculo enorme que debemos superar: la falta de recursos. Nuestro Partido se apoya exclusivamente en sus propias fuerzas y en las fuerzas de las masas. Pero en la actualidad el MOIR sigue siendo un partido pequeño, en gestación, y su arraigo en los amplios sectores del pueblo es aún incipiente. Para subsanar estas deficiencias hemos puesto la caldera a funcionar a todo vapor. Que no haya un militante ni un simpatizante del MOIR que no contribuya con su tiempo disponible y los recursos materiales mínimos a la campaña electoral.

Hemos concentrado las tareas de propaganda y agitación en tres instrumentos principales, 1) en nuestro órgano Tribuna Roja, para el cual elaboramos un plan especial de periodicidad y de aumento de tiraje. Esta ha sido la más eficiente herramienta de difusión de nuestra línea, de información de nuestra actividad electoral y de aglutinación y organización en la etapa de expansión en que nos encontramos. Los frutos hasta el presente son satisfactorios. Hemos logrado sacar cada quince días 300 mil ejemplares de Tribuna Roja y sostenerlo con la sola venta. 2) En la programación de una gira nacional que pretende cubrir el mayor número de capitales, municipios y veredas. La directiva al respecto insiste en que todos los actos electorales del MOIR han de realizarse en plazas públicas y lugares abiertos, no importa que las manifestaciones y mítines no sean siempre nutridos. Esto con el propósito de movilizar la mayor cantidad de gentes posibles. A pesar de las prohibiciones de varios alcaldes para efectuar las demostraciones públicas, en la mayoría de los casos hemos conseguido reunir en lugares abiertos buena proporción de personas, si se compara con el fracaso de los partidos tradicionales y se tiene en cuenta el escaso desarrollo del MOIR: Notamos en el grueso de los participantes en dichos actos una gran expectativa por las ideas revolucionarias y su actitud fundamental es la de escuchar los nuevos planteamientos. Y 3) en la propaganda mural. Este ha sido el otro instrumento agitacional usado con especial esmero por nuestro Partido. Con medios de fácil acceso y utilización como la pintura mural, las tiras largas producidas en screen y colocadas en paredes visibles y los carteles con la imagen de nuestros dirigentes y candidatos, hemos hecho sentir la presencia del MOIR en la contienda electoral. El impacto creado se mide por los ataques y las insinuaciones maliciosas que nuestros enemigos estilan acerca de la supuesta procedencia extraña de los recursos financieros del MOIR. Hasta el Partido Comunista se ha sumado al coro de detractores y calumniadores nuestros de cada día, esgrimiendo los mismos argumentos de la reacción de que estamos nadando en oro, como explicación desesperada para desmeritar el abnegado batallar de nuestra militancia y de los amigos de nuestro Partido.

Pregunta: Según eso, ¿ustedes prevén una buena votación por el MOIR?

MOSQUERA: Desde las elecciones de 1972 por tercera vez consecutiva participamos en este tipo de lucha. En 1972 obtuvimos apenas 19 mil votos, sumando los consignados a favor de los varios frentes de envergadura regional que el MOIR pactó con motivos populares a nivel departamental. En 1974 la UNO, de la cual formó parte del MOIR, registró un total aproximado de 140 mil sufragios por un candidato presidencial. Nuestra meta es avanzar con relación a 1972 y proporcionalmente a 1974. Para ello contamos con la crisis política y las contradicciones internas de los partidos tradicionales y con el incremento paulatino de nuestras fuerzas. Sin embargo, subsiste una serie de elementos adversos, entre los cuales vale la pena remarcar, por una parte, la división prevaleciente entre las fuerzas políticas contrarias al régimen, y que a ratos adquiere avisos de hirsuto sectarismo, tras la cual viene la confusión de no despreciables sectores del pueblo, y por la otra, el recorte sistemático de los derechos democráticos y de las libertades públicas que trae aparejado el estado de sitio y demás ventajas que arbitrariamente se proporcionan para sí las clases dominantes en este tipo de eventos electorales organizados y manipulados por ellas mismas. Con todo, pienso que las cifras del 18 de abril expresarán las insuperables dificultades de las corrientes políticas reaccionarios y oportunistas y el progreso relativo de las fuerzas revolucionarias. El moirismo se extenderá por todo el país, llegará a nuevos frentes de masas, consolidará sus creciente influencia política y se alistará para las batallas del futuro.

Pregunta: En su opinión ¿qué diferencias programáticas existen entre el MOIR y el ML?

MOSQUERA: Si hay alguna diferencia sustancial programática entre el MOIR y las diversas agrupaciones que se denominan a sí mismas partidos o tendencias marxista-leninistas, ésta radica en una cuestión fundamental que gira en torno a la interpretación de la naturaleza de la sociedad colombiana y el carácter de la revolución: el comportamiento frente a la burguesía nacional. Cabe aclarar que en esa galaxias de grupos y subgrupos han aflorado no despreciables sectores y tendencias que comenzaron a plantarse este problema y a resolverlo positivamente. Mediante el estudio y la práctica de varios años nuestro Partido ha acentuado su convencimiento de que Colombia es un país neocolonial y semifeudal. ¿Qué implica esto? Que el desarrollo capitalista del país se halla entrabado por la dominación externa y el régimen de explotación terrateniente, siendo el aspecto principal la sojuzgación neocolonialista. He ahí la razón económica suprema de la revolución colombiana. Los únicos que se lucran de tal situación de opresión y atraso son los imperialistas, especialmente los imperialistas norteamericanos, y sus intermediarios, la gran burguesía y los grandes terratenientes. Dichos intermediarios se enriquecen ejecutando su misión de vendepatria como beneficiarios directos de los negocios con el imperialismo y sustentadores de la explotación externa, que lejos de favorecer la economía nacional, la paraliza o la hace retroceder. La gran burguesía y los grandes terratenientes se distinguen por su parasitismo, no contribuyen al desarrollo de la nación y, por el contrario, las relaciones de propiedad que les son inherentes materializan obstáculos infranqueables para el desenvolvimiento de las fuerzas productivas.

En las condiciones históricas y económicas actuales estos impedimentos a la producción colombiana sólo podrán ser saltados por medio de la revolución nacional y democrática. Las fuerzas que primordialmente coadyuvan al desarrollo nacional son el proletariado, el campesinado y la burguesía nacional. Esta última es lo que comúnmente se conoce como los pequeños y medianos productores. Ninguna de las fuerzas anteriores dispone o participa de las prerrogativas del Estado. Como la prosperidad económica del país está supeditada antes que nada a la destrucción de las relaciones de subyugación neocolonialista y de explotación de la gran burguesía y los grandes terratenientes colombianos, y el poder político lo disfrutan exclusivamente estas fuerzas antipatrióticas y despóticas, el quid de la revolución consiste en unificar al resto de la nación tras el objetivo de la liberación nacional y de las transformaciones democráticas, sin prescindir a priori de la burguesía nacional, susceptible de engrosar también con el proletariado, el campesinado y la intelectualidad revolucionaria, el frente único antiimperialista.

El frente único demolerá el Estado opresor del pueblo y en su lugar edificará un Estado popular y democrático, integrado por todas las fuerzas revolucionarias. Las tendencias políticas pequeño-burguesas autocalificadas de marxistas-leninistas le ponen por lo general a esta concepción un pequeño y grande pero: el que no existe la burguesía nacional en Colombia o que ésta es por naturaleza reaccionaria y enemiga de la revolución. Nosotros señalamos que la burguesía nacional sí existe en los países neocoloniales y atrasados, como Colombia y que, aun cuando constituye el sector más vacilante y menos avanzado de la revolución, cuyas manifestaciones oportunistas deben ser combatidas dentro o fuera del frente único, su contingente es valioso y contribuye a inclinar la balanza a favor del pueblo en la dura y prolongada lucha contra sus opresores externos e internos. En la aceptación de esta estrategia va implícita no sólo la comprensión teórica de la actual revolución colombiana como una revolución de liberación nacional, democrático-burguesa, sino la dirección proletaria y el triunfo de la misma.

Pregunta: ¿Ustedes propenden por un mayor desarrollo capitalista en Colombia?

MOSQUERA: Esta es una de las grandes calumnias con que se nos pretende combatir por quienes ni siquiera se toman el trabajo de leer nuestras tesis programáticas. Del hecho innegable señalado por nosotros del estancamiento de la producción nacional, es decir, del capitalismo nacional, como no podría ser en otra forma bajo el régimen vigente, no se colige necesariamente que el desarrollo por el cual deba pugnar la Colombia de hoy sea el capitalista. La evolución nacional y democrática facilitará el cierto grado y de manera limitada un florecimiento del capitalismo, pero la estatización de los monopolios extranjeros y colombianos que estrangulan la vida de las masas y la dirección de la clase obrera en el proceso revolucionario, crean las condiciones económicas y políticas para que la revolución pase en un tiempo más o menos corto hacia el socialismo. Por eso hablamos de una revolución de nueva democracia con el objeto de distinguirla de la vieja democracia realizada por la burguesía para instaurar el capitalismo y a la cual ya le pasó en el mundo entero su momento histórico. Propendemos por una revolución en esencia democrático-burguesa de liberación nacional, realizada por todas las clases revolucionarias, pero dirigida por el proletariado y en marcha al socialismo. En la dirección obrera radica la diferencia fundamental entre la nueva y la vieja democracia, entre el camino que conduce al socialismo o no, entre la soberanía nacional y la dependencia del extranjero.

Pregunta: Y las diferencias del MOIR con los socialista ¿cuáles son?

MOSQUERA: Los antagonistas del MOIR con los socialistas colombianos tienen en cierto sentido el mismo origen que las discrepancias con las tendencias que acabamos de analizar. Se refiere al carácter de la revolución. Desde su nacimiento los grupos socialistas han sostenido que la revolución a la que esta abocada Colombia no es de naturaleza democrática sino socialista. Semejante caracterización del cambio revolucionario que demanda el país no se compadece ni con el proceso histórico colombiano ni con las realidades económicas vigentes. Su contenido teórico es profundamente reaccionario, ya que arroja un velo de falso doctrinarismo sobre la realidad nacional, con el cual se ocultan dos aspectos básicos: la dominación externa imperialista y la situación de atraso y explotación terrateniente en el campo. Colombia tiene un problema nacional y un problema agrario, íntimamente relacionados, ninguno de los cuales puede remediarse de raíz sino mediante la revolución. Ambas tareas son por esencia democráticas y no socialistas. La clase obrera tiende al socialismo, pero en Colombia la ruta expedita que conduce a él es la de la liberación nacional y la revolución agraria campesina. Quienes en el curso del proceso revolucionario no comprendan esta verdad elemental terminarán combatiendo de hecho al socialismo, así se proclamen a todo momento partidarios del mismo.

La concepción doctrinaria de los socialistas tiene una consecuencia práctica desastrosa. Si son consecuentes con sus planteamientos, programáticamente están obligados a oponerse al frente único revolucionario de toda la nación. Sería un contrasentido llamar, a excepción de los obreros, los campesinos pobres y la capa más baja de la pequeña burguesía, al resto de clases y sectores democráticos y patrióticos del país para realizar una revolución socialista. Se encuentran impedidos a combatir con el mismo ardor, o por lo menos con la misma decisión teórica, a los grandes monopolios imperialistas y colombianos que saquean y arruinan la nación y a los pequeños y medianos empresarios que viven amenazados por la quiebra y al margen de las prerrogativas estatales. Desde el punto de vista de la lucha política, semejante estrategia sólo puede favorecer al imperialismo y a sus lacayos y lesionar la unidad del pueblo colombiano, tan cara y necesaria para conquistar la liberación nacional y llevar a cabo la revolucionen en la presente etapa.

Las tendencias socialistas aludidas nos increpan en primer término que nosotros negamos la evolución capitalista en Colombia. Contestemos en unas cuantas palabras. Cuando decimos que Colombia, además de constituir una neocolonia de los Estados Unidos, es un país semifeudal, estamos precisando que hay un cierto grado relativo de desarrollo capitalista, cuyo acrecentamiento se encuentra interferido precisamente por la traba interna del régimen de explotación terrateniente. En segundo término nos critican que calcamos la teoría sobre la nueva democracia de Mao Tsetung, buscando con ello catalogarnos de falta de originalidad y condenarnos porque no hacemos un esfuerzo investigativo propio, basado en la realidad colombiana. Sin embargo, la originalidad que demandan los críticos del MOIR en este caso carece de sentido.

Las conclusiones marxista-leninistas de Mao acerca de la nueva democracia , como la revolución que deben emprender los países subdesarrollados y atrapados en el sistema colonial o neocolonial del imperialismo, son válidas y aplicables a Colombia. La teoría de la nueva democracia encierra un valor universal para la inmensa mayoría de países del Tercer Mundo, al igual que la revolución socialista representa para los países capitalistas el cambio social inmediato que les corresponde llevar a efecto. Reclamarnos originalidad a nosotros sobre la revolución de liberación nacional y democracia dirigida por la clase obrera, sería parecido a pedirles originalidad a los proletarios de Europa, del Japón o de los Estados Unidos con la revolución socialista que promueven, cuyos trazos esenciales fueron descubiertos magistralmente por Marx y Engels, hace más de siglo y cuarto.

Pregunta: ¿Cuál es la política del MOIR hacia el campo?

MOSQUERA: Las reivindicaciones del movimiento campesino constituyen parte sustancial de nuestro programa revolucionario. Ya hemos dicho que Colombia tiene un programa agrario que debe resolver. Cómo se expresa? Antes que nada en la estructura de la tenencia de la tierra y en las formas atrasadas de producción. Al lado de los grandes latifundios que abarcan la mayor cantidad de las mejores tierras, pulula el minifundio.

Tanto una como otra forma de propiedad materializan frenos a la producción agropecuaria Los campesinos carecen de tierra para laborar y los terratenientes explotan sus grandes fincas recurriendo a la mano de obra campesina, mediante las más variadas manifestaciones de servidumbre, a menudo ocultas bajo transacciones en dinero, arrendamientos, contratos diversos, pero de todos modos de servidumbre. La tierra que se utiliza de manera moderna, capitalista avanzada, es una mínima porción si se le compara al gran total de treintaitantos millones de hectáreas vinculadas a la producción con que cuenta el país, y su aporte al producto nacional también es insignificante. Así que el campo colombiano demanda una transformación radical de esta situación, secularmente aplazada, o mejor, entorpecida por las fuerzas políticas gobernantes, la cual puede ser otra distinta a la de la eliminación del régimen de explotación terrateniente, a través de la confiscación de las grandes propiedades y su reparto entre los campesinos que la trabajen. Siendo Colombia un país eminentemente agrícola y atrasado, semejante transformación significaría un tremendo salto hacia adelante en su desarrollo histórico y económico. Se liberarían las fuerzas productivas en el campo y las masas campesinas estarían en condiciones de aportar decisivamente al progreso del país, a la tarea de echar las bases de una economía autosuficiente y próspera, lo que sólo se logrará con su concurso.

Pero el régimen terrateniente no es la única atadura de la producción nacional ni el único fardo sobre los hombros de los campesinos. Existe otra atadura y otro fardo que no son secundarios, como lo hemos denunciado multitud de veces: la dominación y explotación del imperialismo norteamericano. Por medio del control del comercio interno y externo del país, de las inversiones, de los préstamos, del saqueo de materias primas básicas, de la venta subsidiada por el Estado colombiano de excedentes agrícolas traídos de los Estados Unidos, etc., el imperialismo arruina la economía colombiana. Es más, el gobierno estadinense se preocupa por la cuestión agraria de sus neocolonias y en reuniones internacionales a nivel oficial, como la de Punta del Este en 1961, que instauró la llamada Alianza para el Progreso, ha prospectado las pautas de una política agraria que los mandatarios colombianos siguen al pie de la letra. La reforma agraria propuesta por el imperialismo tiende hacia dos objetivos centrales: a facilitar la penetración del capital extranjero y la venta de productos de la industria norteamericana y a afianzar las caducas relaciones de producción en el campo. Desde la expedición de la Ley 135 de 1961, que dio creación al Incora y puso en funcionamiento las tan trilladas reformas del agro colombiano, auspiciadas por el Frente Nacional, han transcurrido quince años. Un tiempo prudencial para juzgar los frutos de cualquier política. Se puede concluir a ciencia cierta que en tal lapso no ha disminuido en un ápice el poder terrateniente, mientras la situación de los campesinos es cada vez más inclemente y ruinosa. La nación ha sido endeudada en varios cientos de millones de dólares por concepto de reforma agraria, ya que ésta se adelanta a punta de préstamos despachados en su casi totalidad por la agencias financieras norteamericanas. La adquisición de tierras a cargo del Estado configura un jugoso negocio de compraventa en beneficio de las grandes señores. A las escasísimas familias campesinas, a las que el Incora adjudica pequeñas parcelas con fines de propaganda, no se les permite disponer libremente de éstas. Los planes de adecuación de tierras y de distritos de riego terminan favoreciendo a la clase terrateniente, así como los programas de irrigación de créditos que con frecuencia la banca oficial o semioficial confecciona para el fomento de las actividades agropecuarias. En síntesis, mientras subsiste el sistema de explotación típicamente terrateniente y los campesinos continúen sometidos a las más disímiles formas de servidumbre, las inversiones y mejoras de cualquier especie que la minoría dominante proyecte para las zonas rurales desembocarán inexorablemente en las arcas caudales de los dueños de los grandes fondos.

Con su política de impedir a todo trance el desarrollo económico de Colombia, el imperialismo norteamericano acude a preservar en lo sustancial intacto el poder terrateniente. Se fantasea con el crédito, la colonización, la venta de insumos, la adecuación de fincas, el riego, las comunicaciones y hasta con obras sociales y de caridad. Todo menos modificar las relaciones de propiedad en el campo. A los campesinos se les promete hasta el cielo pero se les niega la tierra. Uno de los últimos inventos, por ejemplo, el de las empresas comunitarias, incubado por el imperialismo y puesto en práctica por sus testaferros en Colombia, procura, con el señuelo de la colectivización, instalar la mayor cantidad de familias campesinas en la menor extensión de tierra posible. Con tal de proteger el latifundio se ha hecho un inusitado despliegue en pro de la socialización de la producción agraria, de las ventajas de la propiedad colectiva y de la vida comunal, de la necesidad de educar al campesino en el espíritu asociativo. Y de estas tesis con que se promueven las empresas comunitarias, se han declarado fervorosos partidarios López Michelsen, Álvaro Gómez y demás personeros de los partidos tradicionales, las agremiaciones patronales, los dirigentes de UTC y CTC y el alto clero. Eso sí es el diablo metido a predicador. Con tal de privar a los campesinos del derecho a la tenencia de la tierra, hoy ociosa o deficientemente utilizada en manos de los grandes terratenientes, la más oscura reacción de Colombia inculca al campesinado un socialismo a deshoras.

Pero lo que impulsa la lucha de clases en el campo colombiano es la demanda de los campesinos por la tierra, por el derecho a usufructuarla, poseerla y disponer de ella libremente. Tras esa exigencia se han lanzado a invadir las fincas de sus amos, a organizar sus fuerzas independientemente del tutelaje de sus tradicionales enemigos y a requerir el apoyo del resto de las fuerzas revolucionarias. Las aspiraciones de los campesinos concuerdan con la tendencia histórica del desarrollo de las fuerzas productivas colombianas y la victoria de sus luchas repercutirá en un gran salto hacia delante en el proceso del país. El proletariado consciente apoya incondicionalmente las luchas de las masas campesinas y se desvela por consolidar cada día la estrecha alianza obrero-campesina, base del frente único antiimperialista. Las apoya en el entendimiento de que son luchas de carácter democrático y no socialista. Parlotear de socialismo a un campesinado aprisionado aún en los vestigios de la servidumbre, sin plantearse ni haberse resuelto el problema de demoler hasta los cimientos el régimen de explotación terrateniente, es un imperdonable desconocimiento del asunto, cuando no un vulgar engaño. Para las fuerzas revolucionarias y en particular para el marxismo-leninismo, la revolución agraria campesina encierra una importancia decisiva, ya que el filo de ésta se dirige no sólo contra la clase terrateniente, sino necesaria y primordialmente contra el imperialismo que la sustenta. La revolución agraria campesina es el motor mismo de la revolución nacional y democrática, que conquistará para el pueblo colombiano la independencia, la soberanía y la democracia. Culminada esta etapa entonces sí el proletariado colocará en el primer punto de su programa la transformación socialista, que en el campo comenzará con los primeros brotes de cooperativización de los campesinos libres.

Pregunta: ¿Qué concepto les merece la ANUC?

MOSQUERA: Una pequeña delegación del MOIR participó en las deliberaciones de Sincelejo, en donde se esbozaron las inquietudes iniciales acerca de la urgencia de rescatar a la ANUC del control absoluto del gobierno. Vimos con buenos ojos el proceso de rebeldía que se estaba gestando en la ANUC contra la influencia oficial política y financiera. Hemos creído firmemente que en el campo las fuerzas revolucionarias deben proponerse crear organizaciones campesinas y propiciar el desarrollo de las existentes, conformadas por campesinos pobres y medios, y en donde los primeros desempeñen el papel principal. En Sincelejo no hubo mucha claridad sobre la orientación de la lucha y un sector bastante mayoritario pujaba por la consigna de tierra sin patronos, la cual compendia toda una concepción contraria a la nuestra sobre el problema agrario de la revolución y que en nuestro entender desvía el blanco de ataque hacia sectores del campesinado que, como algunas capas de campesinos medios e incluso de campesinos ricos, no son el objetivo principal de la revolución agraria, pero cuya colaboración o neutralización resultan indispensables para el triunfo de ésta. En lugar de concentrar el fuego en las grandes terratenientes, se dispersaba equivocadamente. De igual manera no había plena claridad en torno de la función del imperialismo como principal puntual de la situación prevaleciente en el campo colombiano, ni sobre la necesidad de la dirección y la participación de la clase obrera, cual factor clave en el triunfo de la lucha campesina. Innumerables voces se escucharon en la reunión de Sincelejo, por ejemplo, que defendieron abierta o soterradamente las empresas comunitarias, sin comprender que hacían parte sustancial de los planes oficiales, aupados por el imperialismo con la aquiescencia de los terratenientes. Sin embargo, Sincelejo fue un comienzo para sacar a la ANUC de la influencia de las clases dominantes. Y desde entonces en las filas de esta organización se ventila una serie de luchas y de polémicas que demuestran la aproximación a posiciones de entendimiento de las tareas del campesinado en la presente etapa de la revolución, como una revolución democrática de liberación nacional, cuyo enemigo principal es el imperialismo norteamericano, que se apoya internamente en sus lacayos colombianos, la gran burguesía y los grandes terratenientes. Vale la pena finalmente destacar, en cuanto significan para la causa de nuestro pueblo, las heroicas batallas que estas fuerzas de la ANUC han dirigido y apoyado dentro de la ola de invasiones campesinas que se extendió por los campos de Colombia desde hace un lustro. Estas invasiones desbrozan todo un camino de unidad y combate.

Pregunta: Hablemos algo de las formas de lucha en la coyuntura presente y de la vigencia de la lucha armada.

MOSQUERA: El período que vivimos se distingue por la proliferación de grupos, movimientos, partidos y tendencias de diversa procedencia y condición. Ya no actúan en la arena política únicamente los dos partidos tradicionales ni unas cuantas agrupaciones de distinta denominación que se podían contar con los dedos de la mano. Hoy se contabilizan por decenas las nuevas organizaciones y publicaciones que aparecen en escena. Algunas con más o menos tiempo de actuación, de mayor o menor importancia, pero que de todos modos trae combustible a la pira de la lucha ideológica. El fenómeno se explica por el auge de la revolución. La polémica trata no solo sobre las cuestiones programáticas sino alrededor de las formas de lucha que a cada momento se deban esgrimir. Las fuerzas marxistas-leninistas y con ellas nuestro partido en gestación han insistido como principio táctico en que las muchas luchas son cambiantes y flexibles y no inmutables y rígidas y están determinadas por la correlación de fuerzas con el enemigo, el flujo o reflujo de la revolución y en última instancia por el estado de conciencia, de organización y de ánimo de las masas. En relación con varios países latinoamericanos, en Colombia estos principios de la táctica proletaria se ha venido imponiendo hasta cierto punto. En todo caso, la pauta fundamental al respecto ha de ser la de que la acción aislada de los revolucionarios no puede suplir la lucha de las masas. En la actualidad se presenta un despertar espontáneo de las amplias masas proletarias y no proletarias tras los más vastos y variados objetivos reivindicativos. El deber de los revolucionarios es ponerse al frente de esas luchas y pugnar por elevarlas a expresiones más altas y conscientes. Este proceso de cualificación y ampliación de las batallas de las masas convergerá algún día en la lucha insurreccional de todo el pueblo unido por la liberación y la revolución.

Un hecho de innegable significación en la vida nacional es la aparición, desde hace más de un década, de movimientos guerrilleros que los gobiernos han querido sindicar a toda costa de expresiones de delincuencia común pero los cuales están movidos, como todo mundo sabe, por ideales políticos contrapuestos a los de la vieja violencia bipartidista, y cuya supervivencia se explica antes que nada por el apoyo directo que determinadas zonas campesinas les brindan . En la actualidad estos movimientos no son todavía la forma principal y generalizada de la lucha del pueblo y su porvenir, como sucede con la revolución en su conjunto, está supeditado al acierto de la línea política por la cual se combate y a la unidad de las clases y fuerzas revolucionarias en el más amplio frente de lucha antiimperialista. El marxismo-leninismo nos enseña que la guerra es la continuación de la política por otros medios. En Colombia hay dos bandos claramente definidos: uno que estanca el desarrollo del país y lo sume en la miseria y el hambre y otro que combate por el progreso y bienestar de las inmensas mayorías; uno que recurre a los más desbordados métodos de represión contra las masas populares y otro que batalla por la libertades y los derechos democráticos para el pueblo. De persistir la política antinacional, regresiva y represiva de la minoría dominante, como todo parece indicarlo, Colombia se verá abocada a una confrontación total y abierta contra el imperialismo y sus lacayos, solo comparable con la gesta emancipadora que nos diera la independencia de España. Enormes sacrificios y penalidades le costará a nuestro pueblo esta lucha, mas ese será el precio que pague por su libertad y su felicidad.

Pregunta: ¿La estructura del MOIR es leninista o populista?

MOSQUERA: La estructura del MOIR, es decir, su forma organizativa se basa en el criterio de Lenin sobre la selección de clase del partido proletario. Al partido no pueden pertenecer todos los obreros, simplemente por el hecho de serlo, ni todos los que luchen dentro del gran torrente revolucionario encauzado por aquél. Forman parte del partido solamente los elementos del proletariado, aunque no sean de extracción obrera pero que asuman la posición revolucionaria y proletaria y cumplan los siguientes requisitos: acepten el programa y los estatutos del partido, contribuyan a sostenerlo materialmente y se incorporen y trabajen activamente en una de sus organizaciones. Nuestro Partido se diferencia radicalmente del resto de fuerzas partidistas tanto desde el punto de vista ideológico y político como del de su estructuración orgánica. En calidad de vanguardia revolucionaria su política la lleva a la práctica a través de sus organizaciones y miembros vinculados preferencialmente a la clase obrera, así como al resto de las masas populares. El partido se rige por un principio organizativo básico: el centralismo democrático, cuyo fundamento consiste en que el partido cuenta a todo nivel con una dirección centralizada y ésta se conforma democráticamente. Sin excepción, el miembro obedece a la organización, la minoría a la mayoría, el nivel inferior al superior y todo el partido al Congreso Nacional y la Comité Central.

Lo anterior se refiere a la estructuración organizativa de corte leninista de nuestro Partido. Veamos ahora qué ha entendido el marxismo por populismo, no desde el punto de vista orgánico, ya que esta comparación carece de sentido y de importancia, sino de su significación político-ideológica. Fue Lenin precisamente quien más contribuyó al esclarecimiento del asunto. Como populismo se conocen las tendencias democráticas burguesas o pequeñoburguesas que han aparecido en los países que tienen a la orden del día la revolución democrática y por lo cual luchan estas tendencias, a veces con entusiasmo, dedicación completa y resultados positivos, pero con el convencimiento equivocado de que promueven una revolución socialista. Este fenómeno se da con frecuencia en los países económicamente atrasados, y debido a la simpatía generalizada por el socialismo del cual se declaran partidarias corrientes políticas que saben muy poco o nada de socialismo. Señalemos además que como expresión teórica el populismo es eminentemente reaccionario, lisa y llanamente porque presenta por socialismo transformaciones cuyo contenido es democrático-burgués.

¿A qué manifestaciones políticas e ideológicas les cabe en Colombia el calificativo de populistas? Colombia es un país extraordinario propicio para que el populismo se dé silvestre. En primer lugar, aquí tenemos todavía que efectuar cambios democráticos como la liberación nacional y la eliminación del semifeudalismo, que en otras partes del mundo hace mucho, pero mucho tiempo, su cumplieron. En segundo lugar, las capas bajas de la burguesía colombiana, y sobre todo la pequeña burguesía, son particularmente numerosas. Y en tercer lugar existe una enorme simpatía por el socialismo, como repercusión natural de los triunfos resonantes de los países en donde la clase obrera ha llegado al poder y desarrolla la construcción socialista. Simpatía que contrasta plenamente con la ignorancia respecto al marxismo-leninismo. En Colombia pues contamos con condiciones objetivas y subjetivas para que florezca el populismo. Comúnmente se indica que la Anapo es la expresión por excelencia de tal tendencia. Sin embargo, hay que anotar que aquel movimiento, moldeado con base en la trayectoria política del general Rojas y el descontento espontáneo de las masas contra el Frente Nacional, jamás planteó una sola de las tareas democráticas esenciales que reclama el país. Por el contrario, contemporizó con los dos grandes males de la nación colombiana: la dominación neocolonial imperialista y el régimen de explotación terrateniente. Semejante traición a los intereses revolucionarios ubicó siempre a la dirección y con ella al movimiento que la seguía tanto política como ideológicamente en la contracorriente de la reacción antipatriótica y antipopular. En la Anapo ha persistido siempre una izquierda débil y vacilante a la que se debe identificar ante todo por su inclinación a reconocer la necesidad de la liberación nacional y de la revolución democrática y a la que le hemos exigido permanente una conducta de lucha consecuente con tal reconocimiento. En alguna ocasión reciente destacamos que si a algo se le puede motejar de populismo en Colombia, era a los intentos ulteriores de sectores pequeño-burgueses de Anapo que pretendían justificar sus vacilaciones y vacilaciones izando la bandera del socialismo a la colombiana. No obstante, la más auténtica encarnación del populismo colombiano parece reservada a determinados grupos socialistas que comienzan a aceptar la imperiosa urgencia de la liberación nacional y de las transformaciones democráticas, cuestiones de las cuales antes no hablaban o hablaban muy poco. Sin duda la aceptación de la necesidad de luchar por los objetivos democráticos resulta políticamente favorable. La inconsecuencia ideológica de estos grupos estriba en que aunque se tornan cada vez más partidarios de aquellos objetivos, se empeñan tozudamente en calificarlos como socialistas. He ahí su alma populista.

El MOIR desde su aparición viene sosteniendo que la revolución que habrá de llevar a cabo actualmente Colombia es esencialmente democrático-burguesa, a pesar de que su dirección corresponde a la clase obrera. Al defender la inevitabilidad de este paso en el curso de la evolución histórica de la sociedad colombiana y al destacar que el socialismo sólo podrá venir después, en una segunda etapa, y no antes ni simultáneamente con la revolución democrática, está demostrando un conocimiento cabal de las leyes del desarrollo social y de las características diferentes y contrarias entre una y otra revolución, entre la democracia y el socialismo, como sólo el marxismo-leninismo lo hace. Al obrar así nuestro Partido, arma a la clase obrera para sus luchas del presente y del porvenir.

Pregunta: ¿Con qué partido de América Latina se identifica el MOIR?

MOSQUERA: Más que equiparalo a un partido específico del Hemisferio, yo diría que el proceso del MOIR corre paralelo con el nuevo auge antiimperialista de Latinoamérica, que tuvo en el triunfo de la revolución cubana su hito inicial y luego en las luchas y las victorias de los pueblos de Indochina su estímulo más reciente. Dentro de la ola revolucionaria cobra singular importancia la incorporación de la clase obrera colombiana de manera masiva en el batallar constante y sin desmayos contra la dominación neocolonialista y las clases antinacionales que la sustentan. Igualmente se destaca el reavivamiento de las luchas de las masas campesinas y de manera muy particular la tumultuaria agitación ideológica y política de los estamentos intelectuales. Todo este fenómeno revolucionario constituyó ambiente más que propicio para la proliferación de un sinnúmero de agrupaciones políticas que impacientemente se plantean nuevas formas de organización y de lucha, desde la simple célula conspirativa, hasta el núcleo que incipientemente tendía a la configuración de una vanguardia teórica y políticamente cimentada. La casi totalidad de tales ensayos fueron fallidos porque no lograron comprender a plenitud que dicha vanguardia no podía ser otra que un partido obrero, auténticamente comunista; que la teoría revolucionaria de este partido solo resultaría de la acertada aplicación del marxismo-leninismo a la realidad nacional y que únicamente mediante la estrecha vinculación a las masas y a sus luchas, la organización partidaria en ciernes estaría en condiciones de empezar a resolver los dos problemas anteriores. Alrededor de estas cuestiones fundamentales se dio, en 1965, una aguda lucha interna en el seno del MOEC, uno de los movimientos pioneros que proliferan por aquella época inmediatamente posterior al triunfo de la revolución cubana, tanto en Colombia como en el resto de Latinoamérica.

El MOIR hunde sus raíces históricas en la lucha interna del MOEC. Hay compañeros que opinan que rememorar nuestro pasado implica deslustrar la imagen de nuestro Partido y mermarle importancia ante la nueva situación. Todo lo contrario. Recordar el entronque inicial del MOIR con el MOEC no sólo lo acredita frente a la clase obrera, que es lo que en definitiva cuenta, en cuanto desmitifica ante sus ojos el proceso de la construcción partidaria, que no puede presentarse como algo absolutamente incontaminado y salido de la nada, metafísicamente, sino que además apertrecha a los nuevos militantes y a los viejos también, con la claridad que permanentemente hay que hacer acerca de las dificultades reales de la creación y consolidación de nuestro Partido. Gracias a la lucha interna del MOEC pudimos poco a poco echar las bases para la fundación de un partido obrero. Si alguna significación de trascendencia general tipifica nuestra experiencia, ésta radica en el hecho de haber logrado transformar un grupo conspirativo de intelectuales obreros y campesinos, honestos pero equivocados, en un núcleo marxista-leninista, con una estrategia y una táctica acertadas de la revolución colombiana y cada vez más vinculado e identificado con las más amplias masas populares.

El MOIR ha logrado mantenerse férreamente unido y en medio de las más duras pruebas ha obrado con eficacia y disciplina. Este es uno de los dones más apreciados, por el cual hay que velar de continuo. Sin embargo, nuestro Partido ha crecido demasiado en los últimos años, y aun cuando han ingresado muchos obreros y campesinos pobres, su influencia interna no es muy determinante y a veces priman más los militantes provenientes de otras clases, especialmente de la pequeña burguesía intelectual. Por otra parte, el Partido se desenvuelve en el seno de la sociedad que busca cambiar revolucionariamente y es inevitable que ésta a su vez lo influya en todo sentido. Debido a ello las filas del MOIR se inficionan a menudo de las posiciones ideológicas y políticas de las clases y tendencias no proletarias, lo cual, agregado a la presencia abundante de cuadros provenientes de la pequeña burguesía, configura un caldo de cultivos para toda especie de oportunismos. Es posible que por ello dentro del MOIR se avecinen grandes debates ideológicos, cosa realmente saludable, ya que el partido sólo se une y se templa en la lucha de clases que se da fuera y dentro de él.

La unidad del partido se refiere fundamentalmente a una plena identificación de principio que no puede brotar sino a través de una lucha ideológica amplia, profunda y constante, que debe empezar dentro del mismo partido. Hace unos años nos vimos obligados a advertir durante la lucha interna del MOEC que la unidad del partido no se hace haciendo la unidad, dando a entender que no basta los buenos deseos, ni la aceptación mecánica de la disciplina. La lucha ideológica es la llave de la unidad del partido. Lejos de debilitarlo lo fortalece, lo cohesiona, lo prepara eficazmente para la lucha contra los enemigos principales. Lo depura de los elementos nocivos y saboteadores de la línea revolucionaria y educa a la mayoría de la militancia en la lucha de clases cuyas manifestaciones dentro del partido no son más que reflejos de esa misma lucha que se libra fuera de él.

Todas estas son experiencias sistematizadas de la tarea de construcción del partido y que seguramente están sucediendo en otros partidos revolucionarios de América Latina. En todo caso, el meollo del éxito consiste en perseverar en la línea correcta de estudiar el marxismo-leninismo y aplicarlo a las condiciones concretas de la realidad nacional y de vincularse estrechamente a las masas trabajadoras de la ciudad y el campo.

 

 
 
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